Posts written by Novocaine.

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    El calor continuaba acrecentándose en el ambiente aun cuando el agua estuviera apenas comenzando a entibiarse, desde luego no a niveles que se tradujeron en un futuro resfriado o que resultaran tan incómodos como para que la pareja se separaran en las atenciones regaladas al otro. No, un ardor más que conocido comenzaba a afianzarse en el bajo vientre de ambos, nublando su raciocinio en pos de ese placer visceral que sólo experimentaban juntos. Era adictivo y completamente cegador de cualquier otra preocupación o responsabilidad.

    En su corta separación para recuperar el aire de sus pulmones, su atención recayó en en sus torsos pegados en su plenitud, los tatuajes que repletaban la zona fundiéndose juntos como si de un nuevo cosmo se tratase. Eran un choque de galaxias que buscaban fusionar hasta la última de las estrellas.

    Sus caderas no pararon lento bamboleo sobre la falda del más alto, alentadas a seguir con su mecer por los varoniles suspiros del pelinegro, despertando reacciones parejas en sus anatomías opuestas. La rusa no pudo evitar lucir una pequeña sonrisa de satisfacción al notar como el miembro de Altair comenzaba a alzarse en una erección ante las superficiales atenciones, buscando más de aquel impúdico roce. Su excitación también comenzaba a evidenciarse en la humedad resbaladiza entre sus muslos en respuesta. Bien podrían tener toda la noche para ellos pero ninguno parecía contar con la suficiente paciencia como para retrasar el escalar aquel placer al siguiente nivel. Como bien quedó probado en el beso hambriento en el que el capitán capturó sus labios. Sus movimientos aumentaron su velocidad.

    La aparente calma de la rusa se desvaneció en un instante cuando las propias caderas de Altair se sumaron al vaivén, aumentando las olas producidas en la bañera ante la fricción de sus genitales. Los suspiros escapaban sin control con cada roce de su erección contra su clítoris expuesto y deseoso de más. La urgencia marcaba sus movimientos contra el otro de la manera más deliciosa. El placer no hizo más que aumentar con las atenciones prestadas a sus sensibles pechos, había algo magnético en la visión de las trabajadas manos de Altair envueltas alrededor de sus senos manipulándolos a su antojo como si cada pedazo de la tierna carne le perteneciera en totalidad.

    Altair la instó a alzarse de su falda, no por ello permitiendo separar en lo más mínimos sus cuerpos, para llevar uno de sus pechos a su boca. Decidido a reemplazar las marcas que con el paso de sus días separados habían desaparecido. La veela bien podía burlarse en numerosas ocasiones de la fijación casi infantil del pelinegro por sus senos, pero este conocía a la perfección la cantidad de fuerza que aplicar en sus marcas, como jugar con sus pezones endurecidos bajo su trato y dónde besar para convertir a Vanya en todo un desastre de jadeos. La habilidad de Altair con la lengua, desde luego no cubría el campo de la diplomacia como habría de esperarse por su educación pero eso no le quitaba otras aplicaciones más interesantes. Las marcas enrojecidas no tardaron en brotar con el capitán por artista, en una obra que todavía no estaba concluida.

    Altair alcanzaba un nivel de descaro que simplemente no era posible para ninguna otra persona normal o en su sano juicio. Quién más se atrevería a estallar en cumplidos hacia su pareja cuando tenía su pecho a roce de sus labios y su erección rogando por ser atendida contra su retaguardia.

    — Acompáñame hasta cada clase si quieres como un perro faldero, esta bien. Este no es el mejor momento para halagos, sigue. — la urgencia de sus palabras solo se veía acrecentada con la fricción de su pelvis contra los abdominales de su pareja. Su físico curtido sirviendo para más finalidad que la de robar suspiros allá a donde fuera. En esos momentos Altair podría pedirle el más desmedido de los pedidos que Vanya aceptaría con tal de que su lengua retomara con aquellas caricias húmedas.

    Sus gemidos llenaron el baño, su respiración alterada condensandose de inmediato en el calor de la habitación. Estaba tan mojada que podía notar como su flujo lubricante comenzaba a escurrir entre sus piernas, descendiendo por el abdomen marcado del heredero, preparada y necesitada por tenerlo dentro de ella. Solo tomaría un alzar certero de sus caderas para empujar su glande contra su entrada en busca de esa sensación de plenitud que solo Altair podía satisfacer, abriéndola por completo para recibirlo hasta lo más profundo. Ya llevaba su imprenta en su piel, temporal como sus chupones y la marca de sus dientes y tan permanentes como sus tatuajes, pero necesitaba que Altair la reclamara como suya en lo más profundo, como una necesidad casi animalística que la llamaba a tenerlo siempre dentro de ella.

    Joder, incluso cuando sus atenciones eran superficiales podía llegar a correrse así, con el roce constante de su clítoris contra el duro abdomen del capitán, facilitado por la humedad chorreante de su vagina y sus senos siendo torturados tan placenteramente por la boca de este. Podía notar como el nudo en su estómago comenzaba a afianzarse con la cercanía de su orgasmo. Sin embargo Altair no tenía pensado parar con su degustación de cada lugar erógeno de su cuerpo, llamándola de nuevo a alzarse esta vez por completo.

    La rusa no albergaba complejo o inseguridad por su cuerpo, debido a razones más que obvias y a que—de existir— igual se habrían visto apaciguadas por el mismo hombre que alababa hasta la más nimia de sus virtudes. Aun así era imposible que el sonrojo no iluminara sus mejillas y se extendiera hasta su cuello cuando Altair observaba su cuerpo desnudo con una lujuria casi palpable, toda intimidad expuesta ante él con su rostro tan cercano a su vagina con uno de sus muslos bajo su control mientras mantenía su estabilidad para evitar toda posibilidad de resbalarse con una de sus manos afianza en la pared y la otra en la nuca del pelinegro. No había duda alguna de cuáles eran las intenciones de este, y aun así ver cómo se relamía los labios como un niño entrando en una tienda de dulces, hizo que le diera un vuelco al corazón.

    Altair era un completo sinvergüenza y tan, pero tan seductor en la malicia tras su sonrisa que no vaticinaba ningún buen actuar de su parte.

    El primer roce de su lengua, experimental y pausado en su exploración por su vagina, hizo temblar todo su cuerpo haciéndole soltar un gemido más agudo que los anteriores. Vanya estaba rendida por completo al placer provocado por su lengua que no hacía más que comenzar.

    Era imposible contenerse de no montar su rostro cuando las hábiles caricias húmedas sometían la parte más sensible de su anatomía en un consentir que el mismo francés andaba disfrutado en el entusiasmo por el que lamía su clítoris y su erecciónpermanecía completamente erguida entre sus piernas, aunque cuando por el momento su placer hubiera pasado a una posición secundaria. La visión de su rostro hundido entre sus piernas, con su boca ocupada en lamer y consentir su entrada y con su flujo natural escurriendo por su barbilla era suficiente para llevarla al borde del orgasmo. Podía tenerlo toda la noche bebiendo de su interior y seguiría sin ser suficiente en su hambre por él.

    Las caricias de su lengua no tardaron en volverse más atrevidas en su abuso constante a su vagina, penetrándola con el húmedo músculo como si de un juguete sexual se tratase. Sus piernas amenazaron por un instante en rendirse al sobrecogedor placer que la hacían vacilar entre sí entregarse por completo a él o alejarse para retener pizca alguna de su cordura, aunque las manos de Altair envolviendo sus caderas borraban toda posibilidad de renegar del éxtasis que tan apasionadamente le estaba entregando.

    Era un tanto embarazoso estar tan cerca de correrse tan pronto pero el pelinegro estaba explotando a su gusto todo rincón erógeno de su anatomía. Solo un poco más, solo un poco más. Podía sentirlo en la tensión colectada en su bajo vientre y su respiración cada vez más descontrolada. Su mente nublada por el placer se puso de nuevo en alerta al ser empujada contra la pared del baño, apoyándose contra los propios azulejos para no perder toda equilibrio. ¿Mientras Altair? Su novio seguía con la cabeza entre sus piernas sin parar las atenciones de su lengua como un hombre famélico al que se le presentaba el mejor postre por delante.

    — ¡Altair! — la exclamación no se debía al sobresalto previo por el cambio de posición aun con su corazón acelerado por ello, sino por la manera en la que sus labios se apoderaron de nuevo de su clítoris haciéndola ver las estrellas mientras los temblores por la cercanía de su orgasmo se intensificaban. Había perdido todo control de sus gemidos, agitados y agudos para aquel punto. Más cuando alcanzó el clímax su voz se perdió por completo en un jadeo roto mientras su cuerpo se veía sobrecogido en pequeños e irregulares espasmos. La mente de la rusa se quedó por completo en blanco, derramándose por completo frente a la mirada grisácea del Black.

    No fue sorpresa que sus piernas terminasen por rendirse bajo su peso en su sobreestimulación, ni para ella ni para el capitán quién la recibió en sus brazos, de vuelta en la calidez de la bañera. Su cabeza seguía dando vueltas con su anatomía sensible por cada pequeño roce regalado a su piel y el vaho que reinaba en el baño, pero Vanya se permitió descansar sus su cabeza contra el hombro del más alto disfrutando de su acompasado respirar y tratando de imitar este.

    — Extrañaba besarte. Tienes razón, cinco días es demasiado tiempo tanto para recorrer tus constelaciones, como también para ignorar que me has dejado acostumbrado a tener sexo oral cada mañana durante las vacaciones.

    No le respondió, no se había recuperado lo suficiente de su demoledor orgasmo como para armar ninguna respuesta coherente. Su única respuesta fue en forma de una suave risa junto al acariciar de su espalda. Se encontraba relajada y en calma entre los brazos de Altair, aunque aquella sensación no era compartida por el contrario, no al menos por la violenta erección que ella misma había provocado desde un principio. Fue su turno de lamerse los labios, con la lujuria volviendo a guiar sus acciones, ella lo había excitado de aquella manera sin apenas haberlo tocado y por mucho que en sus actos era claro que Altair no quería obligarla a tener sexo luego del agitado día que habían tenido ambos, su cuerpo se encargaba de revelar su excitación.

    Sería cruel ignorar sus deseos cuando la había satisfecho de forma tan sobresaliente a costa de estos. Cruel e imposiblemente estúpido cuando su hambre por él nunca remitía.

    Quizás se debiera únicamente al primordial despertar hormonal que estaban experimentando. Aunque Vanya dudaba de que aquel deseo y consecuente desesperación por tener a Altair enterrado en lo más profundo de ella, fuera a disminuir con su inevitable madurez en los años venideros. Podían compartir cama todas las noches y mezclar sus cuerpos de mil y una formas distintas y aun así el solo toque de sus manos aventurándose bajo su blusa o bajo la tela de su falda bastaría para calentarla, en esa humedad pegajosa entre sus piernas. La distancia no bastaría para paliar aquel anhelo abismal, pues el recuerdo fantasma de sus manos recorriendo cada rincón de su anatomía y la memoria del placer experimentado al entregarse a él, la perseguirían hasta estar de vuelta a sus brazos. Como una droga de la cuya desintoxicación era fatal, solo podía hundirse cada vez más en la apasionada adicción que era el sexo con el heredero.

    Altair se había grabado a fuego en su cuerpo y ahora no podía vivir si no era a su lado, con él extinguiendo esa excitación de la que era responsable en primer lugar.

    Sus manos descendieron inocentemente por la trabajada espalda del capitán, acariciando el contorno de las runas cicatrizadas en su piel, descendiendo con su cuerpo y descendiendo un poco más hasta que su izquierda se asentó en el muslo del contrario mientras que su derecha le dio un poco de alivio a su erección. Sentir y manipular su caliente y pesado miembro bastaba para hacerla sentir de nuevo aquel familiar calor en su matriz, necesitada de mucho más que la lengua del pelinegro para verse complacida.

    — Han sido ocho horas de viaje desde Londres, hasta donde-quiera-que-sea-de-Escocia que esté este castillo. Mañana es el primer día de clases, y si eres tú quién me toca no voy a estar bien solamente con tu mano.

    La rusa lo ignoró en sus advertencias, centrada en las reacciones mucho más honestas de su polla al ser envuelta por su mano en un experto vaivén, aumentando ligeramente la presión ejercida al llegar a su glande en un cambio que aunque sutil parecía marcar la diferencia si es que la disimulada contracción de sus facciones significaba señal alguna.

    Sus ojos crispados, las venas hinchadas de su brazo y la forma en la que su sonrisa había perdido su descaro anterior. Altair estaba aferrándose a los últimos restos de su autocontrol en lo que era una batalla perdida desde el inicio, Vanya no iba a dejarlo ir hasta que le diera lo que ambos querían por encima de todo descanso. A él, a su polla enterrada en su interior tan profundo que casi pudiera palparla al presionar su abdomen, arremetiendo contra ella sin gentileza o control alguno en busca de su propio placer. Tentar a su novio era casi tan divertido como acarrear después con la consecuencias de ello, su hambre por ella más parecida a la de una bestia feral que a la de un hombre, tomando todo lo que quisiese de su cuerpo hasta verse satisfecho solo de forma temporal.

    — ¿Crees que alguno de los dos va a poder dormir con esto de por medio? — preguntó sin parar en su masturbación, con su rostro completamente neutro aun en lo desvergonzado de sus acciones. No, ni Altair iba a poder descansar con su verga dura entre las piernas ni Vanya iba a dejarlo ocuparse de su problema por cuenta propia. — Y no te preocupes, puedo darte mucho más que solo mi mano. — su glande recibió toda su atención, mientras que aprovechó la cercanía de sus cuerpos para acariciar el resto de su extensión con sus labios mayores a roce. La rusa tuvo que morderse el labio para contener un gemido tembloroso, todavía con la sensibilidad post-orgasmo pesando en su cuerpo.

    Un nuevo brillo se apoderó de la mirada del heredero, y Vanya supo que había obtenido justo lo que buscaba.

    Sus labios volvieron a encontrarse en un beso hambriento, la anterior calma del ambiente dejando paso a la necesidad por tomar cuanto más pudieran del otro. La prefecta envolvió todo su cuerpo alrededor de Altair, con su boca explorando la contraria y encontrando su mismo sabor plasmado en su lengua como adictivo. Para cuando Altair volvió a alzarla contra la pared por segunda vez, no hubo rastro de sorpresa en Vanya cuyas muslos solo se ajustaron con más fuerza alrededor de las caderas del más alto, abstraída por completo en mordisquear sus labios. La distancia entre ellos era inexistente, con sus labios negándose a separarse del otro, sus torsos mojados pegados por completo en el férreo agarre que Altair tenía sobre ella.

    Seguía sin ser suficiente, no cuando el erecto miembro del pelinegro se alzaba ansioso a roce de su vagina, deseoso por enterrarse de nuevo en su húmedo calor. Todavía a roce de su boca una de sus manos abandonó el agarre ejercido en el cuello de su chico para volver a atender su polla en un frenético bombear.

    Estaba tan duro y caliente bajo su agarre que si Altair no la penetraba de una vez perdería la cabeza por completo.

    Los dedos del capitán se hundieron en ella sin ninguna duda de que podría tomarlos gustosas, en lo que fue una masturbación mutua, más aquella vez Vanya no se conformaría solo con los expertos dedos de su novio para correrse. Quería venirse con su gruesa polla dentro de ella, quería estar llena por completo de él. Y la necesidad era correspondida por su chico.

    Altair era jodidamente atractivo, aquello era una verdad objetiva de la que todo el mundo estaba enterado (el propio heredero siendo el primero de ellos), pero su atractivo salvaje se desataba por completo durante el sexo, como si las cadenas de su subconsciente estuvieran a punto de romperse con el deseo nublaba su mente. Aquella mirada grisácea que no perdía detalle de ella como si de su presa a devorar se tratara, las hinchadas venas marcadas a lo largo de sus brazos y cuello, el sudor perlando su piel y remarcando cada músculo trabajado de su cuerpo y la pasión demoledora que acompañaba cada beso, roce y embestida. El capitán la hacía perderse por completo en su calor y lujuria cada vez que tenían sexo, pero esa faceta de Altair le pertenecía solo a ella. Ninguna otra mujer disfrutaría de decorar su espalda con arañazos sumida en lo más bajo de los placeres, ninguna otra conocería la forma en la que sus facciones se contrarían al correrse y mucho menos llegarían a disfrutar de ser folladas por él.

    Altair era un sueño húmedo para muchas, pero para ella era el hombre que compartía su cama cada noche. Un privilegio que nunca iba a perder y que en esos instantes iba a reclamar, harta de esperar Vanya paró de masturbar su polla para dirigir su glande hacia su entrada deseosa abriéndose paso entre sus pliegues.

    La primera embestida era siempre la más abrumadora, la posición la exponía por completo frente al pelinegro y le permitía una vista completa del obsceno espectáculo de su erección perdiéndose centímetro a centímetro en su interior, hasta que toda su extensión se vio envuelta por su estrechez y humedad. Su glande rozaba un punto dulce dentro de su anatomía que no podía alcanzar con sus dedos haciendo que la rusa se estremeciera por más, tan adicta como era a aquella adictiva sensación de plenitud que la llevaba al extremo, al punto de romperse en mil pedazos.

    La magia de las veela era poderosa, tanto como para que el cabello de una pura pudiera servir como núcleo de las varitas, y tenía otros muchos usos pero en aquel momento Vanya la malempleó para lanzar un hechizo silenciador sin necesidad de su varita. No eran desde luego una pareja disimulada en su cariño por el otro dentro del ojo público, cualquier estudiante y profesor de Hogwarts podía dar fé de ello, pero no necesitaba que ninguno de las otras Head Girl escucharan sus gemidos mientras era tomada contra la pared en medio de la noche.

    — Fóllame de una vez, Altair. — y el pelinegro se lo dió gustoso. Si sus senos no rebotan con cada embestida furiosa solo se veía prevenido por el aplastar de sus torsos, siendo atrapada por completo entre su cuerpo y la pared en aquella posición, completamente expuesta para disfrute de Altair. Sin posibilidad de alejarse de él, solo de alzar sus caderas para hundir por completo la erección del pelinegro en su interior con más fuerza aunque era este quien contaba con todo el control del ritmo de las embestidas. Rápidas, marcadas y profundas, tomando todo lo que deseaba de la rusa en aquel vaivén enloquecedor que llenaba la habitación con el chocar de sus pieles, húmedo e impúdico.

    — M-más Altair… ¡сильнее 1! — Los gemidos escapaban sin control de sus labios con cada despiadado golpe de cadera decidido a descubrir cuán profundo podía llegar, logrando su ansiado objetivo cuando su glande golpeó la zona el revestimiento más acolchado de su cuello uterino. Iba a perder la jodida cabeza si seguía así.

    Sabía que ninguno de ellos duraría demasiado más, las embestidas de Altair se habían vuelto irregulares en busca de su propio orgasmo y Vanya sentía los familiares espasmos asentarse en su entrepierna. Podría venirse solo con su verga abusando continuamente de su punto más dulce. Altair sin embargo no pensaba jugar limpio. Un par de caricias en su clítoris bastó para hacer que se viniera. El orgasmo arrancó todo el aire de sus pulmones, enterrando sus uñas en los hombros del más alto, Altair la siguió en su clímax solo momentos después. Sus embestidas no pararon mientras se corría en su interior, impulsando su semen hasta lo más profundo de su cavidad. Debía de tratarse de un pensamiento fruto de la calentura del momento pero aun en la irresponsabilidad adolescente que reflejaba, el sentir la semilla de Altair inundarla y perderse entre sus muslos la llenaba de un sentimiento de pertenencia y posesividad indescriptible. Como la última marca para reclamarla como suya en cuerpo, corazón y alma

    Quería permanecer así cuanto más tiempo pudiera, aun en su cansancio, con Altair dentro de ella y apresándola entre sus brazos, con su semen escurriendo entre sus piernas.

    Altair sin embargo la dejó de vuelta en el interior de la bañera, saliendo de su interior con gentileza y ganándose un pequeño quejido por parte de la rusa. El cansancio pesaba sobre ella más que nunca, su cuerpo prácticamente deshecho contra el torso del más alto. Aun en su poca energía fue casi instintivo el comenzar a repartir besos por la amplitud de sus hombros y la curvatura de su cuello, en un consentir que fue pronto devuelto, mientras la respiración de ambos trataba de regularse luego de la primera ronda de sexo del curso.

    ¿Podía considerar aquello como un comienzo perfecto para su séptimo año? A ojos de Vanya así era.

    — Encenderé la ducha para terminar de lavarnos. Si quieres, te puedo dar una revancha en la cama. Tú arriba y con la ventaja de que no te tocaré a menos de que declare rendirme, lo prometo. — La energía del capitán era sorprendente, no solo en la pista de quidditch sino en todo otro campo que llamara su elusivo interés. Siquiera pensaba poder llegar hasta la cama sin que sus piernas le jugaran una mala pasada tras sus dos orgasmos consecutivos, pero la idea de montar a Altair siendo quien impusiera el ritmo hacía el esfuerzo extra mucho más atractivo.

    — Haré que te arrepientas de tu promesa, tramposo. — le aseguró, acompañando sus palabras con un mordisco juguetón sobre su hombro derecho.

    En retrospectiva, había otras ocasiones en las que hubiera sido preferible desvelarse en su lujuria juvenil por el otro que la noche previa al inicio del curso. Tenían una vida entera por delante juntos, pero el amor cegaba de toda responsabilidad y preocupación. Mañana maldeciría a Altair por el cansancio que pesaba en su cuerpo, en especial en su mitad inferior pero la endorfina liberada tras el sexo sumada al sueño que ya empezaba a imperiar en la veela, hizo que casi ronroneara al sentir los brazos de su novio envolverla por última vez, listos ya para dormir. Sus cuerpos encajaban a la perfección e incluso sus temperaturas corporales se complementaban, era solo natural entonces que Vanya encontrara el sueño óptimo a su lado. La razón por la que habían comenzado a dormir juntos, antes de que ningún sentimiento romántico brotara, se debía al debilitante miedo a la oscuridad del heredero algo de lo que la veela nunca se había burlado, pero ella también sentía un enorme confort al sentirlo a su lado. Su calor y solidez junto a ella era un recordatorio constante de que estaba a salvo tras cualquier pesadilla o episodio de ansiedad. Solo necesitaba ver su sereno rostro dormido, tan jodidamente hermoso que dolía, para saber que todo estaría bien.

    Altair era su roca incluso en medio de la noche.

    — Fue difícil dormir sin ti estos cinco días. Descansa, Vanya. Te amo.

    — Сладких снов 2, Altair. — respondió en un susurro, posando sus manos sobre los fuertes brazos que envolvían su cintura, el cansancio pesando en sus párpados. — También te amo.

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    Vanya no podía respirar, eso fue lo primero que su cerebro registró en su estado de semi consciencia por encima del sueño o la fatiga asentada en sus músculos.

    Su primer instinto fue atribuir ese intento por asfixiarla a Minushka. Su linda y bien portada gata no dudaría en amenazarla de muerte si Vanya tomaba unas horas más de sueño y la dejaba sin su desayuno o cometía el sacrilegio de dejar la puerta de su dormitorio cerrada para que no pudiera andar por donde se le diera la gana. Pero de inmediato recordó que eso no podía ser, la había dejado en su dormitorio a sabiendas de que la gata anciana disfrutaba de tener su cama solo para ella en su ausencia y Minushka no estaba tan gorda ni… mojada.

    Altair, cómo no.

    Existían numerosas formas para despertar de forma agradable a otra persona, Altair sin embargo prefería elegir de entre su variado y amplio arsenal para levantar a la prefecta en la mañana con sus ganas de matarlo superando las ansias de dormir 5 minutos más. Tenía suerte de que lo quisiera o ya lo habría mandado al fondo del Lago Negro.

    Había muchas cosas que amaba de Altair, su hábito de despertarse a las 5 de la madrugada (¡por puro gusto!) no era una de ellas.

    — Buenos días, linda prefecta. — mientras la veela se encontraba toda despeinada luego de un reparador sueño y todavía algo aturdida en la mañana, el capitán estaba tan lleno de energía que esta parecía escapar por cada uno de sus poros, habiendo iniciado su día horas antes con lo que podía intuir por el sudor que perlaba su piel era un completo entrenamiento. Una visión un tanto humorística en el contraste — Tengo el resto de tus regalos que no logré darte anoche pero quiero intercambiar a los presentes cautivos con un buen beso matutino, por favor.

    — Pienso asfixiarte con la almohada en la noche. — respondió a su amoroso despertar, todavía con su voz algo áspera, tomando el mullido cojín bajo su cabeza para golpearlo con este un par de veces, sin claramente gesto alguno de arrepentimiento por parte de su pareja. Si era sincera había olvidado por completo los otros dos regalos faltantes pero el pelinegro lo había tenido bien en mente viendo que la estaba manipulando desde bien temprano. Así que Vanya le concedió su beso como recompensa antes de que Altair comenzara a rebuscar por sus presentes.

    La rusa se reincorporó de la cama para tomar asiento en el borde de esta junto a su novio quien le pasó los dos presentes envueltos. Los miró con curisidad. No eran desmedidamente grandes y tampoco parecían tener ningún hechizo de compresión que los hiciera ver más pequeños de lo que realmente eran, lo cual podía verse como un logro en el carácter consentidor del otro, aunque no por ello significaba que no hubiera despilfarrado una pequeña fortuna en ellos.

    Desgarró el papel del primer regalo con tranquilidad, la sonrisa en su rostro siendo inmediata al reparar en lo que contenía. "El Privilegio de Enseñar: Guía para el Examen de Pedagogía y Docencia Mágica según el Estatuto Inglés", la prefecta podía lanzarse a sus brazos de felicidad. El sueño de ser profesora siempre había estado ahí y Vanya estaba convencida de que sus esfuerzos para lograrlo darían sus frutos pero el apoyo de su novio resultaba casi terapéutico cuando el estrés sacaba lo peor de su persona. Altair creía en ella y en el futuro que construirían juntos, aquello era un hecho que solo se veía reforzado con las acciones del capitán.

    Vanya tampoco albergaba duda alguna sobre lo que le deparaba el futuro al heredero, aunque aquello era menos sorprendente pues todo el mundo que lo conocía albergaba el mismo pensamiento sin necesidad de cartas del tarot o bolas de cristal que pudieran esclarecer su destino. No había incertidumbre o segundo plan en mente, Altair sería jugador de quidditch profesional, de esos que ocupaban las portadas de revistas deportivas y cuya imagen llenaban anuncios de ropa interior o crema de afeitar, esas cosas masculinas. Ganando trofeos y llenando estadios de aficionados que corearían su nombre. Dentro de poco el nombre de Altair Crux Black resonaría más allá de lo que comprendía su maldito apellido.

    Un recuerdo en particular se le vino a la cabeza al pensar en ello, el año pasado una compañera le preguntó si no se sentía celosa por la atención femenina que llamaba el capitán hacia su persona durante sus partidos y entrenamientos con el equipo de Gryffindor, Vanya no hizo más que reír y negarle que así fuera. No podía apagar el brillo de la supernova que era Altair, ni la forma en la que hacía que otras personas gravitaran a su alrededor como si contase con órbita propia. Con el paso de los años más y más personas se verían fascinadas por él. Y la prefecta estaría ahí para apoyarle en sus sueños mientras cumplía los suyos propios, confiando en que siempre volvería a ella.

    — Gracias, Bigpaws. Y es la versión más reciente, me será de gran ayuda para el exámen. —Tuvo que contenerse para no comenzar a ojear los contenidos del libro, sintiendo como sus dedos cosquillear de la emoción. Tenía al fin y al cabo otro regalo que abrir.

    La sonrisa sin embargo se borró de su rostro al ver lo que albergaba el segundo paquete. No porque no fuera de su gusto, Merlín era imposible no amar una capa tan preciosa y hecha con suma atención a los detalles. La veela acarició la blanquecina tela, con su ceño levemente fruncido. Era hermosa, de gran calidad, y también terriblemente costosa. Vanya estuvo tentada de botarla de vuelta al regazo de Altair, pero este ya había predicho la reacción de su novia.

    — Por favor, Vanya, por favor acéptalo y no me lo devuelvas. Quizás llegue a salvarte de que te congeles los huesos en alguna situación imprevista del futuro, si somos optimistas paranoicos.

    La prefecta no le respondió de inmediato aun en sus buenas intenciones tras su gesto.

    Vanya no se sentía enteramente cómoda con los obsequios desmedidos de Altair, ni en el valor que albergaban ni en su imposibilidad para reciprocar aquellos presentes materiales, pero Vanya no dudaba en ningún momento se saberse merecedora del cariño y la adoración que el heredero le procesaba. Merecía esas miradas cargadas de un amor tan transparente, merecía de esos besos que por breves que fueren lograban robarle la respiración sin falta y merecía tener el corazón del pelinegro como posesión más preciada. Por encima de ninguna otra mujer, entre las que se incluían múltiples herederas de cuantiosas fortunas y buenas familias que soñaban inútilmente ganarse la atención de Altair Crux Black. Vanya merecía todo el amor que él volcaba en ella.

    Lo cual era perfecto, porque Altair era en cambio el único hombre digno de su corazón. Desde que era solo una niña había estado en vigilia constante de las miradas puestas sobre ellas y los deseos que albergaban estas, del trato amable que ocultaban segundas intenciones. Sus padres le habían enseñado que el peor de los males podía esconderse detrás de una linda sonrisa y unas palabras decoradas en rosa. ¿Cómo habría de haber imaginado entonces que encontraría a su primer y gran amor en la forma del niño más grosero, descarado y creído que alguna vez había conocido? Un mocoso de solo 11 años que apenas reconoció su presencia de mala gana durante los primeros meses de conocerla, como si Vanya fuera una peste de la que librarse cuando otros niños no podían mirarle al rostro sin sonrojarse.

    El ego inflado del más joven de los Black no había cambiado, más casi todo lo demás lo había hecho con el paso de 7 años a excepción de la férrea amistad con los primeros chicos que conoció en el Hogwarts Express. Contra todo pronóstico, Altair había capturado su corazón, su cuerpo y su alma de manera irrevocable, y aquello se traducía en tener que tener ciertas concesiones con el heredero.

    Vanya correspondió su beso, olvidando los presentes en favor de sus labios. En lenguaje del amor del capitán podía incluir sus costosos regalos y consentires sin fín, pero la rusa estaba satisfecha solo con tenerlo ahí con ella por cada mañana de su vida. Eso era suficiente y el resto no era más que un agradable extra de salir con el heredero de una de las mayores fortunas europeas.

    Podía hacer el nimio sacrificio de dejarse consentir por este por valor de una pequeña fortuna mágica, que aun así no representaba mella alguna en el extenso patrimonio de los Black. Todo por ver la sonrisa victoriosa en los labios del contrario, como si hubiera anotado el gol de la victoria durante una gran final al hacer que diera su brazo a torcer.

    El futuro se abría ante ellos, y para la rusa seguía resultando increíble que fuera a darle la bienvenida a este con sus manos entrelazadas como el más fiel acompañante del otro en las incertidumbres y desafíos que aparecerían en los siguientes meses y años. Para ser una persona tan temeraria e insensata en más ocasiones de las que podía pensar siquiera, Vanya se sentía increíblemente protegida al lado del francés. La rusa no era una mujer frágil, incapaz de defenderse por sí misma, ambos sabían de ello más no quitaba que Altair estuviera ahí para respaldarla en todo momento.

    Ya fuera contra sus familias, contra el maldito dogma de pureza de sangre cuya tóxica doctrina continuaba inexorable con el paso de los siglos, contra locas prometidas obsesionadas o contra el reto de una vida fuera de los familiares muros del castillo, lo enfrentarían todo juntos. Como los mejores amigos y los perfectos amantes, como Bigpaws y Fleathy.

    — Está bien, está bien. Lo acepto, gracias. — Vanya dió aquella batalla por perdida, derrotada ante Altair y sus besos en una falsa molestia. — Ahora ve a ducharte de una vez, apestas.

    — Con tu mechón blanco, los aretes y la capa te harán ver bastante angelical, futura Señora Black. — la prefecta apenas alcanzó a golpear el hombro del más alto por su desvergonzado comentario antes de que este se adentrara en el cuarto de baño, sin ocultar aquella sonrisa traviesa que lo caracterizaba, de la misma manera que ella no pudo ocultar el sonrojo que se apoderó de sus mejillas.

    La prefecta dió por comenzada su mañana en su rutina usual previa a un día de clases. Y tenía que darle la razón al heredero, parada frente al espejo de la habitación y ya con él uniforme escolar , se veía bien luciendo sus presentes. La capa complementaba la palidez de su piel, y a pesar de estar hecha a partir de piel de Dragón no se sentía áspera o pesada, la hacía ver mucho más regal y sofisticada de lo que habituaba. Digna de pararse junto al heredero de una de las familias mágicas más antiguas de Europa. Solo faltaba un complemento en su atuendo, la insignia de prefecta de Gryffindor que había estado portando por tres años, la cual enganchó de su jersey donde pudiera verse. La pareja abandonó el dormitorio 10 minutos después de que el desayuno diera comienzo, evitando así ser descubiertos o interrogados por ningún otro alumno sobre su presencia en el ala de las Head Girls. La mayoría de estudiantes ya estaría en el Gran Salón y aquellos faltantes de seguro preferían recuperar un poco de sueño a expensas del desayuno.

    La sala común de Gryffindor estaba vacía cuando bajaron las escaleras a excepción de dos cabelleras bien desordenadas y conocidas, luciendo mucho más adormilados que la pareja en cuestión.

    — ¿Se os han quedado las almohadas pegadas, chicos? — les preguntó ante las ojeras visibles en el rostro del pelirrojo y la cabellera aleonada de Will que parecía particularmente descontrolada aquel día, Vanya tenía la teoría de que aquella masa de pelo no obedecía a magia o lógica alguna.

    — Es un nuevo look que estoy probando, Fleathy. ¿No te gusta? — bromeó el capitán de duelo en su bajada por las escaleras hacia el Gran Salón, sorprendentemente sus cabellos tras ser alborotados por su mejor amigos lucían más ordenados que en un principio en un resultado que Will no habría podido obtener de haberlo querido en lo indómito de sus rizos. — Ya no sé leer al matrimonio favorito de Hogwarts, o bien mis papás no saben disimular una pelea ahora. ¿Por qué tú te ves tan feliz, y Vany parece querer sacarte los ojos, Paws?

    — Porque la aplasté esta mañana como una foca hambrienta de un beso y resbaladiza en sudor.

    — Altair comportándose como un neandertal, nada nuevo. — bufó en respuesta a su vez mientras marchaban hacia el comedor, agradeciendo las cariñosas caricias de Isaac a su espalda aun cuando no se encontraba nada resentida luego del “animado” despertar de Altair, dando por asumido que este había recibido su merecido por parte de la rusa.

    Quizás en cualquier otro grupo de amigos el que dos de ellos estuvieran en una relación podría ser visto como una situación delicada o incómoda para el resto por el repentino cambio de dinámicas o el peligro de que una relación romántica los distanciara de susu amistades. Sin embargo aquel nunca había sido el caso en el Mischief Club, aún con la temporal incomodidad de Isaac al ver a quienes eran sus mejores amigos comiéndose la boca de un día para otro. Los chicos no la veían ahora como la novia de Altair en discordancia con ser su mejor amiga y apoyaban a la pareja adolescente aun en sus burlas constantes por su comportamiento hormonal, incluso las chicas siendo más perceptivas que ellos habían estado enteradas de sus sentimientos por el otro antes que ellos mismos.

    La magia era capaz de maravillas, pues luego de ser convertido temporalmente en centro de una macro pijamada para los recién llegados, el Gran Salón había vuelto a su aspecto usual, con sus 4 alargadas mesas representando a cada una de las casas y sus hambrientos estudiantes tomando su desayuno en estas. Ni rastro del caos sembrado la pasada noche, todo lucía de vuelta a la normalidad esperada de una mañana en Hogwarts.

    Un vistazo bastó para confirmar que casi todos sus amigos ya se encontraban presentes en el salón, con la mayoría de estos sentados en la mesa de los leones, solo Mikhail había abandonado la mesa de su casa para tomar asiento junto a su novia como ya venía siendo costumbre desde primer año y Nesta se encontraba hablando con algunos compañeros de su casa antes de marchar también hacia la mesa de Gryffindor y junto a su novio.

    — ¿Y Leonore, otra vez se ha quedado dormida? — le preguntó a Elaine quien junto a Rosé habían sido las primeras en llegar al desayuno, pero sin rastro de la última miembro de su dormitorio.

    — Ya lo sabes, 5 minutos más se acaba convirtiendo en media hora. — respondió antes de tomar un sorbo de su té, con la postura y modales impolutos que esperar de una heredera de los Sagrados 28 y que en esa mesa solo eran compartidos por Altair. — Me pregunto si también es cosa de pitonisas, el tener el sueño tan pesado como para dormir sin importar las alarmas.

    — Leer el futuro debe de ser agotador. — le secundó la buscadora de Gryffindor. Y como si hubiera sido invocada por su sola mención, la rubia ingresó por las puertas del Gran Salón solo momentos después, terriblemente apurada.

    En solo cuestión de minutos los platos frente a ellos fueron llenados de toda la variada selección de alimentos dispuestos en la mesa, desde frutas y bollería hasta alimentos más contundentes como lo era el pastel de carne y lo que lucía como una especie de empanada de pescado. Para gustos colores y Hogwarts nunca decepcionaba a la hora de satisfacer el apetito de sus estudiantes.

    — Se les trasladó un poco antes del desayuno para que pudieran alistarse y así devolver el Gran Salón a su estado normal. Así que si veis a los de primero más adormilados de lo normal, ahí tenéis la razón. — les explicó a sus amigos lo discutido con Mcgonagall la noche anterior antes de volver a los dormitorios, tomando uno de los bollos de chocolate del plato frente a ella que solo tardó unos instantes en ser sustituido por otro gracias a la conexión mágica con las cocinas de Hogwarts. — Menos presión para ellos, te aseguro que después de lo de anoche estarán contentos sólo con que el Sombrero los ponga en cualquier casa. — la conversación entre los amigos quedó interrumpida cuando la profesora de Transfiguraciones tomó el atril del centro de la sala, asumiendo la falta de los alumnos más rezagados.

    — Estimados estudiantes, debido a las… insólitas circunstancias durante la noche de ayer y el indispuesto estado del Sombrero Seleccionador el sorteo de casas tuvo que ser aplazado. Les puedo asegurar que todo inconveniente ya ha sido solucionado. Sin más dilación, demos comienzo a la ceremonia de ingreso. — repetir los discursos de bienvenidas resulta una pérdida de tiempo a aquellas alturas, de la misma manera que lo era interrumpir el desayuno del resto de alumnos, sin más adornos los recién llegados entraron al Gran Salón marcharon hacia el fondo de este donde el Sombrero Seleccionador ya estaba dispuesto, aparentemente de vuelta a cumplir la función para la que había sido creado.

    Desde luego se proyectaba como una ceremonia de comienzo de año inusual, sin nada del aire solemne ni festivo que solía rodearla. Los alumnos de primero ingresaron divididos en dos filas indias como eran la tradición, adormecidos y algunos con el uniforme un tanto desordenado viendo que se les habían pegado las sábanas, aunque luego de pasar una noche juntos como grupo lucían considerablemente más cercanos que a su llegada y menos nerviosos al no tener tantos pares de ojos puestos sobre ellos.

    El primer alumno en tomar asiento para pasar por el Sombrero Seleccionador lucía considerablemente preocupado de ser avergonzado de la misma manera que alguno de sus compañeros por el desquiciado objeto mágico, pero al ser puesto en Ravenclaw sin mucha contemplación tanto él como el resto del profesorado pudo dejar salir un suspiro de puro alivio. Hogwarts mantendría sus tradiciones milenarias intactas otro año más. Uno tras otro cada niño fue ocupando un lugar en las mesas de sus respectivas casa, recibiendo felicitaciones y aplausos más sosegados de los que hubieran recibido de tener toda la atención puesta sobre ellos. Eso sí, el incidente de la noche anterior todavía seguía siendo debatido en murmullo a lo largo de las 4 mesas entre teorías sobre el responsable de lo sucedido y conspiraciones sobre cómo habían devuelto el sombrero a la normalidad en apenas unas horas (¿lo habían reemplazado? ¿siquiera se podía reparar un objeto mágico de aquel calibre? ¿El ministerio sabría de lo sucedido?)

    — ¿Ves? Nadie salió herido ni Hogwart fue derruida hasta los cimientos pero el sabotaje quedará grabado en la mente de los alumnos por mucho tiempo. — dijo Will con una sonrisa que cogía todo su rostro, ilusionado por el resultado de su primer golpe del año. — Y esto no hace más que comenzar, no podemos perder el momentum.

    — Frena ahí principito, ni siquiera hemos llegado al primer periodo, guarda tus maquinaciones para más tarde. — no había terminado de tomar su zumo de calabaza, sin embargo la energía de Will había regresado por completo solo por la idea de comenzar con otro plan, casi podía ver sus orejitas invisibles de cachorro emocionado descendiendo por la negativa.

    — ¿Hay espacio alguno en esa cabezota tuya para pensar en algo que no sean bromas y duelos? Como por ejemplo los EXTASIS. — la sola mención de estos por parte de la Head Girl de Gryffindor provocó una mueca generalizada en todo el grupo de amigos, nadie quería pensar en el monstruo en las sombras que los acecharía durante el resto del año. ÉXTASIS esto, ÉXTASIS lo otro. Séptimo año podría resumirse en escuchar y temer aquellos condenados exámenes durante cada minuto de su día.

    — Es demasiado pronto para comenzar a pensar en exámenes y calificaciones, Elaine. Hay mucho más que solo eso, y cuando seamos unos viejos arrugados como pasas lo último de lo que nos acordaremos será de las normativas introducidas luego de la Convención de Magos de 1709 o que repelente usar para una plaga de babosas carnívoras. — respondió el duelista sin darle demasiada importancia a las palabras de Elaine. Convenientemente Will también era un alumno brillante aun sin ser el más aplicado, sumado a que el campo académico estaba por detrás de sus otras prioridades como el Club de Duelo o sus mismos amigos, hacía que no tuviera una gran ansiedad por conseguir las calificaciones necesarias para una posición en el Departamento de Aurores.

    — Quizás los ÉXTASIS son los amigos que hicimos por el camino. — bromeó Nesta.

    — Lo que quiere decir Elaine es que dejes de tener la cabeza en las nubes, lo cual es conveniente viendo lo inflado que tienes el ego desde que te volviste capitán del Equipo de Duelo. Voy a tener que empezar a restar puntos a tus fanáticas por escándalo público. — intervino Vanya señalando a su amigo frente a él con su cucharilla y luego volteando esta en dirección al par de chicas de la mesa de Hufflepuff que aun en medio de su desayuno no le quitaban el ojo de encima al rubio, al verse atrapada en el acto desviaron sus miradas de vuelta a la mesa sonrojadas. No convenía sacar a la luz el lado enojado de la prefecta, ni por el suyo propio ni por el de su casa.

    — Podría armar un negocio vendiendo tus fotos y tus calzoncillos a tus admiradoras, ¿sabes? Una de ellas me ofreció 5 galeones por compartir tu horario de clases el año pasado. — Aquello no estaba siquiera dentro del top de cosas más alocadas cometidas por las “fanáticas” de Will, cuyo renombre tras la competencia de colegio y su comportamiento afín al de un príncipe había hecho crecer su popularidad cada vez más con el paso de los años.

    — No gracias, prefiero conservar toda mi ropa interior en su lugar. Aunque si estás falta de fondo podría darte algunas de las camisetas sudadas de Bigpaws.

    — ¿Bromeas? Por muchas fans que tenga el fabuloso capitán del equipo de Gryffindor todas huyen como moscas al ver llegar a Vanya, y viceversa. — intervino Leonore. —Lo cual agradezco, comenzaba a ser pesado echar a los babosos del grupo de lectura que solo querían entrar al grupo para ligar con ella. Ahora solo queda Altair, pero él ya es casi como un miembro VIP. — la rubia le guiño de forma amistosa a su novio en aquel cumplido malintencionado.

    — Protegeré mi pureza de toda la que quiera robársela. — Will era desde luego quien tomaba con menos seriedad las constantes infracciones a su privacidad, quizás por no considerar en lo más mínimo a aquel grupo de alumnas coquetas como ningún peligro como para romper toda etiqueta y con ello toda esperanza de estas por ser la futura Señora Gouldshaw. Solo podía esperar por su bien que los intentos de estas por llamar la atención durante aquel año no traspasara ningún límite de insensatez.

    El desayuno terminó poco después con el sorteo de casas ya finalizado, con el gentío de alumnos marchando a sus clases con un considerable retraso de 30 minutos, aunque viendo el desastre acontecido la noche anterior era un alivio el que ningún otro disparate hubiera entorpecido la ceremonia del Sombrero Seleccionador. Vanya estaba a punto de abandonar el Gran Salón de la mano de su novio cuando un pequeño jalón a su túnica le hizo voltearse.

    — Señorita Nazyalensky, estamos en la misma casa. — era el niño que compartió su barca ayer (y uno de los que usó como distracción temporal), Robert, quien parecía haber olvidado por completo que no tenía porqué referirse a ella con tanta educación como compañeros de casa, aunque la prefecta no lo corrigió esta vez. — ¡Prometo ganar muchos puntos para Gryffindor!

    — De seguro que lo harás, asegurate también de no ganarte ninguna amonestación. Por ejemplo, llegar tarde a clase son 5 puntos menos para Gryffindor. — fue solo un comentario sin seriedad alguna tras de él sin embargo el alumno de primero se apresuró en despedirse para perderse por las escaleras en cuestión de segundos. ¿Ella había sido tan ingenua cuando tenía su edad? Ya no lo recordaba.

    La primera clase del ciclo sería Historia de la Magia en el tercer piso, más la prefecta no seguiría de inmediato a la ola de alumnos que ascendía por las escaleras de camino a sus respectivas aulas. Le quedaba una conversación pendiente que no podía esperar.

    — Cariño, adelántate a clase. Solo tardaré 5 minutos. — le pidió al capitán soltando su mano al pie de las escaleras y dejando un beso contra la comisura de sus labios. La calidez en su voz pareció esfumarse de forma repentina al pasar su atención a cierto príncipe de cabellera tan disparatadas como sus ideas. — William, tú vienes conmigo. — El rubio era el aclamado capitán del Equipo de Duelo, el mismo que ni aun enfrentando y saliendo victorioso del Torneo de Escuelas de cuarto había perdido la sonrisa o se había acobardado frente a los mejores duelistas jóvenes del mundo. La competencia había sido brutal, y aun sin maleficios permitidos aquello no había evitado que los participantes más feroces mandaran a sus contrincantes de cabeza a St. Mungo. Y ni aun así había estado cerca de lucir tan pálido y temeroso como lucía ahora, frente a su mejor amiga a la que le sacaba unos 20 centímetros de altura. No era para menos, Will sabía a la perfección de lo que era capaz la veela enfurecida y el foco de su ira nunca era un lugar en el que le convenía estar.

    — Fue un placer conocerte William Gouldshaw, siempre te recordaré como el mejor de mis amigos. — se burló el pelirrojo, sin comprender la razón tras el conflicto pero sin inmiscuirse en lo que era en definitiva una conversación privada entre ambos amigos.

    El silencio se mantuvo entre ellos durante su camino hacia uno de los patios interiores del castillo, desiertos a aquella hora a excepción de alguno de los gatos de la colonia, hasta que Vanya detuvo su paso y enfrentó al rubio, cuya mirada parecía de repente sumamente interesada en la larga historia detrás del piso del castillo. Sí, si quisiera matar a Will este sería el momento y lugar perfecto para ello.

    — ¿Qué demonios fue eso de ayer con mi hermana? — Vanya no se fue con rodeos, cruzando sus brazos a la altura de su pecho mientras exigía una respuesta.

    — Sé que no estás de acuerdo con mi idea de practicar maldiciones entre los miembros del Club de Duelo. — para un chico que destilaba confianza por los poros, sus palabras sonaron enrevesadas, casi atragantándose en su garganta. La mirada del rubio todavía evitaba la suya aun cuando no había hecho nada malo por lo que la rusa pudiera estar enfadada, esa era su opinión sin embargo pues la severidad en la expresión de esta gritaba lo contrario.

    — Claro que no lo estoy. No has pensado en la consecuencias que esto puede tener sobre ti o el resto de los alumnos, y quieres arrastrar a mi hermana dentro de este desastre. No voy siquiera a enumerar todo lo que podría llegar a torcerse durante los duelos, quiero creer que lo sabes. Estamos hablando de maldiciones, no maleficios ni embrujos. Maldiciones, Will sus efectos pueden ser irreversibles aun con una Sanadora de por medio. Podrían echaros de Hogwarts, y si eso sucede Katya no tiene ningún comodín o apoyo, nada. — cuanto más hablaba más sentía su enfado crecer, por más vueltas que le diese resultaba una locura demasiado irresponsable como para que su amigo fuera el responsable tras de ella. Bien era cierto que el currículum de Defensa Contra las Artes Oscura era deficiente a la hora de buscar aplicar el conocimiento aprendido en una situación de verdadero peligro, apenas rascaban la superficie de contrahechizos para maldiciones agresivas, pero la solución no estaba necesariamente en poner a un grupo de mocosos a practicar maldiciones entre ellos. Algo saldría mal, algo siempre salía mal ya fuera que dichas maldiciones dieran en el blanco, o la maldición contrarrestada rebotaría en un tercero o algún cabeza hueca usaría las maldiciones fuera del concepto de un duelo.

    Will sin embargo parecía decidido a defender su visión aun con la ira y decepción de su amiga puesta sobre él.

    — Es mi idea, y yo me haré responsable de todo lo que pueda pasar, pero es un riesgo que estoy dispuesto a correr. Al menos que ingresen en las fuerzas de aurores, todos los hechizos que conocemos para enfrentar a peligros de índole mágico son cuanto menos ineficientes, por no decir inútiles. Es un conocimiento y práctica que merece la pena saber, en el mejor de los casos nunca necesitaremos usarlo pero en el peor puede marcar la diferencia. Y no es como si hubiera obligado a Katya a ayudarme con ello, sabes como es ella… ni aunque quisiera podría forzarla a nada. L-lo cual obviamente nunca sucedería porque respeto su independencia y capacidad de decisión. — el nerviosismo seguía presente en el rubio como si Vanya fuera un dragón que fuera a tragárselo de un bocado si hablaba de más pero no por ello endulzó sus palabras o hizo de menos sus preocupación, le debía sinceridad sobre cualquier cosa sin importar la reacción que aquello le ganase por parte de la rusa. — Sé que siempre has sido protectora con Katya, mucho más luego de lo… de lo sucedido el año pasado pero debes dejarla decidir por sí misma. No estará en ningún peligro, te lo prometo, cuidaré de ella como tú lo haces y como llevo haciendo desde que la conocí. Tarde o temprano tendrás que aceptar el dejarla ir y esto es lo que quiere Katya, quiere pedirle a Madame Pomfrey una carta de recomendación para poder empezar las prácticas en San Mungo de forma temprana el año que viene, ¿lo sabías?

    No lo sabía, aunque estaba en línea con lo que esperaba de Katya y su sueño de ser Sanadora. Las prácticas dentro del ministerio y hospitales como San Mungo eran exclusivamente para estudiantes de séptimo año y las plazas eran escasas, exclusivamente para aquellos con altas posibilidades de poder ejercer en un futuro dentro de aquellas instituciones. Nunca había escuchado de ninguna excepción a la regla pero su hermana podía ser la primera con sus notas sobresalientes y el permiso de Madam Pomfrey como mentora que terminaría obteniendo de una forma u otra, la Ravenclaw se aseguraría de ello. De todo lo que podía haber heredado la morena por qué tenía que ser precisamente su cabezonería. Will tenía razón, no había forma en la que pudiera hacerla cambiar de parecer y el intentar forzarla a ello solo la alejaría más y más.

    Vanya permaneció en silencio, tratando de poner en mente sus pensamientos y con ello sus siguientes palabras.

    — Está bien, te apoyo entonces. — aquella respuesta era la que el capitán de duelo estaba deseando obtener pero su rostro se descompuso al escucharla de los labios de su amiga, sinceramente esperaba gritos y amenazas, cualquier cosa menos que le diera la razón cuando minutos antes parecía decidida a quitarle la idea de la cabeza cómo se diese, aunque eso significase arrancársela en primer lugar.

    — ¿Ya está? ¿Eso es todo?

    — ¿Quieres acaso que te golpee para probar mi punto? ¿Qué crees que te iba a decir? ¿”Alejate de mi hermana antes de que te convierta en postre de dementores”? Confío en ti Knightie, y sé que nunca pondría a Katya en la línea de fuego. Pero ella es diferente a mi, tiene que serlo y no quiero que se meta en ningún problema que puedan ponerla en una situación difícil con mis padres. Ellos no son tan permisivos como los tuyos, quiero que lo recuerdes. — trató de explicarle a su amigo desviando momentaneamente su atención a uno de los gatos que vagaba a sus anchas por el lugar.

    Habían tenido una manera ingeniosa de asegurarse de que ninguno de los gatos de la colonia se quedaran con hambre ya fuera durante las vacaciones o el periodo de exámenes donde su tiempo para dedicarles a los felinos era reducido. Habían repartidos unas decenas de cuencos de comida encantados por todos los jardines del castillo, de forma que cada vez que los gatitos olisquearan uno de estos se llenaría de la comida de gato de su alijo. Incluso se las había ingeniado para que el hechizo distinguiera a los felinos de la comuna de forma que los más glotones no pudieran tener un acceso indiscriminado a la comida que les pudiera hacer subir de peso sin control.

    Eso no había evitado que los gatos más comilones se aprovecharan de sus compañeros felinos para robarles sus raciones cuando se acercaban a comer, con su cuenco ya lleno. Egoístas máquinas de escupir pelo.

    Una de esos peligrosos depredadores, acurrucó su peluda cabeza contra su pierna, sin duda habiendo olido el aroma de sus aperitivos para gatos en sus bolsillos y rogando por ellos en tiernos ronroneos. Eran también los perfectos manipuladores, y Vanya nunca había sido capaz de resistirse a ellos, acariciarlo detrás de sus orejas alzadas.

    — Mantener a Katya fuera de problemas, entendido. Puedo hacer eso. — asintió el rubio, volviendo a lucir su sonrisa despampanante que a tantas chicas tenía suspirando.

    — Bien, entonces hemos terminado aquí, deberíamos ir de una vez al tercer piso. — aunque… Vanya todavía tenía una advertencia dirigida a su amigo. —Y una cosa más. No vuelvas a mirarle las tetas a mi hermana, Gouldshaw. — el repentino comentario bastó para acabar de un golpe con la compostura del de familia aristócrata quien tropezó con sus propios pies y pareció perder toda elocuencia, luciendo más rojo de un momento a otro de lo que creía era posible para un humano.

    — Eso solo fue un… lapso de juicio. — sí, esa era la única triste excusa que podía ofrecer ante su reacción al volver a ver a Katya porque ni él mismo entendía por completo lo sucedido. Hasta entonces había creído ser inmune a la atrayente belleza de las veela luego de años de amistad con Vanya sin verla como algo más que una de sus amigas más cercanas, una hermana sin sangre de por medio. Y lo mismo había pensado de la menor de los Nazyalensky, una linda hermana menor a la que proteger, pero quizás no era tan inmune al encanto de las veela como creía. Su desconcierto era bastante simple para la prefecta a decir verdad.

    Katya era una chica hermosa, y no tenía duda alguna de que esa belleza no haría más que crecer con el paso de los años hasta que se convirtiera en toda una mujer en la flor de su juventud. Y Will… bueno él era un hombre, que aun en su sorprendente soltería mantenida durante toda su adolescencia seguía teniendo unos ojos funcionales que no podían ignorar por completo el atractivo de su hermana menor. Una atracción superficial, nada sorprendente ni que fuera a hacerla saltar en defensa del honor de Katya.

    — Sí, un lapso que te ganó una bofetada que te dejó la mejilla marcada. — Y que te ganará algo más como vuelva a repetirse. No había necesidad alguna de decir lo que estaba perfectamente implícito.

    Con todo ya hablado y con 3 minutos antes de que las clases dieran comienzo ambos amigos llegaron al salón 72 en el tercer piso, ganándose las miradas curiosas por parte de sus amigos como si buscaran entrever que nada hubiera sucedido en el poco tiempo que habían estado a solas. Vanya sabía que tenía cierta… reputación respecto a su temperamento que la precedía, pero Will estaba a su lado sin marca ninguna de golpe, con aquel vergonzoso sonrojo ya casi extinto por completo de sus mejillas.

    — ¿Por qué me miráis así? Will está de una pieza. — la veela tomó asiento al lado de su novio, enarcando una ceja en su dirección y la de Isaac sentado detrás de ellos y junto al rubio.

    — Eso tendrá que decirlo la víctima. ¿Estás seguro de que no te ha hecho nada? ¿Te ha amenazado? ¿Golpeado donde no pueda verse? ¿Ninguneado? — Interrogó Isaac a su amigo, sobando su espalda como si Will hubiera sido víctima de un crímen atroz, algo que NO había sucedido en primer lugar. El rubio, cómo no, le siguió el juego enterrando su rostro en el pupitre y fingiendo temblar como un corderito asustado.

    — Ha sido… verdaderamente traumatizante. Un abuso de poder sin igual, todo lo que me ha hecho me perseguirá en mis pesadillas. No creo estar listo para hablar de ello, lo siento.

    — Panda de nenazas. — no hubo tiempo de lanzar golpes ni acusaciones cuando el fantasma de Cuthbert Binns irrumpió (literalmente atravesó las paredes) en la habitación comenzando a relatar los orígenes de Emeric el Malvado, no confundir con Uric el Excéntrico, sus años aterrorizando el sur de Inglaterra y su posterior derrota a manos de Egbert el Atroz.

    Debía de ser complicado el hacer todas sus lecciones tan aburridas y tediosas, pero el fantasma del antiguo profesor se esforzaba por ello año tras año, los que no caían dormido en medio de sus clases acababan con su cabeza aturdida de tantos nombres similares con apodos que eran sinónimos los unos de los otros (al parecer la originalidad no había sido históricamente un don de los magos). El que Hogwarts por su parte permitiera que el fantasma de un profesor fallecido siglos atrás continuara impartiendo clases antes que encontrarle un reemplazo decía bastante del lugar como institución. Supuso que algunos continuaban con la pasión por la enseñanza incluso tras la tumba, Vanya no podía imaginar llegar a ser uno de esos profesores.

    Invocó su cuaderno, el cual ya contenía algunas notas superficiales sobre las primeras unidades didácticas tomadas a lo largo del verano. Vanya era cuanto menos meticulosa en sus estudios, y por un buen motivo, a diferencia de sus mejores amigos no procedía de una familia de renombre y adinerada, o contaba con conexiones algunas dentro de la profesión que quería abarcar, además de que los prejuicios por su naturaleza veela no dejarían nunca de perseguirlas. La única arma que tenía a su favor era su propio esfuerzo, y la rusa nunca permitirían que pusieran este en duda o atribuyesen su éxito a cosas tan redundantes como la belleza. Vanya Nazyalensky era más que una cara bonita destinada a terminar colgada del brazo del mejor postor, y había estado probándose a sí misma en aquellos últimos 7 años.

    El séptimo año sin embargo representaba un desafío considerable para todos sus estudiantes con los EXTASIS solo a la vuelta de la esquina, proyectando una importante sombra de estrés e incertidumbre para quien necesitase de notas sobresalientes para acceder a un puesto de trabajo en el ministerio. La posición de Auror por ejemplo, al ser una de las más codiciadas, requería de al menos 5 “supera las expectativas” en los EXTASIS. Y aun sin existir un número mínimo—o máximo— de materias que podían tomar, algunos profesores solo seleccionaban para sus clases preparatorias a aquellos con calificaciones prometedoras. En definitiva, todo lo hecho en los últimos 6 años influía en esos exámenes, que a su vez decidían toda su vida una vez graduados. Nada que tuviera una importancia masiva, claro.

    Y Vanya iba a presentarse a 9 de ellos aquel año. La posición de profesor de Hogwarts no era tan exigente en cuanto a sus requerimientos en los ÉXTASIS como otros como lo eran Auror o Sanador, mínimamente se pedía el obtener una calificación E en la materia a impartir, así como haber aprobado el examen de licencia para impartir clases. Al menos así era sobre el papel, Hagrid por ejemplo no contaba siquiera con el graduado de Hogwarts. ¿Cómo se las habría apañado Dumbledore para justificar dicha adición contraria al reglamento? No lo sabía, los tejemanejes del anciano eran infinitos, pero al menos el gigante guardabosques llegaba perfectamente a los estándares establecidos de la materia.

    Tomaría incontables sesiones de estudio que se alargarían hasta la madrugada, convertir la biblioteca en su segundo dormitorio y repartir su tiempo fuera de clases entre sus amigos y sus bromas, su pareja y los partidos de quidditch de esta y la montaña de libros de vuelta en su habitación, pero lo conseguiría. De aquello Vanya estaba segura.

    Claro que no todos tenían el mismo grado de preocupación puesta sobre los exámenes finales, por ejemplo su chico a su lado parecía estar a solo escasos minutos de tomar su siesta post-entreno.

    — Haz el favor de no roncar, ¿podrías? — susurró en el oído de su compañero, dejando un beso en su sien y dejando que descansara su cabeza sobre su hombro.

    Vanya comenzó a juguetear con la mano de Altair bajo la mesa, su atención un tanto distraída en repasar sus nudillos y las articulaciones de sus trabajadas manos, sus uñas cortas y la durezas en sus dedos fruto de los años de entrenamiento. No era ajena desde luego a la aburrida lección, aun cuando su diestra seguía escribiendo sobre su libreta de forma automática, su mente divagaba sobre otro tema más atractivo que los altercados de magos que llevaban siglos muertos. ¿Qué podía entregarle al heredero de vuelta por sus presentes?

    ¿Quizás podría regalarle un anillo? No sería difícil de transfigurar pero pronto descartó la idea, no por lo íntimo del obsequio desde luego, sino porque entre entrenamientos y partidos el pelinegro terminaría llevándolo más tiempo alrededor de su cuello que en su dedo además de que en cualquier descuido sobre la escoba podía perderse o aumentar el daño de un golpe. No, tendría que seguir dándole vuelta a que regalarle a Altair por el inicio de su séptimo año, aunque sabía que a ojos de este no tenía por qué comerse la cabeza por algo así. Su parecer era completamente opuesto, ella también quería consentirlo, aunque no contara con un patrimonio siquiera comparable al de los Black.

    La duda la carcomió por dentro más allá de su aburrido primer periodo, a lo largo de la clase de Encantamientos, mientras ayudaba a Isaac a practicar el hechizo Levicorpus estaba tan distraída sobre aquella cuestión que casi hace al pelirrojo acabar estampado contra el techo de la sala. La rusa se disculpó una y otra vez con su amigo luego de lanzar el contrahechizo para cayera de vuelta al suelo con delicadeza aunque este no se lo tomó particularmente en cuenta e incluso bromeó con que siempre quiso saber cómo se sentía volar como globo de feria para borrar toda preocupación del resto de la bruja.

    Aunque había que entender el dilema interno de la bruja, ¿qué se le podía regalar a un chico que lo tenía todo? Ignorando respuestas baratas e inútiles como su tiempo o su amor, Altair ya contaba con esas dos cosas en primer lugar, y no iba a corresponder los cálidos y considerados regalos con algo tan ordinario y mal gusto como el sexo. Normalmente tenía semanas, sino meses para planificar con antelación cualquier presente para fechas específicas como lo era su cumpleaños, navidad o su aniversario, pero qué sentido tendría darle regalo alguno por llegar a ser un senior con el curso ya más que empezado.

    Su última clase de la mañana era Pociones, en las mazmorras del castillo. Isaac los acompañó en su bajada hasta la planta baja en su camino hacia los invernaderos, con los TIMOS superados en el quinto año ya no compartían casi la absoluta mayoría de sus clases. Desde luego nadie estaba más feliz de librarse de las clases de Snape que el pelirrojo cuya sonrisa no abandonó sus labios durante el descanso entre periodos.

    — Disfruten de ser torturados psicológicamente y ninguneados por una hora y media. He escuchado que pueden usar su autoestima hecha polvo para potenciar el efecto de vuestras pociones.

    — Blazy, deja de pavonearte porque no necesitas tomar pociones este año. Otros no tienen tu suerte. — Nadie en su sano juicio elegiría cursar Pociones a nivel de ÉXTASIS a menos que fuera necesario para su futura carrera o tuviera un talento innato para la materia (véase el caso de Altair), y para desgracia de Will eso significaba que tenía que estar otro año más bajo la tutela del siempre jovial y amistoso Severus Snape si quería optar por un puesto de Auror. Tanto Isaac como Leonore y Rosé habían abandonado la materia para tomar en cambio Herbología en sus horarios.

    — Nada de suerte, tú mismo te lo has buscado Knightie. Ya lo agradecerás cuando logres un puesto en el ministerio. — se despidió el pelirrojo sobando la espalda de Will a modo de consuelo. —Nos vemos en el almuerzo.

    Las mazmorras no eran un sitio agradable de visitar, en parte por la humedad que permeaba el ambiente al encontrarse en el último nivel del castillo pero mayormente para al gusto de la rusa por las terribles compañías que reptaban por el lugar. La peor de ellas y con la que desgraciadamente tendrían que compartir clase por un año más, se trataba de Violetta Crabbe. La heredera no disimuló su añejo disgusto hacia el grupo de Gryffindor al adelantarlos junto a su grupo de secuaces, soltando un siseo demasiado parecido al de una serpiente a pasar a su lado, en una expresión de disgusto que deformaba todo su pálido rostro. No le sorprendería que durante las vacaciones hubiera mutilado su lengua para hacer honor al símbolo de su casa, el veneno y la cara dura ya la tenía desde un principio.

    Su animosidad por ella estaba lejos de deberse a ninguna estúpida rivalidad amorosa de antaño, porque algo así nunca había existido. Incluso cuando ella y Altair habían estado prometidos, el heredero nunca la había visto como algo más que una enorme molestia, reforzando solo la celosía hacia las niñas en su infancia. Podría llegar a entender de ser así el marcado resentimiento de la chica hacia ella y el heredero de los Black, habiendo sido criada con la idea de ser una esposa y bruja apta para pararse al lado de su prometido y viendo aquella imagen destruida luego de construir toda su vida alrededor de aquella percepción. Pero Violetta no albergó nunca sentimiento romántico ninguno por Altair, quizás sí por la figura que representaba como único heredero de un linaje como el de los Black, pero aquello solo podría haber sido clasificado como obsesión egoísta y vacía.

    Quizás si no fuera tan perra podría llegar a sentirse mal por ella, pero Violetta había demostrado hasta el cansancio ser la encarnación de un jodido dementor dentro de las paredes de Hogwarts, incluso la temperatura parecía descender en picado ante su presencia. No era sorpresa entonces que tanto ella como otros Slytherin de actitudes similares ocuparan posiciones tan favorables a ojos de Snape cuyo favoritismo era tan visible como la grasa de su pelo.

    Podía regalarle a su novio una poción aleja víboras, si aquello existiera claro. Una pena, hubiera sido un regalo útil.

    — Feliz inicio de curso a ti también, Crabbe. — algún día iba a convertirla en una verdadera serpiente viendo lo mucho que le gustaba comportarse como una.

    — No vale la pena, Vanya. Acabaremos siendo nosotros los perjudicados. — Elaine como siempre fue la mayor voz de la razón de entre los presentes. Si Violetta se atrevía a actuar como le viniera en gana era solo porque se sabía con completa impunidad en lo que consideraba su territorio, y aunque el cerrarle la boca (permanentemente, a poder ser) valdría cualquier detención o pérdida de puntos, no le daría tal satisfacción a la otra chica. Por ahora.

    .Vanya necesitó de tomar una bocanada de aire para recuperar toda la calma antes de ingresar en el aula, algo tenía que tener el aire de las mazmorras que absorbía toda la paciencia de uno, aquello explicaría muchas cosas respecto a los habitantes de los dormitorios del último piso.

    La clase de Pociones de aquel año era considerablemente más reducida, por dos razones. La primera era que el enorme nivel de exigencia de la asignatura para los EXTASIS hacía que muchos alumnos decidieran abandonarla a menos que se tratase de un requerimiento para la profesión que quisieran ejercer en un futuro. Y la segunda era que Snape contaba con derecho de admisión para los alumnos que fueran aptos en sus clases avanzadas, aquellos que hubieran recibido un mínimo de “Supera las expectativas” en sus TIMOS. No dudaba de que de ser únicamente por preferencia del profesor ningún Gryffindor estaría sentado en sus lecciones, mucho menos el último de los Black. Pero para su desgracia entre las mediocres notas de este no se encontraba Pociones, siendo un verdadero prodigio contra todo pronóstico.

    No hubo, desde luego, ninguna bienvenida al nuevo año escolar por parte del profesor ni ningún sumario sobre el extenso temario a cubrir durante aquel semestre escolar, aunque ninguno de los alumnos esperaba aquellas formalidades por parte de Snape, quien sin apenas dirigirles la mirada les mandó a abrir sus libros por la página 12, batiendo su particular túnica negra a su paso como si se encontrara en alguna especie de pasarela (desde primero tenía la teoría de que su túnica estaba embrujada para batirse dramáticamente como si estuviera contra el viento a pesar de estar en espacios cerrados) .

    La mirada de desagrado que mandó el profesor en la dirección del puñado de estudiantes de Gryffindor sin embargo, no menguó en lo más mínimo el ánimo usual en su rostro.

    — Les sugiero que apliquen toda su atención a mis lecciones, a diferencia de otras materias la mediocridad no será tolerada ni les bastará con la conformidad para ganar un triste aprobado en sus ÉXTASIS. — aquello era lo más similar que podían esperar de unas palabras motivacionales por parte del profesor de la asignatura, quien sin más dilación comenzó a escribir en la pizarra las instrucciones para la que sería su primera elaboración del curso. Filtros restaurativos de mandrágora.

    Tal y como explicó mientras continuaba escribiendo en el pizarrón, era un potente antídoto para restaurar a su estado normal a todo sujeto que hubiera sido transfigurado o petrificado previamente. Y como su propio nombre indicaba requería como ingrediente principal de mandrágoras adultas para su elaboración. Mandrágoras hervidas para ser más precisos. Se encontraba lejos de ser el ingrediente más asqueroso a utilizar para la elaboración de cualquier poción, pero no dejaba de ser un tanto desagradable el meter en un caldero a punto de ebullición a una planta que se asemejaba a niños pequeños.

    Mientras su mandrágora terminaba de cocerse en el calor de su caldero para proceder al siguiente paso, Vanya puso su mirada en el capitán parado frente a ella quién iba un poco más avanzado con su elaboración. Ver a Altair trabajar durante las lecciones de Pociones se sentía como lo más cerca que estaría de verlo actuar como un correcto heredero de una renombrada casa de los Sagrados 28, quitando aquellos modales inculcados en él que estaban integrados en cada uno de sus movimientos. Concentrado en el trato de los ingredientes, meticuloso y exacto en cada uno de sus movimientos, completamente distinto del alumno desinteresado y perezoso que era en otras materias, ni siquiera parecía necesitar de ojear las instrucciones en la pizarra para proseguir con la elaboración del antídoto. Algo debía de estar mal en su cabeza para verlo atractivo incluso cuando se encontraba troceando el cuerpo de una mandrágora adulta cocida. Tal parecía que no había sido tan disimulada en su atención puesta sobre su novio, cuando Snape estampó su libro de Pociones Avanzadas contra su mesa, sobresaltándola de inmediato y haciendo que casi mandase todos los ingredientes de su mesa a volar por los aires.

    — No recuerdo que esta lección estuviera dedicada a la Amortentia, Señorita Nazyalesky. Le aseguro que las instrucciones para producir una dosis del Filtro restaurativo de mandrágora no se encuentran en el caldero del Señor Black. — como grupo de hienas, la llamada de atención por parte del profesor fue secundada por la risa de las serpientes. El mayor ojeo las pociones de ambos, seguramente en busca de cualquier error o destiempo a criticar, más no pareció encontrar nada. — Sigan trabajando.

    — Lo siento, profesor Snape. — se disculpó volviendo la vista al caldero hasta que como un tiburón ante el olor de la sangre se alejó para criticar el trabajo de otro desafortunado alumno. — Me has ganado el primer regaño del año, y por parte del jodido Snape, que sorpresa. — le pasó la culpa de lo sucedido en el joven heredero en un susurro, porque claramente era el responsable de su ensimismamiento aquel día y el verlo concentrado preparando los ingredientes de la poción, con la camisa de su uniforme arremangada hasta sus codos y sus manos (esas condenadas manos, ¡por la gloria de Merlín!) siguiendo las instrucciones de la pizarra sin necesidad de prestar un segundo vistazo. Debería de considerar cambiar de asiento en las próximas clases, preferentemente uno donde toda visión del pelinegro estuviese obstaculizada por calderos burbujeantes, y junto a Will, no podía ver nada de sexy en él a diferencia de en su novio.

    Desde luego no fue la única en ganarse los reclamos del exigente profesor durante la siguiente hora de reloj, aunque en su absoluta mayoría iban dirigidos a la minoría presente de Gryffindor y Hufflepuff de la sala. Dando la clase por terminada a excepción del tiempo de maduración que requerían por último las pociones para evaluar su efecto.

    — Ni la presencia de Snape apaga la fuerte llama del amor adolescente, que romántico. — se burló el rubio de ella de camino al Gran Salón para el almuerzo, revolviendo sus cabellos cariñosamente en el proceso. Como todo buen hermano sabía que botones apretar para molestarla de la forma más eficientemente posible.

    — Olvídate de la llama del amor y céntrate mejor en la llama de tu propio caldero. Era hervir la mandrágora, no asarla.

    — Y lo conseguí… tras dos intentos más. Miralo por el lado bueno, no hice estallar nada.

    — Esperemos que la racha te dure el resto del año. — se burló de vuelta Elaine.

    Vanya aprovechó la pequeña riña que nació entre ambos amigos en aquel momento para tomar de la mano de Altair y jalarlo hacia uno de los pasillos vacíos de la planta baja, aprovechando que todo el gentío iba en dirección al Gran Salón para acorralarlo contra la pared sin miradas curiosas de por medio. Seguía sin obtener una respuesta a su interrogante sobre qué regalarle al otro, pero había encontrado una alternativa para pasar más tiempo con él aquella tarde.

    — Tengo una propuesta que hacerte que creo puede interesarte… pero te va a costar un par de besos. ¿Qué me dices? — la veela comenzó a juguetear con la corbata del más alto, haciéndolo inclinarse hasta eliminar el impedimento de su diferencia de alturas, pero no lo besó de inmediato portando esa sonrisa que gritaba que no iba a darle lo que quería (lo que ambos querían) hasta que accediese a sus demandas. Para su suerte su novio era tan débil ante ella como la rusa por él y su esperado “sí” llegó sin mayor problema, siendo seguido casi de inmediato por la recompensa que pedía de su boca.

    Sus manos dejaron su corbata para envolverse alrededor de su cuello, rompiendo ahora sí toda distancia. Solo habían sido unas horas y aquello había bastado para extrañar el roce de sus lenguas. Por fin podía probar sus labios como algo más que un simple beso entre clase y clase, aún a vista de todo el alumnado y profesorado de la escuela de camino al Gran Salón que pudiera interrumpirlos. Nada desde luego escandaloso para el historial con el que cargaba la pareja, un beso más no harían que volvieran a establecer un seminario obligatorio para todos los estudiantes a partir de cuarto curso sobre Educación Sexual.

    No dio por pagala su deuda hasta saciar temporalmente su hambre de sus besos, dejando un último mordisco delicado en el hinchado labio inferior del contrario. Se separó con una sonrisa juguetona de Altair, barriendo con su pulgar los restos de su labial de su boca, a esas alturas era seguro decir que Altair lo usaba en la misma medida que ella y si la rusa no dejaba de usar su gloss aun cuando este nunca durase un día entero en sus labios se debía en parte a él. Los rastros de tintura color melocotón lucían bien en el pelinegro.

    — Estaba pensando… Luego del almuerzo tenemos Estudios Muggles. Knightie y Blazy tienen después Adivinación, y yo no tengo Runas Antiguas hasta las 5 así que, ¿por qué no aprovechamos para dar un vuelo en escoba? Tú y yo. Podemos robar algo de las cocinas y tener un picnic cerca del lago, ¿o el fiero capitán tiene alguna responsabilidad al pendiente con su equipo de la que deba deshacerme? — le pidió a su novio, envolviendo con sus brazos esta vez en sus caderas y hablando casi a roce de sus labios. Aquella noche tendría que patrullar los pasillos en sus deberes como prefecta, y entre las clases de sus amigos y las propias era conveniente aprovechar todo el tiempo que pudieran pasar a solas. — Solo prométeme que nada de caídas en picado desde alturas vertiginosas o yo misma pienso mandarte a la enfermería de cabeza para que no puedas jugar el primer partido de la temporada.

    QUOTE
    1 сильнее: Más fuerte
    2Сладких снов: Buenas noches, aunque su traducción literal es "Dulces sueños" y por lo tal solo se utiliza con familiares cercanos o parejas románticas.


    Edited by Novocaine. - 8/8/2023, 19:08
  2. .
    Vanya siempre se había guiado por la lógica y la racionalidad, así que el concepto del destino resultaba una idea demasiado intangible como para creer en ella. La noción de que la vida y sucesos de las personas se encontraban previamente determinados por una entidad desconocida, irrevocable e inevitable. Una completa yuxtaposición con el libre albedrío. Pero el Mischief Club presentaba un atractivo argumento sobre la posible existencia de una fuerza similar, ¿de qué otra forma se podía justificar en que cuatro personas de ámbitos tan diversos así como apartados el uno del otro, hubieran llegado a conocerse y a complementarse de una forma tan perfecta?

    No había lógica alguna detrás de su grupo de amigos. El heredero de una de la familia de magos pura sangre más antigua de Inglaterra. El hijo de un renombrado zoólogo. Un miembro de la baja aristocracia muggle. Y la mestiza veela de una familia migrante. Todos ellos eran mucho más que el conjunto de sus orígenes pero el que hubieran encontrado la amistad más pura y verdadera en los otros no podía ser sino una anomalía del orden natural de las cosas contra la que todos ellos habían luchado.

    Seis años con su presencia marcando cada uno de sus días le daba la seguridad de que su amistad no era sólo resultado de la cercanía forzada proporcionada por Hogwarts, dentro de solo 11 meses abandonarían sus muros por última vez. El futuro era incierto, pero Vanya tenía la certeza de que siempre contaría con Altair, Will e Isaac, así como con Elaine, Mikhail y el resto de las chicas. Sería difícil el no compartir un mismo dormitorio con ellos o encontrarlos nada más bajar a desayunar, lo que solo hacía más importante el aprovechar aquel último año en algo más que tener su cabeza hundida en los libros.

    La maga rusa miró con cierta nostalgia la colección de pociones y cachivaches varios marchar por el compartimento en toda una exhibición para el resto de sus amigos, mientras que para los propios mischivious se trataba de una reminiscencia más de las bromas gastadas en su estancia en Hogwarts, así como un aliento a las que venían en las próximas semanas y meses. Era todo un botín de guerra del cual los 4 se sentían extremadamente orgullosos de portar a donde fuera.

    Altair comenzó a explicar la utilidad de cada artilugio y poción que despertaba la atención del resto, el entusiasmo en su voz siendo un tanto diferente al buen ánimo habitual con el que solía contar el heredero. Aquella pasión que solo salía a la luz con sus mayores obsesiones, como lo era el quidditch, era tan adictiva que la hacía querer beber de cada una de sus palabras aun si no las comprendía en su totalidad. Era suficiente si con ello podía grabar en su memoria el brillo cegador de su mirada y la forma en la que sus labios se curvaban de orgullo a cada recuerdo.

    La veela comenzó a masajear suavemente la base de su cuello sin desviar la atención de su rostro. Todo en él era cautivador, desde la forma en la que podía comandar una habitación con solo entrar en ella, a su nula alarma por las consecuencias en las que sus embrollos podían meterlos en su seguridad porque saldría de una pieza y aquella mirada cuyo brillo grisáceo podría jurar desde primer año, cambiaba sutilmente de tonalidad de acuerdo a sus emociones.

    Sin embargo, el continuar admirando las cualidades de su chico se volvió imposible una vez el condenado muñeco comenzó con sus estridentes (y groseros) lamentos. De acuerdo, quizás sí había ciertas cosas dentro de aquel botín de las que debían deshacerse. Sus oídos zumbaron incómodamente durante los siguientes minutos, apenas retornando a la normalidad para cuando Will terminó con su discurso de exaltación hacia el Mischief Club.

    — Lo que quieren decir, en resumidas cuentas y sin tanto dramatismo de por medio, es que siempre hay que estar listo para lo que puede suceder. No es por nada que McGonagall siempre tiene los ojos puestos en nosotros cada vez que surge algún problema. — En definitiva, ellos no se trataban de un simple grupo de gamberros dispuestos a causar caos en Hogwarts de la forma que se diera, había una planificación y un razonamiento (por estupido que fuera) detrás de cada uno de sus golpes. — Y con tanta atención encima será mejor que juguemos bien nuestras cartas para el banquete de esta noche. — El previo desfile de cachivaches había servido como un recordatorio a un hecho que prácticamente estaba grabado en su pecho, verdaderamente no tenía nada que temer al lado de sus amigos.

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    Solo una hora después con las discusiones habíendo llegado a su pronto fin con toda la posible dinámica del plan ya abordada, Elaine regresó al compartimento luciendo un tanto menos cansada de lo que esperaba tras la reunión de los responsables de casa. Aunque la mirada mandada en su dirección le hizo saber que seguramente se tuvo que comer un buen discurso sobre mantener siempre un ojo puesto en los alumnos más “problemáticos”. en referencia a ciertos Gryffindor. Al fin estaban todos presentes, y como era de esperar en un grupo tan amplio como el suyo, diferentes conversaciones comenzaron a nacer entre ellos.

    Tras un par de meses separados había mucho con lo que ponerse al día así como las expectativas que todos tenían para aquel año final. Nesta, sentada frente a ella en el regazo de su chico, gesticulaba de forma entusiasmada mientras le contaba sobre sus experiencias en el sur de África. Era reconfortante verla tan animada hasta el punto en el que el cansancio en su rostro parecía desaparecer por completo. Brillando de una forma que recordaba a una pequeña luciérnaga.

    — La ruta hacia la capital estaba cortada así que mi padre y yo tuvimos que dar un rodeo por las costas de Inhambane, allí el agua es tan cristalina que incluso puedes ver a las rayas pasar bajo tus pies. ¡Incluso pude nadar con las tortugas junto a unos niños de la zona! — la de cabellos rizados ya le había contado aquella pequeña anécdota cinco minutos antes pero tras explicarle sobre la cantidad de moluscos y la fauna colorida que caracterizaba el país parecía haberlo olvidado. Vanya no tuvo el corazón para decírselo.

    — Cariño, ya habías contado esa parte, ¿recuerdas? — fue el mismo Isaac quien la sacó de su propia ensoñación, sin sonar en lo más mínimo recriminatorio o molesto, comprendiendo mejor que nadie como Nesta cuando se encontraba emocionada solía perder el hilo de la conversación. En el pasado aquello la había llevado a más de una situación incómoda cuando otras compañeras de casa le habían echado en cara lo “atolondrada” que era, y aunque dentro del Mischief Club nunca se habrían dado tales reacciones, Isaac actuaba como una buena y constante brújula cuando la mestiza perdía el rumbo.

    — Ah sí, cierto. — la de la casa del tejón besó la mejilla de Isaac en agradecimiento antes de continuar hablando. — El país atravesó una importante guerra civil hace apenas unas décadas y todavía no se ha recuperado por completo, así que el acceso a los servicios de salud es prácticamente nulo para las personas de a pie. Mi padre y yo nos quedamos en la capital durante gran parte del verano junto a otros médicos de la Cruz Roja pero durante los fines de semana tratamos también de atender a otras comunas cercanas para abarcar a cuantos más enfermos pudimos aunque se hace difícil sin los medios necesarios. Aun así todo el mundo estaba tan agradecido por la poca ayuda que pudimos darles. — solo Nesta podía conservar la sonrisa y el positivismo en medio de una situación de aquel calibre, y de no ser porque encajaba a la perfección en la imagen de una estudiante de la casa del tejón, perfectamente podía haber encontrado su lugar en Gryffindor. Sin temor a enfrentar ninguna situación con una sonrisa en su rostro. — Tengo un montón de fotos.

    — Tiene que enseñármelas cuando lleguemos al castillo. — le pidió la mitad veela mientras acariciaba la mano de Altair posada en su muslo.

    — Solo si tu me enseñas las tuyas. — a aquellas alturas Vanya estaba segura de que Nesta ya estaba enterada de casi todo lo sucedido en su verano gracias a sus cartas con Isaac pero aquello no borraba la necesidad de una tarde en la sala común de Hufflepuff compartiendo aquellas anécdotas entre ellas. Y la prefecta desde luego que tenía muchas fotografías que mostrarle, siendo que nunca se separaba de su cámara. Casi podía escuchar la risa estridente que su amiga dejaría salir cuando le mostrara la fotografía de cuando se quedaron atascados en lo más alto de la montaña rusa de la feria muggle, donde aunque salía todos desenfocados se podía apreciar la expresión de miedo más similar a un corderito de camino al matadero de Isaac y las sonrisas desquiciadas de Will y Altair mientras mecían el bote para terror del pelirrojo.

    Pero aquello sería en otro momento, por ahora otra de sus amistades requería de la atención de ambas. Aún sin intervenir de manera directa en la conversación entre Rosé y Altair había sido imposible no escuchar parte de esta, y aunque Vanya no sintiera aquella ansiedad por elegir todo el rumbo de su vida antes de cumplir siquiera los 18, el ver cómo todos a su alrededor ya contaban bien con una profesión grabada a fuego en sus mentes o al menos una fundación para los próximos años fuera de Hogwarts, pondría de los nervios a cualquiera.

    — Todavía somos jóvenes Leonore, no tienes porque cerrarte en banda a nada. Y si decides seguir con el oficio familiar, incluso en el mundo muggle hay pitonisas muy famosas. — fue Nesta quien trató de consolarla mientras tomaba sus tres cartas de la baraja de la otra chica. Y aunque sus palabras de que debía de tomar una decisión para su futuro con calma y sin dejarse influir por la elección del resto eran ciertas, dudaba de que la nacida de todo un fuerte linaje de brujas decidiera conformarse con trabajar en la madrugada en la televisión para solo ser vista por ancianas y otras personas desesperadas por una respuesta a sus problemas.

    Uno tras otro, todos los adolescentes tomaron tres cartas del mazo de Leonore. Vanya ojeó las suyas de forma superficial sin apenas ningún conocimiento por superficial que fuera por el estudio de la cartomancia, ni ninguna otra disciplina dedicada a las profecías o lecturas del futuro. Nunca había creído en ellas y aun de ser así no pensaba darle un peso central en su vida o a la hora de tomar decisiones. Pero era Leonore y tener aunque fuera una idea superficial de como iría su año no dejaba de ser un entretenimiento más dentro de las 8 horas que debían de pasar en el tren.

    La sacerdotisa invertida, la Justicia y la Luna. Fuera el destino o mera casualidad la selección de cartas había sido cuanto menos adecuada para su personal

    — ¿Y tú amor? — le preguntó su chico dejando un beso juguetón en su cuello mientras curioseaba sus cartas, a los que pronto les siguieron otros cariños aprovechando la distracción del resto en la novedad de las cartas.

    — ¿Que no puedes quedarte quieto ni durante un instante, Bigpaws? — río, golpeando suavemente la mano más grande mientras el contrario dejaba un nuevo beso contra su cuello. Quizás aquellos 5 días separados también habían afectado a Altair de la misma manera que ella, necesitando de su cercanía por pequeña o insignificante que pudiera resultar. Incluso la forma en la que sus temperaturas corporales se complementaban era agradable.

    La lectura de Leonore empezó poco después. Y ciertas o no, las predicciones de la originaria de una poderosa línea de pitonisas no dejaban de ser sorprendentes en la cantidad de detalles que contenían, captando la atención de todos los presentes. El comentario había sido soltado con un aire de broma pero la prefecta no dudaba de que más de un mago estaría dispuesto a gastar un buen puñado de galeones en la lectura de cartas de su amiga. Suveracidad sin embargo quedarían probadas a medida que avanzaran el año.

    La diversión en su rostro aun así se fue evaporando poco a poco a medida que la vidente continuaba con su lectura múltiple.

    Su preocupación no se debía únicamente a su propia predicción sobre su futuro. No, incluso cuando los desafíos y peligros mentados por Leonore no eran alentadores en lo más mínimo tampoco eran una sorpresa dentro del mismo año donde debía abandonar toda la seguridad proporcionada por la escuela y su familia. Vanya era consciente de que su futuro se presentaba como… tumultuoso, a falta de una mejor palabra para definirlo.

    Eran las predicciones del futuro de sus amigos las que la preocupaban, aunque la mayoría de estas fueran positivas. Primero estaba Isaac, quien aunque su lectura estaba lejos de ser favorable tampoco resultaba catastrófica, más como un llamado de atención al pelirrojo. La predicción de Altair era por lejos la más misteriosa, la mención de la resolución de un problema pasado sin duda evocaba a los Black, en quienes parecía originar todo mal de la vida del heredero y una despedida… si bien la carta de los amantes no tenía porqué hacer referencia a vínculos amorosos, ¿de quién más podía estar hablando? La veela sin embargo no iba a dedicarle a aquel pensamiento más de unos minutos de su tiempo, la idea de separarse de Altair era tan lejana que ni siquiera estaba en los confines de su mente y de ser aquello lo que les deparaba el “destino” nada había que pudiera hacer durante aquel 1 de septiembre.

    Pero era el pronóstico del año de Rosé el que más le preocupaba, su amiga era sensible, sí pero no hasta el punto de afligirse de aquella manera por una lectura en la que no se había visto reflejada. Su expresión había estado bien camuflada, reponiendose rápidamente de su conmoción para marcharse al baño en la compañía de Elaine, pero esta última no había sido tan disimulada en la severidad de su rostro. Había sido un instante, pero Vanya había capturado el repentino cambio de expresión en sus amigas. Solo que… no entendía en lo más mínimo a que podía deberse y aquello la afligía. Llevaba compartiendo habitación con ellas durante 7 años y no guardaba secretos pero quizás esa confianza no era mutua y no había nadie más que culpar que a ella misma. ¿Había estado tanto tiempo junto a los chicos que había descuidado sus amistades con sus compañeras de casa, hasta el punto donde era desconocedora de un mal que pesaba de tal forma en el pecho de Rosé?

    Poco a poco el compartimento comenzó a vaciarse del embrollo de adolescente que lo abarrotaba, aunque Vanya apenas alcanzó a despedirse escuetamente de sus amigos, demasiado absorta en sus propios pensamientos. ¿Debía ir ella también junto a Rosé y preguntarle sobre lo sucedido? Pero dudaba de que quisiera hablar de ello precisamente ahora y la veela tampoco quería forzarla a compartir nada de lo que no estuviera preparada a hacer. Quizás era suficiente con dejarle su espacio durante el viaje, ¿o aquello solo engrandecería el problema? Fui inconsciente a aquel punto el que comenzara a rebuscar en los bolsillos de Altair por chocolatinas, en busca de aquel conocido confort dulce.

    — ¿Mi Fleathy come chocolate cuando está preocupada? ¿Estás disminuyendo tu ansiedad por tantos problemas ajenos justo ahora? — su chico consiguió sacarla de su ensoñación autoimpuesta, logrando sacarle una sonrisa apenas forzada con sus palabras. Solo el heredero conocía a la perfección la más sutil de sus expresiones y reacciones, siendo tan simple de leer para él como un libro (aun con el rechazo del más alto por estos).

    — Estoy bien, es solo… demasiadas cosas en la cabeza justo ahora. Gracias cariño. — respondió, dejando un beso en la comisura de sus labios al que de inmediato le siguió un segundo y un tercero.

    — No sé cómo ustedes dos pueden estar flirteando justo ahora ¡nos hemos quedado solos! ¡Nos abandonaron! ¡Traidores, todos son unos traidores! — las dramáticas quejas de su amigo fueron prontamente ignoradas por la pareja completamente ensimismada en el otro. ¿Todavía era demasiado tarde como para buscar algún compartimento abandonado? No lo sabía, pero al menos la distracción de Will con la llegada de la bruja del carrito les ganaba unos minutos.

    — Altair, para. — protestó al notar como la mano del heredero no paraba de subir por su muslo. No porque no le gustara o no lo deseara con la misma intensidad, por las barbas de Merlín que ansiaba tenerlo para ella sola cuanto antes, pero también conocía a la perfección el nulo control que poseían cuando se trataba del otro. Sus quejas se vieron acalladas por los labios del pelinegro, rindiéndose contra él al permitir el acceso de su lengua a su cavidad. La falta de privacidad o la posibilidad de estar dando un “espectáculo indecoroso” (como famosamente lo llamaba la profesora McGonagall) a los alumnos tras la ventana del compartimento, importaba poco en aquel momento.

    Con gusto podría malgastar las siguientes 7 horas de viaje restante en comerle la boca al heredero de la Antigua y Noble Casa Black. Al fin y al cabo le habían encomendado la importante misión de mantener al problemático jugador de Quidditch vigilado, ¿y qué mejor método que aquel para asegurarse que Altair no provocara ningún desastre más?

    Sus manos se envolvieron alrededor de su cuello mientras sus lenguas bailaban distraidas entre ellas. Ahí donde se posaban el toque del pelinegro su piel ardía y su única opción de atemperarse era bebiendo de aquellos labios que amenazaban por devorarla por completo. Su conciencia estaba aturdida en medio de aquellos besos, ignorando incluso la falta de aire en sus pulmones.

    De repente la predicción de Leonore cobraba un sentido mayor, debían de frenar ese calor causado por el otro aunque la sola idea resultaba cercana a imposible en su cabeza cuando su sola presencia, tan atrayente e irresistible la prendía sin importar el lugar.

    Su breve momento de privacidad se vio interrumpido por su falta de aire y por el pronto sonido de un golpe que recorrió el aire. La explicación de lo sucedido resultaba innecesaria cuando al compartimento ingresaron su hermana y Will, ambos con sus rostros coloreados por completo por la vergüenza y en el rostro de su amigo la imprenta de una cachetada. Sin embargo era una imagen tan ridícula que Vanya no terminó de procesar o encontrar su voz para cuestionarlos a ambos. Mayormente al rubio quien lucía más sofocado de lo que nunca antes lo había visto frente a ninguna otra chica, y por la forma en la que su mirada permanecía clavada en el suelo asumió que la cachetada había sido más que merecida.

    Tendría que interrogar al rubio cuando estuvieran a solas, y no solo por su repentino comportamiento descortés con nada menos que su hermana, sino la loca idea a la que también pensaba arrastrar a esta. ¿Aquella era acaso su idea de legado? Utilizar maldiciones en medio de los duelos solo aumentaría el peligro y daño sufrido en estos, como si Hogwarts necesitara de más situaciones que pusieran a sus alumnos al borde de la muerte. Y mientras la atención de Altair recayó en su mejor amigo quien quizás por el golpe recibido había perdido completamente la cabeza, la de Vanya se fijó en su hermana.

    — No, absolutamente no Katya. ¿Siquiera estás pensando en lo que estás diciendo? Eres una Ravenclaw por las barbas de Merlín, se supone que la inteligencia es lo tuyo. — cargó contra la menor, sin embargo esta, todavía cruzada de brazos contra la puerta del compartimento no parecía compartir nada de su indignación.

    — Recuerdame en qué parte pedí tu permiso.

    — Eso que carajos importa, por esto es que papá y mamá me pidieron que te vigilara. — murmuró exasperada, descansando su frente contra la palma de su mano, notando como el principio de un dolor de cabeza comenzaba a asentarse en sus sienes. — No se te ocurrió pensar que si las maldiciones están prohibidas durante los duelos es porque existe una razón más que coherente de por medio. — su riña hacia la morena quedó prontamente interrumpida por el discurso del nacido de muggles, quien lucía mucho más nervioso que Katya en aquellos instantes.

    — Nunca comprendí del todo porqué jamás se nos enseñó todo esto en la escuela, y ahora que he dominado al menos todos los conceptos básicos de la Defensa Contra las Artes Oscuras, les puedo confirmar que un Patronus ni un Expelliarmus jamás bastarán para alejar a la oscuridad. Hay que deconstruir, y saber contra atacar efectivamente. Aunque crucemos cierta... línea moral del bien y el mal. — sus palabras, aunque no le faltaban verdad tras de ellas no borraban de todo la preocupación. Nada les aseguraba que aun con las medidas tomadas y la guía de Altair para hacer el Filtro de Muertos en Vida, ningún alumno fuera a resultar gravemente herido por alguna maldición mal contrarrestada o alguno de los miembros lanzara alguna maldición desproporcionada durante el calor de un duelo. En el mejor de los casos Will cargaría con toda la culpa y sería expulsado, sin ninguna posibilidad para cumplir su sueño como Auror, en el peor las maldiciones terminarían por volverse contra alguno de ellos y podrían enfrentar hasta cargos criminales contra el tribunal mágico.

    Vanya era la única ahí que todavía no aceptaba por completo la revolucionaria idea del rubio, por muy buenas que fueran las intenciones detrás de esta.

    La mirada de la veela se clavó de nuevo en Will, sin nada de la calidez que siempre le dirigía. Molesta o no, y aun siendo imposiblemente orgullosa, Katya seguía siendo su hermana menor y era obligación de la prefecta protegerla de, 1. hombres que le pusieran la mirada encima y 2. cualquier persona que la pusiera en peligro, ya fuera ella misma. En esos instantes el rubio entraba dentro de aquellos dos grupos y Vanya no dudaría en mandarlo directo a la enfermería si le ponía un solo dedo encima a la de quinto año, en cualquier sentido de la palabra.

    — Saldrá bien. Will y el nuevo profesor de Defensa contra las Artes Oscuras lo monitorizarán todo y si cualquier miembro del club sale herido estaré yo para auxiliarlos. — intervino la morena de mechón albino, suavizando su mirada en un intento por calmar la desmedida preocupación de su hermana.

    Sería tan sencillo de aceptar si solo su hermana no se encontrara en medio de todo aquello, siempre en el ojo del huracán.

    — Escuchame, si algo, por mínimo que sea, sale mal… — le dijo, tratando con todo su ser de mantener la calma y no ponerse en el peor de los escenarios. Will estará ahí, Will nunca permitiría que le pasara nada malo a Katya.

    — Sí lo sé, nos detendremos de inmediato.

    — No, vienes a mi. Si cualquier cosa se tuerce vienes a mi Katya, nada de secretos conmigo a partir de ahora. — la morena se quedó en silencio ante sus palabras pero no rechistó ni se negó a estas, como sabía que habría hecho de tratarse de su hermana apenas dos años atrás, tan decidida a llevarle la contraria en todo a Vanya. Pero la otra también sabía a la perfección que no podía hacer pasar a su hermana por un episodio similar al de su cuarto año. Y con la temporal aprobación de la prefecta de Gryffindor y el apoyo del heredero de la Casa Black, la menor abandonó el compartimento despidiéndose de los tres, con el sonrojo volviendo a iluminar sus mejillas cuando se trató del rubio.

    La prefecta le dedicó una última mirada a Will antes de dejar el tema por zanjado, quien la enfrentó con la cabeza baja. Ambos tendrían que tener una última conversación al respecto si el rubio quería conservar su cabeza sobre sus hombros y a su sanadora estrella entre sus filas.

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    Para ser el penúltimo viaje en dirección a Hogwarts que tomaría en su vida (al menos hasta que volviera a la institución como profesora) las ocho horas de viajes pasaron como un soplido. Era de esperar viendo que junto a sus amigos y el huracán que tenía como novio, no había tenido un segundo de paz y tranquilidad. Además de que el subidón de azúcar gracias a todos los dulces puestos por Will habían arruinado por completo su percepción del tiempo durante el recorrido. Había tomado una amenaza de bomba para ello, pero agradecía haber podido pasar aquellas horas en compañía del dúo de amigos antes que estar patrullando los vagones como habían visto a Elaine durante una de sus rondas.

    Con el sonar de las campañas del expreso que indicaban la pronta llegada a la estación de Hogsmeade, el resto del grupo de estudiantes volvió a repletar la cabida. Todos ya con el uniforme a excepción del único e inigualable Altair Black, el cual había decidido dejarlo (cómo no) para el último momento. Aunque Vanya no iba a quejarse de aquello último cuando las ropas en el más actual estilo muggle lucían tan condenadamente bien en el cuerpo de su chico.

    — Me iré a cambiar de ropa. Sí, sí, sí, nos vemos pronto. — incluso la rusa enarcó una ceja cuando el pelinegro la tomó de la mano para ponerse por fin el uniforme. Pues Altair, aun habiendo crecido con todos los pomposos lujos de cualquier futuro heredero, sabía vestirse solo sin ayuda de nadie. Pero se dejó guiar sin problemas fuera del compartimento, dejando atrás este, no sin escuchar antes las “advertencias” de sus amigos.

    — ¡Recuerda tu lectura de cartas Vanya! ¡Mantengan la llama del amor controlada! — esa fue Leonore.

    — ¡Os queremos de vuelta dentro de 5 minutos de reloj! ¡Con todos los botones debidamente abrochados y la cremallera de la bragueta subida! Guarden los actos indecorosos para el resto del año. — la siguiente fue Rosé, ya de vuelta a su comportamiento habitual. Daba gracias a que la mitad de los compartimentos andaran vacíos de alumnos que pudieran haber escuchado el grito de su amiga.

    La pareja acabó ocupando uno de los últimos compartimentos de su vagón, completamente vacío a excepción de ellos siendo el momento en el que más intimidad habían tenido durante la totalidad del viaje. La mestiza veela tomó asiento con sus brazos cruzados sobre su pecho, enarcando una ceja acusadora en dirección a su novio quien comenzó a rebuscar en su bolso. De seguro el haberla arrastrado ahí no podía deberse únicamente a su codependencia de ella ahora que la tenía de vuelta a su lado.

    Sus palabras y el pequeño estuche acolchado que le presentó confirmaron sus sospechas.

    — De verdad planeo cambiarme, no me mires así. Pero en estos cinco días que estuvimos lejos aprovechamos con Will de darnos unas vueltas por Londres, y el Callejón Diagon, y te compré algunas cosas. ¡Júzgame todo lo que quieras después de verlas!

    — Altair, ya te dije por activa y por pasiva que no necesito que andes malgastando tu dinero en mi… ¿sabes qué? Mejor paro, vas a hacer oídos sordos de todos modos. — la molestia en su rostro pronto se vio borrada por el pequeño beso dejado contra su mejilla, aceptando lo imposible que era de cambiar de parecer. Tan imposible como permanecer enfada con él por aquel hábito detallista de su parte.

    El interior de la aterciopelada caja reveló un par de finos pendientes, irregulares en su forma y formado por una hilera de brillantes perlas, con un acabado de oro. La más pálida se quedó congelada en el lugar, nunca había recibido un presente de aquel calibre.

    Vanya no se atrevió a tocarlos por mucho que fueran un regalo para ella. Se sentían tan frágiles a la vista que temía el romperlos con solo mirarlos demasiado, aunque no tuvo que preocuparse por ello antes de que fuera el pelinegro quien los acomodara en sus lóbulos, con una delicadeza completamente opuesta a la fiereza que desplegaba sobre la escoba.

    — … No quería que te fueras sin un regalo, ni las felicitaciones que todo eso conlleva. Te amo, Vanya. Sobrevivamos las clases hasta la graduación, ya queda poco de todas las limitaciones que conlleva ser adolescentes por suerte.

    — Son hermosos Altair, gracias. — tuvo que morder su lengua para no preguntar cuánto le había costado el detalle, por mucho que el interrogante le estuviera carcomiendo por dentro ante la inconfundible calidad de los pendientes. Nada menos que lo mejor para Altair Black, y aquello también aplicaba para la mujer que había arrebatado su corazón. Cualquiera pensaría que tras años al lado del heredero de la adinerada Casa Black se habría acostumbrado al lujo y despilfarro, pero nada más lejos de la realidad. Siendo que todavía contaba con aquella incomodidad en el fondo de su estómago cuando su novio la consentía de aquella manera, y aunque sabía que aquello frenaba en cierta medida al pelinegro de cumplir cada mínimo capricho que pudiera expresar, ni ella misma podía reprimir aquel gusto del Black por mimarla.

    El reflejo en la ventana del compartimento no hacía justicia a lo bello que lucían los finos pendientes ahora que los portaba. Demasiado vistosos para el día a día, al menos para lo que respectaba a la rusa, pero aquello no importaba cuando se trataba de un regalo de Altair. Los portaría con orgullo por el resto del año.

    — Tendré que pensar entonces en un regalo, y no trates de rechistarme. Tú también te mereces alguna celebración por llegar al último año. Capitán del equipo de Gryffindor por tercer año consecutivo y ganador de la copa por dos años seguidos, tres si cuentas con este también. — su confianza en él y sus habilidades en el campo de vuelo eran infinitas. Altair había nacido para comandar a su equipo sobre la escoba y ser admirado por miles y miles de personas durante sus partidos, no para encabezar ninguna familia snob de sangre pura o para tener su nariz enterrada en libros e informes. Libre, indómito y jodidamente genial, no necesitaba de ningún tarot para saber en qué clase de hombre se convertiría el heredero en el futuro.

    — Ahora cumplamos el objetivo y ayúdame a cambiarme de ropa si quieres antes de que arribe el tren. Tenemos veinte minutos. ¿Ideas para más besos en caminos lejanos e interesantes?

    Estaban contra el reloj, y aun así Vanya desperdició unos segundos en sacar su pintalabios de su túnica para pintar su boca, desde luego ya con una idea en mente de como pasar ese tiempo alejado de la vista de todos.

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    Al salir del compartimento, ambos ya portando el uniforme de la escuela, el bullicio de murmullos y actividad apenas lograba ser contenido por el tren, un caos que no tardaría en explotar una vez las puertas del vehículo se abrieran a la estación. El resto de prefectos debían de estar ya ocupando sus respectivos lugares en los múltiples vagones para evitar ninguna estampida o que el alumno más rezagado se quedara solo en el interior del tren. Vanya debía marchar ya hacia el primer vagón, donde estaban reunidos todos los pequeños de primer año, sin duda más ansiosos que nadie por conocer el castillo que se alzaba imponente en la distancia.

    Antes de partir sin embargo la prefecta dejó un último y superficial beso contra los labios del más alto, arreglando su corbata torcida en el proceso. Su rostro permanecía desprovisto de rastro alguno de su pintalabios pero en su torso, ahora cubierto con el uniforme de Hogwarts, había dejado la imprenta de sus labios en el escueto periodo de tiempo que habían tenido. La marca más indiscreta se encontraba en el cuello del jugador de quidditch, asomando por el cuello de su camisa, pero de otra forma sería imposible adivinar que Altair portaba huella alguna de su novia en su cuerpo.

    No era nada en comparación a los pendientes que llevaba, pero serviría como un correcto consentir hacia el otro para que la llevara con ella hasta que estuvieran a solas al final de la noche.

    — Déjame ir de una vez, hay un grupo de estudiantes de primer año con ojos saltones que me necesitan más que tú ahora. Y tenemos un plan que seguir, ¿recuerdas? — la rusa se deshizo una última vez de las manos que envolvían su cintura antes de tomar de nuevo su rol como prefecta, marchando en dirección al otro extremo del vehículo donde los recién llegados ya se encontraban fuera de sus asientos y con sus túnicas puestas alternando sus miradas emocionadas entre el paisaje de la estación mostrado por las ventanas y la hermosa estudiante que aparentemente estaba ahí para guiarlos. Un par de alumnos que cuchicheaban entre ellos bajaron sus miradas contra el piso al verse observados por la veela.

    Vanya dio una fuerte palmada para captar la atención de los niños antes de comenzar a hablar.

    — Muy bien, escuchen todos aquí atentamente. Soy Vanya Nazyalensky, prefecta de Gryffindor y hoy os guiaré todo el camino hacia el castillo y al interior del Gran Salón. Dentro de unos instantes las puertas del tren se abrirán y necesito que todos me sigáis formando una doble fila, ¿entendido? — las reacciones de entusiasmo no tardaron en aparecer en los más pequeños, tomando un par de segundos antes de que estos volvieran a la calma anterior, su anticipación por recorrer por primera vez las famosas escaleras del castillo apenas contenidas. — No me perdáis de vista ni a mi, ni al compañero que tengáis al lado, ni os aventurais fuera del camino. El resto de alumnos llegarán a Hogwarts a través de carruajes, pero vosotros como recién llegados surcareis el Lago Negro a través de los botes encantados. Por muy atractivo que os resulte no sacudais los botes o metáis la mano en el agua, las criaturas del lago no os distinguirán de su cena. Lo mismo os digo cuando lleguemos al castillo, no os aventureis solos por los pasillos os aseguro que no encontrareis el camino de vuelta con el resto del grupo. Cualquier cosa, preguntadme. Y ahora, bienvenidos al Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería. — momentos después las puertas del Expresso se abrieron de forma simultánea, los 7 cursos de estudiantes saliendo de forma escalonada siendo los estudiantes de primer los últimos en abandonar el tren.

    Mientras los guiaba por la plataforma de la estación de Hogsmeade, Vanya les dedicó un pequeño vistazo al grupo de estudiantes, hablando animadamente entre ellos y comentando cada pequeña cosa que veían. ¿Ella y sus amigos se veían iguales 7 años atrás, cuando ocuparon esos mismos lugares? Las expresiones de júbilo en el amplio grupo cambiaron súbitamente a unas de sorpresa e incluso miedo, al reparar en la enorme figura parada al otro extremo de la plataforma sosteniendo un farol que en sus manos se veía diminuto.

    De acuerdo, si recordaba haber reaccionado de una forma similar la primera vez que conoció al guardabosques con sangre de gigante.

    — Buenas, Hagrid. ¿Otro año más guiando a los recién llegados? — lo saludó con una sonrisa que fue prontamente correspondida por el mayor.

    — ¡Vanya! Bienvenida de vuelta a Hogwarts. Nadie conoce los bosques y el lago como yo, y ya sabes el dicho, si no está estropeado por qué cambiarlo. — su sonrisa bonachona borraba en cierta medida lo intimidante de su tamaño. Estaba bien, los recién llegados contarían con tiempo suficiente durante el resto del año para aprender que Hagrid era lo último que temer dentro del anciano castillo. — Les has explicado todo lo que necesitan saber, ¿cierto? Bien, ¡pues en marcha, no hay tiempo que perder aquí! — los niños dudaron un instante en seguir al mitad gigante por el oscuro camino hacia el lago pero tras ver como la prefecta marchaba tras él continuando caminando detrás de ella como una bandada de patitos seguía a su mamá.

    Continuando con el pequeño paseo hasta el embarcadero, Vanya sintió como su túnica era jalada con suavidad, volteando de inmediato para encontrar como no, a un alumno de primero con aspecto fatigado y sus mejillas sonrojadas, como si hubiera tomado de toda su valentía el decidirse a llamar la atención de la mayor.

    — Señorita Nazyalensky, estoy mareado y mi amiga también. — la de mechón albino no pudo contener la ternura que llenó su pecho al ser llamada de forma tan tímida y cortés. Con su pequeño dedo el chico de largos cabellos morenos señaló a una chica detrás suyo de intrincadas trenzas rubias, con un aspecto tan fatigado como el suyo.

    Un pequeño vistazo a la pequeña multitud de alumnos le bastó para ver que no era el único con el rostro un tanto pálido luego del largo viaje aunque sí que había sido el único en dejar su orgullo de lado para confesárselo. Una parte de ella se sentía mal por alegrarse del pesar de aquellos críos, pero otra todavía mayor sonreía al haber encontrado de forma tan sencilla a los alumnos que “misteriosamente” desaparecerían antes de llegar al Gran Salón. Bueno, tampoco es como si fuera a hacerlos desaparecer de verdad, solo los dejaría reposando en el interior de alguno de los baños de la segunda planta y por el aspecto fatigado de alguno de ellos, eran algo que casi tenían que agradecerle.

    — Está bien, cuando lleguemos a Hogwarts os acompañaré al baño. — prometió, barriendo con su dedo uno de los mechones rebeldes del estudiante. Por un momento pensó que el niño se desmayaría ahí mismo pero tras unos momentos y con su rostro iluminado por completo se recompuso por completo. — No os preocupéis por las barcas, tienen un hechizo para moverse por el agua así que no experimentarás más traqueteo que sobre el tren.

    Solo un par de minutos de puro caminar tomó para llegar a la orilla del Lago Negro con las pequeñas barcas ya dispuestas para su uso, el castillo de Hogwarts se imponía orgulloso a la distancia, dando un año más la bienvenida a los estudiantes. La vista cada vez más cercana atrapó por completo la atención de los mocosos de apenas 11 años.

    — ¡Todos, suban a las barcas! ¡No más de 4 alumnos por cada una! ¡Los alumnos que necesiten ir al baño nada más llegar, conmigo! — con la velocidad esperada de una panda de críos, las balsas comenzaron a repletarse. Vanya ayudó a los niños de antes a subir a la suya descubriendo que el muchacho de cabello largo se llamaba Robert Campbell (sospechaba que el sombrero le asignaría dentro de Gryffindor, si es que la forma en la que se subió de un bote era indicativa de algo), su amiga rubia era Emma Stuart (uhmm… quizás, ¿Ravenclaw?) y otro estudiante que tardó cinco minutos de reloj en abordar la barca para no mancharse la túnica (Slytherin, claro que sería una serpiente).

    Con todos los estudiantes de primero, unos 57 por lo que había llegado a contar, subidos en las barcas, estas comenzaron su viaje despertando un jadeo de sorpresa generalizada.

    — ¿Es cierto que hay una serpiente gigante en el castillo? ¿Y trolls? ¿Y que hay fantasmas de estudiantes por la escuela? — preguntó la rubia durante el viaje, sin apenas tomar una bocanada de aire entre pregunta y pregunta, repentinamente recuperada en sus nervios previos a la ceremonia del sombrero seleccionador.

    — ¡Emma! ¿Cómo va a ser todo eso posible? Hogwarts es el lugar más seguro del mundo. — la interrumpió su amigo, su mirada no paraba de desviarse hacia la superficie del lago casi a la espera de que alguna sirena o el tentáculo de un magnánimo kraken se abalanzarse contra el pequeño bote.

    — Bueno, dependiendo del día eso es verdad o mentira. — rió la prefecta, ganándose el silencio de ambos niños. Una pequeña lectura sobre la larga y enrevesada historia de Hogwarts bastaba para saber que su título como “el lugar más seguro del mundo mágico” era una basta exageración, pero dejaría que fueran ellos mismo quienes lo juzgaran durante su tiempo dentro de la institución.

    Había cierto sentimiento nostálgico en subir las escaleras de Hogwarts de la misma forma en la que lo había hecho siete años atrás, seguida por un grupo de niños con la misma ilusión en sus rostro que mimetizaba la suya y la de sus amigos cuando estuvieron en su lugar. Solo que para ella aquella sería su última vez.

    Vanya evitó el resurgir de más pensamientos inútiles, de nada servían cuando tenían cosas más importantes que hacer, y ahora que la astuta líder de la casa de los leones todavía no estaba presente, era su mejor oportunidad.

    — Necesitaban ir al baño, ¿verdad? Vengan conmigo, la profesora Mcgonagall todavía tardará un poco. — dijo, volteandose hacia los tres mismos niños con los que había compartido el bote. Casi se sentía ruín de utilizar de aquella manera a unos críos como ellos. Casi. — Las escaleras no paran de cambiar su rumbo, así que no se despeguen de mí.

    Había sido sencillo, extremadamente sencillo, como quitarle el caramelo a un niño. El trío de alumnos no sospechó en ningún momento de ella (¿por qué debían de hacerlo en primer lugar, cuando era una prefecta?), y ni siquiera alcanzaron a voltearse cuando el encantamiento somnífero les golpeó por las espaldas. Su caída solo impedida por la magia de Vanya, haciéndolos levitar hasta los baños más cercanos. Con el par de alumnos inconscientes en el interior de los cubículos la prefecta se puso en marcha por fin.

    Tenía un plan que llevar a cabo y ni un solo minuto que perder.

    No había sido tan rápida como había creído, pues de vuelta a las escaleras principales la profesora Mcgonagall ya estaba escaneando con la mirada el número de cabezas presentes, contando estas una y otra vez, más las cuentas no eran correctas.

    — Faltan 3 alumnos entre los presentes, ¿dónde pueden estar?

    — Deben de haberse escabullido para ir al baño o curiosear la escuela. — una ocurrencia no muy inteligente, pero desde luego nada inusual para los niños que recién llegaban al internado. Todo intento por cuestionar sus palabras o por comenzar su búsqueda por los alumnos desaparecidos se vio interrumpida por la llegada de la Head girl de Hufflepuff quien susurró unas palabras en el oído de la maestra.

    — ¿Cómo que la cena ya está siendo servida? ¡Los recién llegados ni siquiera han ingresado al salón! — con cierto apuro la bruja volteó hacia los alumnos de primero, en una encrucijada sobre si quedarse a vigilarlos, buscar a los que faltaba o cuestionar lo sucedido con los elfos domésticos encargados de las cocinas.

    — No se preocupe por los alumnos que faltan, profesora Mcgonagall, yo me encargaré de ellos. Usted quédese cuidando del resto de niños mientras tanto. Stella bajará a ver qué confusión ha ocurrido en las cocinas. — le sugirió a lo que la mayor solo respondió con un profundo asentir, su ceño comenzando a fruncirse. Sus décadas dentro de la institución le gritaban de que algo no andaba bien ahí. No, fuera lo que fuera algo andaba fuera de lugar pero no podía señalar el qué.

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    Guiada con la luz de la varita Vanya se adentró en el invernadero, completamente a oscuras a excepción del brillo de la luna en el cielo. A la multitud de plantas y árboles mágicos que solían repletar en lugar, solo por aquella noche se encontraban un conjunto de jaulas y en su interior se encontraban algunas de las especies que tratarían en las próximas clases de Cuidados de Animales Fantásticos. Doxys, escarbatos, ashwinders, duendecillos de cornualles y por último, Fwopper . Animales que si bien bajo el correcto cuidado no representarían un peligro significativo, con la llegada de las decenas de estudiantes a través del bosque convenía tener vigiladas en un mismo lugar y alejadas del bullicio que tanto podrían alterarlos. Por un único instante la idea de liberarlo a todos ellos surcó su cabeza, pero no, no necesitaría llegar a tales extremos para sembrar el caos en el Gran Salón. Lo único que necesitaba eran aquellas rechonchas bolas de plumas color fucsia que revoloteaban inquietas en su jaula.

    La bandada de exóticos pájaros pió al verla, más el sonido de sus llamadas quedaron completamente insonorizadas gracias al hechizo muffiato, completamente imprescindible para mantener a aquellas criaturas a raya.

    — Alohomora. — con el alzar de su varita la cerradura de la jaula estalló en pedazos, la rusa no deshizo el hechizo silenciador de inmediato, no cuando andaban en presencia de tantas otras criaturas que se verían alteradas por su canto. Quién iba a pensar que aquellos animales tan perfectamente redondos y coloridos podrían ser tan peligrosos. Estableció primero una barrera a su alrededor, una segunda jaula que le permitiría manipular a los Fwoppers dentro de los confines de su propia magia. Cuando llegara el momento y no antes, los transportaría al interior del Gran Salón.

    Con las criaturas liberadas y bajo la barrera, la prefecta se apresuró de vuelta al castillo. Todo iba de acuerdo al itinerario, el encantamiento sobre los niños de primero tardaría unos minutos más en desvanecerse, y con Filtch y su condenada gata vigilando los alrededores al Gran Salón no contaba con impedimento alguno para vagar por los pasillos de la segunda planta.

    Solo podía esperar que sus amigos tampoco hubieran encontrado ningún problema en el camino.

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    De vuelta a los baños del segundo piso, el trío de niños de primer año estaban demasiado aturdidos como para recordar nada de lo ocurrido. Vanya los calmó atribuyendo su cansancio al largo viaje en tren, no eran ni los primeros ni mucho menos los últimos afectados por entrar en un ambiente tan desbordado de magia como lo era Hogwarts.

    — Pero eso no importa ahora, tenéis una ceremonia a la que asistir. — bastó con la alusión al sorteo de casas y toda otra preocupación de los niños se desvaneció para dejar paso a la ansiedad y la emoción durante su camino hasta la entrada del Gran Salón, hablando animadamente durante el corto trayecto sobre dónde los pondría el Sombrero Seleccionador. Pobrecillos, nada de eso sucedería esa noche.

    La mitad veela dejó a los tres alumnos faltantes con el resto de su clase antes de adentrarse en el Gran Salón, dirigiéndose en primer lugar al centro del lugar, donde una inquieta Minerva Mcgonagall continuaba con su ceño fruncido de la misma manera en la que la había dejado.

    — Ya están todos los alumnos presentes, profesora. Podemos comenzar cuando guste. — sus palabras parecieron calmar la inquietud de la bruja, aunque solo momentáneamente. Con aquel problema ya solucionado, Vanya tomó su lugar en la mesa de Gryffindor, intercambiando sonrisas cómplices con el resto de sus amigos presentes. La comida repletaba ya las cuatro mesas y si bien los alumnos parecían sorprendidos por la pronta cena ninguno se frenó a la hora de hincarle un buen bocado al pollo o beber de sus copas. Todo parecía estar a punto, todo a falta de la presencia de una persona… Altair, no había llegado. Aunque lejos de preocuparse por su capaz novio, la prefecta le guardó un asiento a su lado, con la anticipación comenzando a burbujear dentro de su pecho.

    El Gran Salón estaba repleto de alumnos a aquel punto, los profesores ya habían tomado asiento en su mesa en la cabeza de la habitación. La mayoría de ellos habían resistido con éxito la tentación de la deliciosa comida frente a ellos, solo Hagrid trataba con un disimulo fallido tomar bocado del ala de pollo asado que tenía bajo la mesa.

    Unos pocos segundos después el único miembro faltante del Mischief Club ingresó por las puertas y su sonrisa era el único indicador que necesitaba para saber que todo había ido bien. Apartándose un poco, le dejó cabida al pelinegro en la mesa uniendo sus manos como el instinto la llamaba a hacer.

    — Todo salió según como lo planeamos en el tren, aunque no hubo necesidad de causar un alboroto para Filch. Por un accidente con Mikhail tuvimos la excusa suficiente para llegar a las cocinas, y las copas y la sopa han sido contaminadas. — No contó con tiempo de cuestionar lo sucedido con Mikhail antes de que los alumnos de primero comenzaran a entrar al Gran Salón, aunque si no había rastro de preocupación alguno en ninguno de sus amigos no debía haberse tratado de ningún incidente mayor.

    Las miradas de todos se clavaron en las dos columnas de estudiantes mientras estos marchaban hacia el centro de la habitación, la comida olvidada en aquellos instantes y entre la distracción momentánea la prefecta aprovechó para dejar un beso suave contra la mejilla del jugador de quidditch. El ambiente festivo sin embargo fue efímero, rompiéndose en mil pedazos al momento en el que el primer grito retumbó por todo el salón. El telón se había levantado por fin.

    Dos, tres, cuatro hasta que repletaron el techo del lugar, más y más personas se inflaron de sus asientos como globos, sin entender nada de qué y cómo estaba sucediendo algo así. Y el responsable de todo aquello era nada más y nada menos que Altair Jodido Black, el mismo chico que parado a su lado tenía el descaro de fingir la misma sorpresa e inocencia del resto de sus compañeros.

    Solo estaban dando comienzo al primer acto, el cual finalizó con la aparición de cierto muñequito desquiciado que usaba burlarse del mismísimo director en medio de toda la emergencia actual. ¿No era aquello demasiado incriminatorio para ellos? Quizás, pero nada de eso importaba ahora. No se contuvo de conjurar su cámara para fotografiar alguna de las reacciones. Los alumnos estaban sumidos en un pandemonium, algunos de ellos trataban de ayudar a sus amigos afectados por la comida manipulada a no salir flotando a la deriva, otros gritaban como descosidos en medio del desastre, otros reían o no terminaban de procesar lo que había sucedido en solo un instantes. ¿Y los niños de primero? Ellos solo estaban atrapados en medio de todo aquel huracán sin saber qué hacer o si eso era una ocurrencia habitual entre aquellas cuatro paredes.

    Aquello parecía un circo, no solo por las estrepitosas risas o los globos humanos que flotaban por todo el Gran Salón, sino por la aguda voz del robotizado payaso que se burló del mismo profesor. Todos ellos distracciones necesarias antes del último número y el cierre posterior del espectáculo. Completando el encantamiento con un movimiento disimulado de la varita, los Fwopper inundaron la estancia como una ola de fluorescentes pompones inocentes, hasta que empezaron con su canto.

    Todos los presentes trataron de cubrirse sus oídos al reparar en su presencia , pero ya era demasiado tarde para los más cercanos a las molestas criaturas que en la locura provocada por las coloridas aves decidieron contribuir al caos que reinaba en el salón. Algunos volvieron sus varitas contra la comida postrada en las mesas haciéndola estallar en fuegos artificiales y otros comenzaron a cantar desquiciados como si se encontraran en medio de un festival. Entre los gritos y los cantares desafinados solo pudo reconocer una pobre interpretación de “Pour Some Sugar on Me” de Def Leppard y una antigua canción de cuna mágica sobre hipogrifos que iban devorando a los niños que cometían travesuras.

    — ¡Confundus! ¡Repello Inimicum! — sus palabras se perdieron en medio de aquella marea pero su efecto fue devastador. Fue solo un instante lo que tomó lanzar el hechizo, un solo instante que pasó desapercibido para el resto en el caos que gobernaba la sala pero que para la prefecta se sintió como una eternidad hasta ver como el hechizo golpeaba su objetivo, sin ningún indicio de lo sucedido más que la sacudida del sombrero sobre su taburete. Y con eso, el último paso de su plan estaba cumplido.

    En cualquier otro caso se hubiera sentido ofendida de ver como sus golpes eran desmantelado tan rápidamente por parte de terceros, apenas unos minutos. Minerva y el resto de profesores intervinieron antes de tener que lamentar cualquier daño o pérdida mayor, pero el escaso tiempo obtenido había bastado para completar el último y vital paso de la operación. El espectáculo final daría inicio dentro de poco.

    Ahora lo único que restaba, era disfrutar del particular sorteo del Sombrero Seleccionador.

    Calmado ya todo el caos, gracias a la pronta y hábil intervención del profesorado de la escuela, el Sorteo de Casa dio comienzo. No sin antes un corto recordatorio por parte de McGonagall sobre la subsecuente investigación que se llevaría a cabo para atrapar a los culpables de lo sucedido. Si alguno de los mischivious se sintió amenazado por aquella advertencia ninguno lo demostró desde luego. Y con un atraso considerable del itinerario tradicional, el primer alumno tomó su asiento en el taburete con el sombrero siendo colocado en su cabeza por parte de una profesora Mcgonagall cuyo rostro lucía enrojecido luego de los numerosos retrasos e inconvenientes con los que había tenido que batallar aquel inicio de curso.

    El sombrero lucía gigante sobre la cabeza del niño rubio de primero, quien batallaba para permanecer quieto. No había nada que pareciera indicar nada fuera de orden, no más personas flotando ni animales fantásticos recorriendo a sus anchas el Gran Salón. Solo un sombrero parlanchín.

    — Uhmm… sí, ¡Slytherin! — la decisión del sombrero seleccionador apenas se tardó unos segundos. Los estudiantes de la casa de las serpientes se alzaron de su mesa para aplaudir y Vanya pensó por un momento que todo su plan no había servido para nada. Un miedo completamente infundado. — No, espera… ¡Hufflepuff! Qué demonios, ¡Ravendor! Bah, siéntate en la mesa que quieras, niño.

    Comicamente el rostro de Minerva pasó de estar enrojecido a una palidez casi fantasmal.

    El silencio reinaba en todo el salón, nadie sabía qué hacer en aquella situación, ¿a quién llamabas cuando el milenario objeto encantado con el que se decidía el futuro de generaciones de magos, se estropeaba? Casi podía ver los pensamientos de la profesora de Transfiguración volar por su cabeza. Quizás no era el sombrero, quizás era el alumno. ¿Se trataría aquello de algún otro sabotaje? Sin duda tenía que serlo. ¿Un hechizo? ¿Una pócima? ¿Una maldición creada con la idea de hundir Hogwarts desde sus cimientos?

    Solo para descartar cualquier posibilidad de manipulación, la bruja lanzó un “finite” sobre el sombrero. Nada cambió, aparentemente. La segunda niña en pasar por el sombrero no tuvo una experiencia mucho más grata que el primero.

    — Esta niña no tiene nada en la cabeza, ¿cómo se supone que adivine algo? — llegados a ese punto la pobre Minerva parecía querer mandar a detención al objeto. ¿Sería quizás un efecto secundario del canto de los Fwopper? Tras dejar pasar unos minutos en los que se deshiciera el efecto de su canto volvieron a intentarlo una última vez.

    — Veamos, sí. Valiente, y decidido también… Quizás Gryffindor sea una buena casa para ti. — en aquel momento todo el mundo soltó el aire contenido en su pecho, las cosas parecían haber vuelto a la normalidad. — Ah, aquí hay algo interesante… con que te orinabas en la cama hasta los 8 años. No, la casa del león no será para ti entonces. ¡Y también duermes con tu peluche todavía! ¿Cómo se llama? ¡Gus! JAJAJA. — fue el propio niño quien se arrancó el sombrero de la cabeza corriendo de vuelta al lado de sus compañeros al borde de las lágrimas.

    Los murmullos estallaron sin control entre los estudiantes, aquello era un suceso inaudito, ¡sin precedente alguno! ¿Era acaso un mal presagio previo a la caída de Hogwarts o el primer golpe de un mago oscuro en ascenso? Cualquier teoría no era tan descabellada en comparación con la realidad. El Sombrero Seleccionador se negaba a hacer la función por la que fue creado por los fundadores de la institución.

    Quizás alguien debía revisar cómo se encontraba la espada de Godric Gryffindor o el Cáliz del Fuego por si habían enloquecido de forma similar.

    Los murmullos y las acusaciones de su “malfunción” no consiguieron sino alterar todavía más al enloquecido objeto mágico. El posterior grito que dejó salir resonó por toda la estancia.

    — ¿¡De qué os reís!? ¿¡ Acaso pensáis que yo no necesito vacaciones también luego de siglos haciendo mi trabajo!? ¡Qué solo estoy aquí para leerle la mente a un grupo de niños piojosos año tras año! ¡Yo también quiero una copa de vino y un muslo de pollo como ustedes! — el sombrero continuó enumerando demanda tras demanda hasta que el mismo director tuvo que lanzar un hechizo silenciador sobre él para que parara su discurso reivindicador sobre los derechos de los objetos mágicos.

    De acuerdo, las expectativas de Vanya sobre los resultados de aquel primer golpe se habían visto gratamente sobrepasadas. Y un vistazo a sus amigos le hacía saber que el sentimiento era mutuo, Will y Isaac parecían a punto de desmayarse por el esfuerzo sobrehumano de contener las risas, y al otro lado de la mesa Rosé y Leonore le guiñaron un ojo cómplice. Solo Elaine mostraba cierta confusión en su expresión, pero en su astucia sabía que la pelirroja ya estaba enterada de quienes eran los responsables tras todo lo sucedido aquella noche.

    — Me temo que en las circunstancias actuales… la ceremonia del Sombrero Seleccionador quedará aplazada hasta nuevo aviso. — anunció por últimas Mcgonagall luego de una discusión entre susurros con Dumbledore, su mirada puesta sospechosamente en la mesa de Gryffindor durante su posterior riña.

    Las reacciones no se hicieron de esperar, no solamente por parte de los de primer año, confundidos por el abrupto fin de la ceremonia. Algunos de ellos lucían a punto de romper en llanto por lo que aquello podría significar para su estancia en Hogwarts, ¿si no contaban con una casa, serían expulsados de la institución? El resto del alumnado también estalló en preguntas.

    — ¿Cuándo será entonces el sorteo?

    — ¿Dónde dormirán esta noche los recién llegados?

    — ¿Mandaremos quemar entonces el condenado sombrero por negarse a hacer su trabajo? —
    aquella pregunta vino de su misma mesa, y el responsable se ganó un par de golpes y malas miradas por sugerir deshacerse de una reliquia de los fundadores de la escuela.

    Ninguna medida tan radical sería tomada, declaró Dumbledore luciendo mucho más calmado de lo que habría de esperar teniendo en cuenta su posición en la institución y el sinfín de quejas por parte de padres que le llegarían en los próximos días. Aunque luego de haber enfrentado a dos de los magos oscuros más poderosos de todos los tiempos la veela supuso que no había mucho que pudiera hacerle perder su temple al anciano. El sorteo tendría lugar mañana en la mañana, para cuando se proyectaba que el sombrero volviera a la normalidad, y los alumnos de primero dormirían por esa noche en el Gran Salón el cual sería acomodado para la ocasión. La mayor pijamada de Hogwarts tendría lugar, y era una pena que no todos pudieran asistir a esta.

    Incluso se añadió una mesa más al abarrotado salón para que los alumnos de primero pudieran tener su primera comida en Hogwarts escapaba por completo de toda expectativa previa. Al menos para los mischivious, ese fue el mejor banquete dentro de sus 7 años en el castillo, nada mejor que romper una tradición milenaria para abrir el apetito.

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    Todo lo que se hablaba por las escaleras de Hogwarts era sobre el gran incidente del Sombrero Seleccionador, en una anécdota que se volvería otra de las muchas que habitaban en el interior del colegio y de la que se seguiría hablando mucho tiempo después de que abandonaran la escuela. Si lo que Will quería era un legado entonces habían dado un primer buen paso hacia esa dirección.

    Fue luego de dejar a los alumnos de primero en lo que sería la mayor pijamada de Hogwarts hasta la fecha, que dejaron que los prefectos volvieran a sus respectivas casas junto a sus compañeros, lo cual agradecían luego del enorme fiasco que había sido todo el viaje. ¿Alguno de ellos sospecharía de la implicación directa de la prefecta de Gryffindor? Si era así ninguno tuvo las pelotas para delatarla o reclamarle mientras ascendía por las escaleras.

    — ¿Se puede considerar esto como un buen presagio? ¡A esto me refería con empezar el año con buen pie. — un tanto más atrás de la marea rojigualda que ascendía por la torre de Gryffindor Will aprovechó para envolver sus brazos alrededor de los hombros de Vanya e Isaac, el entusiasmo de su voz apenas contenido.

    — Muy bien Fleathy, ya le has motivado. — El intento del pelirrojo por deshacerse del agarre de Will terminó por volverse en su contra, casi tropezando por las escaleras en su continuo ascenso. Para la superioridad que decían tener los magos, uno esperaría que tuvieran la inteligencia o los avances suficientes como para tener una invención similar a los ascensores de los muggles dentro de Hogwarts.— ¿Qué será lo siguiente, abrir la Cámara de los Secretos? ¿Revivir a los fundadores para una épica batalla de baile?

    — ¡Así es Isaac, piensa a lo grande! — gritó el duelista, frotando su puño contra la cabeza del pelirrojo entre risas, momento en el que la chica aprovechó para escapar con éxito de su agarre.

    — Altair, ¿vienes? — preguntó al pelinegro, volteando a mirarlo en el umbral de la escalera.

    — ¡Adelántense sin mí! Prometo no tardar.

    — Bien, pero no te quedes en la sala común tratando de armar todo el nuevo régimen de entrenamiento o hablando sobre las posibles adiciones al equipo o Gryffindor amanecerá con puntos negativos por vuestra culpa. — le amenazó sin rechazar el beso que depositó en su mejilla. — La contraseña para esta semana es Fortuna Major, que no se te olvide. — casi podía escuchar la aguda voz del Head Boy de Ravenclaw reprendiendo por romper el reglamente de la institución al compartirle la contraseña de la casa a su chico antes que al resto, ¿pero a aquellas alturas quién andaba preocupado por las reglas? No Altair, y desde luego tampoco Vanya.

    No lo retuvo más tiempo, y continuó ascendiendo las escaleras hacia la sala común. El dormitorio que ocupaba junto a las chicas era el número 4, y a excepción de Rosé quien debía de encontrarse junto a su chico revisando el itinerario de los futuros partidos del equipo, Elaine y Leonore ya se encontraban acomodando sus pertenencias en la habitación. Vanya dejó sus maletas sobre su cama, la litera inferior de la derecha.

    — ¿Estás segura de que no usarás el dormitorio de Head Girl? Creía que al menos lo usarías como sala de estudio. — le volvió a inquirir a Elaine, solo unas horas atrás durante el viaje de tren le había sugerido tomar la habitación privada que ella como Head Girl tenía por privilegio, uno por el que otros muchos estudiantes mataría pero que la pelirroja le había ofrecido como si se tratase de un simple caramelo. Y en el desinterés todavía presente en su amiga, no parecía que hubiera cambiado de parecer en lo más mínimo.

    — No, estudio mejor junto a ustedes. Además, ya oíste a Will, este año es todo sobre crear recuerdos inolvidables junto a nuestros amigos. No vale la pena, aunque me libraría de hacer cola para el baño en las mañanas. Bueno, quién la necesita más que tú y Altair. Es decir, no os digo que la uséis sólo como picadero pero con salvar a algún alumno inocente de presenciar vuestros manoseos habrá cumplido su función. — explicó la pelirroja mientras continuaba deshaciendo su maleta, dejando los nuevos ejemplares de novela en su mesilla de noche. Sí, de albergar gusto alguno por las mujeres Vanya estaba segura de que andaría tras de los huesos de su amiga.

    — ¿Vienes aquí para restregarnos de nuevo que te marchas a dormir con tu novio? No sé qué le ves a dormir rodeada de tanta testosterona por muy buenas vistas que tengas en la mañana. — intervino Leonore, colgándose de la baranda de la litera superior-

    — Desde luego no lo hago para despertar con el melódico sonido de sus ronquidos, por eso necesito de nuestras noches de chicas de vez en cuando, ¿sigue en pie la de este jueves?

    — Pues claro, arrastraré a Altair de los pelos por toda la sala común si hace falta para que te deje ir. — bromeó su amiga, más que capaz de abalanzarse en contra de quien fuera (incluido uno de sus mejores amigos, y el novio de la veela) para mantener en pie aquella tradición casi semanal entre ellas. Una que venía necesitando luego de compartir todo el verano junto a un grupo de hombres. — Vete antes de que arme un escándalo como esa vez el año pasado.

    La puerta del dormitorio volvió a abrirse de nuevo, revelando a la última integrante del cuarto. El sentimiento de vacío en la boca de su estómago retornó. Se sentía horrible el no saber nada de los problemas que acongojaban a la contraria cuando esta conocía de los suyos propios con su familia, ¿acaso no le había puesto la suficiente atención como para saber que algo iba mal? La veela se sentía como una pésima amiga, siempre había acostumbrado a pasar la mayoría de su tiempo libre junto a los chicos, y las noches que dormía junto a ellos cada vez eran más habituales pero quizás había desatendido su amistad con las chicas en su favor.

    Rosé se adentró al baño a dejar sus útiles y Vanya la siguió hasta el interior, dejando la puerta entreabierta tras de ella. Apenas contaba con dejar parte de su neceser allí, al menos lo más inmediato como su peine o el cepillo de dientes se lo llevaría de vuelta al dormitorio, pero tenía que aprovechar aquella oportunidad para hablar con la chica. ¿Por qué estaba nerviosa en esos momentos? ¡Solo era Rosé, por las bolas de Godric!

    — Rosé, sabes que estoy aquí para ti, ¿verdad? — las palabras amenazaban por quedarse atrapadas en su garganta. Nunca había sentido tan difícil transmitir lo que para su corazón era tan certero. — Incluso… Incluso si no me quieres decir nada, puedes venir a mi.

    Su repentina intervención pareció dejar congelada en su lugar a su amiga, callada y quieta en el lugar. Vanya odiaba lo frágil que lucía en aquellos instantes, lo cerca que parecía de romperse. Quizás no había necesidad alguna de hablar ahora, así que solo le abrió sus brazos a Rosé y como si la otra estudiante hubiera estado esperando aquel gesto, se lanzó entre estos envolviendo sus brazos alrededor del torso de la menor. Eso era más que suficiente para ambas.

    — Vany. A veces temo que no puedas llegar a comprenderme, ¿no es estúpido? — resultaba un tanto complicado escuchar aquel hilo de voz con el rostro de Rosé enterrado contra su hombro, pero la rusa en ningún momento la alejó de ella.

    — Para nada. Yo no necesito comprenderte para apoyarte Rosé. No comprendo muy bien todo el fenómeno tras el quidditch, y aun así voy a cada partido de Gryffindor, ni comprendo del todo qué diferencia hay entre el arte del romanticismo y del periodo rococó por mucho que Isaac me lo explique, y aun así lo escucho una y otra vez. Cuando estés lista también te escucharé a ti.

    — Gracias, Vany. — separándose unos centímetros de sus brazos pudo ver como, aunque las lágrimas no habían brotado de sus ojos, su nariz y las esquinas de su mirada lucían un tanto hinchadas y enrojecidas. La prefecta tomó el rostro de su amiga entre sus manos.

    — ¿Cuándo tendréis vuestro primer entrenamiento de la temporada? Iré a verte, te lo prometo. — sus manos se hundieron en el cabello de la otra, apartando todo mechón de su rostro. ¿Qué o quién era la razón de que una chica tan vivaz y hermosa como Rosé estuviera triste? No lo sabía, pero en cuanto lo descubriera acabaría con su existencia.

    — ¿A mi y no a Altair? — preguntó en tono burlón con su ceja enarcada. La suave sonrisa en sus labios la hizo sonreír también.

    — A ti y solo a ti Rosé, ¿quieres que lleve alguna pancarta que diga además de la snitch capturaste mi corazón? ¿O debería tirarte un sostén cuando vueles por las gradas? — bromeó, haciendo que Rosé estallara en risas que hicieron sacudir todo su cuerpo, aunque la rusa estuviera dispuesta a llenar un estadio entero con impresiones de su rostro si su amiga así lo quería. Merecía aquello y mucho más. — Tienes que prepararte para cuando seas profesional, tendrás incontables admiradores.

    — Ninguno tan apasionado como tú, Vany. Con que estés ahí para animarme es suficiente, pero no me apoyes solo a mi o cierto capitán la tomará con nosotros. — Ambas amigas abandonaron el baño juntas, tratando de no tropezar con el desastre de zapatos regados en el piso en gracia y obra de Leonore. Honestamente la habitación lucía como un desastre de ropa y maletas por todos lados, aun con la indudable ayuda de la magia, aunque ninguna de las brujas parecía estar demasiado preocupada por ello.

    Vanya apenas tomó alguno de sus enseres antes de marcharse del dormitorio 4. Iba tarde, aunque los toques de queda difícilmente tuvieran importancia alguna para ella como prefecta.

    — ¡Usad protección, soy demasiado joven para ser tía! — de nuevo la voz de Leonore se alzó antes de que pudiera cerrar la puerta tras ella. La pelinegra estalló en risas en medio del pasillo.

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    La habitación de una Head Girl no era a fin de cuentas nada imposiblemente acaudalado. No variando apenas nada en comparación con los dormitorios comunes de Hogwarts, obviando la falta de otras tres camas ocupando el mismo espacio. Aquella privacidad siendo desde luego su mayor atractivo dentro de un internado donde otros adolescentes, profesores e incluso fantasmas hacían de encontrar un solo instante a solas todo un imposible. Algo completamente imprescindible para una pareja de adolescentes en su etapa más… fogosa, por así decirlo. La habitación no estaba diseñada para aquellos fines o para siquiera albergar a más de una persona, evidenciado por la cama. En un castillo lleno de magia eso difícilmente representaba un problema.

    Tampoco tenía ningún sentido hacer la cama exageradamente grande, bien podría hacer que midiera dos metros de ancho que de igual manera Vanya dormiría pegada al lado de Altair y viceversa, un tanto más de espacio era todo lo que requerían, algo que quedó prontamente solucionado con un simple floritura de su varita. Vanya aprovechó para acomodar su uniforme y su ropa para aquella noche. La oferta de Elaine había sido extremadamente generosa pero ninguno de ellos había querido abandonar sus dormitorios en conjunto permanentemente en pos de aquel más privado. Sus noches se dividieran a partir de ahora entre la habitación de los mischivious como bien habituaban, la actual y las noches en la que la rusa permaneciera junto a sus amigas.

    Altair ya debía de haber llegado y se encontraba en el baño, si el vaho proveniente de la puerta que daba a la habitación contigua era indicativo de algo. Así que sin querer hacerlo esperar más, la prefecta dejó sus pocas pertenencias a un lado para comenzar a desvestirse, comenzando a sentir de inmediato el cansancio acumulado del largo viaje junto a una noche que podía haber sido considerada de todo menos parada. La fatiga asentada en sus músculos no le impidió portar una suave sonrisa al atravesar la puerta del baño, con la bañera ya lista y su jodidamente caliente novio dentro de ella.

    Vanya de verdad podía acostumbrarse a ser recibida con aquellas vistas.

    Si la promesa de un buen baño caliente le recordaba su propio cansancio, entonces Altair hacía una buena tentativa para revitalizarla con su sola presencia. La bañera tampoco era de tamaño suficiente como para dar cabida cómoda a ambos, claro que la distancia entre ellos era de lo que podían perfectamente prescindir. Vanya tomó asiento entre las piernas del capitán, descansando su espalda contra el pecho del contrario con toda vergüenza por la desnudez de ambos olvidada hace mucho. Era casi imposible volver a pensar en los tiempos en el que el torso expuesto de su amigo bastaba para colorear su rostro en un encendido rojizo imposible de esconder o desvanecer.

    Con su cabello ya mojado en un consentir de su pareja Vanya estaba tentada a cerrar los ojos y dejar que Altair cuidara de ella por completo, como tantos otros baños tras una luna llena particularmente intensa. Sus manos podían lucir rudas y maltratadas tras años dentro del exigente deporte físico que era el quidditch, pero eran imposiblemente gentiles y atentas cuando de mimar a su novia se trataba, como si de un tesoro se tratase a sus ojos.

    — Ya sabes, algunos no nos podemos permitir tomar solo dos optativas, señorito Black. sus manos más pequeñas tomaron las de Altair para descansarlas en su cintura, ahora envuelta por completo con el cuerpo y el calor del pelinegro. — Los martes y miércoles tengo Estudios Muggles contigo y el resto, también los martes y jueves tengo Cuidados de Criaturas Mágicas en la mañana con Isaac. Lunes y jueves tengo Aritmancia de 3 a 5. Miércoles y viernes tengo Runas Antiguas con Elaine y Nesta. — trató de recitar de memoria y ahora que lo decía en voz alta, sí que podía parecer un horario un tanto abarrotado. Agradecía haber dejado Alquimia abandonada luego de obtener su TIMO y a vistas de su último año con sus EXTASIS. Sin embargo la prefecta no parecía estar particularmente preocupada por la exigencia académica de su séptimo año, confiaba en su propia inteligencia así como en las sesiones de estudio en la biblioteca que eso sí, prometían volverse más frecuentes en los próximos meses y con la cercanía de los parciales. — Uhm tendré que terminar de confirmar con el resto de las chicas y sus horarios, pero seguramente sea como otros años, los viernes de 4 a 6. Así podemos tener parte del sábado y el domingo libres. — entre clases, club y el tiempo pasado junto a sus amigos aquellos momentos donde eran solo ellos dos en la noche se sentía como una especie de secreto entre ambos, lejos de las miradas y los comentarios de ningún tercero sobre la pareja de oro de la generación. Ahora no eran la prefecta y el capitán de quidditch de Gryffindor, solo Vanya y Altair. Solo Fleathy y Bigpaws.

    — Tenemos todo el año para tener sexo, así que si estás muy cansada, te puedo relajar con un buen par de orgasmos antes de ir a dormir. — el toque del pelinegro comenzó a descender por su cuerpo hasta asentarse en sus pechos embadurnándolos en jabón, el gesto aunque siendo superficial le sacó un suspiro. Cómo podía permanecer ajena a su incitación cuando aparte de su propia sensibilidad, la atención del heredero parecía gravitar obstinadamente en su pecho incluso inconscientemente, despertando las mañanas a su lado con sus senos abrazados por las manos del contrario como si de su sostén se tratase. Sus pezones se endurecieron bajo las atenciones recibidas en una respuesta natural.

    Repentinamente el cansancio pesaba mucho menos en su cuerpo.

    Con un tanto de dificultad por el reducido espacio de la bañera la rusa se volteó de su posición, posando sus caderas sobre la falda desnuda de Altair. Su mirada nunca se desvió de los ojos de su pareja en el proceso con una de sus manos sujetando el mentón del chico, impidiéndole cualquier otra acción que no fuera ponerle su total atención a ella.

    — ¿Es este tu segundo regalo? ¿Un bono para todos los orgasmos que quiera durante el año? Porque si es así me gusta tanto como los pendientes. — bromeó, tomando un poco del shampoo para masajear el cabello del heredero. Apenas tomó unos segundos antes de que la espuma comenzara a formarse con la fricción de sus dedos, y ayudada por esta la veela formó dos pequeños cuernos en el pelo del jugador de quidditch. Ahora Altair sí que lucía como el demonio que era, un demonio mojado al menos. Le habría gustado capturar la imagen con su cámara de haberla tenido a mano.

    Su respuesta no vino de inmediato, tomándose su tiempo para enjuagar su cabello y deshacer las trenzas de aquellos mechones más alargados en la base de su nuca. Sin obstáculos ni prisas ninguna que pudieran interrumpir aquel momento juntos.

    — Está bien, si vas a consentirme puedo pedirte lo que quiera, ¿verdad? — preguntó a roce de sus labios, la distancia entre sus cuerpos siendo nula ahora con sus pechos pegados al torso del contrario. — Bésame. — No había prisas en aquella ocasión, no mientras el agua siguiera caliente. No se trataba de ningún beso robado y fugaz antes de ir a atender cualquiera de sus obligaciones o a espaldas de sus amigos en un momento de intimidad. Por fin estaban solos y Vanya pensaba disfrutar de los labios de su novio como llevaba deseando durante aquellos 5 días.

    El hambre por el otro era casi palpable en cada roce de sus lenguas o chasquidos de sus labios al separarse solo para volverse a encontrar segundos después. Lento, tan lento buscando grabar a fuego el sabor de sus labios en sus memorias. Quizás era el propio calor producto del vapor de la bañera o la intoxicante esencia de Altair pero la rusa sentía como toda su cabeza comenzaba a dar vueltas en un sentimiento tan insólito como adictivo. Su corazón latía desbocado en su pecho y en su proximidad el heredero podía escuchar su propio latido en sintonía. Todo pensamiento o preocupación previa que no envolviera al hombre bajo ella se habían desvanecido con cada roce de sus labios y el calor de su abrazo.

    Sus labios se separaron a falta de aire en sus pulmones, más las atenciones de la rusa no tardaron en desviarse a la conjunción entre el cuello y el hombro del contrario, como si los tatuajes dibujados en la zona la llamaran a perderse en ellos.

    — Había echado de menos besar tus estrellas. — murmuró a roce con su cuello, sin parar de regalar pequeñas lamidas y besos a las constelaciones que descendían por la amplitud de su piel. — 5 días es demasiado tiempo, creo que deberías de empezar besando cada una de las estrellas que tú dejastes. — la insinuación fue acompañada por el suave trazar de sus dedos por los pequeños tatuajes en su pecho, casi confundibles en la distancia con un reguero de pecas. Había tomado maquillaje y constante cuidado para esconderlos de los ojos de sus padres, pero Vanya amaba cada estrella pintada sobre su piel por Altair. Se sentían como una pequeña galaxia todavía en expansión.

    La atmósfera se sentía en continua ebullición, imposiblemente caliente incluso estando en el agua. Vanya volvió a buscar sus labios tan necesitada de su refrescante sabor aun cuando el otro fuera el responsable directo de hacer arder su piel allá donde sus manos se posaban, siendo la causa y a la vez solución del calor que la consumía.

    — Los dos merecemos relajarnos con unos buenos orgasmos, ¿no crees? — el comentario fue acompañado de una sonrisa traviesa, comenzando a mecer sus caderas con lentitud sobre las contrarias también sumergidas y suspirando ante el placentero roce de sus anatomías pero sin acelerar aquellos superficiales golpes de cadera que mecía el agua a su alrededor. Aquel conocido nudo de excitación comenzó a asentarse en su estómago bajo. Lento, lento pero constante en esa necesidad hermana por monopolizar por completo los pensamientos y deseos del heredero.
  3. .
    Como cada 1 de septiembre el andén nueve y tres cuarto se encontraba a rebosar, haciendo engorroso el avanzar entre medio de los jóvenes niños que correteaban en dirección al expreso en su júbilo infantil, los padres despidiéndose un año más de sus hijos y los carros llenos de maletas. Vanya sujetaba la mano de su hermana para no perderla entre la creciente multitud, todavía quedaban 30 minutos antes de que el expreso dirección a Hogwarts abandonara el andén, sin embargo el tránsito de adolescente entrando al tren era constante.

    Su avanzar solo se hacía más complicado por la atención recibida tanto por parte de compañeros como de desconocidos en una ocurrencia cuanto menos prevista, la ascendencia veela tanto de la madre como de las hijas les ganaba tantos miradas discretas como otras que carecían por completo de recato alguno. Y la presencia del trío de mujeres juntas, tan exóticas en su estirpe, maravillaba a mujeres y hombres, niños y adultos por igual. La belleza que irradiaba cada una de ellas era completamente distinta pero igualmente atrayente aunque ninguna de ellas prestará un segundo siquiera de atención al interés general, tan acostumbradas como pudiera estar una persona a que las miradas y los murmullos la siguieran. Fue Katya la primera que perdió la paciencia ante su lento avance y sin soltar su mano se abrió paso entre la multitud mediante codazos

    Los ojos de Vanya escanearon el andén, buscando a dos conocidas figuras que (como no) debían de llegar juntas. Pronto desistió en el intento al no contar con éxito alguno, no debían de haber llegado todavía. Ignorando la altura creciente de sus amigos así como la característica cabellera aleonada de Will, tan fácil de distinguir sin importar donde estuvieran, de estar presentes el dúo inseparable lo sabría sin necesidad de verlos siendo que ambos contaban con la habilidad de captar la atención de todo el mundo que se encontrara a su alrededor, como un agujero negro o un desastre de cual era imposible desviar la mirada.

    Su madre se percató de los vistazos inquietos que dedicaba a la multitud, malinterpretandolo como la urgencia de la menor por ingresar al expreso. Sin sospechar que la urgencia tras los ojos de su hija contaba con nombre y un apellido más que conocido.

    — Tienes que prepararte para tu reunión, ¿verdad, cariño? No te retendré mucho. — Irina acomodó uno de sus rebeldes mechones tras su oreja, con suerte del lado opuesto del que se ocultaban los últimos tatuajes obtenidos en el verano. Dejando un beso sobre su frente. — Parece mentira que esta sea la última vez que te veré montar en el tren, estoy tan orgullosa de ti. No te olvides de escribirlos. — Vanya no contuvo el impulso de envolverla entre sus brazos.

    — Lo haré mamá, cada semana. — y tras la breve despedida la atención de la mujer se fue sobre Katya, frunciendo el ceño en una expresión que no atenuaba en lo más mínimo el atractivo delicado y maduro de sus facciones.

    — Te dije que no tenías que haberte puesto una falda tan corta, tienes suerte de que tu padre no pudiera venir por el trabajo o no te hubiera dejado salir así de casa. — Las manos de su madre fueron de inmediato a la falda de su hermana, buscando bajar la prenda para que cubriera más allá de la parte superior de los muslos de esta. La queja que abandonó los labios de la menor de los Nazyalensky fue automática.

    — No es como si se me viera nada, además antes del verano me quedaba bien. — Aquello era cierto, nada había cambiado con su ropa, sin embargo el último estirón de Katya había hecho más notorias las curvas de su cuerpo, más marcadas que las de su hermana o su madre, y ya imposible de ocultar bajo la tela.

    — Toma, átalo a la cintura. — su madre le tendió su suéter en lo que era una orden más que un pedido antes de pellizcar la mejilla de su hija. — Recuerda Katya, ¡nada de chicos! Aprende un poco de tu hermana. — la ravenclaw apartó su mano de un manotazo, con su rostro colorado por el trato infantil recibido aunque una sonrisa se puso en sus labios, con la mirada puesta en su hermana.

    — ¡Sí, sí lo que sea! No es a mi a quien tienes que recordárselo. — Vanya envolvió su mano alrededor del brazo de Katya, regalando un discreto pellizco a la tierna piel.

    — Vámonos de una vez antes de que se llene todavía más la estación. — Vanya dejó un último beso en la mejilla de su madre, jalando de su hermana hasta perderse por los pasillos del expreso.

    Aún a 20 minutos de la salida del tren, su interior estaba lleno del bullicio y caos que estaba presente en el andén. Un grupo de estudiantes que no podían pasar de segundo año ojeaba los compartimentos a su paso en busca de uno vacíos que ocupar, otro estudiante ya en sus túnicas con el emblema del tejón batallaba por devolver a su lechuza a su jaula (error de novato) y otras niñas intercambiaban cromos de magos animadamente. Sus pasos iban hacia el principio del expreso, donde estaban los compartimentos que los estudiantes de Ravenclaw solían usar.

    — ¿A qué cojones ha venido ese último comentario? — le preguntó a su hermana.

    — Tranquila hermanita, si quiera decirle a mamá de tu oh tan prohibida relación con el señorito Black, lo habría hecho cuando les mentiste para pasar las navidades en casa del príncipe o cuando les mentiste para pasar las vacaciones junto a él o cuando trataste de ocultar los tatuajes que te hizo o…

    — Ya lo pillo… — la frenó, si comenzaba a enumerar una por una las mentiras que había guardado del conocimiento de sus padres estarían ahí hasta que el expreso alcanzase su destino.

    — No, no comprendes la enorme suerte de tenerme por hermana. Estará en deuda conmigo de por vida. — sin duda la más alta le recordaría toda su vida el enorme sacrificio hecho por ella, notese la ironía, pues en consecuencia no podía oponer resistencia alguna a sus exigencias. Tan manipuladora, quizás la que debía de haber entrado a Slytherin era ella y no Zoya como era el consenso unánime. No, pensó, eso solo le habría dado más poder y maldad.

    — ¡Kat, aquí! — El energético golpeteo contra la ventana de uno de los compartimentos les hizo para en seco, y solo unos segundos después la figura regordeta de Claire Devlin, Ravenclaw de quinto año, abandonara su interior para lanzarse sobre su amiga, enterrando la cabeza contra su pecho. — Woah, ¿se puede saber que has estado tomando este verano? — Bromeó la rubia notando su último estirón, abrazando con cariño la cintura de la chica.

    — ¿Tu idea de saludar incluye ahora el acosarme sexualmente? — Con la marcada diferencia de altura entre ambas chicas, con Katya casi superando el metro setenta aquel verano, resultaba casi cómico verlas juntas. Tan opuestas en apariencia como en personalidades, pero supuso que eso era lo que primero había llamado su atención sobre el enredo de nervios e inseguridades que era la mejor amiga de su hermana.

    — No se considera acoso sexual si soy tu amiga, duh. — Notando la presencia de la más alta otra chica no tardó en salir también del compartimiento, rubia también más con su expresión marcada por la molestia.

    — ¡Por Merlín, por fin estás aquí Katya! ¿Puedes decirle a Orla que deje de ser tan insufri…? Orla, dime que lo que estás leyendo no es mi diario. — Vanya se asomó al interior del compartimento notando el desastre armado dentro de este, completo ya con cinco estudiantes, no espera… ¿seis? Si aquello que roncaba bajo la pila de abrigo era un chico. Parecían haber estado jugando con una baraja de cartas muggles antes de la llegada de la veela, con estas levitando por el compartimento. Una de las chicas permanecía casi tumbada, ocupando casi la banca completa con sus largas piernas, con su rostro cubierto por el libro que sostenía aunque por las coloridas medias que portaba y el sinfín de pines de películas y series muggles que decoraba su chaqueta sabía perfectamente de quién se trataba, sus desordenados rizos recogidos por su varita.. Orla Quinn, la perfecta imagen de lo que se esperaba de una estudiante perteneciente a la casa del tejón.

    — Claro que lo es, estoy haciendo mi reporte para el club de lectura sobre él. Me he quedado en el verano de 1985, cuando besaste a Edward Payne y casi vomitas cuando trató de meterte la lengua. — Sus ojos no se desviaron de su lectura ni cuando la otra chica se abalanzó sobre ella para arrebatárselo de las manos, mandando las cartas a volar en el proceso. — ¡Hey, presi! Nos vemos el viernes como siempre, ¿verdad? — La morena la notó apoyada en el marco de la puerta, saludándola con una sonrisa mientras su otro brazo estirado mantenía el diario fuera del alcance de su amiga. Ahora que su rostro permanecía descubierto pudo notar las manchas de chocolate alrededor de sus labios.

    — ¿Ya has asaltado el carrito de dulces? — El tren no había abandonado todavía la estación así que la bruja del carrito no había comenzado su marcha por los vagones, pero eso no evitaba que los alumnos más avispados utilizaran en caos previo a la partida para obtener un dulce botín libre de costo.

    — Nah, es de mi propio alijo. Toma unas cuantas. — con un movimiento de muñeca la alumna de Hufflepuff le aventó los dulces, despiste que aprovechó Claire para arrebatarle la libreta iniciando un nuevo forcejeo para robarla de vuelta. Monedas de chocolate. Vanya se las metió en el bolsillo de su chaqueta, aunque su surtido de dulces estaba lejos de encontrarse vacío con Altair y Will a su lado.

    El grupo de amigos de Katya era jodidamente raro a su parecer, siendo un revuelto demasiado variado de excentricidades presentes en cada uno de ellos, pero no sería Vanya quien los juzgara viendo precisamente a quienes tenía por amigos. No, si fuera por rarezas el Mischief Club ganaba por goleada.

    — ¿Dejando a la bebé en la guardería? — La voz de su prima la hizo desviar la mirada del espectáculo ofrecido por las dos amigas, sin signo alguno de acabar.

    — ¡Zoya! ¿Y Mikhail? Creía que te habías adelantado para verlo. — preguntó, sin ver al que se había convertido en su sombra casi desde el primer año a su lado.

    — Me está esperando unos vagones atrás, pero tu madre me ha pedido que le tuviera el ojo puesto a Katya. — Katya no elegía sus peleas, sigo que se lanzaba de cabeza hacia estas y aunque su comportamiento se había cuanto menos regulado en el último año y a la prefecta no le quedaba duda de que su hermana sabía defenderse por sí misma, pero lo sucedido dos años atrás bastaría para despertar la productividad de cualquier madre. Vanya prefería no pensar en ello, prefería no volver a recordar la desesperación de ver a Katya hundirse en el Lago Negro o la visión del rostro desprovisto de calor alguno de su hermana. Era lo menos que podía hacer como su hermana, mantener un ojo sobre ella para mantenerla alejada de problemas y con ello mantener a los problemas alejados de Katya, ya se trataran de su propia impulsividad o de aquellos que tenían nombre y apellidos.

    La desconfianza de sus padres no todo era culpa de la veela, sin embargo, durante el invierno de su tercer año uno de sus admiradores más insistentes, de esos que no entendían el evidente asco en el rostro de la chica como un rechazo a sus avances, había mandado como regalo de navidad un oso encantado que había empezó a serenar a su hermana con la más estridente y empalagosa canción de amor. Unas fiestas que pasarían a la historia que acabaron con su padre calcinando al condenado oso. Como habían descubierto su dirección seguía siendo todo un misterio, pero Katya se había asegurado de darle su respuesta ante su “romántica” confesión acompañado de una larga visita a la enfermería.

    ¿Bastaba aquello para disuadir a todos aquellos que buscaran ir tras la falda de la Ravenclaw? No, y sabía con certeza que aquellos admiradores no harían más que crecer en número durante aquel año.

    — Si yo soy la problemática en qué os convierte eso a vosotras. — les cuestionó la menor. Vanya y Zoya se miraron entre ellas. Una era una prefecta mientras que la otra se había convertido en una figura de respeto (y temor) dentro de la casa del tejón sin las responsabilidades de una Head Girl, a los ojos desconocedores de sus padres no había nada que pudiera corromper a sus niñitas, y lo que no sabían no podían dañarlos. Al menos estaban cumpliendo su papel al estar encima de la menor de la familia, por mucho que esto le disgustara a la misma. — ¿Acaso no tenéis novios adinerados con los que estar metiendose mano? — volvió a inquirir enarcando una ceja en su dirección.

    — No te preocupes Katya, tú también encontrarás a un hombre con dinero a su tiempo. — aseguró Claire a sus espaldas, incluso el par de amigas habían abandonado su riña solo para prestar atención a cómo la veela estaba siendo tratada como poco más que una mocosa problemática por parte de las únicas que podían permitirse avergonzarla sin temer por las consecuencias.

    — De acuerdo, de acuerdo nos vamos pero recuerda Katya nada de problemas y… — no necesitó de completar la frase cuando otros lo hicieron por ella.

    — ¡Nada de chicos! — gritaron al unísono el resto de alumnos en el compartimento, despertando en su volumen al único chico dormido bajo la montaña de abrigos, todavía demasiado adormilado como para comprender que estaba sucediendo a su alrededor o porque sus compañeras lo habían sepultado.

    Como era de esperar, la rusa les cerró la puerta en la cara, siendo ahora solo ella y Zoya, ambas chicas rieron ante la esperable reacción de la menor antes de reanudar su camino por los pasillos del tren.

    — ¿Has visto a algunos de los chicos? — no se contuvo de preguntar por más tiempo. Era una ansia estúpida pues solo habían sido 5 días los que había pasado lejos de ellos luego de haber compartido todo el verano y el año escolar a su lado, quizás por lo mismo era tan difícil encontrarse cómoda sin los comentarios fuera de lugar Isaac, sin las locas ideas de Will que siempre iban acompañadas de su deslumbrante sonrisa y sin… sin Altair. Sin sus besos, sin sus remarques estúpidos o sin ser sus ojos grises lo primero que viera en la mañana. Se habían convertido en una parte fundamental de su día a día, una de la cual nunca quería desprenderse.

    — Me he encontrado ya con Nesta así que Isaac ya debería de estar con ella en el compartimento y Rosé y Leonore… — la pelinegra no llegó a terminar su frase antes de abandonar su lado, apresurándose al otro lado del pasillo donde su distracción ya estaba con los brazos abiertos para recibirla entre estos. Zoya se lanzó en busca de sus labios de su chico con una ternura de la cual solo Mikhail era conocedora y que desde luego no se correspondía al poco tiempo que llevaban separados. ¿Ella se veía así al lado de Altair? Así de embriagada por su presencia, así de estúpidamente enamorada de él. Sí, los silbidos y comentarios de burla de sus amigos eran prueba suficiente de lo obsesionada que estaba por el capitán y la veela no podía evitar sentir como los celos la invadían con Zoya luciendo tan feliz junto a Mikhail mientra que ella permanecía sola, sin rastro alguno del heredero de la casa Black. ¿Acaso en su condenadamente pomposa y minuciosa educación le habían olvidado enseñar la importancia de la puntualidad?

    A Vanya le gustaría poder decir que lo regañaría nada más se presentara, pero sabía que no conseguiría dejar salir la más pequeña reprimenda antes de caer de nuevo por esos ojos que, sin importar cuantos años hubieran pasado desde la primera vez que los enfrentó en el mismo expreso dirección a Hogwarts, conseguían robarle la respiración.

    — Hey, voy a tener que quitarles puntos a ambos sin que el curso haya empezado. Indecencia en la vía pública. — era una amenaza vacía, ni siquiera tenía la potestad de hacerlo con el curso todavía sin iniciar pero al menos consiguió que la pareja dejase de besarse sin ninguna preocupación más en el mundo que no fuera el otro.

    — Si eso fuera así, tú y Altair habríais dejado en puntos negativos a Gryffindor. — respondió la rusa encogiéndose de hombros y dejando un beso en la mejilla de su pareja. El penúltimo aviso previo a la salida resonó por todo el tren recordando a la veela de que tenía mayores responsabilidades que buscar a sus amigos a lo largo del expreso. — ¡Vete de una vez a cambiarte! Ya le avisaré al patán de tu novio si viene lloriqueando porque no te encuentra. — No pudo replicar contra las palabras de Zoya, viendo que el tiempo se le venía encima antes del inicio de la reunión de prefectos sin todavía haber dejado sus maletas ni haberse cambiado al uniforme de la escuela a diferencia del resto de alumnos en sus túnicas o ropas muggles. Apenas alcanzó a mascullar un adiós antes de poner rumbo a los baños del tren.

    Los prefectos, los Head Boys y Head Girls de cada casa se reunían durante la primera hora del viaje hacia Hogwarts para repartir la vigilancia de los 5 vagones del tren y los respectivos alumnos dentro de estos así como que nada perturbara el orden del trayecto o de la posterior llegada a los terrenos de la escuela. Aquel año sería comandada por Leigh Harkess, Head Boy de Ravenclaw, lo que se traducía en una prórroga de 30 minutos en la reunión para su discurso inicial sobre el estándar esperado de ellos como “figuras de autoridad” entre los alumnos, acompañado de un “breve” y “grato” resumen de normativa de la escuela. Y aunque Vanya desde luego no tenía nada de lo que temer al remilgado Head Boy de la casa del águila, prefería evitar el infaltable monólogo sobre puntualidad y responsabilidad que se ganaría de atravesar las puertas del último vagón con un solo minuto de retraso.

    Por fin utilizando el uniforme con los colores de Gryffindor solo le faltaba dejar sus maletas antes de dirigirse al último vagón del tren. Incluso si no recordara la localización del compartimento que llevaban ocupando desde su primer año, cada año más abarrotado por el tumulto de alumnos dentro de este. El escándalo singular proveniente de su interior que resonaba por todo el vagón, bastaba para localizar a sus amigos.

    Gritos, maldiciones y una risa estridente que solo podía pertenecer a una única chica dentro de Hogwarts.

    Todos sus amigos ya se encontraban reunidos frente al compartimento aunque ninguno reparó de inmediato en su llegada, observando entre divertidos y confundidos lo que sucedía en el interior del mismo. Con solo una mirada pudo entender porque estaban tan abstraídos en el espectáculo montado por los tres amigos. Bien podían estar cursando su último año antes de graduarse y entrar a la sociedad un grupo de magos de provecho, pero el Mischief Club parecía no haber crecido ni un solo día en lo que a madurez respecta. Un lío de extremidades que hacía difícil distinguir donde terminaba un adolescente y empezaba otro, absortos por completo en su lluvia de codazos, empujones y burlas mientras que Nesta, sentada frente a ellos, lucía tan roja entre risas sin control como una bomba bombástica segundos antes de estallar.

    — ¿Se puede saber qué está pasando acá y qué es este circo? No me digan que están molestando a Nesta, porque los mato. — no pudo ocultar su sonrisa en su amenaza, solo habían pasado 5 días y sin embargo había extrañado enormemente el comportamiento infantil y cuanto menos impulsivo de sus amigos.

    La veela no pudo dejar salir ninguna palabra más antes de ser arrastrada entre los brazos del más impulsivo de ellos, su cuerpo abrazado contra el contrario envolviendo sus brazos alrededor de su cuello para no caer aun cuando Altair nunca permitiría eso en primer lugar. 5 días y el orgulloso herederos de la Noble y Antigua Casa Black la recibía como si hubiera vuelto de la guerra, la adoración en su mirada correspondiendo la misma que sentía por él.

    No hubo tiempo para romanticismo alguno antes de que Will se encargara de arruinarlo, revolviendo sus cabellos como si de un juego entre parvulitos se tratase. Envuelta por ambos chicos que la superaban considerablemente en altura (¿cuándo se supone que iban a dejar de crecer?)

    — ¡Will! ¡No me hagas arrancarle la mano! — dijo golpeando su mano y regalando un segundo golpe contra su hombro cuando su chico la dejó ir.

    Las chicas por otro lado le dieron una bienvenida mucho más suave y agradable, alejando a los chicos como su privilegio de compañeras de habitación. Sus brazos se envolvieron alrededor de Leonore y Rosé, enterrando su rostro en el hombro de la rubia por unos segundos.

    — No os hacéis una idea de lo mucho que os he echado de menos.

    — Pero qué dices, si hemos pasado todo el verano juntas, ¿recuerdas? — dijo Rosé guiñandole el ojo y sacándole una risa. Era verdad, a ojos de sus padres pasaba el verano junto a sus compañeras de cuarto como buenas y distinguidas señoritas. Ambas cosas eran completamente mentira, pero nadie tenía que saber de su secreto.

    El último aviso de salida resonó, recordando a la veela que solo estaba ahí para dejar sus maletas que se apresuró en ello antes de la llegada de Elaine. Ninguna de las dos tenía más tiempo que perder, aunque se permitió perder unos segundos en besar la mejilla de su novio antes de partir del compartimento. Apenas había tenido unos instantes a su chico de vuelta pero al menos volvería a dormir junto a él esa misma noche y no era tan dramática como para armar una escena por unas horas más separada de su lado.

    Su brazo se entrelazó instintivamente alrededor del de la pelirroja, siguiendo su camino por los pasillos sin la interrupción de ningún alumno aun con las miradas de algunos puestas en ella a su paso. Estaba bien, incluso el mayor mujeriego dentro del castillo conocía que debía de evitar a ambas mujeres, no por un motivo tan insulso como la existencia de un novio celópata a su lado, claro que no. Pero los coqueteos más ligeros no eran sino rechazados por ambas féminas y los más descarados tenían por respuesta acabar colgando de la entrada al Gran Salón en calzoncillos.

    — ¿Entusiasmada acaso por otra divertida reunión? — preguntó Elaine acomodando la insignia de Head Girl en su pecho.

    — Cómo no, me muero por pasarme una hora disociando hasta que Hakess decida que ya nos ha torturado lo suficiente con su charla. Al menos te tengo a ti a mi lado, ¿de qué otra forma aguantaría semejante tormento? — la pelirroja sonrió ante sus palabras. Consideraba al Mischief Club sus mejores amigos, prácticamente sus hermanos, pero no podía compartir con ellos lo que compartía con Elaine desde el primer año. Las noches en vela leyendo en la cama de la otra, el entendimiento mutuo por la autoexigencia de cumplir las expectativas de sus padres y el superar las inseguridades propias de toda adolescente.

    No había incomodidad alguna con sus mischivious por el hecho de que fueran hombres, y viceversa pero su amistad con la pelirroja era distinta a la que compartía con ellos, quizás motivada por tratarse de otra mujer o por los gustos en común que solo ellas compartían. Además, ¿con quién si no se quejaría de los idiotas salvajes que tenía por mejores amigos?

    — Te apuesto 5 galeones a que no pasan ni 5 minutos antes de que Harkess recalque “amablemente” la importancia del código de vestimenta.

    “Nada de ropa muggle, nada de accesorios que cubran el emblema de Hogwarts, el largo de las faldas deberán de estar en todo momento por debajo de las rodillas”.repitió imitando el exagerado tono grave que el Head Boy usaba durante sus juntas.— Hecho, apuesto entonces otros 5 galeones a que hará llorar a al menos a 3 muchachos de primero antes de que termine el día. — entre risas ambas amigas llegaron al último vagón del expreso con dirección a Hogwarts, con el susodicho esperándolas en la entrada del mismo, si este las había escuchado hablando de él lo cierto es que a ninguna le importaba demasiado.

    — Mcmillan, Nazyalensky os estabamos esperando. — dijo el de la casa del águila, apartándose para dejarlas pasar. Ignoró desde luego la mirada de disgusto enviada en su dirección por parte del Ravenclaw, siendo una de esas insufribles personas que consideraba llegar diez minutos antes como puntual mientras que llegar a la hora acordada como una falta de respeto.

    El último vagón era un tanto distinto del resto ya que no estaba dividido en compartimentos, luciendo como la cafetería de cualquier tren normal, con un par de mesas y bancas paralela a cada extremo de estas. El grupo de prefectos ocupaba apenas dos de las espaciosas mesas. La veela apenas alcanzó a saludar a la Head Girl de Hufflepuff antes de que Leight comenzara con la orden del día.

    El grupo de alumnos presentes era cuanto menos diverso e incluso con las fuertes diferencias y pleitos en el pasado contra los prefectos actuales de Slytherin, si algo compartían todos en esos momentos era la mirada de aburrimiento plasmada en todos durante aquella junta que verdaderamente no debería de tomar más de 15 minutos. Como todos los años los prefectos alternarían sus rondas por los vagones respectivos a su casa y rotarían cada hora para sus rondas por el vagón de los recién ingresados, y una vez llegados al estación los Head Boys se encargarían de acompañar a los alumnos de primero por su viaje en lado y su posterior entrada al castillo. Luego del sorteo de casas los prefectos acompañarían a las nuevas adiciones hacia sus salas comunes. Tal y como se hacía cada año.

    Extender la junta era solo una perdida de tiempo, pero discutir con el Head Boy de Ravenclaw no aceleraría las cosas. Más divertida con las últimas vistas del andén 9 y tres cuartos, Vanya comenzó a pensar en cómo sería ahora el panorama de vuelta en el compartimento de sus amigos, ¿Will ya habría empezado a planificar las bromas de aquel año o esperaría a que ella también estuviera en cambio? ¿Altair estaría hablando con Rosé sobre las posibles adiciones de aquel año al equipo? ¿Habría pasado ya el carrito de la bruja por ahí? De ser así esperaba que la recibieran con su buen montón de chocolates.

    Sus divagaciones se vieron interrumpidas al escuchar el par de golpes en la puerta del vagón, llamando la atención de todos los presentes en lo inusual de ver interrumpida la junta. El motivo y la persona detrás de esa interrupción sin embargo sí que se robó las miradas y atención de todos los alumnos ahí presentes, aunque las impresiones de ambos ante el inesperado espectáculo no dejaban indiferente a nadie.

    Al fin y al cabo no era todos los días que tenían el privilegio (o la desgracia) de ver al último heredero de la Casa Black, conocida por sus lazos con la magia oscura y la cantidad de mortífagos producidos, bailando de un modo que desde luego no había sido enseñado por ninguna institutriz.

    Solo la veela y Elaine a su lado no lucían sorprendidas por las acciones del pelinegro siendo sus reacciones completamente opuestas la una de la otra, mientras que Vanya estaba encontrando cada vez más difícil el contener la risa que le causaba el juguetón baile de su novio, Elaine parecía estar replanteando seriamente las implicaciones morales de utilizar algún imperdonable sobre el capitán de quidditch.

    — De verdad Nazyalensky, de todos los hombres entre los que podías haber elegido, ¿tenía que ser Black? — le cuestionó el Head Boy de Slytherin más molesto por el comportamiento tan indecoroso por parte del heredero de uno de los Sagrados 28 que por ver la junta interrumpida.

    — Encantador, ¿cierto? — su burla solo asentó el ceño fruncido del chico mientras que Altair continuaba siendo… pues Altair. No había otra forma de definirlo y Vanya estaba fascinada por él, y por su bobo pero sugerente baile claro. Sí, de entre todos los hombres tenía que ser él.

    — Un descerebrado, eso es lo que es. — murmuró la pelirroja a su lado, luciendo mucho menos entusiasmada como las otras chicas presentes que disfrutaban del espectáculo ofrecido por el Black entre chillidos y risas apenas contenidas. Desde luego nadie mejor que el jugador de quidditch para robarse la atención de una habitación completa a su persona.

    Casi lamento que su baile a lo Dirty Dancing se hubiera visto interrumpido por el Head Boy de Ravenclaw, pero la expresión de pura exasperación que portaba este en su rostro resultaba igual de divertida. Las reacciones entre el público no hicieron más que aumentar cuando el pelinegro alzó su camisa, dejando a plena vistas de todos su abdomen, la hinchada vena en la frente del prefecto de Slytherin parecía a punto de estallar mientras que las chicas pertenecientes a Ravenclaw y Hufflepuff parecían más que dispuestas a meter algo más que un par de billetes dentro del pantalón del entrometido estudiante. Mientras que la veela, lejos de encontrarse celosa por la atención recibida por el pelinegro, solo se limitaba a observar la situación por su inevitable desenlace, el cual llegó solo momentos después.

    — …Vengo a advertir que tengo bajo mi poder un dispositivo de comunicación lo suficiente eficaz, como para hacer estallar todos los inodoros del tren si no ceden ante mi simple y humilde petición. — El escándalo en el vagón cesó en un solo momento. Tenía que admitirlo, si Altair hubiera seguido el camino de tantos otros de sus familiares y hubiera seguido las artes oscuras, habría tenido una carrera prometedora. Aunque su ambición no estuviera puesta en ninguna de las responsabilidades de formar una célula terrorista.

    Las negociaciones (si se podían llamar de alguna manera a su chantaje) se inclinaron de inmediato en favor del Black, pues nadie en su sano juicio se atrevería a pensar que la amenaza del chico se trataba de un farol, siendo más problemático el lidiar con un problema de tal escala antes que acceder a las “humildes” condiciones puestas por Altair. Tenerla de vuelta, esa era la razón que necesitaba para amenazar el transcurso normal del inicio del curso.

    Vanya no se dignó a corresponder ninguna de las miradas puestas antes de abandonar su asiento, dejando una última palmada en el hombro de la pelirroja para ir al lado del capitán de quidditch. Mucho menos dejó salir objeción alguna por permanecer en la aburrida junta.

    — Nazyalensky. Llévatelo de aquí y no le quites el ojo de encima, porque si me entero de que los retretes han estallado y han inundado los baños los culparé a vosotros dos. Estarás encargada de guiar a todos los niños de primer año en cambio con la profesora McGonagall. Eso es todo, váyanse de una vez.

    — No le pienso quitar el ojo de encima. — respondió con una sonrisa y sin pizca de culpa presente por el sabotaje de su novio a la primera junta del año. Luego de lo sucedido seguro que Hawkess no estaría de humor para prolongar la reunión más de lo estrictamente necesario, así que técnicamente les habían hecho un favor al resto de sus compañeros. — ¿Nos vamos? — su atención se desvió por completo a su novio posando su mano sobre la contraria que envolvía sus hombros en su caminar fuera del vagón once.

    Era de esperar que no pudieran esperar siquiera a encontrar un compartimento fuera de las vistas de todos antes de sentir los labios del pelinegro reclamar los suyos. Su cuerpo entero se estremeció al sentir el hambre correspondida en sus besos y sus brazos se envolvieron de inmediato alrededor de su cuello, rompiendo una distancia ya inexistente en primer lugar. 5 días alejado de él y todo su cuerpo clamaba por él. 5 días su corazón latía desbocado en su pecho cuando se besaban. 5 días y Vanya juraba que había estado contando las horas antes de volverlo a ver

    Al menos no era la única que lo había extrañado.

    Su jadeo se perdió contra los labios de Altair, disfrutando de cada segundo del jugueteo íntimo entre sus lenguas donde el resto del mundo no tenía cabida alguna. Todo lo que importaba era Altair, el olor de su colonia, la calidez de sus manos que la sostenía contra su trabajado cuerpo y el tacto de sus labios sobre los contrarios, tan adictivos que hacía difícil el recordar cómo había sobrevivido esos días sin sus besos.

    Estúpido amor y sus mil formas de llevarla a la locura.

    — Eres un idiota, ¿lo sabes? — murmuró al separarse, la ofensa de sus palabras completamente opuesta a la adoración que iluminaba su mirada puesta en la sonrisa del contrario, sus labios coloreados con el rastro de su pintalabios melocotón. — Un completo imbécil. — continuó, dejando una caricia sobre las pequeñas estrellas tatuadas por la curva de su cuello durante el verano.

    La risa despreocupada del capitán le robó una sonrisa, cuánto deseaba poder embotellar aquel sonido para poder escucharlo durante sus peores momentos como la más efectiva poción revitalizante.

    — Aburrido sin ti. Todos están bien. No. Hablé con él ayer. — la veela respondió una a una las preguntas de su chico, desde luego más entretenida por lo sucesivos besos dejados por su rostro que en hablar sobre su familia que tras 2 años seguía sin conocer de su relación con el pelinegro.

    Nada cambiaría el que Altair fuera un Black, y aunque ella podía ver más allá del condenado apellido (y lo había hecho desde primer año) su padre no resultaría tan fácil de convencer.

    Ahora mentir… no, ocultar cosas a sus padres se había vuelto una segunda naturaleza para la rusa. No podía ser de otra forma para ella, sus padres la amaban, de eso no había duda pero el inflexible y severo temperamento de su padre en especial resultaba asfixiante para la veela. No podía contarles de que pasaba los veranos junto a un grupo de chicos adolescentes por mayor compañía, tan contrario a la mentira de que estaba junto a Elaine y sus amigas (amigas mujeres, de buenos principios y que no andaban correteando tras ningún chico a ojos de sus padres). Mucho menos podía confesarles sobre su relación con el heredero de la Antigua y Noble Casa Black, cuyo comportamiento era completamente opuesto al esperado de un señorito de su clase y desde luego, escapando del perfil de novio que cualquier padre querría para su hija adolescente. Y definitivamente decirles que había retomado el contacto con Damon o que este le había abierto las puertas de su casa cuando lo necesitase. Si su padre había sido capaz de expulsar a su hermano de su la familia y voltear a toda esta en su contra por algo tan estúpido como su sexualidad, ¿qué le esperaba a ella si descubría la pila de secretos sobre la que llevaba durmiendo todos esos años? Nada bueno podía asegurar.

    Solo un año más, se recordó a sí misma con calma. Solo un año más antes de que alcanzara la mayoría de edad y pudiera vivir más allá de esas cuatro paredes, sin secretos que le cerraran la garganta cada vez que su padre lanzara una pregunta inquisitoria sobre cómo había ido el curso. Ahora aquello no importaba, no con uno de sus mayores secretos robándose su atención por completo de cualquier pesar o inseguridad.

    Hasta que la voz de William rompió la intimidad compartida por ambos.

    — Ya has oído a Knightie, ya habrá tiempo luego. — dijo dejando un beso en su mejilla antes de abandonar su escondite entre los brazos del pelinegro. — Como también lo habrá para vengarnos de él por habernos interrumpido, ¿qué te parece una de esas pociones que vuelven tu voz aguda como la de un duende? ¿o el hechizo que deja el pelo como el de un puercoespín? — no hubo un segundo más que perder para volver a su vagón, tomando su mano para recorrer los

    — Toma, de propina por el espectáculo que has dado. Es poco para lo que te mereces pero el resto puede esperar. — bromeó metiendo el par de monedas de chocolate dadas por Orla en el pantalón del heredero seguido de una palmada a su trasero en esos condenados pantalones que lo hacían ver tan condenadamente bien, haciendo que Altair entrara primero al abarrotado compartimento.

    En el interior tanto Will como Isaac ya habían regresado de su “posiciones estratégicas”, ambos luciendo como si nunca hubieran roto un plato

    Los compartimentos del tren contaban con el espacio para recibir a seis personas cómodamente, pero con nueve personas en su interior tanto Nesta como Zoya terminaron sentadas sobre sus novios para dar cabida a todos los miembros presentes, incluso Will bromeó (sin verdadera intención alguna) con sentarse sobre la falda de Leonore pues si la buscadora podía hacer frente a los entrenamientos espartanos de su capitán durante el año, el aguantar el peso “liviano como una pluma” del rubio sería pan comido. Aun con el espacio tan limitado el asiento junto a la ventana seguía vacío para ser ocupado por la pareja más rezagada.

    — ¡Vany! Comenzaba a creer que luego de rescatarte de la aburrida reunión de prefectos nos tocaría rescatarte de las garras de Bigpaws. — los recibió Will sin jalarlos de las orejas pero si palmeando sus espaldas para hacerlos entrar de una vez al compartimento, cerrando la puerta tras de ellos.

    — Eso habría sido mucho más complicado. — le secundó Isaac.

    — ¿Es en serio, bombas en los baños? — la pregunta no iba dirigida a nadie en específico, sin embargo los responsables de la amenaza hacia la integridad de los baños se encogieron de hombros. No necesitaba investigación ni prueba ninguna para saber mejor que nadie quiénes eran los responsables, como tampoco necesitaba replantearse de su propia implicación siendo cualquier otra la situación..

    — Bastó para traerte de vuelta ¿no? Siéntense de una vez y las manos donde pueda verlas, jovencitos. — Bromeó Will, echándoles en cara su comportamiento hormonal hace apenas unos minutos atrás, aunque corrigiendo sus palabras de inmediato ante la mirada dedicada por la veela que amenaza por hacerlo explotar a él y no a los baños del tren. — ¡Hey vamos, no me miréis así! Ya os lo dije, ya tendréis tiempo para intercambiar toda la saliva que queráis durante el año, y eso va para todas las parejas hormonales aquí presentes. Enfríen sus mentes y sus entrepiernas y disfrutemos de estas horas juntos.

    — Will tiene razón, llevamos casi dos meses sin vernos con las vacaciones… — dijo Nesta, siendo cortada de inmediato por el rubio cuya mirada iluminada anunciaba la llegada de problemas, no para ellos desde luego sino para la antigua y venerada institución que era Hogwarts. Considerada el lugar más seguro dentro del mundo mágico, solo un poco menos seguro desde que se formó el Mischief Club.

    — ¡Nada de las vacaciones! Lo siento señoritas, pero de la misma forma en la que estos dos tórtolos tendrán el tiempo para morrearse cuanto quieran luego, igual podemos hablar luego de lo que hemos hecho durante el verano. Ahora toca hablar de lo importante, estamos en un año crítico para nosotros, nuestro séptimo y último año.

    Su certero fin dentro de Hogwarts llevaba siendo un tema un tanto incómodo que tratar para todos ellos, mucho más ahora que este se hacía cada vez más cercano. El futuro albergaba enormes aventuras para el grupo pero el no vivir estas con sus mischievous a su lado día tras día creaba un nudo en la boca del estómago. Sin embargo no habría pizca alguna de tristeza en el tono del rubio, sino una inmensa expectación y júbilo apenas contenido, como un niño mirando el escaparate de una tienda de juguetes antes de navidad.

    Will se paseó por el reducido espacio del compartimento como un rey comandando a su corte.

    — Supongo que no te refieres a los exámenes.

    — No, claro que no Zoya. Estamos hablando de algo importante aquí, mucho más grande que cualquiera de nosotros, de nuestro legado. —
    Era difícil de pensar en que aquel chico tan entusiasmado por idear una broma pesada con sus amigos, fuera el mismo capitán del equipo de duelo que había revolucionado el corazón de todas las chicas de su año. Príncipe, aquel apodo por su club de fans se caía por completo ante el verdadero William Gouldshaw.

    Idiota, prefería llamarlo Vanya pero lo amaba aun con sus 3 neuronas funcionales que parecían inactivarse cuando se encontraba en la cercanía del Idiota 2. Véase, su pareja.

    — ¿Legado? — preguntó Mikhail.

    — Tenemos 8 meses para dejar una huella definitiva en Hogwarts, algo por lo que nos recuerden las próximas generaciones. Y no tenemos un minuto que malgastar, quiero toda vuestras cabezas en ello. — la atención de Will recayó de inmediato en Vanya, retornando a su asiento al lado de la pareja para dedicarle la mejor mirada de falsa inocencia que podía conjurar.

    — Fleathy, Vanya la Grande, la Terrible, el azote de las serpientes y el temor de los maleantes. Dime que esa cabecita brillante tiene algo pensado para nuestra primera broma.

    — Sabes que como prefecta mi deber es mandarte de cabeza con Mcgonagall, ¿verdad? — la idea de comenzar el año enfrentando a la líder de la casa de los leones no amedrentó en lo más mínimo al contrario, sabiendo que en definitiva no había seriedad alguna tras sus palabras.

    — ¿Cuándo te ha importado eso? Es precisamente porque tienes el poder de decidir cuando aplicar las reglas que eres tan terrorífica, nuestra prefecta corrupta. — tenía que admitirlo, el verse enredada por las palabras del rubio era extremadamente sencillo. Una suerte que sus intereses recayeran en cosas tan simples como sus amigos y el duelo, de otra forma no veía como alguien podría frenar a la bola de energía que era.

    — Puede que tenga una idea… para esta misma noche. — sus palabras iluminaron el rostro de Will como si de una bombilla se tratase, pero antes de que pudiera hablar Isaac se adelantó a él.

    —Espera, ¿te refieres a durante la ceremonia del sombrero seleccionador? — Vanya no le respondió de inmediato, alzando su varita para instaurar un muffliato en el compartimento. Ninguna precaución era poca para lo que estaba a punto de sugerir.

    — Eso es Blazy, solo que… este año no habrá ceremonia de selección. No esta noche, y nosotros nos vamos a encargar de ello. — sobre la falda de su novio como si de su trono personal se tratase, la chica comenzó a jugar con las pequeñas trenzas de su cabello, buscando su mirada para confirmar que contaba con su infaltable apoyo.

    — Me gusta hacia donde está yendo esto. — dijo Will.

    — A mi no. — le contradijo Mikhail.

    — ¿Cuál es el plan entonces? ¿Arruinaremos el Gran Salón? ¿Secuestraremos a todos los de primero? — El entusiasmo de Will parecía ser pegajoso pues Rosé apenas podía permanecer quieta en su asiento con anticipación. No era ocurrencia de todos los días que pudieran escuchar de primera mano sobre la próxima broma de sus amigos cuando de habitual se enteraban de estas cuando se desencadenaba el caos consecuencia de estas.

    — Piensa a lo grande Rosé. — le instó, si lo que quería Will era una broma sin precedentes solo había una alternativa posible. — No, iremos por el Sombrero Seleccionador.

    El silencio gobernó el compartimento durante unos segundos, en una reacción cuanto menos inusual en el tan ruidoso como numeroso grupo de amigos. Fue Zoya la primera en romperlo.

    — ¿Qué? Pero es un objeto mágico del calibre del Cáliz del Fuego o la espada de Gryffindor, su magia es fuerte, las pociones no servirían y no podremos siquiera acercarnos un paso sin tener las varitas de todos los profesores apuntando hacia nosotros. No podréis robarlo. — su recelo aunque justificado no afectó a la sonrisa de su prima quien en primer lugar ya le había dado tantas vueltas al plan de acción como era humanamente posible. Su posición como el cerebro del Mischief Club era mucho más que simples habladurías.

    — No necesitamos robarlo para sabotear la ceremonia y podemos hacerlo de una manera en la que los profesores no sabrán lo que ha sucedido. El Sombrero Seleccionador es una de las mayores invenciones de los fundadores de Hogwarts, y como un objeto mágico de tal calibre cuenta con una conciencia, por lo que los mismos hechizos que afectan a los magos se pueden usar sobre él. — explicó a sus amigos quienes parecían prestar más atención a sus palabras que a ninguna otra clase previa a sus TIMOS.

    — El hechizo Confundus, lo aprendimos en quinto, produce distintos grados de confusión dependiendo de la magia del mago que lo pronuncia y la fortaleza de la persona, o objeto, que lo recibe. Suficiente para que el Sombrero Seleccionador, que lleva sorteando a los alumnos de Hogwarts durante siglos sin falta y sin fallos, por una noche no pueda hacer la función a la que está destinado. Su legeremancia no funcionará mientras esté bajo el hechizo. El único momento en el que se puede saber si una persona o objeto está sobre la influencia del Confundus es en el momento en el que es golpeado por el encantamiento, no emite ningún brillo o ruido particular, pero el cuerpo del objetivo temblará durante unos momentos. Así que necesitaré que todo el mundo dentro del Gran Salón tenga su atención puesta en otro lado.

    — No creo que sea tan sencillo como lo cuentas. — intervino Leonore.

    — Claro, porque no lo es. Normalmente tomaría de un mago con una enorme habilidad con los encantamientos para lanzar un Confundus lo suficientemente potente como para afectar a un objeto mágico de semejante calibre. Por desgracia no tenemos un mago así entre nosotros… pero sí una bruja. Así que yo me encargaré del hechizo al sombrero, vosotros os asegurais de avivar el caos para que pueda pasar desapercibida. Nada que ponga en riesgo a nadie o entonces Dumbledore no se quedará de brazos cruzados.

    — ¿Causar el caos? Lo podría hacer hasta con los ojos cerrados. — desde luego la seguridad propia de Will salía a la luz incluso en un plan que podía mandarlos de cabeza a Azkaban en el peor de los casos.

    — Aun así un Confundus no bastará, Mcgonagall podría terminar con ello con un Finite incantatem. — la repentina seriedad en el Black podía sorprender a cualquiera que solo estuviera familiarizado con su faceta boba y obsesionada con el Quidditch, pero perfectamente podía llegar a ser el más metodológico y minucioso en cuanto al planeamiento de sus bromas. Sacando las posibles fallas a la luz, aunque Vanya ya las tuviera cubierta en primer lugar.

    — Quizás un Confundus normal, pero no si cuenta con el refuerzo del repello inimicum sobre él. No practicamos con Will durante cuarto año para el torneo de duelo. No califica como una barrera mágica como tal ya que no lo protegerá de ningún maleficio que busque dañarlo, el inimicum solo garantiza que una persona diferente a quien lo lanzó no podrá revertir el efecto del encantamiento lanzado. ¿Suficiente por ahora? — respondió dejando un pequeño beso en la comisura de los labios de Altair, lejos de estar molesta porque este mentara los posibles huecos de su estrategia.

    — ¿Y no sospecharán de nosotros? Es decir, nunca en la historia de Hogwarts sucedería un accidente así. — Nesta fue la siguiente en sacar a relucir otro de los posibles obstáculos.

    — Buena pregunta, a la que iba a responder ahora. Les daremos una explicación lo suficientemente factible sobre el estado del sombrero que ni siquiera sospecharán que hay un grupo de alumnos detrás de lo sucedido. Esta noche los Fwopper para la clase de Cuidado de Animales Fantásticos estarán en el invernadero. — En esa ocasión las miradas de confusión llenaron el compartimento, sin entender qué quería decir la prefecta.

    — ¿Fwopper? ¿Qué tienen que ver esos pajarracos aquí?

    — Sos una especie de pájaro africano con un pelaje de colores chillones como el rosa o el amarillo y su canto… escuchar su canto durante un tiempo prolongado lleva a la locura. — explicó Isaac en su extenso conocimiento sobre animales mágicos que escapaban del resto, comprendiendo antes que nadie a que se refería la de ascencia veela.

    — O a una confusión intensa tras un par de minutos. ¿Entendéis? Liberaré a los Fwopper del invernadero y los transportaré al Gran Salón. Su canto causará el alboroto entre los alumnos al igual que el Sombrero Seleccionador que no escapa de sus efectos. Sirven como la perfecta cubierta como para justificar su mal funcionamiento temporal. No les quedará otra que aplazar el sorteo de casas. — ¿Qué otra cosa podrían hacer sino? Hogwarts se había asentado con ese mismo sistema de clasificación, sin cambios alguno en este durante siglos. No existe alternativa alguna en caso de que algo le sucediese al Sombrero Seleccionador.

    — ¿Pero cómo llegarás al invernadero? La ceremonia tiene comienzo apenas ponemos un pie en el castillo. — de nuevo otro de los interrogantes lógicos vino de parte de Altair.

    — Solo si todos los alumnos de primero están presentes para el sorteo.

    — Vas a extraviar a alguno de los mocosos. — asumió Zoya ante lo que Vanya se encogió de hombros sin pizca alguna de la culpabilidad o impedimento de moral que debía sentir como prefecta.

    — Les daré un tour adelantado por la escuela y los acompañaré al baño donde los dejaré desmayados. Así podré aparecer en el invernadero y abrir las jaulas a tiempo para volver con ellos al Gran Salón antes de despertar ninguna sospecha. — no sería tan sencillo como narraba por mucha seguridad que tuviera sobre su idea, si conseguían surtir todos los obstáculos tenidos en cuenta entonces otros nuevos surgirían en su camino. Pero 7 años juntos habían enseñado a los mischivious en confiar ciegamente en el ingenio y en el ingenio de la rusa, y ahora no sería el momento en el que comenzasen a cuestionarla.

    — Podría pedirte matrimonio en estos momentos Fleathy. — bromeó Will aun cuando para todos era evidente de que nunca podría ver a la prefecta como algo más que una hermana y viceversa.

    — Te diría que no, mejor cómprame una varita de chocolate cuando pase la bruja del carro.

    — Eso está hecho.


    — ¿Y qué sucederá entonces con los alumnos de primero? — preguntó Mikhail, siendo desde luego el más preocupado por las consecuencias de la primera broma del curso. — Si no son sorteados en ninguna casa durante la primera noche no podrán acceder a ninguna sala común ni a los dormitorios.

    — Pueden usar el Gran Salón como dormitorio provisional esta noche, como una gran pijamada. Casi que les hacemos un favor, desde el momento en el que son puestos dentro de una casa los de primero solo se juntan con los suyos, y la competencia anual de casas no ayuda a borrar prejuicios o a acercar a los alumnos. Al menos así los recién llegados podrán conocerse sin pensar en los colores del otro como primera impresión.

    — Totalmente revolucionario. — rio Rosé, entretenida por el peculiar inicio que había tenido su último año dentro de Hogwarts.

    — Y es por una buena causa. — justificó Leonore, también con una sonrisa en su rostro.

    — No canten victoria tan pronto, este plan no será posible a menos que todos colaboren. Esta vez no nos enfrentamos a unas serpientes comunes. — el tren dio una pequeña sacudida, anunciando su inmediata partida de la estación. 8 horas los separaban de Hogwarts y con ello de llevar a cabo su plan de mayor escala hasta la fecha. — Así que, ¿alguna idea sobre cómo mantener ocupados a alguno de los mejores magos de toda Gran Bretaña?
  4. .

    BBNm17l


    QUOTE
    Disclaimer.
    Personajes originales.
    Pareja.
    Altair x Iván.
    Género:
    Romance, Acción, Angst, Smut.
    Rating.
    E. (sexo y violencia explícita.)
    Estado.
    Terminado.
    Notas.

    Esposa mía. No sé como empezar siquiera porque este es un detalle que llega demasiado tarde, tanto que hasta yo misma me olvidé de que lo comencé hace cosa de un año, así que ¡sorpresa, aquí está terminado! Creo recordar que sí te compartí un muy pequeño trozo de ello, aunque poco tiene que ver eso con el monstruo de 11k que ha terminado saliendo. Verdaderamente lo he escrito más para mí que por ninguna otra cosa y me da cierta verguenza compartirtelo porque... no aporta nada a ningún universo de nuestros niños y es solo mi fangirleo de meter a nuestros nenes en mis universos de ficción favoritos, pero bueno que estos nenes son tan míos como tuyo y cualquier excusa por consentirte es buena.

    Seguramente haya incontables vacíos de trama de por medio (el más grande el que esta pareja de calenturientos esté meses sin coger, y la excusa que tengo para eso es que querían proteger al otro y que al final vuelven a ser la pareja hormonal que son en todos y cada uno de los universos), así como erratas. No le busques demasiado sentido, simplemente me gustan las películas sobre espías/agentes secretos y el homoerotismo de tratar de asesinar a tu esposo.

    Recommended songs (♥):
    — Die for you - The Weeknd
    — Kill Bill - SZA ft. Doja Cat
    — El Tango de los Assessinos -John Powell
    — Ready for It - Taylor Swift
    — Money Power Glory - Lana del Rey
    and more in here.


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    Había dos reglas absolutas que su madre le había inculcado en su infancia sobre el matrimonio. Vanya siempre se había considerado un buen hijo, siguiendo los mandatos de sus padres y desde luego no quería repetir los errores de estos, siendo su mayor error su mismo matrimonio. Por lo que cuando su madre le sentó siendo apenas un adolescente y le dio aquel consejo (o mejor dicho la verdadera razón tras la inestable relación entre sus padres que se había prolongado por años) Vanya se prometió a sí mismo seguir esas reglas.

    La primera: no te cases joven.

    La segunda: no le guardes secretos a su pareja.

    Había pasado más de una década desde aquella conversación, Vanya ya no era ni un adolescente ni el chico obediente que había sido en el pasado. Quizás se trataba del karma o de la misma ironía del destino, quizás nada más se estaba enfrentado a las consecuencias de desobedecer aquel sabio consejo de su madre. Vanya había roto sus reglas, y el motivo por el que las había quebrantado se encontraba sentado delante de él en la cocina, tomando su café. Altair Crux Black le había hecho romper con todos sus esquemas desde el mismo momento en el que lo conoció.

    ¿Pero cómo podría haberse resistido a él? Por mucho que se burlase cada vez que su inmenso ego salía a reducir, el pelinegro era sencillamente encantador. Su físico trabajado, esos ojos tan intensos capaces de robarse toda su atención y su personalidad igual de atrevida y deslumbrante. Había sido amor a primera vista, o al menos una fuerte atracción potenciada desde luego por el romántico entorno que envolvía a La Habana. Se habían conocido durante su estancia en un hotel de la zona estando ambos ahí por trabajo, fingiendo ser una pareja de luna de miel para escapar de los interrogatorios de la policía hacia los turista solteros luego de varios altercados en la zona. Había sido un acuerdo por beneficio mutuo que no debía de haberse prolongado nada más que un par de días a lo sumo, pero llámalo amor a primera vista o destino o que Vanya se había derretido ante la visión del torso desnudo del francés en la piscina del hotel, no pasaron más de dos días antes de que acabara en su cama, y lo que empezó siendo unos días en La Habana se extendió hasta 3 semanas en compañía del otro.

    Al final de aquellas vacaciones el ruso sabía que no quería separarse de él, quería que la visión del cuerpo desnudo de Altair dormitando a su lado se volviera parte de su rutina y el sentimiento era más que mutuo. Había sido precipitado, inmaduro e insensato, todo de lo que Vanya nunca antes se había sentido capaz de hacer. Se habían casado nada más llegar de regreso al Reino Unido.

    Vanya recordaba esa pasión, esa adoración mutua en sus primeros meses como pareja, ese desenfreno juvenil que les había hecho lanzarse de cabeza y sin miedo alguno a construir un futuro en conjunto. Apenas habían podido pasar un día con sus manos fuera del cuerpo del otro, nada más compraron su casa el francés le había prometido que le haría el amor en cada superficie de esta (y había cumplido con su extravagante promesa). E incluso sin el constante sexo, el cariño entre ellos era constante, demasiado obvio en el amor que reflejaba su mirada puesta en el otro. Habían creado una burbuja donde lo único que parecía existir eran ellos dos. Cinco años después, parecía que esa llama se había extinguido por completo.

    ¿De quién era la culpa de esa monotonía? ¿Era Altair quién había cambiado a lo largo de sus años juntos o era el mismo Vanya quién se había perdido por el camino?

    Quizás era solo el tiempo, pensó tomando un bocado de su tostada. Media década daba para muchos cambios pero Altair y Vanya eran fundamentalmente los mismos. Altair seguía contando con el mismo par de ojos grisáceos colmados de nada menos que adoración hacia él, seguía siendo el mismo hombre que tenía por hobby llenar su salón de ridículos coleccionables de Lighting McQueen y aunque el paso del tiempo no perdonaba a nadie, su pareja seguía luciendo un físico que se ganaba todas las miradas, incluso cuando solo estaba tomando su café mientras veía desinteresado la televisión lucía como un condenado modelo. Vanya era afortunado de tenerlo a su lado, lo sabía. ¿Qué había cambiado entonces?

    Su inutil debate interno se vio interrumpido cuando la pantalla del celular del contrario se iluminó con la notificación de un recordatorio llamado “Reunión”, la hora establecida le hizo enarcar una ceja antes de devolver su atención a esposo —en su maravilloso y perfecto prospecto de pareja— con su mirada desprovista de todo el amor que le tenía.

    — Habíamos quedado por ir a cenar a casa de Elaine, ¿no te habrás olvidado, verdad? — Aun cuando había veces en las que el ruso se cuestionaba si conocía de verdad a la persona con la que compartía su cama, llevaba media década a su lado y conocía a la perfección la mirada de pánico mal disimulado al haberse olvidado por completo de algo importante, algo que Vanya le había recordado hasta la saciedad.

    El ruso suspiró, ocultando su decepción tras las hojas del periódico de aquel día. ¿De verdad había esperado algo más de Altair?

    — Ahm, Vanya yo... Lo olvidé, lo siento no puedo perderme esta reunión. — Altair dejó su café abandonado, acercándose a su lado para regalarle un beso, tratando de hacer desaparecer la mueca que se había establecido en sus labios. — Te lo compensaré, te lo prometo. — Sus palabras le hicieron querer gritarle hasta quedarse sin voz y arrojar todo a su alrededor. Estaba harto de escuchar esas promesas vacías, de ver como cada plan, cada cita que organizaba terminaba en la basura por su trabajo, por su aburrido y estúpido trabajo como jefe de marketing. Pero más que harto estaba cansado. Allá por su cuarto año había terminado por asumir que el enfadarse con él solo lo dejaría exhausto tanto física como mentalmente, así que en vez de expresar toda emoción negativa Vanya había aprendido a embotellar sus sentimientos a reprimir su enfado bajo una máscara de indiferencia.

    — Si, claro. — Altair permaneció con su mirada clavada en su rostro, sin creer sus palabras pero sin saber que hacer para que Vanya hablara con él.

    — Gracias Vany, eres el mejor. — el francés dejó todo un reguero de besos por su cara y la piel descubierta de su cuello, algo que hacía una tarea titánica el continuar enfadado con él, y tras recoger su chaqueta de la silla se marchó de la cocina.

    El ruso dejó caer su rostro contra la mesa de la cocina nada más escuchó la puerta de su casa cerrarse. Se estaba volviendo loco.

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    Era patético, ¿en qué momento se había convertido en una de esas mujeres cuarentonas infelices de las novelas de la tarde? Bebiendo vino mientras le lloraba las penas a su amiga. Ni siquiera había cumplido sus 30 todavía. Sin embargo necesitaba de ese sentimiento de liberación al sacarse todo del pecho acrecentado por la forma en la que el alcohol le soltaba la lengua.

    —No sé qué nos pasa, Elle es como si hubiera un muro entre nosotros, y apenas tenemos tiempo para estar juntos por el trabajo. — confesó tomándose el último sorbo de lo que sería su tercera copa de la noche, si la pelirroja estaba preocupada por la velocidad a la que estaba bebiendo desde luego no estaba haciendo intento alguno por pararlo. — Siento que me está ocultando algo, no está siendo sincero conmigo.

    — Le estás dando demasiadas vueltas, todos las relaciones pasan por sus baches. — a veces odiaba lo racional que era la pelirroja, porque quizás tenía razón y Vanya no estaba haciendo más que buscar problemas que no existían en su idílica relación. Solo se trataban de pequeñas mellas en su convivencia, al final del día Iván quería a su esposo y viceversa, pero concienciarse de aquello no hacía que la distancia entre ellos doliera menos. — Y tú no eres el más indicado para hablar de secretos. — su mirada se endureció de inmediato ante las palabras de Elaine, todo signo de su incipiente embriaguez desapareció en un solo instante.

    — Sabes que lo hago para protegerlo, cuánto menos sepa sobre mi trabajo mejor. Él nunca puede saber lo que hago. — la culpa perforaba su pecho cada vez que recordaba la parte tan fundamental de él que estaba ocultando del conocimiento de Altair. Vanya le había dado vueltas una y otra vez a la idea de sincerarse con él, pero todo intento por ello no había quedado en nada más que un pensamiento vacío de propósito. No había forma alguna en la que pudiera aceptar el haberlo mantenido en la penumbra de algo así durante toda su relación, y aun de aceptarlo… no, no pondría a su pareja en más peligro del que ya estaba por permanecer a su lado. Vanya era egoísta lo admitía, pero una vida sin el pelinegro a su lado era un infierno solo de imaginarlo. — Es solo que... cada vez siento como se aleja más, es casi como si ya no lo conociera. — eran las pequeñas cosas, las preguntas triviales sobre su esposo que luego de 5 años de relación el ruso todavía no sabía responder. ¿De dónde había salido esa cicatriz en su costado?¿Por qué tienes guantes en el maletero de tu coche? ¿En qué cojones consistía su trabajo? En ocasiones creía que no conocía a la persona a la que le había prometido una vida juntos.

    Altair siempre había sido un misterio para él, desde el mismo inicio de su relación pero mientras que por aquel entonces ese aura de secretismo lo había atraído con una fuerza casi magnética hacia él ahora estaba apunto de acabar con su cordura.

    — Quizás... deberías replantearte si tu matrimonio tiene futuro.

    — Elaine... No quiero pensar en eso ahora. — Ni ahora ni nunca. Era difícil recordar a un Vanya antes de Altair y era todavía más inconcebible pensar en un Vanya después de él. Podía soportar las noches en vela, las discusiones que nunca llegaban a ningún lugar, las promesas olvidadas pero no dejaría ir a su relación, eso y mucho más por él. Altair era todo lo que tenía, todo lo que le importaba y quería pensar (deseaba con todas sus fuerzas creer) que el sentimiento era compartido por su esposo, aun cuando la sombra del secretismo entre ambos comenzara a hacer mella en su confianza hacia él.

    Hasta que la muerte los separe, eso habían jurado y Vanya dudaba de ser capaz de dejarlo ir incluso entonces.

    La medianoche estaba por caer cuando abandonó la casa de la pelirroja, dejando atrás dos botellas de vino tinto vacías y con su cabeza hecha un lío entre el alcohol y la conversación anterior. Al regresar a casa las luces de esta permanecían apagadas, sin rastro alguno de su marido por ningún lado. Quizás en los primeros años de su matrimonio el ruso habría aprovechado esos momentos a solas para ponerse uno de los conjuntos de lencería y sorprenderlo cuando regresara, a sabiendas de que el pelinegro no dudaría un segundo en abalanzarse sobre él. Pero hacía ya meses que Vanya había dejado de prepararle esa clase de sorpresas a su esposo, ¿qué sentido tenían cuando ni siquiera sabía si dormiría a su lado esa noche? No. Esa noche el ruso se puso su pijama y se tiró sobre el enorme colchón, uno demasiado grande para él solo, tratando de forma inútil parar de pensar en su marido y los secretos entre ellos.

    No pondría en duda la lealtad de Altair hacia él, porque el solo hacerlo resultaba absurdo. Si el francés quisiera engañarlo con cualquier otra persona no le faltarían opciones, claro que no era ciego a las miradas que recibía su esposo cada vez que acudían a cualquier evento. Incluso con su alianza puesta nada parecía frenar el interés de algunas mujeres, pero Altair nunca les había dedicado mirada alguna, manteniendo sus ojos y atención puestos siempre en su pareja. Tampoco había encontrado marca en su cuerpo o algún mensaje que sugiriera tal traición, pero eso no significaba que su marido no le estuviera ocultando nada más. Vanya estaba seguro de ello.

    Desde luego era fácil ocultar bajo su decepción esa enorme necesidad que tenía por volverle a tener a su lado, por sentir sus labios, sus manos recorrer su cuerpo con devoción, por volver a pasar la noche en sus brazos. Lo extrañaba, ese fue su último pensamiento antes de caer dormido envuelto entre las cálidas sábanas pero aun así sintiendo un enorme frío en su pecho.

    Altair tampoco regresó a casa esa noche.

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    Era hipócrita perder el sueño y tratar de culpar a Altair de la decadencia de su relación (o la inexistencia de esta viendo las noches que pasaba solo) cuando Vanya era tan responsable de aquel declive como su otra mitad. Ambos eran unos adictos al trabajo, sino eran las horas extras de Altair eran los viajes por trabajo de Vanya los que hacían que encontrar un momento de conciliación fuera cada vez más difícil. Solo quería poder pasar una mañana en paz en los brazos de su condenadamente caliente marido, no estaba pidiendo el mundo. Lo bueno de aquella situación era que en los días de descanso que compartían a ninguno siquiera se le ocurría mentar el trabajo del otro o el suyo propio. Lo cual Vanya agradecía pues su trabajo era un tema cuanto menos enrevesado.

    El inconveniente de los secretos, es que antes o temprano salen a la luz. Quizás no de inmediato o de una, pero a través de pequeñas y numerosas grietas la verdad siempre acababa por ser descubierta.

    De nuevo recordó las reglas de su madre. Su problema nunca había sido casarse a los 22 y luego de solo unos meses de haberse conocido, Vanya nunca se había sentido más seguro antes de ninguna otra decisión, amaba a Altair como nunca más podría amar a ningún otro hombre eso era una certeza. El problema de su relación era que Iván le había estado mintiendo desde el principio.

    La cosa con ser un agente secreto, como su mismo nombre indicaba, era que tenía que mantener todo lo relacionado con su profesión en el mayor de los secretismos. Y el ruso era condenadamente bueno en su trabajo, no solo en la parte de matar aun en toda la importancia que aquello también albergaba, sino también a la hora de cubrir sus rastros y su identidad. Falsificar su pasaporte y otros documentos, ocultar sus facciones y ceñirse al papel asignado para la misión, identificar y deshacerse de los rastreadores y borrar todo rastro de sus movimientos bancarios. Mentir, mentir y mentir. Vanya era un maestro en tan complicado arte pero ni toda su amplia experiencia lo habría preparado para la misión de ocultar aquella parte de su vida a Altair, ¿cuánto más antes de que en un desliz destrozara toda su fachada?

    Algún día tendría que confesarle la verdad y tendría que aceptar las consecuencias de construir su matrimonio en una pila de mentiras, lo sabía. Pero aquello sería cuando fuera más seguro, si algún objetivo o enemigo del pasado descubría de la importancia que tenía el pelinegro para él sin duda aquello lo pondría en el punto de mira e Iván no podía ponerlo en riesgo.

    Los casos asignados difícilmente coincidían con el cliché hollywoodense extendido sobre su profesión, nada de explosiones ni persecuciones a toda velocidad por la autopista. Gran parte de su tiempo era dedicado a investigar a su objetivo, el informe entregado apenas cubría la información más básica sobre el mismo y Vanya era extremadamente meticuloso, los horarios, gustos y amistades de sus víctimas, cada pequeño detalle era necesario a fin de encontrar una brecha en la estricta seguridad que solía rodearlos para asestar el golpe de gracia.

    Normalmente no era tan sencillo, y definitivamente no había esperado que un traficante de armas apodado como “La Parca” tuviera unos gustos tan particulares. El cabrón tenía unos gustos raros que quería ver satisfecho luego de haber cerrado un jugoso contrato armamentístico. Había pinchado su teléfono desde el mismo momento en el que había llegado a Londres, interceptando su llamada a un conocido servicio de escorts. No sería ni el primero ni el último hombre con dinero que recurría al sexo a la carta pero sus especificaciones, eso si que se escapaba por completo de lo normal. Quería ser golpeado por “un chico lindo en lencería”, esas habían sido sus palabras y Vanya tuvo que hacer uso de todo su autocontrol para no estallar en risas.

    Solo media hora después el ruso se había presentado frente a la puerta de su suite en el Shangri-La, presentándose frente a su par de guardaespaldas con el falso de Belladona y con un buen fingido acento serbio, el dúo de robustos hombres intercambiaron una mirada de vacilación entre ellos antes de dejarlo pasar al interior de la habitación. El traficante se encontraba esperándolo con poco más cubriendo su desnudez que su bata de baño, la desconfianza natural de cualquiera dentro de su profesión cubriendo su mirada. Pero todo rastro de duda se desvaneció en cuanto la gabardina del ruso golpeó el suelo, revelando su conjunto de cuero. El corpiño estaba formado por todo un sistema de cuerdas que abrazaban a la perfección su delgada cintura, cubriendo pobremente su pecho bajo estas, la minifalda de cuero tampoco dejaba demasiado a la imaginación completando el lascivo conjunto con las medias de rejilla y los stilettos negros.

    Iván sintió más culpa por lucir de aquella manera frente a otro hombre que no fuera Altair que por lo estaba apunto de hacer.

    Ni siquiera había tenido que batallar, aquel cerdo se había puesto las esposas de forma voluntaria e incluso lo había hecho amordazarlo como parte de la “sesión”. De no ser porque era consciente de que el hombre lo habría disfrutado, no habría dudado en estampar la punta de su tacón contra su patética erección. Pero no le daría aquel último gusto antes de morir, las manos enguantadas de Vanya se envolvieron alrededor de su cuello y antes de que el hombre pudiera tomar conciencia de lo que estaba sucediendo, Vanya torció su cuello con toda su fuerza. El hombre cayó en seco contra la alfombra de la habitación, sus ojos desprovisto de cualquier rastro de vida.

    Vanya no dedicó un solo segundo en observar el cadáver, pasando junto a este para recoger su gabardina del piso y abrir el amplio ventanal de la habitación. El ruso se dejó caer hacia el balcón justo bajo este, invadiendo la habitación vacía. Había pasado los últimos días estudiando los planos del hotel, sus reservas y los planos de las cámaras de seguridad. Iván abandonó el hotel con la misma tranquilidad con la que había ingresado en este, seguro de que ninguna cámara habría logrado capturar su rostro y ya en las bulliciosas calles de la capital tomó un taxi que le llevó de vuelta a casa.

    Los secretos no eran eternos, y esa noche Iván tuvo su primer desliz. Apenas llegó al baño para tomarse una merecida ducha cuando el sonido de la puerta abriéndose lo sobresaltó, no había escuchado a Altair llegar, sus pasos habían sido lo suficientemente sigilosos como para que su oído entrenado no los hubiera escuchado. Mirado atrás quizás esa debería haber sido su primera sospecha. La segunda debió de ser el estado en el que llegó su marido.

    Altair estaba parado en la puerta mirándolo fijamente, su rostro contaba con unos moretones que no estaban ahí el día anterior y un hilo de sangre descendía por su labio inferior. Ambos estaban congelados por la visión del otro. Vanya se quedó paralizado, su mente se encontraba en blanco en esos instantes, no por no contar con una coartada o excusa, no por temer que su pareja comenzara a sospechar que algo no iba bien, sino porque la mirada de Altair estaba llena de una intensidad y deseo que lo paralizaron por completo.

    En un segundo solo los separaban unos metros y al siguiente tenía al pelinegro contra él, tomando sus labios con una necesidad que fue correspondida de inmediato por Iván. No había delicadeza alguna en la forma en la que los dientes de su marido delineaban sus labios y su lengua se enterraba en la cavidad contraria, solo una pasión contenida por ambos que por fin había estallado. Su diferencia de altura se presentaba como molesta ahora que lo único que deseaba era devorar al otro, y como si Altair también lo hubiera presentido sin separar sus labios lo alzó desde sus caderas para posarlo sobre la encimera del baño, su espalda contra el espejo y sus piernas se envolvieron instintivamente alrededor de las caderas del más alto, pegándole por completo contra su cuerpo.

    — Te estaba esperando. — gimió contra sus labios, sus manos todavía indecisas sobre dónde posarse, alternando entre envolverse alrededor del cuello de su marido y recorrer su trabajado abdomen sobre la ropa. No era suficiente, quería tocarlo por todas partes hasta saciar esa necesidad por el otro. — Llevo tanto tiempo esperándote.

    No supo cuánto tiempo estuvo perdido en los labios del otro, sus labios se sentían en carne viva, su corazón latía dentro de su pecho descontrolado y todo el calor de su cuerpo parecía estar concentrando en su bajo vientre. Se sentía mareado y aun así no quería parar, no se había sentido así en meses y el éxtasis que estaba viviendo era demasiado como para abandonarlo.

    — Tengo que irme. Iván, tengo que irme. — dijo el pelinegro, tratándose de convencerse a sí mismo pues su cuerpo se negaba a obedecer a su mente en la forma en la que sus labios seguían besando el cuello de su pareja y sus manos continuaban explorando sus muslos bajo la tela, rasgando sus medias de rejilla sin un segundo de consideración a fin de poder estrujar su trasero sin obstáculo alguno de por medio.

    — Solo acabas de llegar. Altair, por favor. —sus labios volvieron a buscar los del contrario en una súplica silenciosa. Más, no es suficiente. No puedes hacer un desastre de mi mente y mi corazón solo para largarte. No seas cruel conmigo. Si Altair quería marcharse no se lo haría sencillo, una de sus manos jaló de sus cabellos mientras lo besaba, su lengua causando estragos en la cavidad ajena mientras que la otra comenzó a deshacer los botones de la camisa. La acción pareció tener un efecto contrario al deseado y como si un interruptor hubiera sido activado, el más alto se separó de él.

    Sus pupilas dilatadas por el deseo, sus mejillas enrojecidas y sus labios hinchados luego de la fiereza con la que se habían besado. Y la evidente erección que se alzaba en sus pantalones, nada de eso importaba pues aun siendo tan claro que Altair deseaba —necesitaba— ese encuentro tanto como él, el pelinegro huyó del baño como si hubiera sido electrocutado dejándolo atrás, con su respiración todavía alterada y una caliente erección de la cual no se había hecho responsable.

    ¿Qué cojones acababa de pasar?

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    2 días habían pasado desde esa noche y lo único que había recibido de Altair había sido un mensaje de que estaría unos días fuera de la ciudad, ninguna explicación de lo que había sucedido o por qué había vuelto a casa esa noche golpeado. Se sentía un tanto culpable de haber ignorado por completo las heridas de su marido solo porque este se le había abalanzado encima, pero en su defensa el puto mundo se podía estar viniendo abajo que a Vanya poco le importaría si Altair lo estaba besando de esa manera. Nada de eso importaba ahora porque habían vuelto al punto de inicio, Altair lo estaba evitando. Así que Vanya hizo lo que siempre hacía en esos casos, se refugiaba en su trabajo.

    — Vanya, el jefe te quiere en su despacho. — el llamado le hizo enarcar una ceja más marchó en dirección hasta el lugar. Darcy Mcmillan, el hombre apenas era unos años mayor que él aunque aquello no evitaba que fuera su superior ni que actuase como un gruñón de la tercera edad. El rubio era un pedante sin igual, Iván tenía la creencia de que nació con el ceño fruncido y chillando órdenes de un lado para otro, pero en su beneficio diría que era conciso y directo por que podía asegurar que apenas pasaría unos minutos en su despacho.

    — Tengo un encargo para ti. — dijo sin siquiera saludar. Encargo, era una forma bastante reduccionista en la que denominar a un asesinato por dinero, pero ninguno de ellos fingiría siquiera sentir culpa alguna por su trabajo. Buenas personas morían todos los días, matar a unos cuantos traficantes, empresarios o políticos corruptos difícilmente les quitaría el sueño. — Llegó anoche, es un caso de alta prioridad. Necesito que lo hagas bien y rápido. — Darcy dejó la carpeta del objetivo sobre su mesa para el ruso.

    — ¿Algún detalle importante? — Vanya tomó el archivo más no lo ojeó, dejaría aquello para cuando estuviera a solas.

    — Es uno de los mejores asesinos de una de nuestras empresas rivales. Su propia empresa lo quiere ver muerto, al parecer ha estado rompiendo reglas importantes, un traidor. — aquello despertó por completo su atención, no eran todos los días que recibía una misión así con un objetivo tan extraordinario. Quizás aquello podía ejercer como una distracción temporal contra el comedero de cabeza que era su matrimonio en esos momentos.

    — ¿Por qué contactar con una empresa rival? ¿Por qué no han lidiado ellos mismos con uno de los suyos?

    — No quieren que nada los conecte con el caso. Si no lo quieres simplemente olvídalo, Nazyalesky. No es una misión ordinaria, el objetivo tiene un entrenamiento militar tan amplio como el tuyo, lleva en el negocio más tiempo que tú. No será cuestión de cogerlo con la guardia baja.

    — Me encargaré de él. — aseguró. Necesitaba de la satisfacción y la adrenalina que un desafío como aquel representaba aunque tampoco era ignorante del enorme riesgo que representaba, mayor a cualquier otro del pasado. Podía acabar gravemente herido o peor. Quizás su esposo se alegraría de la noticia, menos papeleo entonces para el divorcio.

    — Tienes 48 horas. Acaba con el tipo cuanto antes. — esa fue su señal para abandonar el despacho de vuelta al suyo propio. En la privacidad de su oficina fue que el ruso le tomó el primer vistazo al archivo de quien sería su próxima víctima.

    Sus ojos viajaron entre la foto del informe y el nombre impreso en una pulcra letra. Una vez, dos veces, tres veces. Su corazón se detuvo dentro de su pecho y el mundo a su alrededor pareció perder por completo su ruido y color, todo lo que importaba estaba frente a él. Pero eso no podía ser cierto.

    Altair Crux Black, decía el informe. Nacido el 9 de noviembre de 1994. Altura: 187 cm. Peso: 85 kg. Tipo de sangre: A-.

    Eso último Vanya no lo sabía.

    Ocupación: agente secreto.

    El objetivo de Vanya —el otro asesino con el que debía de acabar— era su esposo. El mismo hombre con el que había compartido su cama durante 5 años, el mismo hombre que supuestamente trabajaba en marketing.

    Sus piernas temblaron y tuvo que apoyarse contra su escritorio para mantener el equilibrio, se sentía completamente sobrecogido pero la emoción que amenaza con consumirlo todo en esos momentos no era el miedo o la amargura, sino la ira más pura que nunca antes había sentido. Su madre tenía razón, los secretos podían mandar a un matrimonio a la tumba.

    Y él iba a mandar a su esposo a la suya.

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    Su querido marido le envió un mensaje esa misma tarde, invitándolo a cenar esa misma noche a su restaurante favorito como disculpa. El ruso estaría pletórico por la idea de una cita como aquella, sino fuera claro, porque esa noche iba a asesinarlo. El método podía variar, Vanya tenía varios planes sobre cómo llevarlo a cabo —o en otra forma de decirlo, había pasado la tarde fantaseando sobre cómo vengarse del jodido traidor con el que se había casado—. Lo que era certero era que Altair Crux Black moriría esa noche e Iván quedaría viudo.

    Por qué te disculpas, porque exactamente estás pidiendo perdón. ¿Por dejar la ventana de la habitación abierta la noche que te dije que iba a llover? ¿Por dejarme con la calentura e irte sin ninguna explicación? ¿O por ocultarme durante 5 años que eres un jodido asesino a sueldo? Eso era lo que quería responderle a su mensaje con un demonio, pero haciendo uso de todo su profesionalidad Vanya se limitó a contestarle emocionado por su cita. Estaba bien, le soltaría todo lo que guardaba en su pecho esa misma noche cuando tuviera una de sus dagas hundidas en su garganta.

    Esa noche Vanya se arregló, se aseguró de lucir lo mejor que podía para la cena para que Altair viera lo que se estaba perdiendo. Se puso esos pantalones de vestir que abrazaban sus caderas y la camisa de seda roja semitransparente que dejaba entrever solo un vistazo de su torso, con los primeros botones de la misma sueltos. Se debatió internamente si usar su alianza, jugando con esta nerviosamente entre sus dedos, pero a fin de mantener su coartada como la de esposo feliz la usó. Enterraría el anillo junto a su marido.

    Altair lo estaba esperando en la entrada del restaurante, acercándose a él para tomarlo desde la cintura.

    — Vany, luces precioso. — el pelinegro dejó un beso en la comisura de sus labios e Iván se odiaba a sí mismo por la leve sonrisa que iluminó sus labios. Traidor o no, seguía siendo terriblemente débil a su toque pero todo eso terminaría hoy.

    — Gracias. Tú también estás fenomenal, llevas la corbata torcida. Déjame. — sin romper el contacto visual llevó sus manos a la corbata del otro, afianzándola con más fuerza de la necesaria alrededor de su cuello como pequeña venganza. Si el otro se encontraba molesto no dejó salir queja alguna antes de guiar a su pareja a su mesa, la más apartada dentro del opulento restaurante.

    Conseguir una reserva en tan poco tiempo en un restaurante como aquel debía ser imposible, pero Altair sin duda tenía sus contactos. El motivo por el que Iván prefería aquel lugar sobre cualquier otro aun sin ser un gran fan de los lujos ni de la clientela que solía frecuentar tales lugares, era por la pista de baile en medio del lugar y la pequeña orquesta que tocaba todas las noches. La comida era sólo secundaria a la alegría de bailar entre los brazos de su esposo, hoy sin embargo la vista de los músicos afianzó el nudo en su estómago.

    — Ya he pedido el vino, tu favorito. — dijo Altair una vez ambos estuvieron sentados. Vino blanco Torrontés, el recuerdo de que todo detalle o palabra que proviniera del otro no era más que parte de su mentira borraron toda la emoción del gesto, pero Vanya le sonrió por ello permitiendo que llenase su copa. No tomó sorbo alguno de esta fingiendo que estaba esperando que el vino se atemperara. No era tan ingenuo como para pensar que su querido esposo no había envenenado su bebida.

    Por primera vez podía ver claramente ese brillo calculador en su mirada, el hombre que estaba sentado frente a él era un asesino experimentado, coincidencialmente también era el hombre al que había jurado amar durante el resto de sus días. Había estado demasiado ciego de amor para verlo, Altair Black era muchas cosas pero un hombre ordinario no se trataba de una de ellas.

    La camarera vino y tomó sus órdenes, sin notar la tensión entre ambos. El ruso siempre había pensado que entre ellos él era quien contaba con las dotes de actuación, pero bien parecía ser que el pelinegro había excedido sus expectativas.

    — ¿Cómo te ha ido en el trabajo? ¿Todo bien con esa última reunión? — Vaya se golpeó mentalmente por sacar aquel tema, el nunca mencionaba el trabajo del otro pero en su ira quería ver hasta dónde llevaba el otro su farsa.

    — Bien, una panda de viejos discutiendo entre ellos, lo más importante fue fingir que me importaba algo de lo que decían. — pero cariño eres tan bueno fingiendo, lo llevas haciendo estos 5 años que llevamos casados.

    — Interesante, espero que vaya bien.

    — Yo también. — el tema quedó zanjado cuando sus platos llegaron. Altair tenía sus contactos pero Vanya no era para menos, unos de sus compañeros se había infiltrado en la cocina del lugar para envenenar el plato del contrario. Era su marido después de todo, lo conocía lo suficiente como para saber a la perfección lo que pediría, cuando diera su primer bocado el veneno le cerraría la garganta en menos de un minuto. Luciría como un atragantamiento y Vanya abandonaría el restaurante como un pobre viudo.

    El pelinegro comenzó a cortar su carne y Vanya sintió como su garganta se cerraba.

    — Me he enterado de algo muy interesante hoy en el trabajo.

    — ¿Sí, de qué? — el ruso casi se atraganta con sus propias palabras, disimulando el gesto con un posterior carraspeó.

    — Es sobre tí, Vany. — la mirada del de mechón albino se afiló al instante, observando en todo momento a su pareja. Altair dejó de cortar su filete, dejando ir el cuchillo siempre con esos modales de señorito de la aristocracia.

    — No sabía que alguien de tu trabajo me conocía. — Con un demonio, toma un bocado de una vez antes de que te clave el cuchillo. — ¿Y qué te han dicho de mí?

    El pelinegro tomó un trozo de su comida y lo alzó a su boca, bajo la atenta mirada de su esposo, solo para detener su acción y responder a la pregunta de este.

    — He escuchado que me estás ocultando algo. — la mirada de Altair se endureció y Vanya supo que todos sus secretos habían salido a la luz de la forma más destructiva posible.

    — Que casualidad, yo he escuchado lo mismo de ti. — el silencio permaneció entre ellos durante un par de segundos, solo interrumpido por el murmullo de las conversaciones a su alrededor y el sonido de la música en directo. A ojos de terceros se verían como una joven pareja en una cena romántica, nada más lejos de la realidad.

    — Dime, cariño, ¿has envenenado mi comida? — sus palabras estaban cargadas de una dulzura ponzoñosa que no coincidía con la frialdad de sus ojos grises.

    — Respóndeme primero, mi amor, ¿has envenenado el vino?

    — Ya sabes la respuesta, Iván. — rio el pelinegro. Altair sabía de su misión, Altair seguramente contaba con una misión similar. Aquello solo complicaba las cosas y reducía drásticamente sus posibilidades de salir con vida, pero a su vez se sentía condenadamente bien poder abandonar ese papel de ignorancia sobre el secreto del otro.

    — ¿Te has divertido, Altair? ¿Te divierte haberme tomado el pelo durante 5 años? — por fin Iván pudo dejar salir solo un resquicio de la ira que lo llenaba, estaba bien no se reiría cuando le pusiera una bala en la cabeza.

    — Difícilmente podría ver los últimos 5 años como una broma. Lo que me divierte es que hayas pensado que podías enviarme al otro barrio tan fácilmente. Hasta que la muerte nos separe, ¿recuerdas? Eso no es una invitación a que me envenenes, no te puedes deshacer de mí así.

    — Hasta que la muerte nos separe, parece que eso será pronto. — respondió alzando la copa de vino envenenado en un solitario brindis. — ¿Por qué me has traído aquí cuando sabes que he venido a hacer? — era lo único que todavía no entendía, aquel lugar estaba demasiado concurrido como para intentar nada, pero la respuesta de su todavía esposo solo lo desconcertó todavía más.

    — Deberíamos bailar una última vez, por los viejos tiempos. — la mano del pelinegro se envolvió alrededor de su muñeca, arrastrándolo hasta la pista de baile, su agarre sin ser doloroso aunque firme. No debía armar una escena, se recordó a sí mismo siguiendo el juego aun con sus ojos desprovistos de calor alguno. Altair alzó una de sus manos, llamando la atención del director de la banda que estaba tocando esa noche, de inmediato los músicos cambiaron la melodía que estaban tocando. Vanya reconoció la canción tras la primera nota, cómo no iba a hacerlo cuando esa era su canción, la primera que habían bailado juntos cuando se conocieron.

    Claro que Altair iba a hacer de todo aquello un juego suyo más.

    A aquellas alturas de su relación, traicionado o no, sus cuerpos encontraban la forma de acoplarse de forma casi inconsciente. Una de las manos de Vanya se posó en el hombro del más alto mientras que la otra permaneció unida a la de este, Altair rodeó su cintura comandando el ritmo en el que danzaban. La sonrisa de su rostro se había extinguido. Incluso en medio de la multitud de parejas en la pista de baile Iván no confiaba en lo que el otro podía estar tramando, así que siguiendo el ritmo de sus pasos comenzó a hurgar en el interior de su chaqueta.

    — Fleathy, ¿cuándo te volviste tan atrevido? Este no es el lugar adecuado para eso. — se burló más no lo paró. Vanya encontró lo que buscaba en el bolsillo interior de su chaqueta, una CZ-75B de 9 milimetros de la que se deshizo con disimulo entre la muchedumbre. Su inspección por el cuerpo del contrario no hizo más que descender, hasta que sus manos se posaron peligrosamente cerca de su entrepierna en busca de cualquier otra arma más. — Todo lo que tocas ahí es mío y lo sabes bien.

    Esta vez fue turno de Altair de inspeccionarlo, recorriendo con una de sus manos la amplitud de su torso. Vanya no trató de disimular el escalofrío que recorrió su espalda al sentir su toque, sería inutil de todos modos, su corazón podía estar roto más su cuerpo siempre respondería a él y el francés sabía cómo aprovecharlo a su favor. Levantando un poco su camisa y sin desviar la mirada de él, sacó la daga escondida contra sus costillas, clavándola en una de las paredes. Sus pasos no perdieron el ritmo de la música en ningún momento.

    — ¿Satisfecho? — preguntó con una ceja enarcada cuando las grandes manos del pelinegro comenzaron a sobar su trasero, sin encontrar nada sospechoso más no retirando sus manos de la zona.

    — Muy lejos de estarlo. — susurró pegando sus labios contra su oreja. — ¿Cómo planeabas matarme, Vany? ¿Solo me envenerarías, o me darías el toque de gracia con un disparo en la sien? No… conociéndote, no lo harías rápido ¿dejarías que el amor de tu vida se desangrara lentamente?

    — Si el veneno no funcionaba tenía pensado cortarte el cuello, así no tendría que aguantar tu parloteo.

    — Eres tan cruel, Iván. — el tono de su voz seguía siendo ligero pero el agarre ejercido sobre su cintura comenzaba a ser doloroso, el ruso contuvo una mueca de molestia negándole a darle aquella satisfacción.

    — Si tanto te molesta podrías haberme asfixiado con la almohada mientras dormía. — el cuerpo de Altair estaba tan cerca de él que podía sentir su calor y su respiración contra su cuello, solo pedía que el otro no pudiera escuchar la manera en la que su corazón latía desbocado en su pecho.

    — Nunca habría dañado tu rostro, sabes que tengo una enorme debilidad por él. Ahora, un tiro en el pecho en cambio…

    — Basta de tonterías, Black. — su advertencia fue acompañada con un pisotón de su pie sobre el zapato del contrario, la molestia momentánea en las facciones del francés fue placentera de presenciar.

    — ¿Black? Te recuerdo que tu también llevas mi apellido. — Altair le hizo dar una vuelta sobre su eje antes de volver a apegarlo a su cuerpo, la mano afianzada en sus caderas aprovechando para levantar su camisa solo lo suficiente para posarse sobre la tierna carne desnuda de su cintura,

    — No por mucho tiempo más.

    — Me rompes el corazón, Fleathy. ¿Sabes por qué falló nuestro matrimonio? Porque veías nuestra relación como un trabajo más. Nunca te enfadabas, trataban de hacer como si no veías las grietas entre nosotros. — No era el lugar ni el momento para estar debatiendo sobre los problemas de su relación o quien tenía la culpa de ellos, habían tenido 5 años para ello y ambos habían decidido seguir con su teatro. Pero el tiempo se les acababa, uno de ellos acabaría muerto esa misma noche y Vanya no se iba a ir a la tumba callando nada.

    —No como tú, que salían corriendo con cada primer problema que surgía entre nosotros. Que te distanciabas cada vez más. — no pudo evitar que sus palabras reflejaran todas las emociones que había estado ocultando en su pecho durante los últimos meses de su relación. Ira. Tristeza. Decepción. — Quizás el motivo por el que nunca funcionamos fue porque no fui más que una misión para ti. Solo una conquista más. — Eso era lo que más dolía, Altair había sido su mundo para él esos últimos 5 años y se había aferrado a él incluso cuando dolía como un infierno. Ningún beso, ningún “te amo” había sido fingido por su parte. Había sido un estúpido por creer que había sido correspondido desde el inicio. Altair Black era sin duda un gran actor, le había hecho creer que lo amaba durante la duración de todo su matrimonio.

    — De verdad... ¿de verdad crees que eso fue nuestra relación para mí? ¿Una misión? — Altair paró en seco el baile en medio de la pista con la orquesta todavía tocando. Nada de eso importaba ahora. — Vanya...

    — No. No puedo hacer esto más, Altair. — dijo en apenas un murmullo de su voz, negándose a encontrar la mirada del más alto mientras trataba de contener las lágrimas. No quería escuchar más de sus mentiras, no quería ver más esos ojos que lo hacían caer en su trampa una y otra vez. Altair no lo amaba, nunca lo había amado, no había sido más que un juego para él. Esa era toda la verdad y no le iba a dar el privilegio de verle destrozado por ello. — Terminemos con esto de una vez. — el de mechón albino se deshizo del agarre sobre sus caderas para perderse tras la multitud de gente fuera del restaurante.

    Solo había un lugar en el que aquello podía acabar, donde completar su misión. Su casa.

    Vanya llegó solo unos minutos antes que el pelinegro sin preocuparse en lo más mínimo sobre cómo dejó aparcado su auto, corriendo hacia la cocina. Sabía que el escondite tras el horno le sería útil en algún momento, solo que no había esperado que la víctima contra la que fuera a usar las armas que guardaba ahí fuese su propio marido. Cargó con la escopeta y la munición de esta mientras se guardó la otra arma en el bolsillo trasero de su pantalón.

    Escuchó como la puerta de la casa se cerraba. Altair había llegado, podía verlo desde el reflejo del espejo del recibidor, permaneciendo escondido en las escaleras hacia el segundo piso.

    — Cariño, estoy en casa. ¿No vas a venir a recibirme con un beso? — Su bienvenida llegó en forma de dos disparos que reventaron la puerta tras de él, la imagen de su reflejo en el espejo desapareció cuando volvió a revisar.

    — ¿Sigues vivo, vida mía? — recibió su respuesta en forma de más balas los cuales le hicieron huir tras las paredes del salón, Altair se había refugiado en la cocina por la dirección de sus tiros. Vanya no dudó en devolverle las balas, vaciando la recamara de su revólver y sustituyéndola por la 9mm en su bolsillo.

    — Disparas mejor de lo que cocinas, y eso es decir mucho. — las constantes burlas del pelinegro no hacían más que sacarlo de quicio, así que como si no fuera suficiente el hecho de que estaba tras su cabeza, gastó una de sus balas contra el condenado reloj de la caricatura que el infantil de su esposo amaba. Su reacción valió la pena. — ¡No! ¿Qué carajo te ha hecho el reloj de Lighting Mcqueen?

    — Lo siento, no tengo buena puntería. — dijo con falsa inocencia tratando de disparar de nuevo antes de descubrir que había agotado el cargador y sus municiones, el ruso se deshizo de la 9 milímetros y corrió hacia el recibidor, escapando por los pelos de la nueva ráfaga de balas de su querido esposo.

    Era claro porque le habían advertido sobre Altair, el cabrón tenía una puntería perfecta y de no ser por su agilidad y porque conocía la disposición de la casa como la palma de su mano, había acabado en un punto muerto. Pero Vanya tenía una jodida ametralladora ligera escondida en el armario de la entrada, donde cualquier otra pareja funcional aprovecharía para dejar los abrigos.

    Quitando el seguro, Vanya disparó una ráfaga de balas hacia el escondite del pelinegro tras la encimera de la cocina, marchando hasta su posición. El ruso se dió cuenta de su error al notar el olor a gas, aun al retroceder la repentina explosión lo propulsó hacia atrás, el arma volando de sus manos. Su enfado no hizo más que crecer, había tardado años en renovar esa maldita cocina y Altair la había destrozado en un solo instante pero no hubo más tiempo con el que lamentar la pérdida cuando entre las nubes de humo que llenaban el lugar emergió el francés viniendo contra él.

    Claro que nada de aquello sería tan sencillo como asestarle un tiro al otro, ¿cuándo habían elegido ninguno de ellos el camino sencillo? Desde el principio de su relación ambos siempre habían sido mucho de piel, y aunque nunca antes (ni siquiera cuando más molesto había estado con Altair) se había planteado ponerle las manos encima aquello estaba a punto de cambiar. No podía esperar para destrozarle esa perfecta nariz.

    Había algo terapéutico en estamparle un jarrón en la cabeza a su marido, quizás eso era lo que había necesitado su matrimonio. El contrario se recuperó de inmediato del golpe recibido, lanzando un puñetazo tras otro que lo hicieron retroceder, no pudo esquivar la patada que Altair lanzó contra su estómago sin embargo, haciéndolo chocar contra el armario del salón, los cristales de la vitrina se reventaron tras el impacto. Todo el aire se escapó de sus pulmones, cayendo contra el suelo.

    — Vamos, ven con papi. — aquella burla sin embargo fue toda la motivación que le hizo falta para levantarse, soltando un gancho contra el rostro de Altair para de inmediato envolver los restos de las destrozadas cortinas alrededor del cuello del más alto, acercándolo de nuevo para atizarle un cabezazo y dejarlo ir contra las sillas del salón, las cuales se derrumbaron al recibir el repentino peso.

    — ¿Quién es tu papi ahora? — ahora era Vanya quien reía, solo antes de abalanzarse sobre él ,atrapándolo entre su cuerpo y el piso. Altair atrapó su puño antes de que pudiera golpearlo, doblando su brazo para intercambiar sus posiciones, teniendo a su pareja a su merced.

    El francés envolvió su mano alrededor de su cuello, presionando con fuerza contra su yugular su firme agarre no se aflojó ante el codazo dado contra su rostro ni el agitar de su cuerpo. Su visión comenzaba a nublarse cuando golpeó su entrepierna con su rodilla, su fuerza vaciló por un segundo en una oportunidad que el ruso aprovechó para empujarlo de encima suya.

    Era pura supervivencia. En esos momentos la persona a la que estaba golpeando, el hombre al que pateó una y otra vez en la boca del estómago para que permaneciera en el piso no era el hombre al que había jurado amar y proteger incluso sobre su vida. Solo era otro asesino, una misión más, era matarlo o él correría su suerte. Cegado por la ira y con la adrenalina en sus venas era sencillo.

    Sus músculos gruñeron en protesta al tratar de levantarse, sentía un hilo de sangre correr por su frente. Su cuerpo no aguantaría mucho más, tenía que ponerle fin a aquel enfrentamiento ahora. El recuerdo de la escopeta escondida en la chimenea lo hizo correr una última vez. Al mismo tiempo que Vanya alcanzó el arma Altair había recuperado la pistola arrojada al otro lado del salón, apuntando los dos al mismo tiempo contra el otro.

    El francés lo estaba enfrentando, su rostro tan ensangrentado como el suyo propio, el cañón de su pistola apuntando contra su cabeza en lo que sería un tiro fatal, Iván a su vez tenía la punta de su escopeta contra su rostro. El salón a su alrededor había quedado destrozado y el único sonido que prosiguió al anterior caos de golpes y disparos era el de sus respiraciones alteradas.

    A eso se reducía todo, uno de ellos apretaría el gatillo y su matrimonio acabaría ahí.

    Sus ojos no se desviaron del rostro de su esposo, en un reto constante por ver quién se atrevería primero. Había una crueldad diferente en disparar a bocajarro al amor de tu vida, porque eso era lo que era Altair para él y no podía seguir fingiendo que se trataba de una misión más.

    Incluso con el barril de su pistola contra su frente o con sus manos alrededor de su cuello, lo amaba. Lo amaba tan locamente que le había permitido destrozar su corazón en mil pedazos, lo amaba tanto que lo había perdonado por ello. Rompe mi corazón, rómpelo mil veces si quieres, te pertenece a ti desde el principio.

    Un pequeño movimiento de su índice, solo tenía que apretar el gatillo y todo habría terminado.

    Altair fue el primero en bajar el arma, dejando ir su pistola contra el piso. La frialdad y determinación que minutos antes brillaba en su mirada disipándose, lo estaba mirando con la misma adoración con la que lo miraba cada mañana que despertaba a su lado.

    — No puedo hacerlo, amor. — sonrió, sin oponer resistencia alguna. Si iba a morir qué mejor manera que a manos de la persona a la que había jurado entregarle su vida entera.

    — ¡Recoge la pistola, Altair! ¡Vamos! — gritó, el barril de su arma presentándose con más fuerza contra la frente del contrario, pero todo su cuerpo estaba temblando, apenas conteniendo las lágrimas. Solo tenía que apretar el gatillo, ya lo había hecho cientos de veces antes pero la persona frente a él no se trataba de un objetivo más. No, era el hombre que lo escuchaba hablar de sus libros aun cuando no le interesaban en lo más mínimo, el mismo hombre que siempre cargaba dulces encima por él, el mismo hombre del que se había enamorado 5 años atrás. Altair, su Altair.

    Era inútil, no podía hacerlo.

    Vanya arrojó su pistola sin importar lo que era de ella, cortando toda distancia que le separaba de su pareja para tomar su rostro entre sus manos y besarlo, siendo correspondido de inmediato. Era un desastre de dientes y lengua, pero el ruso no lo tendría de ninguna otra manera.

    Quizás cualquier pareja normal se hubiera besado entre lágrimas para luego hacer el amor sin desviar sus miradas enamoradas del otro, eso era lo que mandaba el cliché romántico desde luego. Pero ellos no eran precisamente la más normal de las parejas (no olvidaba que hace solo unos minutos había tenido su pistola apuntando hacia la sien de su esposo). Habían pasado meses desde que no había acción alguna entre ellos, y aquella frustración sexual y la adrenalina que todavía corría por sus venas le decía a gritos lo que quería. No quería delicadeza o caricias superficiales, quería que Altair lo follase con toda esa pasión que había creído perdida entre ellos. Y por la forma en la que su esposo lo cargó hasta el dormitorio, la única habitación que parecía haberse librado de su enorme trifulca, el sentimiento era más que mutuo.

    — Echaba tanto de menos sentirme tuyo. — suspiró contra sus labios, entre la solidez de su cuerpo y el colchón. Ya estaba duro dentro de sus pantalones, jodidamente necesitado de todo el placer que su esposo pudiera darle.

    — Siempre has sido mío, Vanya y me voy a encargar de recordártelo cada día a partir de ahora. Eres solo mío. — los labios del pelinegro descendieron por su cuello, jalando de sus cabellos para tener un mejor acceso a la zona. Iván gimió dejándolo marcarlo tanto como quisiera mientras se encargaba de desabotonar con urgencia su camisa.

    — Tuyo. — Repitió el ruso como si del mantra más sagrado se tratase. Daba gracias a que el mismo Altair se encontrara en su límite como para que considerase iniciar alguno de sus juegos destinados a hacerle perder la cabeza del placer (como la vez en la que le hizo correrse solo con sus dedos para follárselo durante ese periodo de hipersensibilidad, reduciéndolo a un desastre de temblores y lágrimas). No, si no tenía a su esposo dentro de él cuanto antes iba a explotar.

    Ambos batallaron para eliminar la molesta ropa del cuerpo del otro, la necesidad por borrar toda barrera entre sus cuerpos clara en cada toque y caricia. Su querida camisa de seda quedaría inutilizable tras la forma en la que Altair la había arrancado de su cuerpo pero aquello no podía importar menos cuando por fin lo tenía desnudo frente a él. Como si la sola distancia ardiera sus labios volvieron a encontrarse mientras sus manos recorrían el cuerpo del otro tratando de aliviar el calor que los invadía.

    Una de las manos del francés parecía entretenida jugando con su pecho, arrancándole suspiro que eran silenciados por su boca mientras que las manos del ruso permanecían afianzadas en las caderas del otro, alzando sus caderas bajo este para restregar sus calientes erecciones.

    En sus pieles comenzaban a brotar los primeros moratones por la trifulca anterior pero ningún pensó en detenerse, más tarde hablarían de lo sucedido como toda pareja funcional y se disculparían, pero eso sería luego. Ahora la prioridad de ambos era clara.

    — Quiero que me folles. — pidió en un quejido, dejando la marca de sus dientes en su hombro.

    — Ponte en cuatro. — Joder, Altair podía hacerle obedecer cualquier mandato con esa voz. Vanya pondría el barril de una pistola contra su propia cabeza si era su esposo quien se lo pedía con aquel tono grave y demandante. Siempre tan débil ante él.

    Le daría todo de él, pero ya se lo había entregado cinco años atrás.

    El ruso cambió su posición mientras que su pareja buscaba en el primer cajón de la cómoda el lubricante. Altair enarcó una ceja en su dirección al reparar en la botella medio vacía.

    — ¿Qué? Como tú no me follabas tenía que encargarme yo mismo. — se burló con sorda ganándose una suave nalgada de su parte y una mordida en su espalda expuesta.

    — La próxima vez haré que te metas los dedos frente a mi, cariño. — murmuró mientras regaba un sendero de besos y marcas por su espalda. La anticipación solo haciendo la espera más dolorosa. — Ahora sin embargo parece que no soy el único que está necesitado. — uno de sus dedos lubricados por fin se hundió en él mientras su otra mano masturbaba su miembro. La espalda del ruso se arqueó dejando salir un gemido agudo.

    La molestia por la intromisión desapareció en la urgencia de su deseo, en cualquier otra ocasión prepararlo había tomado más tiempo pero ninguno de ellos contaba con semejante paciencia ahora. Dos dedos y luego un tercero continuaron abusando de su agujero, el roce constante contra su próstata mandaba descargas de placer por toda su anatomía, sin ser suficiente Vanya comenzó a mecer sus caderas follándose a si mismo con los dedos del más alto.

    — Quieto, Iván. — le advirtió Altair afianzando el agarre en su cintura y dejando un beso tras la oreja de su pareja a fin de calmarlo aun cuando su propia erección entre sus piernas se sentía a punto de explotar.

    — Entonces date prisa de una vez o pienso atarte contra la cama para montarte hasta que esté satisfecho.

    — Otra cosa más para las cosas que podemos hacer en el futuro. Por qué casi nos matamos a tiros antes de resolver nuestros problemas así, esto me gusta mucho más. — los dedos del francés abandonaron su interior dejando un vacío incómodo que apenas duró en el tiempo antes de sentir su glande presionar contra él abriéndose paso por el relajado anillo de músculos.

    Nada más sentir como Altair lo penetraba Vanya se hizo la promesa de que, sin importar lo enfadado o decepcionado que pudiese llegar a encontrarse en un futuro con el contrario, nunca más iba a pasar por un periodo de sequía como aquel. ¿Cómo había podido en primer lugar aguantar tanto tiempo sin sentir las manos de Altair sobre su cuerpo?

    — Dios mío, casi me olvido de lo grande que eres. — Murmuró en un suspiro alterado. Se sentía lleno, casi tentado a presionar una mano contra su estómago para comprobar si podía sentirlo dentro de él. Ninguno de los dos iba a durar demasiado en aquella primera ronda, pero ya comenzaba a sentir como su orgasmo se avecinaba y solo tenía la polla de Altair dentro de él.

    — Y yo lo apretado que estás. Relájate, Ivan. —
    Susurró en su oído, regalando besos por su cuello antes de sacar casi toda la longitud de su miembro de su interior para arremeter contra él por primera vez. Todo su cuerpo tembló, culpando de su sensibilidad al tiempo que había pasado desde la última vez que habían tenido sexo. Se sentía condenadamente bien, comenzando a notar aquel calor familiar en su bajo estómago aun cuando Altair apenas lo había tocado. Sus caderas se mecieron intentando enterrar su verga más profundo en su interior.— Me vas a hacer perder la cabeza, amor.

    — Piérdela entonces. — dijo, y el francés siempre cumplía con los caprichos de su esposo.

    No hubo segundas consideraciones o ritmos pausados, Altair remarcó un vaivén enloquecedor hundiéndose en Vanya con una necesidad animal. El ruso arqueó su espalda viéndose invadido por el arrollador placer, su próstata siendo golpeada sin piedad con cada una de sus estocadas. Justo lo que había estado necesitando en esos últimos meses en su matrimonio, sentir de nuevo esa misma pasión que había experimentado al conocerlo y que había terminado con Altair follándoselo en cada rincón de su habitación de hotel.

    Sus brazos temblorosos se rindieron ante su peso, cayendo contra el mullido colchón mientras sólo sus caderas permanecían alzadas por el fuerte agarre ejercido por el pelinegro. Su cuerpo rebotaba con cada fuerte estocada proporcionada, necesitando afianzar su agarre en las sábanas para retener la poca cordura que conservaba. Vanya había perdido todo control por el volumen de sus propios gemidos, y su intento por mitigar esos vergonzosos sonidos contra el colchón se vio inmediatamente frustrado por su pareja que tomando de sus cabellos lo instó a reincorporarse de nuevo para pegar su espalda contra su trabajado pecho.

    — Nada de esconderte, Vanya. — Murmuró contra su oído envolviendo su fuerte brazo alrededor de su pecho para sostenerlo, lamiendo el sudor acumulado en su cuello. — Quiero escuchar cada gemido, cada ruego y maldición que suelten tus labios. — Dios, si no estuviera casado ya con él se lo habría pedido en aquel momento. El ruso volteó su rostro para atrapar su boca en un nuevo beso apasionado, su lengua invadiendo de inmediato la cavidad contraria.

    ¿Cómo podía siquiera pensar en poder amar a otro hombre cuando un solo beso suyo bastaba para prenderlo en llamas, cuándo era solo su polla la que lograba tenerlo así de desesperado? El golpear constante de sus pieles, el quejido de la cama y la melodía de sus gemidos inundaban la habitación.

    Las estocadas se volvieron más duras. Rápido, rápido, cada vez más constante. Con la cercanía de su orgasmo volvió a caer contra la cama, pero en esta ocasión Altair no le hizo reincorporarse sino que se tumbó sobre él, con cuidado de no aplastar con su cuerpo al ruso sin disminuir la velocidad de sus embestidas. Vanya estaba atrapado entre las enloquecedoras embestidas de su esposo y la fricción de su miembro contra las sábanas, estaba a punto de perder la jodida cabeza ante el placer.

    Un último golpe de las caderas de Altair, fuerte y profundo, fue lo último que necesitó para llegar al clímax, vertiéndose contra las sábanas. Su cuerpo perdió toda su fuerza bajo su arrollador orgasmo, quedando tumbado sobre el colchón como poco más que una muñeca de trapo siendo solo sostenido por las manos que se envolvían sus caderas. La polla de Altair seguía hundiéndose de forma incesante en él, yendo tras su propio orgasmo. Podía sentir su respiración alterada y sus suspiros contra su piel, también al borde de su aguante.

    — Córrete para mi, Altair. Quiero tu semen, lléname por completo. — susurró contra su oído, guiándolo durante sus últimas embestidas antes de que su cuerpo se contrajera y la calidez de su semilla lo inundase. Permanecieron quietos los minutos posteriores, sus cuerpos todavía unidos, disfrutando de la presencia del otro y con sus manos entrelazadas.

    — Altair, te amo hasta morir pero quitate de encima de una vez o…— no llegó a terminar con su amenaza antes de que la risueña voz de su marido lo interrumpiera. La sonrisa en sus labios casi siendo audible.

    — ¿O qué, vas a asesinarme? — se burló pero se separó de él solo lo suficiente para permitir que Vanya se volteara en la cama, asentándose ahora entre sus piernas abiertas.

    — Voy a asfixiarte con mis muslos. — la amenaza de sus palabras fue suavizada de inmediato al envolver sus brazos alrededor de su cuello para acercarlo y besar su nariz. La sonrisa en el rostro de su marido verdaderamente lo valía todo.

    — No veo forma mejor de morir. — Altair volvió a besarlo en lo que fue una segunda ronda inmediata.

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    No fue hasta horas después y con su apetito por el otro por fin satisfecho que por fin se dignaron a hablar. El cuerpo de Vanya dolía entre el esfuerzo consecuencia de las rondas de sexo y los golpes recibidos, pero no se había sentido tan completo y relajado en meses. Necesitaban de un momento así, no necesariamente de haber intentado acabar con la vida del otro, sino de explotar y dejar salir todas sus rabias e inseguridades frente a él. Los secretos en su matrimonio solo habían sido un peso que se había ido volviendo más y más pesados con el tiempo, y era hora de dejarlos ir.

    — ¿Por qué nunca me lo dijiste? — preguntó acurrucado contra su pecho, su rostro refugiado en el hueco de su cuello.

    — Por el mismo motivo que tú, supongo. — dijo dejando un beso contra sus cabellos antes de pasarle el cigarrillo que estaban compartiendo.

    — Yo nunca te habría dejado, no importa a qué te dedicaras. — no mentía, si se hubiera enterado de cualquier otra manera de la verdad se habría sentido traicionado y herido, pero nunca habría considerado la opción de separarse del pelinegro. No cuando él era todo su mundo. — Eres mío Altair, solo mío.

    — Y tú eres mío, lo sé. Por eso mismo no te lo podría decir, sabía que sin importar en cuánto peligro estuviera no te separarías de mi. Estos meses estaba tratando de cumplir mi cuota para abandonar el trabajo, solo me faltaba una misión y bueno… esa resultó ser tú. Planeaba decírtelo todo una vez hubiéramos salido de toda esta mierda. — aquella confesión solo lo hizo sentir como el peor esposo del planeta, Altair lo estaba dando todo de sí con el fin de poder contarle la verdad algún día mientras él se había limitado a lamentarse por su matrimonio estancado.

    — Yo también, quería decirte la verdad cuando encontrara el momento. — Iván tomó una última calada del cigarro antes de dejarlo de lado para reincorporarse. — No habrá más secretos entre nosotros a partir de ahora, ¿de acuerdo? Este es nuestro primer día siendo completamente honestos con el otro. — era una idea que llegaba 5 años tarde, pero nunca era demasiado tarde para intentarlo.

    — ¿Algo más que confesarme entonces? — Altair le sonrió con diversión en una sonrisa sumamente contagiosa, la forma en la que se veía con las sábanas cubriendo pobremente hasta su entrepierna y su torso trabajado yacía cubierto de marcas hacia que Vanya quisiera abalanzarse sobre él de nuevo.

    — El hombre que me llevó hasta el altar cuando nos casamos no era mi padre, era mi tío. Mi padre es un cabronazo homofóbico que habría tenido un infarto al saber que me casé con un hombre. ¿Y tú?

    — El mío también, contraté un actor. — al parecer era más parecido de lo que esperaba incluso en los detalles más sórdidos de sus vidas. — Odio llevar traje, solo los usaba para las misiones y al llegar a casa, ya sabes tenía una imagen que mantener frente a mi esposo como un respetable director de marketing. — aquello último lo hizo reír.

    — No sé cómo estuve tan ciego como para caer en esa. Pero te ves malditamente bien usándolos, y me gusta atarte las manos con tu corbata. — la insinuación fue acompañada de un beso tierno contra sus labios, el cual se tornó más tórrido con el paso de los minutos.

    — Haces que los odie un poco menos. ¿Qué más?

    — El anillo que te regalé por nuestro último aniversario. No lo compré, se lo quité a uno de mis objetivos, era demasiado bonito como para dejarlo atrás.

    — Eso es tan macabro, Vany. Me encanta.

    Cada confesión, cada pequeño detalle desconocido para el otro iba acompañado de un nuevo beso como si al igual que al inicio de su relación encontraran imposible separar sus labios del otro durante más de unos minutos. La magia, los sentimientos que experimentaron por aquel entonces seguían ahí incluso con el tiempo y los secretos por enemigos. No era tan ingenuo como para pensar que todo estaba bien, para empezar sus agencias los habían mandado a acabar con el otro al enterarse de su relación y era de esperar que no se quedasen de brazos cruzados a la vista de que ambos seguían con vida. Aquello sin embargo no era una preocupación que lo bajase de su burbuja de felicidad en esos momentos, ambos eran agentes secretos de talla internacional podían con cualquier cosa que arrojasen a su dirección, juntos en esta ocasión.

    — No pienses en volver a librarte de mí, no lo conseguirás. Hasta que la muerte nos separe, ¿recuerdas? — su mirada se desvió a la alianza en el índice de su esposo, él tampoco se la había quitado en ningún momento.

    — Hasta que la muerte nos separe. — le respondió, dejando un beso sobre el anillo que simbolizaba su unión. — Estaremos juntos en el infierno, una eternidad entre llamas contigo no suena tan mal.

    Quizás tendrían que abandonar Inglaterra durante un tiempo, Vanya quería volver a visitar La Habana mientras que Altair tampoco parecía disgustado por aprovechar la ocasión para recorrer el globo de mano con su pareja. Lo único seguro es que sin importar el lugar o el futuro que los esperara, estarían uno al lado del otro.

  5. .

    28 de noviembre de 1982.
    oALgpdp


    Las noches de luna llena eran los instantes en los que más extrañaba la presencia de su madre, incluso cuando había pasado las semanas previas al comienzo del curso escolar asegurándole que estaría bien a fin de suavizar el ceño fruncido de preocupación de la mujer. Una deformación de su usual suave semblante que no habría conseguido mitigar su cautivadora belleza.

    Iván le había prometido que le escribiría cada semana, y así lo había hecho a lo largo del año.

    En aquellas cartas le contaba sobre sus amistades y las buenas notas que había estado obteniendo en un intento por hacerle saber que su primogénito estaba bien. Con cierta culpabilidad latente por ocultarle a su madre información sobre sus días, pero nada bueno sabría de que esta se enterase de las bromas en las cual era la mente maestra o del incidente donde había golpeado a un compañero por defender a su amigo en cual, se le había olvidado mentar, era un Black. Había demasiadas cosas que él como un mocoso no podía comprender, pero no iba a permitir que los marcados prejuicios de los adultos fueran un obstáculo más en sus amistades. Altair no era para nada como la estirpe de magos oscuros de la cual provenía, algo que ya le había probado una y otra vez. Así que su identidad era un secreto que Vanya había mantenido a buen recaudo en sus cartas, aun cuando no había omitido la existencia del chico con un talento natural sobre la escoba y un ego sin duda que superaba al propio de su edad.

    Entre las ancianas paredes de la institución había encontrado un segundo hogar, había hecho amistades que podía asegurar le acompañarían para toda la vida y mientras descubría cada uno de los interminables secretos y pozos de conocimiento que escondía Hogwarts también estaba descubriendo cosas sobre sí mismo. Su asignatura favorita era encantamientos, al parecer contaba con un talento oculto para las travesuras y al contrario que Will o Isaac sobre todo, la atención femenina no lo convertía en un desastre tartamudeante.

    En un par de meses Vanya sentía que poco o nada compartía con el mismo muchacho de 11 años que pasó el Hogwarts Express por primera vez.

    Meses y experiencias que no cambiaría por nada en el mundo, pero con el calor imperante que amenazaba por sofocarlo y la presión palpitante en sus sienes, el cual solo se intensificaba con el alce del astro en el cielo, el único lugar en el que deseaba estar Vanya era entre los brazos de su madre. No en una habitación con otros tres mocosos que no sabían mantener sus narices en sus propios asuntos, ni mucho menos en una cabaña de mala muerte desprovista de algún calor.

    No llores, no te atrevas a llorar. Pensó llevando sus piernas contra su pecho, sentía su piel arder y aun así estaba temblando. Seguía siendo un niño, un mocoso que necesitaba escuchar de las nanas de su madre y de su dulce olor para encontrar descanso alguno en aquellas caóticas noches. ¿Ella también experimentaba las noches de luna llena con aquel febril frenesí? Siempre habría estado demasiado ocupado buscando el consuelo de su presencia como para reparar en las consecuencias de la luna en ella.

    El batir de sus cortinas al asomar Altair su cabeza entre esta lo devolvió en sí.

    — Vany ¿Me dejarías pasar? — Vanya lo miró sobre sus rodillas, con su ceño fruncido. Quería mandarlo a la mierda, a él y a los otros dos idiotas que consideraba como mejores amigos. Pero… no quería estar solo en esos instantes, y la presencia del Black a su lado siempre era una buena distracción de cualquier otro problema u obligación que llenase su mente.

    ´— Entra. — Su voz se escuchaba rasposa y pesada, quizás por la discusión anterior con Will. No dijo nada más mientras observaba en silencio como Altair conjuraba un hechizo de iluminación. No se sentía con la energía o el ánimo suficiente de hablar, pero lo que fuera que tuviera que contarle su amigo debía de ser importante si es que se ponía en riesgo de tratar con un Vanya emocionalmente inestable.

    Desde luego se veía nervioso, algo de lo cual se habría burlado en cualquier otro momento. Algo que había notado de él, era que no podía dejar de hablar cuando se encontraba nervioso, como si todo filtro hubiera desaparecido.

    — Te llevo investigando... mucho tiempo. Fue mi idea, fue total y completamente mi idea y ni Isaac ni Will tuvieron que ver con esto. Sé que... si causas daño a otros chicos, err, hombres... supongo, a futuro, no es porque quieras. Ni a las mujeres. Estás más conectado a la naturaleza o la "Madre tierra" que a tu propia humanidad en estos momentos de luna llena y los más críticos. Lo que sea que pase, no es tu culpa. Jamás será tu culpa, Vanya.

    Iván lo escuchó en su verborrea sin fin, sin emitir ni un sonido, sin desviar la mirada de la figura del contrario. Otro dato del cual había reparado sobre Altair es que odiaba los silencios en medio de las conversaciones importantes, sus ojos no se quedaban quietos en un solo punto y sus manos, a falta de cualquier otro propósito, rascaban su nuca con más fuerza de la necesaria. Pero el de mechón albino permaneció con su silencio, porque de otra forma habría estallado contra él como una bomba que habría acabado con todo a su paso.

    Te llevo investigando. Aquellas palabras no paraban de resonar en su cabeza, tratando de encontrarles significado alguno. Investigar. Se investigaban a las ratas, a las plantas o otros seres, a un amigo no se le investigaba. La sola palabra era deshumanizante. Ni que decir de las implicaciones tras sus estas, quizás se debía a que era todo un cerebrito como lo llamaba Will, pero a Iván siempre le había fascinado las implicaciones ocultas tras las palabras. Culpa, era un término que por definición implicaba la existencia de raciocinio así como la existencia de una voluntad. Los animales no sentían culpa al morder a una posible amenaza pues era parte de su instinto, así como los bebés no sentían culpa al lanzar un vaso contra el suelo pues no contaban con el desarrollo mental para saber que eso estaba mal.

    Vanya no era ni un animal ni un jodido infante, no era ningún ente inferior exento de culpa solo por la jodida luna llena.

    ¿Altair seguiría pensando lo mismo si se abalanzarse sobre él y envolviese sus manos alrededor de su cuello? No necesitaba de la magia para hacerle daño, sabía que con la rabia que lo llenaba bastaba para someterlo. No, si quisiera hacerle daño al Black solo bastaría con sacar a la luz las inseguridades que con tanta confianza había encubierto.

    Tal y como Altair lo había estado observando, Vanya también había reparado en bastante de él. Era todo un hipócrita por indagar en sus problemas cuando los suyos propios bastaban para llenar el Gran Salón. ¿Por qué no se preocupaba mejor de dejar de ser una deshonra para su padre, para su tía con cada paso que daba? Quizás ellos sí tenían razón y no era más que un inutil malagradecido cuya única utilidad era terminar por convertirse en otro brujo oscuro más. No era como si el resto del mundo fuera a mirarlo de otra manera, daba igual como actuase, siempre sería un criminal.

    Y que esas palabras proviniesen de un amigo haría que el daño provocado fuera fatal.

    Solo necesitaba abrir la boca y Altair tendría que tragarse sus palabras, ¿podría volver a decir con semejante determinación que no tenía la culpa del dolor que causase? Necesitó morder su lengua con fuerza para contener el impulso enfermizo que lo llenó. No quería hacerlo, Altair era su amigo y aunque solo se trató de un pensamiento efímero sin ninguna verdad tras el, solo pensar en decir esas palabras cargadas de veneno contra el pelinegro le hizo sentirse enfermo, como el monstruo que nunca quería llegar a ser. Pero por un instante, por un solo segundo, aquel sentimiento de poder, de saberse capaz de destrozar a una persona con su sola intención, había opacado cualquier otro dolor.

    Altair tomó su mano, sonriéndole con una complicidad de la cual no era merecedor, en un gesto que el veela apenas pudo corresponder. Seguía enormemente enfadado con él, era todo un milagro el que no lo hubiera golpeado, pero seguía siendo su amigo y Vanya encontraba imposible resistirse a lo que el susodicho llamaba como “encantos Black”. En un futuro Vanya recordaría aquel momento como la primera vez que pensó en Altair como su mayor debilidad.

    — Te hice algo, ni siquiera nuestros mischivious están al tanto, es un secreto, pero espero que te guste. Así que cuando estés frente al espejo recita "Domus meus" fuerte y claro ¿bien? — no tuvo tiempo suficiente para preguntarle a qué se refería antes de que Altair desapareciera tras las cortinas, la calidez de su mano todavía cosquilleando sobre su piel.

    El reloj resonó indicando la cercanía de la media noche, a solo media hora de la misma el veela abandonó los dormitorios de nuevo contrariado en sus emociones. Por primera vez en días sentía que podía respirar en paz sin las miradas de sus amigos y terceros puestos en su persona, se había librado también del ambiente tenso de la habitación tras aquella nefasta intervención. Pero por otro lado… no quería estar solo. Era irracional y absurdo, desprovisto de ninguna lógica y Vanya haría lo que fuera para librarse de aquella tormenta de sentimientos. No importaba, lo único que podía hacer en esos momentos era seguir caminando por los pasillos vacíos del castillo con la esperanza de que la agonía despertada por la luna llena acallara cualquier otro tumulto en su mente.

    Hagrid estaba esperándolo en el patio principal como en los meses anteriores, pero a diferencias de estos el de ascendencia gigante se notaba nervioso, un sentir que a pesar de su tamaño era nefasto a la hora de ocultar. Vanya se sintió un tanto culpable de no indagar en el desosiego del otro, pero la verdad era que en esos momentos no le podía importar menos.

    El veela suspiró ante la visión de la ya conocida cabaña, concienciado de que aquella noche sería más intensa que cualquier luna llena anterior. Lo podía notar en la tensión de sus músculos, en el calor asentado en su piel.

    — Tienes que prometerme que no le dirás nada a Dumbledore sobre esto. Ellos…— Por un momento el guardabosque dudó en sus palabras, luciendo diminuto aun en sus casi tres metros. — Tus amigos se preocupan mucho por ti.

    Estaba comenzando a pensar que él no era el único que estaba actuando fuera de sus cabales aquella noche. ¿Qué mosca les había picado a todos? El niño de mechón albino solo se limitó a asentir sin tener mucha idea de a qué se refería antes de que la puerta se cerrara tras de él, escuchando la queda promesa de que vendría a recogerlo en la mañana.

    Aun en la oscuridad que inundaba el interior de la cabaña a excepción de un par de solitarios rayos de luna que se colaban por los huecos de las cortinas, solo le tomó unos instantes para reparar en la presencia de un objeto foráneo en su interior. Con cierta cautela se acercó a este para inspeccionarlo, una bañera de mediano tamaño, el veela introdujo su mano en agua que la llenaba creando pequeñas olas en el vaivén del recinto cerrado. El agua estaba fría, pero el contraste con su piel afiebrada se sentía agradable. Fue casi por puro instinto en buscar combatir el calor que lo llenaba que entró en la bañera sin malgastar un segundo en retirar sus ropas.

    El interior de la improvisada alberca no estaba vacío como esperaba, y es que a su alrededor el tenue brillo de las gemas sumergidas se robó su aliento, comenzando a tomar conciencia de quienes eran los responsables tras aquella inesperada aparición en la solitaria cabaña.

    Idiotas. Cuánto dinero se habían gastado en toda aquella parafernalia. Esas gemas. Esmeralda. Lapis Lazulli. Ni siquiera podía identificarlas todas, pero no necesitaba de aquel conocimiento para reparar en la fortuna que yacía frente a él. Eran solo una panda de mocosos de once años, ¿cómo habían conseguido poner sus manos sobre aquellas joyas? Ah claro, el dinero realmente era la solución a todos los problemas de la vida, un buen recordatorio de otra más de las diferencias que lo separaban. Era la primera vez en su vida que siquiera veía esas gemas, ni que decir de poder tocarlas a riesgo de ser acusado por ladrón, ¿pero que suponía aquello para los Black? ¿o incluso para los descendientes de la nobleza inglesa? Nada, apenas era la calderilla de sus bolsillos.

    Imbéciles. Un espejo flotaba en la superficie de la bañera, Vanya lo tomó con manos temblorosas viendo con una mueca el reflejo de su rostro, el cansancio marcado en sus facciones. ¿Aquello era acaso una broma pesada? ¿Un intento por hacerle ver lo patético que era? Vanya no era débil, había estado lidiando con la jodida luna llena hasta entonces solo. No los necesitaba, no necesitaba su ayuda, no necesitaban que andaran metiendo las narices en sus asuntos.

    — ¿Este es el resultado de tu investigación? ¿Acaso te crees que soy un jodido perro callejero que necesita de tu generosidad? — gritó al vacío de la noche.

    No importaba cuanto golpeara el espejo o buscase hundirlo en el fondo del agua, no tenía efecto ninguno y el reflejo de su rostro que le ofrecía era cada vez más violento, sus ojos llenos de una ira que no sabía contra quién dirigir. No quería ser el proyecto de caridad de nadie, no quería que sus amigos lo vieran como un bicho raro, ¿no podían solo ignorar aquella parte de su naturaleza? Su respiración estaba acelerada, y aunque el espejo permanecía en perfecto estado, los continuos golpes contra este habían abiertos sus nudillos. La sangre perdiéndose en el agua.

    La luna debía haber alcanzado su punto más alto en el firmamento, la oscuridad en la cabaña no le permitía averiguarlo y cada segundo en el interior de esta se sentía como una eternidad para el niño como para hacer una aproximación de cuánto había avanzado la noche, pero podía intuirlo por el tumulto de voces en su cabeza que lo hostigaban a destrozar las paredes del lugar, por los escalofríos que sobrecogían su piel afiebrada que no sabía si buscar calor alguno o evitar este. Todo era tan confuso, todo pensamiento y movimiento dolía como un demonio, lo único que tenía sentido alguno en esos momentos era su deseo por la luna, pero aquellas estúpidas cuatros paredes le impedían ir tras ella.

    Su único consuelo era que aquella agonía era solitaria, el recuerdo de su última conversación con Will hizo que envolviera sus brazos alrededor de su cuerpo. Nunca podría dejar que alguien más, mucho menos sus amigos lo vieran de aquella manera. No solo sería un peligro para ellos sino que además la sola idea de que lo vieran en su momento más vulnerable y crudo resultaba inconcebible.

    La repentina melodía de un violín lo hizo recomponerse, buscando frenéticamente de donde provenía tal sonido. No sabía cómo aquello era posible, pero tenía la certeza de quién era el responsable tras cada nota.

    Quien más que el pretencioso y privilegiado señorito de la Antigua y Noble casa Black podía tocar el violín con semejante maestría. Presumido, fue el primer pensamiento que atravesó su cabeza en medio de los espasmos continuos de su cuerpo.

    Era como tener a Altair tocando junto a él en la cabaña, sin las nefastas consecuencias de aquello claro. Todo su cuerpo seguía doliendo, pero por primera vez en toda la noche se permitió tomar una profunda bocanada de aire y trató de centrar su atención en la música. Vanya no era ningún virtuoso en el tema, lo cierto es que no tenía idea ninguna de música clásica, así que no sabía si la composición de Altair estaba tocado se trataba de alguna pieza que pertenecía a algún músico que llevaba muerto siglos además de permanecer a un buen linaje, como los que debían de gustarle a su familia, pero aquello no importaba. Sonaba bien, sonaba tan condenadamente bien.

    El veela recordó entonces sobre la otra sorpresa mentada por el heredero, ¿qué más podría haber preparado? Le avergonzaba demasiado que sus amigos se tomaran todas aquellas molestias solo por… él. Domus Meus. Esas eran las palabras que le había enseñado Altair, y cuando fue el turno de Iván de decirlas frente al espejo, el ruso se rompió en mil pedazos.

    El reflejo de su rostro había desaparecido por completo, y en cambio el paisaje de un bosque lo recibió. Sabía que se trataba solo de un encantamiento, de una mera ilusión pero aquella visión de libertad era el mayor remanso de paz que recordaba haber sentido durante cualquier noche de luna llena. Era absolutamente hermoso, y de repente ya no sabía si quería golpear al responsable tras aquel encantamiento o abrazarlo hasta asfixiarlo.

    Altair seguía tocando su violín y Vanya quería olvidar todo el condenado dolor para perderse por completo en aquel privilegiado concierto privado. Cómo podía el mundo verlo como un Black más cuando Altair era tan… tan Altair. No había palabras para definirlo, o al menos el veela no contaba con el vocabulario necesario para describir el enorme y caótico desastre que era Altair Bloody Black.

    — Imbécil, jodido imbécil, egoísta, bastardo. Hipócrita. — volvió a gritar contra el espejo, pero no volvió a golpearlo, dudaba que siquiera pudiera hacerlo a través de las lágrimas que empañaban su mirada.

    No debía llorar, los hombres no lloraban. Se repitió una y otra vez en su cabeza, sin éxito alguno. Las lágrimas fluían sin control. A la mierda, al menos nadie lo estaba viendo.

    Vanya no estaba solo, no lo había estado desde que llegó a Hogwarts. Los tenía a ellos, a Will, a Isaac, a Altair. Al jodido señorito de los Black, con un diablo.

    Su cabeza seguía palpitando, su conciencia estaba a punto de desvanecerse pero su pecho se sentía lleno en medio del caos que se apoderaba de todo su cuerpo.




    Apenas registró cuando llegó la mañana ni cuando Hagrid lo cargó hasta la enfermería, pero cuando Vanya abrió los ojos antes los primeros rayos de sol lo primero que reparó fue en la sensación de su cuerpo adolorido. Sentía el ardor de los arañazos y heridas regadas por su piel así como sus músculos agarrotados, más el daño recibido parecía ser menor que los meses anteriores, cada movimiento no provocaba un calambre de dolor que recorría toda su anatomía y sus muslos no parecían regados de moratones frescos. El cansancio seguía pesando en su cuerpo como un lastre más, pero en un balance general se encontraba bien.

    La razón de semejante cambio no tardó en irrumpir en la enfermería como una manada de gansos sin cabeza.

    Pensaba gritarles, reprocharles al trío de niños que no necesitaba su preocupación ni mucho menos que malgastaran el dinero de sus familias en ayudarlo. Planeaba gritarles hasta quedarse sin voz o hasta que el trío de idiotas a los que llamaba amigos se mostrasen arrepentidos, lo que sucediese primero. Pero su molestia y enojo se desvaneció en un solo instante al verlos entrar en la enfermería con un entusiasmo ya propio del pequeño grupo, sus miradas llenas de un brillo de entusiasmo y anticipación que hacía difícil entrever que nada más llevaban unas horas sin verse.

    Panda de dramáticos, pensó al ser su cama rodeada por el grupo de revoltosos críos, con una pequeña sonrisa amenazando con abandonar sus labios.

    — ¡¿Cómo estuvo tu noche?! ¡¿Te gustó?!

    — ¡Fue una sorpresa increíble ¡¿no es así?!

    — ¡Yo ayudé en el encantamiento del espejo! ¡Y-Y de la bañera también!


    Incluso si hubiera podido por alguna gracia divina enfadarse con ellos le habría sido imposible en sus superpuestos parloteos y a los brazos que se habían envuelto alrededor de su cuello, robándole el aire de sus pulmones en la efusividad empleada. Si el volumen de sus gritos era indicativo de algo, era de que apenas contaban con unos minutos antes de que Madame Pomfrey los echara de la enfermería por estar perturbando su descanso, aunque en su defensa tenía que argumentar que en el escándalo formado sus propias dolencias habían quedado olvidadas.

    — ¡Altair, maldito bruto! ¡Déjame respirar! — le reclamó al pelinegro, desenredando el agarre alrededor de su cuello más no apartando de ninguna otra forma al chico acurrucado contra su figura. La cercanía con sus amigos siempre era reconfortante, con Altair en especial, pero tras una luna llena sentir la calidez del otro chico junto a él se convertía casi en una necesidad. Algo que no pensaba admitir frente a este en primer lugar. — Gracias por lo que hicisteis, supongo. La noche pasada no fue tan… desagradable como otras. — dijo con cierta incomodidad, sin saber desde luego cómo agradecer un detalle que sobrepasaba con creces cualquier otra muestra de amistad que hubiera experimentado en el pasado.

    — ¿Ya está? Esperaba que derramaras alguna lagrimita, al menos. No nos mereces, Vanya. — bromeó de inmediato Will, acabando en un instante con su engorro.

    — El que va a terminar llorando vas a ser tú como no cierres la boca, Gouldshaw.

    No hubo más tiempo para discutir antes de que el heredero de los Black interrumpiera la conversación con su dramatismo natural y una idea no tan nefasta y problemática como muchas otras de la que había tenido (Vanya sospechaba fuertemente que Altair contaba con un gen que lo hacía tan predispuesto a los problemas, eso o a algún elfo se le había caído de pequeño).

    — Es buen momento para proponer el inicio de algo que dure más que cualquier amistad común entre caballeros, incluso más que una estúpida familia. Nosotros somos camaradas, mis socios en la travesía de los siguientes años sacudiendo los muros de este viejo castillo en Hogwarts. Un club exclusivo de solo cuatro miembros. ¡Este es el inicio del Mischief Club! — sin duda en un futuro el pelinegro sería capaz de persuadir a toda una multitud solo con su carisma y cegadora confianza, pero por ahora sus amigos no pudieron hacer más que mirarse entre ellos y estallar en risas.

    Aun así solo bastó unas pocas palabras más para que Isaac y Will unieran sus manos sobre las del contrario. En un gesto que se sentía casi como estar haciendo un pacto con el demonio, algo no demasiado equivocado teniendo en cuenta quién era Altair Black en primer lugar.
    Quizás Elaine tenía bastante razón al decir que eran un club de travesuras, lleno de idiotas, pero Vanya formaba al final del día parte de ese pequeño grupo de idiotas. Y se sentía condenadamente orgulloso de ello.

    — ¡Con un demonio Black, termina de una vez con tu discurso! — Bravo el ruso, toda molestia en sus palabras caía derrotada en la sonrisa llena de alegría infantil que iluminaba su rostro, posando su mano sobre las otras tres ya alzadas. Gesto que bastó para que Altair volviese a alzar su voz en un grito que resonó por todo el lugar.

    — ¡Uno para todos y todos para uno! ¡PORQUE SOMOS: EL MISCHIEF CLUB!


    Y con la precisión de un reloj, exactamente 60 segundos después de que Altair bautizara a su grupo de amigos con un nombre que resonaría dentro de las paredes de Hogwarts por los siguientes 7 años, Madam Pomfrey irrumpió de nuevo en la enfermería demandando que el grupo de revoltosos alumnos abandonaran las premisas del lugar en una merecida expulsión que ninguno de ellos pudo refutar en aquella ocasión.

    Will e Isaac se dirigieron primero hacia la puerta, no sin antes mandar una última sonrisa divertida hacia su amigo todavía en cama (de no ser por los ya crispados ánimos de la enfermera le habría dicho que ya podía regresar a las clases junto a ellos), pero antes de que el pelinegro se dignara a seguir sus pasos Iván lo paró agarrando con sus dedos uno de los puños de su camisa, llamando su atención de vuelta a él.

    — Altair… — Las palabras se quedaron de repente atoradas en su garganta, sintiendo como un extraño nerviosismo nunca sentido junto a su amigo lo inundaba. Qué quería decirle. Tocas maravillosamente el violín, quiero escucharte de nuevo. No te atrevas a gastar una moneda más de oro en mi. Asegúrate de pasarme los apuntes de pociones de hoy. Tenía tanto que decirle, pero aquello tendría que esperar, por ahora era suficiente con lo más importante que llenaba su cabeza. — No vuelvas a “investigarme” como si fuera una rata de laboratorio, Black. No soy ningún sujeto de prueba. Si quieres saber algo sobre los veela, vienes a mi, ahora somos el Mischief Club ¿no? Nada de secretos entre nosotros o te juro que te dejaré colgado de la puerta del Gran Comedor solo en calzoncillos. — estar enfadado con el señorito Black resultaba ser algo más difícil de hacer que de pensar, apenas consiguiendo amenazarlo antes de suspirar. La tensión en sus hombros y su ceño desaparecieron. — Y gracias Altair, por todo. Hiciste que una noche de mierda fuera… menos mierda, supongo. Ahora vete antes de que Madame Pomfrey te arrastre por el cuello de la camisa.

    Vanya observó la espalda de su amigo mientras este se retiraba por fin, hasta que este se perdió fuera de los confines de la enfermería. Sí, en definitiva le quedaba mucho que decirle a Altair, una de las cosas en la larga lista, era que era un chico jodidamente brillante en todo sentido de la palabra.




    20 de diciembre de 1982
    oALgpdp


    Retiraba lo dicho, Altair Black era un completo idiota.

    De qué otra forma podría llamar al muchacho que en pleno invierno se marchaba a observar los entrenamientos de quidditch sin el abrigo siquiera de una bufanda o un hechizo de calor. Hasta su segundo año no cualificaba para unirse al equipo de Gryffindor, y aun así asistía de forma religiosa a sus entrenamientos, acompañado casi de forma permanente por Will. Isaac y Vanya al menos podían resistir a las manipulaciones infantiles de acompañarlos en pos de su amistad, pero el ruso sabía que en cuando Altair obtuviese la equipación roja y dorada no tendrían ninguna escapatoria de ocupar un lugar más en las gradas durante los entrenamientos. Cuando, porque era indudable para Iván que su amigo obtendría un lugar en el equipo.

    Ser amigo del señorito Black implicaba sacrificios, y el mayor de ellos sin duda sería madrugar y congelarse las pelotas para verlo pavonearse sobre su escoba.

    La llegada de la nieve había sido un recordatorio más de la cercanía de las vacaciones de navidad. En solo un par de meses Vanya había encontrado en Hogwarts una segunda casa y con ello una segunda familia, pero mientras observaba la nieve caer sin fín a través de los grandes ventanales del Gran Salón, el chico de mechón albino solo podía esperar con añoranza a que llegara la hora de volver a su casa. Solo tres días más y volvería a sentir el calor de los brazos de su madre, volvería a tener a su hermano correteando tras de él como un chicle del cual nunca podría deshacerse, incluso extrañaba los regaños de su padre. Las navidades en el hogar de los Nazyalensky eran un oasis lleno de caos y ruido, incluso cuando su familia paterna había abandonado la Madre Rusia hace ya décadas la mesa se llenaba de platos típicos como el cerdo relleno cuyo olor inundaba toda la cocina, kutia o kozuli (unas deliciosas galletas de jengible que Iván siempre trataba de robarse una vez salían del horno). Y sus tíos se reunían a beber vodka durante toda la noche, Vanya había conseguido junto a Zoya robarse un trago de una de las botellas abandonadas y no lograba entender qué le veían los adultos a ese licor que abrasaba la garganta.

    Quizás este año su tío Daemon regresaría, al menos Iván esperaba que fuera así, sus regalos eran los mejores y las navidades no eran lo mismo sin sus fuegos artificiales.

    El bullicio habitual en el Gran Comedor se vió interrumpido por la llegada de sus más recientes visitantes, toda una bandada de lustrosos Buhos Reales que despertaron en su vuelo los gritos de sorpresa y las miradas curiosas de los alumnos. Las aves sin parecer afectadas por el revuelo provocado procedieron a aterrizar frente a sus destinatarios, con Isaac a un lado y Altair al otro, el niño ruso pudo apreciar en la cercanía a los lujosos mensajeros. Hermosos, desde luego pero el primer pensamiento que atravesó la mente de Vanya fue que, como la gran mayoría de cosas que caracterizaba a las grandes casas del mundo mágico, estaban desprovistos de calidez o simpatía alguna.

    Minuska se escondió entre sus piernas ante la aparición de las enormes aves, siseando en su dirección desde su escondite, y en un gesto menos valiente Isaac a su lado empuñó sus manos en su túnica luciendo al borde de las lágrimas ante el graznido del condenado pajarraco.

    Bien podrían ser unos búhos obscenamente costosos pero eran tan agresivos como su contraparte salvaje, picoteando los dedos del pequeño de los Scamander cuando este se atrevió a recoger la carta atada a una de sus patas.

    — ¡Condenado hijo de pu…! — Ni siquiera terminó de insultarlo a él y a toda su especie cuando el búho emprendió de nuevo el vuelo dedicándole un último graznido que el ruso habría jurado sonaba como un insulto contra su sangre. — Déjame ver, Isaac. — le pidió a su amigo, envolviendo el corte sangrante de su dedos con una de las servilletas mientras el otro lloriqueaba esta vez con razón.

    Tres búhos reales se habían posado sobre la mesa de Gryffindor, revolucionando está por completo. Uno para Isaac, otro para Elaine (quien podía observar por el rabillo del ojo apenas estaba leyendo el contenido de la carta) y el tercero era para…

    Altair. Oh no, Altair. Por un momento había olvidado todo lo que implicaba su apellido, porque para Vanya él no reunía ninguna de las cualidades nefastas con la que describían a los Black, pero no había forma alguna de negar la sangre que corría por las venas de su amigo. Altair había sido condenadamente bueno a la hora de mantener la máscara de normalidad e indiferencia respecto al trato con su familia, como si al crecer en el seno de los Black no llegara a trastocar incluso al individuo más cuerdo, pero dicha máscara se había roto en mil pedazos contra el suelo. Lo que fuera que hubiera escrito en aquella misiva había trastocado al pelinegro hasta los cimientos, congelando su expresión en una expresión que nunca antes había visto en él. Vanya nunca antes había sentido semejante odio por un burdo trozo de papel.

    — Altair… — ni él ni Will alcanzaron a poder hacer nada antes de que el heredero de los Black corriera fuera del Gran Salón. El rubio no dudó en seguirlo, pero Vanya no pudo hacer otra cosa que quedarse congelado en el lugar observando cómo su espalda se perdía fuera del comedor. Sin musitar palabra alguna el de mechón albino le arrebató la carta de las manos a Isaac para leer su contenido.

    Una invitación a una fiesta. En navidad. En la villa francesa de los Black. El padre de su amigo sin duda estaría ahí, el mismo hombre que le había mandando un vociferador a su hijo llamándolo una deshonra para su familia. Lo mismo podía asumir del dementor que tenía por tía. Una fiesta que reuniría sin duda a las familias de mayor renombre de todo el continente, y en la que Altair se encontraría completamente solo.

    El solo pensamiento de ello hacía que la bilis se le subiese a la garganta.

    Estampando la condenada carta contra la mesa, Vanya abandonó su asiento. Los murmullos por la llegada de los búhos y la marcha del heredero de los Black no se habían detenido pero el ruso hizo caso omiso a estos, con un claro objetivo en mente marchando a paso decidido hacia Elaine Mcmillan.

    — Elaine, promételo. Lo que sea que pase en esa condenada fiesta ten un ojo puesto en Altair. Tienes que prometerlo. — La pelirroja lo miró boquiabierta, todavía con la sorpresa por la llegada de los mensajeros alados plasmada en su rostro. Y aun en la evidente aversión que sentía por el pelinegro, la chica solo alcanzó a asentir energéticamente con su cabeza. Quizás Altair no fuera más que un pretencioso niño a sus ojos, pero Vanya era su amigo y su preocupación por uno de sus mejores amigos no sería ignorada por ella, por mucho que no terminara de comprenderlo.

    — Gracias. — No podía pedirle nada más, porque Elaine no era más que una cría, él también era uno. Todos eran unos críos que no podían hacer nada por evitar lo que quiera que iba a suceder esa noche del 24 de diciembre. No es justo, no es jodidamente justo. Aquel pensamiento no paraba de repetirse en su cabeza.

    Y sin esperar a que Isaac siguiera sus pasos o sin prestarle importancia alguna al pronto inicio de las clases, Iván corrió fuera del salón en busca de sus amigos. Encontrar a Altair terminó siendo más sencillo de lo esperado dentro de la inmensidad del castillo, los gritos de Will al correr por los pasillos del segundo piso le alertaron de su posición. Apenas había corrido unos minutos pero sentía su corazón retumbando dentro de su pecho, solo acelerando su galopar al escuchar la alarma en la voz de rubio.

    La situación era clara con solo un vistazo, con los nudillos del chico rojos de aporrear la puerta frente a él y la preocupación en su mirada. El ruso actuó por puro impulso a la hora de sacar su varita.

    — ¡Will apártate! ¡Alohomora! — Nunca había usado el hechizo de apertura, pero la urgencia de la situación borró toda inseguridad a la hora de batir su varita. Daba gracias a su hábito por adelantar por su cuenta el contenido de futuras lecciones, ser un empollón parecía tener también una utilidad práctica.

    El cerrojo de la puerta se abrió de inmediato, y el par de niños no perdió un solo segundo en ir al lado de su amigo, conteniendo la respiración un segundo al encontrarlo inconsciente frente al inodoro. Iván dirigió una mano a su mejilla para intentar despertarlo encontrando la temperatura de su piel afiebrada. Will lo sacudió de los hombros, sin obtener tampoco respuesta alguna del otro chico.

    — Vamos Will, hay que llevarlo a la enfermería. — el de mechón albino no dudó en cargar a Altair en sus espaldas aun cuando su peso se podía considerar de todo menos liviano sobre los hombros de un mocoso de 11 años. El rubio sin embargo permanecía paralizado en el lugar, con su mirada sobrecogida todavía puesta sobre el cuerpo desvanecido del pequeño heredero de los Black. Quizás se debía a la cercanía de la luna llena (la cual para su alegría se daría casi a finales de años) o a la tensión adicional a tan buena mañana, pero Vanya no contuvo el grito dirigido a su amigo. —¡Qué cojones esperas, vamos! — aquello pareció bastar para hacerlo reaccionar, y con ello el trío de amigos abandonaron corriendo los baños.

    Las primeras clases de la mañana ya habían dado comienzo, por lo que al menos no contaron con decenas de estudiantes observándolos en su descenso hacia el primer piso. Sabía que al pelinegro le gustaba ir llamando la atención por donde fuera pero dudaba que aquella altanería se aplicara también a aquel momento de vulnerabilidad. Irrumpieron en el ala del hospital sin previo aviso ninguno, acabando con la tranquila mañana de la enfermera quien no hizo ninguna pregunta al ver al par de niños cargando el cuerpo inconsciente del pelinegro, la experimentada enfermera lo tomó de sus brazos antes de que siquiera pudiera explicar lo sucedido.

    Madam Pomfrey les permitió estar a su lado, siguiéndola como par de patitos, en lo que le administraba la poción antipirética al pequeño Black y lo arropaba en una de las camas de la enfermería, la única ocupada a una hora tan temprana. Sin embargo su permisividad se acabó luego de que Will le preguntara por tercera vez en 5 minutos cuándo despertaría su amigo.

    — Lo que necesita ahora mismo el joven Black es descanso, y no podrá tenerlo con vuestros ojos puestos en él cada segundo. Márchense de una vez antes de que avise a Minerva. — ambos niños se encogieron de hombros antes de mirar al otro, desde luego no habían escondido sus intenciones de permanecer al lado del otro niño hasta que abandonara la enfermería por pie propio. Sus planes se vieron truncados, debiendo admitir que su presencia no haría que mágicamente Altair despertara antes ni podrían hacer que la bruja diera su brazo a torcer, no con su historial de revoltosos comportamientos.

    Will y Vanya partieron de regreso a sus clases, a regañadientes y arrastraron los pies por las escaleras de camino a Astronomía. Isaac sin haber podido encontrar a sus amigos había iniciado las clases sin saber donde se encontraban, ambos chicos se disculparon por dejarlo abandonado antes de explicarle entre susurros lo sucedido en la última hora.

    — Y-yo también estaré ahí, en la fiesta. Puede que no pueda hacer mucho pero estaré ahí junto a Altair. — la preocupación de el rubio e Iván ahora también se veía reflejada en el menor de los Scamander, quien tampoco encontraba el momento para escabullirse a la enfermería.

    — Sé que cuidarás de él, Isaac. No necesitabas decírmelo. — murmuró con su mirada puesta en el fondo de la taza de té, fingiendo buscar forma alguna en las hojas de té (menuda forma más ridícula de magia). No podía mirar a Isaac, no cuando sentía el remordimiento comenzar a llenar su pecho. Era verdad, Isaac también acudiría a la fiesta pero si Vanya se había acercado a Elaine antes que a él para pedirle que velara por Altair era porque, para bien o para mal, la pelirroja nunca mantenía su nariz en sus propios asuntos. Ya fuera con algún comentario tildándolos de idiotas o el rodar de sus ojos, la chica tenía su atención puesta en ello, y si algo podía afirmar de ella era que no se quedaría de brazos cruzados de ver cualquier injusticia, aunque esta fuera dirigida contra Altair. Lo mismo no podía decir del miedoso y tímido de Isaac, ¿no estaba ahora menospreciandolo de la misma manera en la que hacía Altair en ocasiones?

    Isaac también pertenece a Gryffindor, pensó el mestizo. Aunque la valentía no fuera su principal cualidad, su lealtad a sus amigos no se podía cuestionar y lo que el heredero necesitaría más durante aquella noche de navidad sería una compañía familiar, por mucho que Altair pudiera negarlo.

    Cuanto más familiarizado comenzaba a sentirse dentro de los muros de Hogwarts y dentro de su pequeño grupo de amigos, más se esforzaba la vida (y la condenada familia de Altair, siempre su condenada familia) de recordarle la enorme lista de diferencias entre ellos.

    Las clases pasaron con una lentitud mayor a la habitual, casi como si alguien andase retrocediendo el tiempo minuto a minuto, pero eso no era posible, no cuando el mayor grupo de revoltosos de la escuela solo rogaba porque el tiempo pasara más rápido. No volvieron a ver a Altair hasta luego del almuerzo, pero aunque el trío de amigos se aseguró de toquetear su frente y mejillas hasta cercenarse de que el último rastro de fiebre hubiera desaparecido, algo en él se seguía sintiendo mal. Incorrecto.

    Altair no mentó apenas palabra de lo sucedido, porque claro que el dramático señorito Black elegiría ignorar un evento traumático como aquel. Ni siquiera Will, en su impulsividad, se atrevió a presionarlo para hablar de ello pero el silencio tan inusual en su mejor amigo no hacía más aumentar su nerviosismo, si el rubio ya era hablador ahora lo era el doble para tratar de cubrir los silencios en sus conversaciones que nunca antes habían existido. El pelinegro se encontraba en modo automático, moviéndose solo por pura memoria muscular. Era como si alguien hubiera apretado algún botón que hubiera apagado el entusiasmo característico del chico, todo lo que lo caracterizaba más allá de su apellido.

    Por primera vez sentía que existía una barrera invisible que lo separaba de su amigo.

    Y también por primera vez Vanya no sabía qué hacer para acabar con esa distancia.

    22 de diciembres, 1982
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    Ser el único chico entre el Mischief Club que no parecía ver a las chicas como una especie completamente aparte tenía ciertos beneficios, motivo por el cual se encontraba tumbado con su cabeza colgando del borde de uno de los sofás de la sala común de Hufflepuff. Cortesía de la invitación de Zoya y Nesta.

    Su madre siempre le había dicho que no aceptase dulces de desconocidos, pero Vanya no había podido resistirse a las ranas de chocolates ofrecidas por un par de estudiantes de terceros de la casa del tejón. Había valido la pena permitir que estas pellizcaran sus mejillas como si fuera un cachorro, un intercambio equivalente si le preguntan.

    — Hufflepuff es la mejor casa de Hogwarts, definitivamente. — confesó repentinamente. Nesta quien estaba tumbada a su lado se rió en respuesta más no negó su declaración. Claro que no lo hizo, porque era la verdad.

    — ¿A qué viene ese cambio de pensamiento? Creía que tú y tu panda de idiotas erais unos supremacistas de Gryffindor. — Zoya enarcó una ceja en su dirección, ocupando uno de los sillones vacíos de la acogedora sala común.

    — Mischief Club, Zoya. Mi panda de idiotas tiene nombre, úsalo. — le recordó a su prima, apuntando con una amenazante barra de regaliz. — Bueno, la valentía y lealtad está bien pero nada supera a tener los dormitorios al lado de la cocina. Podéis tener chocolate y dulces cuando queráis, me parece un privilegio completamente discriminatorio.

    — Bueno Vanya, ser un Gryffindor también está bien. — la amabilidad de sus palabras no se correspondía con la burla en su mirada, pero Vanya no se lo reprocharía primero, porque contrario a la opinión popular ser un Hufflepuff era superior y segundo, porque ser un Gryffindor apestaba, por lo último en aquellos únicos dos días.

    Un Hufflepuff ya habría descubierto la mejor manera de reconfortar a Altair, un Ravenclaw contaría con la inteligencia suficiente como para hacer algo por su situación, y un Slytherin… bueno, si pertenecieran a la casa de la serpiente seguramente nada de esto habría sucedido. Pero no, él y su panda de amigos eran unos idiotas más de Gryffindor que incluso en todos sus esfuerzos no habían conseguido animar al pelinegro. ¿La casa del león? Menuda sarta de estupideces. Desde el anuncio de la fiesta navideña de los Black, los mischievous habían intentado de todas las formas posibles en el reducido tiempo del que disponían de sacar al pelinegro del estupor en que había caído. Sus amadas bromas no le habían sacado siquiera el amago de una sonrisa, incluso cuando Vanya se las había ingeniado para embrujar todas las sillas de su clase de encantamientos para que estas alzasen el vuelo y comenzasen a dar vueltas cuando alguien se sentase en ellas, como en una de las atracciones de los parques de diversiones muggle de las que Will le había hablado.

    Incluso lo habían arrastrado a ver uno de los últimos entrenamientos de quidditch del año, congelándose las pelotas en el proceso, para no obtener una reacción mayor que la de ver una de las aburridas clases de herbología.

    Era una mierda, se suponía que debían pasar esos últimos días antes de las vacaciones de navidad juntos armando travesuras, eran el Mischief Club por las bolas de Merlín, y como parecía volverse costumbre, la familia de Altair se las apañaban para arruinar las cosas. No era justo, no podía ser justo que tuvieran que lidiar con ellos, no era justo que una condenada carta provocase semejante cambio en el heredero de los Black. Quería de vuelta a su parlanchín amigo, al egocéntrico e hiperactivo Altair. Quería de vuelta a su Altair, y a solo un día de despedirse no podía ver nada de este.

    Si había acudido a la sala común de la casa del tejón, además de para obtener un bien merecido chocolate, era para buscar el consejo de Zoya y Nesta, alguna forma no explorada en la que traer de vuelta a su revoltoso amigo. Eso o ser poseído por el espíritu de Helga Hufflepuff, estaba seguro de que la fundadora sabría resolver aquel desastre. Para desgracia de Vanya sin embargo, ninguna de las opciones anteriores le mostró ninguna milagrosa respuesta.

    ¿Debían solo secuestrar al Black en lo que durasen las vacaciones?

    Se sentía inutil e incapaz de hacer nada, como un mero espectador de un jugador de quidditch apunto de ser golpeado por una bludger pero sin poder hacer otra cosa que esperar por el imparable impacto.

    Y tampoco podía culpar a Altair por sentirse y actuar de aquella manera. Incluso sin entender la magnitud completa de la situación comprendía el porque el heredero de los Black debía tener demasiado en la cabeza como para andar prestando atención a nada a su alrededor.

    Ah, claro. Cómo no había pensado en algo así antes.

    Con un brinco Vanya se reincorporó del sofá, sobresaltando a Nesta en lo repentino de su acción casi cayendo de su asiento. Sus renovados ánimos se ganaron las miradas de ambas chicas.

    — Zoya, Nesta tengo una idea pero voy a necesitar vuestra ayuda.

    — Oh no, eso suena a una estupidez más de las tuyas. No cuenten con…—
    la rusa no llegó a terminar su frase antes de ser interrumpida por Nesta.

    — ¡Claro que sí, Iván! ¿Qué necesitas? — contrario a su amiga, era evidente porque el sombrero seleccionador había puesto a la morena en Hufflepuff. Y es que la nacida de muggles contaba con un entusiasmo tan pegajoso que ni siquiera Zoya podía oponerse a ella, igual terminaría siguiendola a fin de que nadie pensara siquiera en molestarla.

    — Reunid a todos los alumnos de primero que podáis en el patio en media hora. Ya os diré para qué, solo confiad en mí. — Y sin esperar un segundo más el ruso salió corriendo de la sala común de la casa amarilla, solo volteando al escuchar las palabras de su prima.

    — Sabes qué es lo malo de que seas el encargado de frenar las idioteces de tus amigos, que no tienes a nadie que pares las tuyas.

    — Pero querida prima, esta no es una idiotez. Ya verás, podrás hacer uso de tus mayor destreza, barrer el piso con otros niños. — Al menos sus palabras de despedida parecían haber capturado la curiosidad de Zoya.

    Apenas quedaba un día antes de que dieran comienzo las vacaciones de invierno. Los alumnos más responsables tenían sus maletas hechas desde casi una semana antes, a falta de algunos esenciales. Pero ninguno de sus amigos era la personificación de tal cualidad, por lo que sabía que podría encontrarlos en su habitación, dejando tal labor para última hora.

    Estaba en lo cierto. Lo primero que lo recibió al abrir la puerta de su habitación fue el enorme desastre armado por obra de nada más y nada menos que William Gouldshaw e Isaac Scamander. Durante el semestre se habían acostumbrado a compartir su ropa y ahora que debían regresar a casa, ninguno parecía recordar qué era de quién.

    — ¡Vanya, que bien que has vuelto! Haz el favor de decirle a nuestro amigo aquí sentado que esos calzoncillos son míos. No te tenía por un ladrón de ropa interior, Isaac. — el espíritu dramático de Altair parecía haber sido transmitido al rubio, como si tratara de cuidarlo mientras el otro continuaba ausente.

    — ¡No soy ningún ladrón de ropa interior! Y-y son míos. Lo sé porque son mis calzoncillos de la suerte. — confesó el pelirrojo con las mejillas encendidas, pero antes de que Will pudiera burlarse de él Vanya rompió todo anterior y ridículo debate.

    — Will, Isaac id al patio central. Ahora. Y nada de preguntas. — El par de amigos se miró durante un par de segundos, claramente sin entender nada de lo que estaba sucediendo pero superado el estupor inicial obedecieron el mandato de su amigo como un par de cachorritos bien educados.

    Su atención recayó entonces en el único niño ahora presente, sentado en su cama durante la ridícula discusión anterior entre sus amigos. Su rostro se veía cansado, y podía notar por las incipientes ojeras en su rostro que no había estado durmiendo bien esas últimas noches. Sintió como su corazón se estrujaba ante la visión de su amigo. Vanya había tratado de no empujarlo a hablar de lo sucedido o forzarlo a salir de la burbuja que había creado a su alrededor con el miedo de poder empeorar el estado de mierda en el que ya se encontraba. Pero esa vez no iba a dar su brazo a torcer, claro que no cuando todo lo que estaba haciendo era por él.

    Altair Crux Black participaría en su plan y se divertiría en el proceso.

    — Y tú, tú te vienes conmigo. No me vengas con excusas ninguna, no pienso escucharlas. — Vanya contaba con una amplia experiencia en hacer bajar de tejados y alacenas a las criaturas del diablo que eran los gatos, así que arrastrar a su amigo fuera de su habitación no era un desafío que pudiera compararse. Su mano se envolvió alrededor del brazo de Altair y con su mirada puesta al frente lo arrastró fuera de la habitación y de la sala común de Gryffindor, si el otro niño tenía alguna queja se las podía guardar para luego, al menos así se dignaría a volver a hablar.

    — Ah, pero primero. — Iván se detuvo en medio del pasillo, soltando momentáneamente su mano para retirar la bufanda que cubría su cuello para envolverla alrededor del de su amigo, acomodándola de forma que no asfixiase al contrario. — Nada de enfermarse de nuevo. No queremos que andes desmayándote por la escuela, ¿y si alguien más te hubiera descubierto? Eso no sería muy cool de tu parte, Altair. — Los franceses podían tener su pomposidad sin fin, la elegancia (¿o acaso eso provenía de su linaje de sangre pura?) y la habilidad para ser irritantes pero los rusos eran también cosa seria. Un frío como aquel resultaba molesto, pero nada que su sangre soviética no pudiera aguantar. Además, si todo salía a pedir de boca el frío sería la menor de sus preocupaciones.

    Nesta y Zoya habían cumplido a la perfección con su misión pues en tan corto periodo de tiempo habían conseguido reunir en el patio a un grupo bastante amplio de estudiantes de primero (unos 50 si su vista no fallaba mal), en su mayoría de Gryffindor y Hufflepuff, aunque también podía distinguir algunas túnicas con el azul de Ravenclaw, y como era de esperarse solo un Slytherin, el mismo chico pegajoso que siempre encontraba junto a su prima. La confusión era general entre el grupo de niños de 11 años, todavía sin saber qué hacían ahí pero Iván se encargaría de desvelarselo en unos instantes.

    Dejó a Altair junto al resto de sus amigos antes de subirse a uno de los bancos para comenzar a hablar. Rosé y Leonore le aplaudieron como un buen par de fanáticas solo para ser silenciadas por una avergonzada Elaine.

    — ¿De qué va todo esto Nazyalensky? No ves que nos estamos congelando — esta vez fue el turno de Bill Weasley de interrumpirlo antes de que pudiera hablar.

    — No te preocupes Bill, si tu delicado cuerpo no te permite aguantar un poco de frío puedes regresar a tu camita. — aquello pareció bastar para callar al pelirrojo, el cual rojo ya fuera por el frío o la vergüenza escondió su rostro tras su bufanda. Y con un carraspeo de su voz y una palmada para llamar la atención del cómputo de niños reunidos, el ruso alzó la voz en su mejor imitación del director de Hogwarts durante su discurso de inicio de curso.

    — Estimados compañeros, os he reunido aquí porque ha llegado a mi conocimiento que en estos días previos a las vacaciones de invierno no hemos honrado una de las tradiciones más antiguas de esta, nuestra respetada escuela. Durante siglos Hogwarts ha fomentado la unidad y el compañerismo entre los magos y brujas, ya provengan estos de las casas más antiguas o de familias muggles. ¿Y cuál es una tradición compartida por igual en el mundo mágico como el mundano? Os preguntareis, pues una guerra de bolas de nieve con todas las de la ley.

    Las reacciones de sorpresa y aprobación no se hicieron de esperar entre los alumnos. Incluso siendo solo una panda de estudiantes de primero la carga de tareas y exámenes pesaba sobre sus hombros ahora que la novedad por su llegada a la escuela de magia y hechicería se había desvanecido. Todos querían un poco de diversión ahora que sus responsabilidades como estudiantes se habían puesto en pausa, ¿y qué mejor forma de cerrar el año que esa?

    — ¿Cómo lo haremos entonces? ¿Cada casa por su lado? — preguntó una de las chicas de Ravenclaw.

    — Uhm no, ya nos enfrentamos constantemente durante el año, ya sea en el campeonato de quidditch o en el torneo de casas. Echemoslo a suerte. — en cuestión de unos minutos se habían formado 5 equipos entre todos los participantes, eligiendo cada uno de estos una porción del amplio patio en que debatir las posibles estrategias a seguir.

    Vanya acabó haciendo equipo con un par de Hufflepuff, un alumno de Ravenclaw, Zoya y Leonore. Pero ahí acababa su suerte pues para el pesar del mestizo las dos peores personas posibles habían acabado en su equipo. Mikhail Bulstrode, la única serpiente de primer curso que se había presentado en el patio central, y Bill Weasley, seguramente la persona a la que más quería estamparle una bola de nieve en toda su jeta de caballo.

    — No es justo, qué trampa habéis hecho para acabar juntos. — le gritó a Will, a solo un par de metros de él, cómo no el condenado había tenido la suerte de acabar junto a Altair.

    — Trampa ninguna Altair y yo somos almas gemelas, amigo. — el rubio le sacó la lengua en gesto de burla y el ruso estuvo a punto de ignorar que el juego no había empezado todavía para arrojarle una bola. — ¡Vámonos antes de que trate de subsacarnos la información de nuestro plan ultra mega recontra secreto!

    — ¿Qué te pasa, sin tus amigos te vas a mojar los pantalones? — de nuevo el maldito de Bill, ni siquiera sabía qué había hecho para cada vez que el otro niño le dirigiera la palabra fuera con la intención de sacarlo de quicio, Elaine y Rosé le habían jurado una y otra vez que el pelirrojo era increíblemente amable. Supuso que el que fuera amigo de un futuro “criminal” lo ponía en su lista negra, eso o que le había golpeado como bien se merecía por pensar lo primero.

    — Siempre metiendo las narices en los asuntos del otro, Weasley. Preocúpate mejor por ti y de que nadie te golpee en esa diana que tienes por cara. — la clara posibilidad de que un nuevo altercado se diera entre ellos fue frenada por Zoya, que ignorando de que formaban parte del mismo equipo les golpeó con una bola de nieve a cada uno.

    Las reglas eran tan claras como simples. Nada de utilizar magia. Si te golpeaba una bola de nieve estabas eliminado. Tenían tres minutos para hacer cuantas bolas de nieve pudieran. Lo demás era al libre albedrío de cada uno.

    Y el infierno se desató cuando dió comienzo la batalla campal, todos los niños reunidos en el patio lanzando la nieve que llenaba el piso contra el objetivo más cercano. De inmediato Vanya atizó contra uno de los distraídos alumnos de Hufflepuff antes de salir corriendo, en esos momentos quedarse quieto era sinónimo de ser un objetivo seguro. Con dos bolas más eliminó a otro alumno de Ravenclaw y otro de Gryffindor (lo sentía, la lealtad a su propia casa tendría que esperar hasta que se decidiera un ganador).

    Corriendo un poco más se encontró con una escena que lo aturdió un tanto, la menor de los Mcmillan se encontraba hecha bola contra el piso, con sus rodillas contra su pecho mientras que Will (¿Will? necesitó frotar sus ojos para asegurarse que aquel era su amigo) arrojaba una bola de nieve tras otra contra ella. Había notado las miradas que el de rizos dorados a veces le dedicaba a Elaine durante las clases o los almuerzos y había pensado que Will quería ser su amigo como con el resto a pesar de que la contraria no parecía prestarle ninguna atención, ¿entonces porque se estaba comportando como todo un abusón con ella?

    — ¡Will, maldito neandertal! ¡Deja a Elaine en paz! — Vanya golpeó con una bola de nieve a su amigo, dando de lleno en su rostro. Y como si algo hubiera hecho click en la mente del rubio, sus mejillas se tiñeron de rosa por la vergüenza.

    La pelirroja con su cabello todo enredado luego del hostigamiento dado por Will, no le agradeció su ayuda, ni siquiera pareció reconocer su presencia antes de incorporarse e irse sobre el rubio sin que este pudiera hacer nada para esquivarla.

    — ¡Idiota, imbecil, maleducado…! — la retahíla de insultos no paraba de abandonar los labios de la niña mientras lanzaba la nieve de su alrededor sobre el contrario, su rostro tan rojo como su cabello. El ruso se planteó ayudar a su amigo, pero él se lo había en primer lugar.

    Aquel pequeño descanso llegó a su fin cuando una bola de nieve pasó volando cerca de él, casi golpeando su cabeza. Vanya volteó para descubrir que el ataque había venido por parte de Rosé, quien con una sonrisa falsamente inocente se preparaba para asestar otro golpe, era cierto que la traición siempre provenía de aquellos a quienes considerabas más cercanos. Vanya volvió a correr tratando de dejarla atrás pero como una sabueso experta la rubia le siguió el paso, dos bolas más se cernieron sobre él sólo para fallar por poco en dar con su objetivo. Su persecución llegó a su fin cuando se vió acorralado contra una de las esquinas del patio, el de mechón albino estaba ya preparado para recibir el frío golpe cuando una bola de nieve impactó contra la espalda de Rosé. No había de esperar quien era su salvador.

    — ¡Gracias, Mikhail! ¡Me aseguraré de contarte a Zoya de tu enorme valentía! — y como si el destino quisiera burlarse de su buena acción previa, el pelinegro acabó tropezando solo segundos después con sus propios pies, cayendo de cara contra la nieve. Vanya a duras penas contuvo su risa, bueno borraría aquello último de su relato sobre la honorable serpiente.

    Con el patio convertido en todo un caos entre la nieve volando y los gritos agudos de los niños de primero, Vanya se decidió a dar comienzo con su verdadera estrategia, correteando hacia unos de los únicos árboles que se alzaban dentro del patio central. Tuvo que secar sus manos contra su túnica antes de comenzar a escalar su tronco, pero sin mucha más dificultad en cuestión de minutos había subido hasta la corona del mismo.

    Las bolas de nieve que llevaba en los bolsillos se habían deshecho cuando alcanzó su objetivo de escalar hasta una de las robustas ramas, no importaba, sí había subido hasta ahí era solo con un propósito en mente. Un propósito que pronto se paró bajo el árbol sin prever lo que se le venía encima, literalmente.

    Una buena estrategia a la hora de una lucha de bolas de nieve era atacar desde arriba. Nunca nadie se molestaba en alzar la vista, y el señorito de la casa Black aun en todas sus virtudes no era una excepción a la regla.

    Vanya se dejó caer de la rama.

    — Te tengo, Altair. — la nieve y el cuerpo de Altair frenaron su caída de solo unos metros, sus brazos sostuvieron el resto de su peso para no terminar por poner todo su cuerpo sobre el pelinegro aunque con sus rodillas a cada lado de sus caderas lo tenía acorralado bajo él. — Reza todo lo que sepas. — Era una forma infantil de pensar, lo sabía, pero el heredero de los Black no tendría tiempo para pensar en su nefasta familia mientras toda su atención estuviera puesta en esquivar las bolas de nieve que volaban en todas las direcciones. Y si ni eso valía, entonces Vanya como buen amigo que era se encargaría de bombardearlo con la nieve a su alrededor hasta traerlo de vuelta de los recónditos rincones de su mente en los que el pequeño se había refugiado.

    Todas las reglas del juego quedaron olvidadas, aunque dudaba de que ninguno de los otros niños las estuviera siguiendo en primer lugar. Aquello era una batalla campal sin cuartel, las bolas de nieve volaban de un lado para otro. Los equipos habían quedado olvidados y nadie llevaba la cuenta de un posible ganador, pasando a ser un sálvese quien pueda. Debería haber sido más astuto que subestimar a Altair, de verdad creía que lo tenía rendido bajo él pero un momento le estaba estampando un puñado de nieve en la boca y al siguiente su amigo había intercambiado sus posiciones.

    Vanya trató de quitarse al pelinegro de encima, pero la expresión en su rostro le arrebató toda sus fuerzas.

    Altair estaba sonriendo. Altair le estaba sonriendo a él, y eso era lo único que importaba aunque la razón de su sonrisa fuera el ser acribillado a base de bolas de nieve. Los Black sin duda eran despiadados.

    — Piedad por favor, oh noble heredero de la casa Black, este sirviente jura nunca volver a rebelarse contra su dueño. — Apenas podía hablar entre la nieve que le arrojaba Altair en el rostro y la estridente risa que se había apoderado de él. Por suerte, y solo tras verse satisfecho en su venganza el otro muchacho lo dejó ir, tenían muchos otros objetivos a los que atormentar y era incuestionable que eran un dúo imparable.

    Will se encontraba todo cubierto de nieve luego de que Elaine le diera su merecido, pero no por ello recibió compasión alguna por parte del dúo de amigos que comenzaron a bombardearlo, entre risas el rubio de cabellos rizados que ahora estaban hechos un desastre, se escondió tras el cuarto integrante del Mischief Club.

    — ¡Hey, no me uséis como escudo!

    — ¡Lo siento Isaac, pero esto es un sálvese quien pueda!

    — ¡Cuidado, viene Zoya!


    La batalla de nieve llegó a la única conclusión posible que tenía cuando Mcgonagall se enteró de todo el escándalo provocado y acudió a ponerle fin. No supo quien fue el responsable, pero en el momento en el que una de las bolas de nieve impactó contra la túnica negra de la bruja supo que estaba jodido. Una mierda para lo que había dicho antes sobre la unidad y el compañerismo dentro de Hogwarts, el resto de alumnos no dudó en delatarlo como el cabecilla detrás de la guerra de bolas de nieve.

    — ¿Es usted el responsable tras toda esta algarabía, Señor Nazyalensky? — Vanya no podía mirarla a la cara, no porque se sintiera avergonzado de sus acciones,nada más lejos de la realidad, sino porque temía estallar de nuevo en risas ante el solo recuerdo del pánico en la cara de sus amigos al ver aparecer a la profesora.

    — Sí, profesora Mcgonagall. ¿Va a castigarme? — Confesó sin más. Y entonces, fue cuando sucedió algo que solo podía denominarse como un milagro navideño.

    — La disrupción del orden público no es una ofensa que deba pasar impune, pero viendo las fechas a las que estamos… supongo que su castigo deberá de esperar a la reanudación de las clases. — la sorpresa era evidente en el rostro de su alumno quien de no ser por no desear tentar más a su suerte habría abrazado a su líder de casa. — Ahora marchese junto a sus compañeros, mañana el tren partirá temprano y no esperará a nadie.

    Iván no esperó un segundo más para correr junto a sus amigos a contarles la buena nueva. Aquel ambiente jovial producto de su última chiquillada permaneció encendido durante lo poco que quedaba de la tarde así como en el último banquete del año, donde Vanya se atiburró de una cantidad suficiente de solomillo Wellington que le asegurase estar asqueado solo de pensar en volver a probarlo durante las 2 semanas que permanecería lejos de Hogwarts. Pero la realidad les golpeó a los cuatro de lleno cuando llegó la hora de dormir, dentro de la privacidad de su dormitorio. Sus maletas ya estaban hechas, no había ninguna clase más a la que ir en la mañana arrastrando los pies del cansancio. No se verían hasta dentro de 2 semanas y por muy estúpido que aquello sonase, Vanya quería congelar el tiempo en aquel momento.

    El primero en quebrarse fue Isaac, estallando en lágrimas una vez salió del baño con su pijama puesto. Will y Vanya fueron a consolarlo de inmediato.

    — No llores Isaac que no es como si te fueras a la guerra. Solo son unas semanas, no es como si nosotros ni Hogwarts nos fuéramos a marchar a ningún lado. — trató de consolar el ruso frotando la pequeña espalda de su amigo y dejándole enterrar la cabeza contra su hombro aun a riesgo de terminar cubierto de lágrimas y mocos.

    — P-pero os voy a echar de menos m-mucho. — tomó unos minutos, pero su llanto fue disminuyendo su intensidad hasta que sus palabras volvieron a ser inteligibles y no balbuceos que ninguno de ellos podía descifrar.

    — ¡Pero nos enviaremos cartas entre nosotros! Todos lo haremos, ¿verdad que sí, Altair? — la pregunta iba directa al pelinegro quien se había mantenido apartado del pequeño berrinche formado por Isaac, incluso consolando a este la preocupación de Will por su otro amigo seguía latente en su mirada. — Y en verano podeís venir a verme y pasar unos días a mi casa, estoy seguro de que mamá y papá no pondrán pega ninguna. — aquella promesa hizo reír al pelirrojo todavía con las lágrimas manchando sus mejillas. Sabían que no era un deseo tan sencillo de cumplir, pero al menos servía como un buen incentivo para afrontar las vacaciones y el resto del curso. Conocer la casa y los padres que habían creado al sol humano que era Will Gouldshaw.

    Los cuatro se fueron a sus camas poco después.

    Dudaba de que aun con el cansancio alguno de ellos encontrase el sueño nada más encontrar la almohada, al menos no Vanya. Seguía pensando en Altair, en su familia y en su reacción ante la idea de volver a ver a esta. En cualquier otra ocasión el de mechón albino no habría dudado en colarse en la cama del sangre pura, pero ahora se encontraba parado en su colchón sin saber qué hacer.

    A Vanya no le gustaba sentirse de esa manera junto a Altair, esa incertidumbre a la hora de cada movimiento o palabra, sin saber si su actuar le llevaría a romperse de nuevo. Altair Jodido Black no era un chico frágil, de eso podía dar fé aun con solo unos meses de amistad tras ellos, pero Vanya quería tratar de no profundizar las innumerables cicatrices dejadas por su familia.

    Tomó unos quince minutos, pero concienciado de que si no hablaba con el pelinegro no pegaría ojo, Vanya escaló las escaleras hacia su cama.

    — Altair, ¿puedo pasar? — maldijo internamente no poder controlar el nerviosismo en su voz, porque no tenía razón para estarlo en primer lugar. Altair seguía siendo el mismo chico de una semana o un mes antes. La falta de respuesta le hizo pensar que solo estaba molestando el sueño del otro hasta que una queda afirmación le hizo correr con suavidad las cortinas de la litera, sonriendo suavemente ante la visión de su compañero iluminado por la luz de su atrapasueños. De inmediato gateó hasta tumbarse a su lado, no colocó ningún hechizo silenciador pues su cercanía con el otro bastaba para mantener la conversación entre ambos lejos de los oídos de sus amigos.

    — Sé que ya se lo has prometido a Will, pero tienes que escribirnos durante las vacaciones, aunque solo sea una nota pequeña. — pidió rozando la mano del otro aunque todavía temeroso de tomarla entre las suyas, sentirlo tumbado a su lado era suficiente. El recordatorio más claro de que el pelinegro seguía ahí.— Todos para uno y uno para todos, ¿recuerdas? Tú mismo lo dijistes. Cómo si no voy a sobrevivir estas semanas sin los agradables despertares de mi zolotoy mal’chik. — su mirada se posó sobre el espantasueños sobre la cama de su amigo, el cual brillaba con una luz tenue y colgado de este la pequeña muñeca de trapo que Vanya le había obsequiado por su cumpleaños. El ruso jugueteó con esta entre sus dedos.

    — Tienes que cuidar de ella y de ti durante estas dos semanas, ¿si? Si no cumples con esa promesa Éclair se chivará, lo he convertido en mi fiel secuaz. — como no el pequeño animal estaba acostado a los pies de su dueño, luciendo más protector con este durante los últimos días.

    El silencio se asentó entre ellos, pero Vanya se sentía cómodo escuchando la respiración de su amigos y los ronquidos de Isaac como ruido blanco. Quizás eran cosas de veelas pero podía jurar poder escuchar el latido del joven heredero a su lado, le preguntaría a su mamá cuando la viera. El sueño comenzó a invadirlo ahora junto a la tranquilizadora presencia de Altair, algo que nunca le confesaría a este a riesgo de ganarse más de una merecía burla.

    — Puedo… ¿puedo quedarme a dormir contigo? — preguntó escondiendo su rostro en el hombro del otro. — Te mentí, parece que no he superado mi miedo a la oscuridad. — quizás aquello no era completamente cierto pero Altair no necesitaba saberlo, quizás no era la oscuridad lo que lo asustaba sino el estar solo en esos momentos. Y la presencia de su amigo a su lado desde luego que lo ayudó, derrotando todo insomnio mientras se acurrucaba contra él antes de cerrar sus ojos y caer dormido en cuestión de minutos.

    A la mañana siguiente no hubo tiempo para ninguna despedida dramática ni ninguna otra distracción. El Hogwarts Express abandonaría la estación a las 9:00 (ni un minuto antes ni un minuto después), lo que significaba que el desayuno sería a las 8 y lo que a su vez significaría que deberían despertarse a las 7 para arreglarse para el día y asegurarse de haberlo empacado todo. Vanya agradecía haber despertado antes que ninguno de sus amigos aquel día, habría sido un tanto incómodo si Will o Isaac lo hubieran descubierto durmiendo en la cama del pelinegro (por qué le avergonzaba algo así en primer lugar, no lo sabía pero prefería que aquel momento fuera un secreto entre ellos). Aun habiendo dormido con una pequeña distancia entre ellos la noche anterior, Vanya despertó envuelto en un enredo de piernas y manos, con una de sus piernas sobre las caderas del Black mientras que uno de los brazos de este había terminado envuelto alrededor de sus hombros. En qué momento de la noche había sucedido aquello o quién se había colgado del otro en primer lugar eran interrogantes que nunca tendrían respuesta.

    Aun así antes de marcharse de vuelta a su cama se aseguró de despertar a Altair, debía de ser el espíritu navideño pero Vanya se aseguro de levantarlo con una suavidad que nunca antes había usado con él, apartando los mechones de cabello de su rostro mientras el otro apenas iba tomando conciencia.

    — Buenos días, Altair. Levántate antes de que Will se encierre en el baño. — y tras dejarlo despierto, el ruso bajó en silencio las escaleras de su litera.

    La calma en la habitación apenas duró unos 20 minutos más antes de que todos sus habitantes se encontrasen en pie y armando un buen escándalo de buena mañana, por suerte sus maletas serían dejabas con magia en el tren pero eso no había evitado que Isaac se empeñase en abrir una y otra vez sus maletas para asegurarse de que lo llevaba todo. Tal y como había predicho, el rubio secuestró el baño como su rehén, haciendo oídos sordos a los aporreos continuos en la puerta de este, y Vanya batalló en encerrar a Minushka en su transportín teniendo que perseguirla por toda la habitación.

    La algarabía no se limitaba a su habitación o siquiera a la casa del león, esa mañana Hogwarts se encontraba más ruidosa que nunca entre las conversaciones animadas entre los alumnos sobre cómo pasarían las navidades, los regalos que esperaban encontrar bajo del árbol y las despedidas entre amigos. El ruido era tal que era imposible distinguir lo que una persona a dos asientos de él estaba diciendo, y el bullicio solo empeoró cuando llegó la hora de partir por fin hacia el Hogwarts Express, las escaleras de la escuelas eran un reguero constante de alumnos apenas controlado por los prefectos de cursos superiores que les dirigían de la forma más ordenada posible.

    Cuando consiguieron encontrar un vagón dentro del tren en el que sentarse, Vanya dejó ir un suspiro de cansancio al mismo tiempo que se dejaba caer sobre su asiento al lado de Altair. Will como no, contaba con una energía interminable siendo el primero en percatarse de la presencia de Hagrid en la estación y avisando de esta a sus amigos, despidiéndose del gentil guardabosques en la distancia.

    Una vez todos los estudiantes abordaron el tren de regreso a la estación 9 y tres cuartos, fue solo cuestión de minutos que la bruja del carrito de dulces pasase por su camarote y como si el rubio hubiera estado esperando su apariencia durante todo el año, se gastó una cantidad indecentes de galeones en dulces para él y sus compañeros.

    — Hogwarts también necesita un descanso de nosotros y nuestras bromas. Pero regresaremos con los ánimos renovados y una buena lista de canalladas por realizar. — dijo el rubio dedicando una última mirada al castillo en la lejanía, con aquel brillo de travesura característico en su mirada.

    — Ni hemos abandonado todavía la escuela y ya estás pensando en cómo ganarte más detenciones para el resto del año, ¿se puede saber de qué pasta está hecho Will?

    — Somos el Mischief Club, claro que las bromas son nuestra prioridad. Hogwarts lleva cuánto… ¿siglos? ¿milenios? Un grupo de revoltosos como nosotros es el menor peligro que alberga.

    — Creo que mejor me busco mejores amigos, voy a ver si a las chicas les sobra algún asiento en su vagón. — bromeó Iván, haciendo el amago de levantarse y abandonar el compartimento solo para ser arrastrado de vuelta a su lugar por Isaac.

    — Nada de eso Iván, no puedes resignar. Hiciste un juramento y ahora tienes que cumplirlo como buen caballero.

    — No sabía que me había unido a una secta. —
    la conversación se vio interrumpida por la primera sacudida del tren y el murmullo de su maquinaria poniéndose en marcha

    El tren emprendió su trayecto por fin, abandonando la estación. El grupo de amigos observó el imponente castillo perderse en la distancia en cuestión de minutos. Estaba yendo de vuelta a casa, ¿entonces por qué sentía que había dejado un pedazo de sí mismo de vuelta en Hogwarts?
  6. .

    Tarifas-copywriting
    aquí vengo por fin a tirarle flores a mi esposa como buena crítica literaria.



    Literal que no sé cómo empezar a escribir sin ponerme a gritar de puro fangirleo, pero por el amor que te tengo voy a tratar de organizar mi amor por tu regalito en algo menos caótico (al menos lo trataré). Empezaré diciendo que cualquier detalle de tu parte siempre va a conseguir ponerme una sonrisa tonta en la cara por el resto del día sino es la semana entera, pero tengo una debilidad soberana por tus one-shots y es que ya sabes que adoro por completo la forma en la que escribes y esa cabecita llena de ideas. No te miento cuando te digo que ya lo he releído como unas 10 veces, pero me excuso en que nuestros magitos son demasiado adorables y su relación es todo lo que está bien en esta vida.

    Lo primero y más importante, Altair. Altair Bloody Black. No te haces una idea de lo mucho que he amado verlo ya más crecido y problemático, lol. Y es que solo él se las apañaría para convertir una salida al Londres muggle en una huida de la policía tras unirse a una manifestación que poco o nada tiene que ver con ellos. Walburga Black estaría revolviéndose en su tumba, o al menos eso espero. Me ha podido demasiado verlo todo emocionado por un buen par de Dr Martens, como si no fuera prácticamente el único heredero de una de las mayores fortuna de Inglaterra, ah y siendo mago pero el amor de Altair por todo lo mundano siempre me calienta el corazón, como también lo hace su impulsividad y estupidez. ¿Unirse a una marcha por los derechos laborales? Por favor, solo a él se le ocurriría que eso es una buena idea sumado a acabar borracho y drogado en el proceso. Desde luego es demasiado obvio el por qué Altair no es la cabeza pensante de los mischivious.

    Pero claro todo lo vale por un momento tan épico como el graffiti mandando a la mierda a Voldermort junto a la policía, hay que quererlo, hay que quererlo mucho ♡♡.

    Y Vanya, pls Vanya, lo has plasmado a la perfección como ya te dije por WA. Y prefecto o no, toda la inteligencia sale por la ventana cuando hace falta salvar el culo de tu novio y mejor amigo. Demasiado icónica su huida en un coche de policía robado y sin duda la mejor primer experiencia frente al volante, lol.

    Ahora, no tiene que ser sorpresa ninguna que mis momentos favoritos hayan sido los de Altair y Vanya siendo la pareja melosa y calenturienta y como no me quiero dejar ninguno de mis trozos favoritos en el bolsillo, procederé a mentarlos todo tratando de mantener mi fangirleo a un nivel que no ponga en duda mi cordura.
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    Montándolo, separados únicamente por la tela de sus calzoncillos y el suéter del equipo de quidditch que Iván no se separaba desde el año pasado.

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    BLACK
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    La imagen mental de Vanya vistiendo la ropa de Altair, ESPECIALMENTE el jersey de quidditch de su chico nunca fallará en calentarme el corazoncito, mucho más si es lo único que lleva puesto. Chef kisses.
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    "Err... s-sí. ¿Hablas del incidente de la bludger, no?" Definitivamente no era un buen momento para gemir, así que se mordió la lengua.

    "Si, de la puta bludger que casi le rompe la cabeza a mi novio." Si hasta cuando gruñía y estaba enojado era precioso.

    1. la protectividad y posesividad de Vanya es todo lo bueno que hay en esta vida, y 2. me puede demasiado que Altair, todo un señorito de clase alta que ha sido educado en 4 idiomas y de forma estricta, pierda casi toda capacidad de hablar solo por tener a su novio sobre él.
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    Altair también le ofreció una servilleta a Iván, pero antes de que el rubio pudiera aceptarla, Altair fue mucho más rápido y lo jaloneó desde su muñeca sin llegar a hacerle daño. Retirando con un beso la mancha reciente de mantequilla brillando al borde de sus labios.

    Smooth Black, very smooth. Literal, Altair es el estandar, no quiero nada menos que él.
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    "Me veo bien ¿no?" Fue la única respuesta que le dio Vanya a Isaac, como si fuera bastante obvio y no pudiera ser de otra forma. Y el pelirrojo se encogió de hombros. Quizás y después de todo, tras seis largos años conviviendo juntos incluso Isaac estaba totalmente curado de espanto ante toda clase de rarezas.

    La confianza de Vanya está a otro nivel, y me puede demasiado su desarrollo de un niño que por los prejuicios inculcados por su familia habría odiado que se refirieran a él como bonito o llegaran a confundirlo con una niña, a un chico que con ayuda de sus amigos es libre de experimentar con su sexualidad y su expresión de género. Porque claro que Iván se siente hombre, pero no por ello tiene que encasillarse en todos los estereotipos de uno, y si un día quiere usar pantalón y al siguiente una falda o pintarse los labios, no habría quien lo parase para ello. Algo que sin duda no habría sido posible sin Altair y el resto del Mischief Club a su lado.
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    "Fleathy." Probó de nuevo a ver si lo volteaba a ver, con mayor urgencia.

    "Dime, Black."

    "Mi amor, cariño, el amor de mi vida." Ahora sí había logrado hacer que girara a verlo, pero solo mínimamente, y con una ceja de sospecha e incredulidad alzada a su dirección. "Necesito ir hacia allá. ¿Ves? Hay una tienda de las mejores botas de todo Inglaterra y necesito ir a por ellas."

    Esto me hizo reír demasiado, no sé si por la forma en la que Vanya ya habría sabido que Altair se traía algo entre las manos con sus apodos cariñosos o por que se refleja a la perfección como Altair es todo un cachorrito e Iván es todo un gato en su personalidad.
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    Altair ni siquiera lo pensó dos veces, y no le importó en lo más mínimo los transeuntes muggles cuando tomó el rostro de su chico (obviamente sin llegar a hacerle daño), para besarlo en agradecimiento.

    Me derretiste el corazón con esto, que le jodan a la homofobia de la época ellos se comen a besos sin importar el lugar.
    QUOTE
    "Vany, yo..."

    "Cállate."

    El ruso evitaba su mirada, y Altair lo rodeó desde su cintura a pesar del riesgo que conllevaba ganarse un golpe seguro que nunca llegó. Estaba verdaderamente enojado, pero Altair no era tan ingenuo como para no intuir que quizás solo se trataba de la preocupación que le hizo pasar a ambos durante el lapso de aquella tarde. Si, definitivamente se habían comportado como un par de idiotas. Y muy suavemente, Altair besó su frente y repartió masajes lentos a su mejilla siendo barrida por su pulgar.

    Vanya podría estar hecho toda una furia, pero sin duda quien siempre sabría calmarlo y manipularlo a su antojo con sus toques suave y sus besos, sería Altair. Pero quién en primer lugar podría permanecer enfadado con semejante hombre que le pondría el mundo en bandeja de plata si así se lo pidiese. Vanya desde luego que no.

    Y aun con ganas de comentar cada línea de esta obra maestra de la literatura contemporánea, me despido volviendo a darte las gracias por semejante regalo. Graciasgraciasgracias. De verdad que has animado bastante mi cumpleaños, y por muchos más años escuchando de tus ideas psiquizofrénicas.
  7. .
    T’Zira no hizo amago alguno por ocultar la sonrisa que separó sus labios al reparar en el ceño fruncido que portaba el otro mestizo nada más verla llegar. Bien era cierto que necesitaba de su ayuda, pero el molestar al otro mestizo en su casi perpetua soledad se le postulaba como un ameno pasatiempo, casi un experimento de cuánto podía tentar a la paciencia de aquel al que los espíritus del bosque la habían guiado. Era un sentir infantil, y totalmente impropio de una figura casi mística como era la Gran Tsahiks, la cual se suponía debía traer armonía y unidad y que sin embargo para el paria del bosque solo le había traído un dolor de cabeza tras otro. Qué otra cosa podía hacer, si tanto quería esconderse de todo contacto con otro miembro de su especie entonces debería haberse escondido más profundo en el interior del bosque.

    No, incluso sin pertenecer a los omaticaya o haber realizado su comunión Intinay seguía siendo un hijo más de la Gran Madre, y ni dentro del protegido nido de un Toruk podría esconderse de las atokirinas, y consecuentemente de T’Zira.

    — De todas las heridas que te has ganado es bueno ver que tu lengua no se ha visto afectada, ni tu sentido del humor.

    Apenas habrían pasado unos días desde que vio por primera vez al otro mestizo, desde que lo salvó de haber perdido el brazo por una locura que habría escapado por completo de cualquier otra persona racional (¿era Intinay un macho que pudiera ser considerado como tal? Dudaba de aquello, pero T’Zira tampoco era precisamente quien para juzgarlo en tal aspecto). Lo había reprendido como se había merecido e incluso le había compartido sus conocimientos como curandera antes de partir por distintos caminos. Y ahora lo encontraba en un estado peor del cual lo había dejado, con vendajes por donde pudiera posar su mirada, aunque al menos estos se encontraban correctamente tratados, le concedería tal elogio dentro de su imprudencia.

    Comprendía porque contaba con la bendición de la Gran Madre, nada más que su favor podía ser responsable de que el macho hubiera sobrevivido en lo profundo del bosque encadenando lesión tras herida, y que sin embargo este se mostrara tan sereno como si aquello no fuera nada fuera de lo ordinario.

    — En el lago donde voy a sacar agua para beber y cocinar hay flores como las que estás describiendo. Tengo que rellenar mis provisiones, supongo que puedes acompañarme y verlas por tu cuenta. — T’zira observó sin mucho interés como el contrario guardaba todo aquel equipamiento humano, resultaba eso sí una visión peculiar, provenientes de mundos completamente distintos. Aquellas armas se veían imponentes en manos de los soldados de la RDA cubiertos por sus trajes de acero pero Intinay las trataba como un juguete, verlo tan familiarizado con algo que horrorizaba a gran parte de los na’vi era solo una más de sus peculiaridades. — ¿Esto es por la niña? Lo escuché de tus amigos.

    — Sí, a diferencia de otros na’vi normalmente la gente pide por ayuda de las tsahik cuando la necesitan. Como una emergencia médica, por ejemplo. — T’zira enarcó una de sus cejas ante sus palabras. Intinay habría ido con los omaticaya a entregar la carne del slinger como tributo pero dudaba de que hubiera obtenido aquella información por interés propio sobre los pesares del clan, debía haberlo escuchado en su paso. — ¿Amigos? Si calificas de forma tan banal a cualquiera que no te clava un puñal por la espalda empezaría a preocuparme más por quienes consideras tus amistades. No te preocupes, no te quitaré el lugar de honor que ocupas en la mente de Tarsem, malgasta más tiempo pensando en ti de lo que piensa. — bromeó aun cuando existía cierta verdad en sus palabras, el guerrero parecía considerarlo una amenaza mayor de lo podría ser el recluido mestizo.

    Los ojos de Intinay rehuyeron de su figura, no en señal de respeto como podría ser considerado en otras culturas, sino como si el centrar su atención en cualquier otro punto del lugar fuera a hacer que la tsahik se desvaneciera en el aire. Era un actuar extraño y un tanto irrespetuoso por parte del macho, pero lo ignoraría mientras este le prestara su ayuda, además sólo porque Intinay pretendiese actuar como si ella no estuviese ahí no significaba que la tsahik fuera a hacer lo mismo.

    La hembra lo siguió hacia la rampilla, posándose en esta con él mientras su cola se balanceaba con suavidad ante la visión de las poleas. Bien podría haber dicho que no le interesaba la tecnología humana hace apenas unos días pero en esos momentos se vio superada por la curiosidad de aquella insólita invención. Poco tiempo pudo dedicar a analizar su funcionamiento antes de que esta llevara a cabo su función, sobresaltándose al reparar en el descenso inmediato y sin control, llegando al suelo con la misma velocidad que si se hubieran aventado directamente desde la cima del árbol. T’zira decidió de inmediato que no le gustaba aquel atajo y solo entonces agradeció la dedicación del macho a ignorar su figura y la forma en la que sus orejas se habían erizado por completo.

    Emprendieron su camino de inmediato con Intinay marcando el rumbo, en un silencio que fue roto por él mismo. Su acusación de que la RDA la tenía por objetivo no la hizo sobresaltarse de la misma manera en lo que lo hizo su previa caída, su paso no trastabilló, su respiración no perdió en ningún momento su patrón rítmico. No era ninguna noticia nueva o de importante relevancia. Tal y como el sol se alzaba por el este o toda la vida encontraba su ocaso, los humanos irían tras cualquier nativo que simbolizara un obstáculo en su objetivo por colonizar Pandora. Una certeza que nunca le había hecho replantearse su posición o le habría quitado el sueño de noche.

    Una muerte a manos de los humanos o una vida bajo su yugo, T’zira sabía de sobra cuál era su elección.

    — Sí, lleva siendo así durante años ¿por qué? ¿Tus amigos acaso te han pedido ayuda para llevar frente a la justicia humana a la salvaje hembra por arruinar sus planes de progreso? — preguntó sin verdadera seriedad en su palabras, más interesada en observar la oculta flora del bosque. Había sobrevolado aquella zona en innumerables ocasiones pero no recordaba cuándo fue la última vez que se perdió en las profundidades de la selva, muchos menos cuando fue la última vez que prestó atención a la variada vegetación que habitaba en ella, completamente ajena a la contaminaciṕn causada por los humanos. — No es nada nuevo, la gente del cielo hace de todo por acabar con cada resquicio de resistencia ya sea nativa o entre sus propias filas. No soy ni la primera ni la última figura de la que piden su cabeza, pero para su desgracia soy una hierba más difícil de arrancar de lo que esperaban. Puedes decirte a tus amigos que sigan intentándolo, casi me siento halagada de que los alienígenas me den la importancia que merezco de no ser porque buscan meterme una bala entre pecho y espalda, claro.

    ¿Qué más le habían contado aquellos alienígenas? ¿Le habían contado de la avalancha de piedra que había desencadenado contra una de sus fábricas? ¿O le habían mostrado las grabaciones del asalto organizado a uno de sus laboratorios? Quizás le habrían enseñado las fotografías cubiertas de sangre de la gente del cielo. Cualquier victoria resultaba irrisoria en comparación con el inexorable avance de los humanos pero los na’vi tomarían con gusto cualquier pequeño éxito brindado por la Gran Madre. La idea de una revolución unionalizada seguía siendo poco más que un sueño distante pero el descontento y la hostilidad creciente entre los na’vi por la invasión alienígena creaba una vía por la que crear un movimiento de reivindicación. Y T’zira como la Gran Tsahik pensaba estar a la cabeza de este.

    Dudaba fuertemente de que Intinay contase con convicción alguna para unirse a ella. No cuando no parecía contar con razón de peso alguna para abandonar su confinamiento.

    — Y has visitado muchos clanes también. ¿Has conocido a los clanes del hielo? ¿O los del fuego? ¿Y... los Metkayina? — Aquel se trataba de un tema más ameno que tratar que la mira de los humanos puesta en su cabeza y que aun así resultaba un tanto inesperado de ser mencionado por Intinay, quien parecía haberse recluido en el bosque toda su vida. Quizás aun así contaba con una curiosidad superficial por el mundo que había fuera de sus confines, el mismo mundo con el que T’zira había tenido que familiarizarse desde que solo era una cría. Un mundo tan lleno de horrores como de auténticas maravillas que apenas resultaban comprensibles para aquella que había sobrevolado toda Pandora.

    — ¿Este es el precio que le pones a tu oh tan generosa ayuda? ¿Información? — preguntó con cierta diversión plasmada en su voz, adelantándolo solo por unos instantes para reparar en el fugaz nerviosismo que reflejaron sus facciones que se perdió en un solo instante. Intinay le estaba mostrando las profundidades del bosque por voluntad propia (bueno, quizás con cierta coerción por su parte), así que ella tendría la consideración de descubrirle un poco de lo que había más allá de los bosques.

    — Hay mucho más en Pandora de lo que puedas llegar a imaginar, Intinay. Mares tan profundos que la luz no llega a su fondo, desiertos tan extensos como la totalidad de nuestro bosque, montañas tan altas que se pierden entre las nubes. — enunció mientras caminaba, agachando su cabeza para pasar por debajo de las alzadas raíces de una secuoya. Su mirada parecía haber recuperado aquel brillo casi juvenil que siempre se perdía a tratar todo tema que concierniera a la gente del cielo, pues T’zira más allá de su papel como Gran Tsahik y las responsabilidades que encomendaba tal posición, no era más que una na’vi que apenas había alcanzado su madurez y que amaba la diversidad que encapsulaba su planeta. Su primer amor había sido Pandora, en una adoración que era imposible poner en palabras, Pandora era el latido en su pecho y cada pulsar de la sangre en sus venas, cada bocanada de aire que llenaba sus pulmones y cada contracción de sus músculos al dar un nuevo paso. Vida, cada rincón de Pandora estaba lleno incluso de las formas más pequeñas de estas y T’Zira estaba enamorada de todas y cada una de ellas.

    — Cerca de nosotros se encuentran los clanes de las llanuras y aquellos que habitan las costas y sus acantilados. La distancia que nos separa con ellos es poca pero nuestras diferencias con ellos son incontables, sus tradiciones y rituales incluso su gente. Los Tayrangi, por ejemplo, comparten un profundo vínculos con los ikran y al igual que los omaticaya, uno de sus ritos de madurez es domar uno, pero luego de ello deben probar la valía del jinete y su montura cazando en mar abierto. Es algo bastante más complicado que cazar en el bosque pues uno nunca sabe que se oculta entre las aguas. Cuando mueren su cuerpo es dejado en una de las cuevas donde los ikran hacen sus tribus, para que las crías que todavía no aprenden a cazar se alimenten de ellos. Los veneran como los omaticaya a Toruk o los huyuticaya a los nantang.

    — Lejos del bosque, separado por todo un océano se encuentran los clanes del fuego, en un terreno árido y sometido al constante asedio de sus elementos, son grandes guerreros que han logrado adaptarse a las condiciones de su entorno. Sus casas resisten hasta el mayor de los terremotos. Incluso el aire que respiran es distinto, más pesado y caliente, colmado de las pequeñas partículas de roca de las erupciones de sus volcanes y otros gases, su gente suele llevar máscaras de madera para evitar inhalarlas. Mientras que para los humanos el fuego es un símbolo y medio de destrucción, para ellos las llamas significan el calor de un hogar y comunidad, toman todas sus decisiones alrededor de la hoguera. E incluso uno de sus rituales incluye el saltar por encima de una hoguera gigantesca para purificar el espíritu, hembras y machos, ancianos y jóvenes lo hacen por igual.

    — Al norte se encuentra la gente del hielo, gran parte de ellos habitan en las cordilleras nevadas aunque otros tienen sus asentamientos en los polos. Su humor es tan helado como el clima de sus tierras, a veces cuesta distinguir si sus rostros se han quedado permanentemente helados por el frío por su falta de reacción, y las pieles que visten los hacen ver como auténticos osos. La dureza del clima y la ocasional dificultad para encontrar alimentos los han convertido en todo unos visionarios a la hora de sus construcciones y sus estrategias para cazar. Como los omaticaya también tienen numerosos ritos de iniciación para sus cazadores, pero la última prueba para demostrar su valía es sobrevivir a la intemperie borrascosa, con poco más que una piel de abrigo y su puñal. No pueden regresar a su pueblo a menos que hayan conseguido una pluma de un ave que habita en lo alto de las montañas, este es tan protector con su nido que el solo acto de robar una de sus plumas es todo un desafío.

    — Y solo a unas horas de vuelo en ikran están los arrecifes, y el pueblo de los metcayina. — Por fin llegó a la parte que sabía más le interesaba al mestizo, el clan del cual provenía su madre. — No compartes mucho con los metcayina en apariencia, en primer lugar tu cola no es tan gruesa ni fuerte como las de ellos. Se burlarían de ti sin dudarlo. — T’zira le regaló un jalón a la cola de su acompañante sin advertencia previa alguna. Desde luego y tal y como sugería en su apariencia, no compartía nada de la musculosa estructura de la gente del arrecife, siendo un rasgo completamente omaticaya de su herencia. Pero sus anchos hombros y su físico más robusto, así como su tez un tanto más clara que la de la gente del bosque eran trazos que compartía con los na’vi de arrecife.

    — Pero te aceptarían entre ellos. Los océanos ven su cauce reducido en mares, y estos a su vez se terminan ramificando en cientos de ríos y desembocaduras, pero cada gota de agua termina teniendo su origen en el mismo lugar. La sangre que corre por tus venas te une a los metcayina, por mucha distancia que te separe de ellos. — continuó, batiendo con su mano una de las ramas que se inmiscuía en su camino. Intinay no le había dicho cuán lejos quedaba el lago pero tras el tiempo transcurrido y la cantidad de vasijas cargada por el macho podía asumir que no se trataba de un trayecto corto. Estaba bien, tal y como le había dicho Intinay se encontraba lejos de ser la peor compañía que podía tener. — Son gente amistosa y pacífica, viven en perfecta sintonía con el mar, incluso sus bebés aprenden a nadar a solo a días de nacer y a contener la respiración bajo el agua. Los adultos la sostienen por tantos minutos que pensarían que han desarrollado branquias, además de la facilidad con la que nadan. Las islas del arrecife son hermosas, pero su verdadera belleza se oculta bajo el mar. El suelo marino está lleno de plantas tan diversas como el mismo bosque, corales que brillan con la misma luminiscencia y como la selva está lleno de peligros pero apreciarlo en las noches, cuando los peces empiezan a brillar como cientos de estrellas, es un hermoso espectáculo. Su árbol de los espíritus también se encuentra bajo del agua, protegido por círculos de piedra y rodeado por formaciones rocosas flotantes, cada año las crías de na’vi y tulkun hacen su primera comunión en conjunto sellando su lazo como hermanos espirituales frente a Eywa.

    Le siguió contando sobre las costumbres de los metcayina, sobre sus tatuajes que contaban la historia de toda una vida, sobre sus redes de pesca tan amplias que conseguían abarcar casi toda la orilla de sus playas, sobre el regreso de los tulkuns que estaría a poco de darse y la maravillosa visión que era ver a aquellos mamíferos tan enormes regresar en manada hasta el arrecife. No importaba cuanto hablara, un millón de palabras no bastaría para abarcar por completo la diversidad que llenaba Pandora, era algo que solo merecía ser juzgado por el ojo propio.

    — …Los Tipani tenían cadáveres de Avatares amarrados desde sus muñecas como advertencia a la Gente del Cielo para que no se aproximaran, o vieran lo que les ocurriría de provocarlos.

    — Los Tipani son grandes guerreros, extremadamente sigilosos y hacen bien en marcar unos límites claros con los humanos. Aun así un par de cadáveres no lo pararán de violar los límites de los na’vi si así lo desean. Por mucho que los avatares cuenten con la misma apariencia que los na’vi, sus almas no dejan de ser humanas en esencia y mientras para ellos esto no es más que un juego o un experimento, los Tipani solo tratan de proteger su forma de vida, la misma que han mantenido durante generaciones. Nada bueno sale de mezclarse con los humanos. Y no es como si los hubieran matado, solo el cuerpo foráneo que habitaban. — la Gran Tsahik podría tener en sus venas la sangre de los demonios y aun con la bendición de Eywa seguía siendo juzgada como parte de estos por los na’vi más cerrados, pero no compartía simpatía o sentir alguno por aquellos que eran como su padre. Caminantes de sueños, como si no bastara con la presencia de los humanos en Pandora ahora tomaban la forma de sus nativos. Soldados y científicos por igual, T’zira no se sentía cómoda a la hora de pensar en las similitudes que compartía con estos y en la posibilidad de que estas se extendieran más allá de lo físico. — ¿Te contó RyanHaworth que la gente del cielo diezmó sus clanes? Los na’vi no fueron los que hicieron correr la sangre en primer lugar, nunca lo son.

    Su trayecto llegó a su fin al divisar el lago que andaba buscando, un tanto escondido debido a los inmensos y antiguos árboles que lo rodeaban. Con su agua tan clara que los misterios que escondía en su interior quedaban por completo al descubierto, y ahí donde apuntaba Intinay se encontraban las flores translúcidas, flotando sobre las aguas como pequeños nenúfares. Sin duda había sido todo un acierto el haber pedido su ayuda, de otro modo habría tardado días enteros en dar con un rincón tan recóndito del bosque como aquel.

    — Grita si me necesitas. — T’zira rodó sus ojos de inmediato ante sus palabras.

    — Claro que sí, gritaré por ti al momento que sienta un pez rozarme. Gracias por su asistencia, oh poderoso guerrero. — le respondió con sorda preparándose para meterse en su aguas. Se deshizo de su túnica en primer lugar, era un valioso regalo por parte de los artesanos de los clanes del desierto, hecha de una tela que protegía del viento pero que no era tan calurosa como para sofocarla en los climas más tropicales pensada para la na’vi que recorría toda Pandora, teñida con el tinte natural de la nuez de kola. Habrían dedicado meses en una pieza como aquella, y como tal T’zira pensaba honrar su dedicación cuidando de la prenda, que si bien versátil se haría pesada para nadar al mojarse.

    Abandonando su tridente más no el cuchillo portado contra sus caderas, la tsahik se sumergió en el lago impulsándose con sus largas piernas para propulsarse hacia el fondo del mismo. El agua era de tal pureza que el abrir sus ojos bajo esta no resultaba en el escozor característico que cualquier nadador no curtido experimentaría en aguas saladas o contaminadas. Las flores se encontraban junto donde había dicho Intinay, pegadas junto a las raíces de uno de los viejos árboles que se nutría del lago.

    No eran las flores flotantes por lo que estaba ahí, en realidad, sino los brotes de las plantas que permanecían sumergidos en el agua, juntos a la raíces del árbol nutriéndose de este hasta alcanzar su floración luego de la cual surgían hacia la superficie. Sus pistilos destellaban un tenue brillo dorado con una apariencia tan delicada que T’zira no necesitó de utilizar su cuchillo para arrancarlos y así dañar de forma innecesaria el resto de los capullos a punto de florecer. Recolectó sólo unos pocos ejemplares, hacerlo en grandes cantidades sería infructuoso ya que los delicados estambres se secarían y perderían sus propiedades en cuestión de días así como de verse expuestos durante unas horas a la luz del sol.

    La tsahik no regresó de inmediato a la superficie en su propósito cumplido, aquel era un hábitat demasiado extraordinario como para abandonar sin dedicarle la fascinación que merecía. A su alrededor un reducido banco de peces estaban alimentándose del plancton y otras moléculas sobre las raíces del añejo sauce, T’zira acercó su mano a estos sin miedo. El motivo transparente de sus escamas para camuflarse con su entorno y su pequeña longitud en manada la hacían saber de que no se trataban de depredadores o de una amenaza mayor de la que la na’vi representaba para ellos. El pez no se demoró en alejarse de su toque, alerta por la presencia de un posible peligro sin embargo T’zira no alejó su brazo extendido dejándolo estático en su flote para que el banco de peces se acercaran a curiosear.

    Las cuentas de su pulsera fueron lo primero que les llamó la atención, aunque pronto el conjunto de peces se movilizó al unísono a inspeccionar más de cerca a la extraña presencia en el estanque y sus cabellos rizados, los cuales ahora mojados se extendían por el agua como un enorme conjunto de talofitas a su alrededor. Los animales la siguieron en su nado, jugueteando con ella durante la pequeña persecución, aleteando en torno a su cintura y caderas para seguirla en su carrera.

    Su juego con los peces la llevó hacia el fondo del lago, donde su atención se desvió por unos momentos hacia los minerales que yacía en su suelo los cuales reflectaban toda la gama de colores del arcoíris cuando la luz del sol se reflejaba en estos. Entre el conjunto de piedras preciosas su interés recayó de inmediato en un cristal de tenue coloración azul cuyos destellos bajo la luz se proyectaban de un singular color amarillo. Más tarde la tsahik se convencería a sí misma que la decisión de sacar su cuchillo para cortar una pieza del mineral no debía ninguna influencia a las tonalidades duocromáticas del cristal que evocaban a la mirada heterocromática de cierto mestizo.

    Resurgió a la superficie del estanque 5 minutos después, una de las habilidades más útiles aprendida de los clanes del arrecife había sido precisamente su capacidad para mantener la apnea durante largos periodos del tiempo. Algo que si bien necesario para los metcayina, resultaba de poca utilidad en el bosque donde las rocosas formaciones y altos árboles primaban sobre los cuerpos de agua de gran profundidad. Solo unas brazadas tomó el arribar a la orilla del estanque donde Intinay estaba asentado.

    — Tenía razón, me habría tomado días encontrar un estanque tan puro como este — dijo impulsándose con la fuerza de sus antebrazos para emerger del cuerpo de agua, tomando asiento en el borde de la tierra con sus piernas todavía sumergidas en el lago. — La niña por la que estoy aquí está enferma por la syekalyn. La intoxicación por el polen no es una afección poco frecuente pero en niños y ancianos puede llegar a ser fatal si no se trata a tiempo, la niña apenas se podía mantener de pie cuando su madre la trajo con la tsahik. RyanHaworth y tus amigos humanos, ¿ellos también te ofrecían las medicinas de los alienígenas cuando te enfermabas? Fueron de las primeras cosas que la gente del cielo trató de obsequiarles a los omaticaya, a cambio de una relación cordial a su presencia claro, pero incluso sus medicinas en contenedores de metal violaban los principios de Eywa. — su mirada se posó de nuevo en los vendajes que cubrían la piel del contrario, hace solo unos días el único que cubría su anatomía había sido el de la prominente herida de su hombro, colgajos de su carne que habrían desencadenado un mal mucho peor de no haberse tratado a tiempo. Claro que no había sido por voluntad del mestizo que tal herida habría sido tratado, y ahora otras heridas (de mucha menor seriedad) se habían unido a la lista de daños que parcheaban su piel. Podría comprender hasta cierto grado su recelo a ser tratado por la curandera de los omaticaya en su distante relación pero tal parecía ser que incluso en su cercanía con algunos humanos Intinay se tenía que lamer sus heridas solo. Podía apostar que por decisión propia también.

    T’zira tomó su melena entre sus manos, prensando esta para sacar el exceso de líquido todavía con su mirada puesta en el más alto. Sus manos parecían haber recibido la peor parte, en su vital importancia dentro del bosque, casi cubiertas por completo de vendajes. El interrogante de si la próxima vez que viera a Intinay este volvería a lucir con otra zona de su cuerpo dañada la hizo sonreír por unos instantes, muchos na’vi coleccionaban cosas que llamaban su atención, como algunos recolectores con los cristales de vívidos colores o perlas y parece ser que el exiliado era coleccionista de heridas. Si aquel se trataba de uno de sus hobbies sin duda estaba haciendo un trabajo excepcional.

    — He leído que la gente del cielo solía embalsamar a sus muertos antes de enterrarlos con ungüentos y telas. Los llamaban momias, ¿planeas convertirte en una de ellas, Intinay? — bromeó tomando una de sus manos entre las suyas, las atokirinas se arremolinaron alrededor de ellos más T’zira que acostumbrada a la presencia de los espíritus del bosque no les dedicó más de una mirada mientras revisaba por unos instantes los emplastos sobre sus nudillos. — Una suerte que alguien te haya enseñado cómo tratarlos. — T’zira no pretendería haberle descubierto al otro el secreto para su supervivencia, pero sí que pensaba aprovechar cada oportunidad que se le presentase para recordarle sobre los conocimientos que tan generosamente le había compartido luego de que este la hubiera querido echar de su casa.

    La sacerdotisa apoyó su cuerpo sobre una de las vasijas recién rellenadas, reposando sus brazos sobre su tapa, sin gastar esfuerzo alguno en secar todavía más su cuerpo. Tenía el presentimiento de que Intinay se marcharía ante la menor oportunidad habiendo visto su tarea completa, pero tal y como T’zira había respondido a sus preguntas la tsahik también tenía sus propios interrogantes.

    — ¿Por qué nunca has ido junto a los metcayina? Están a un solo día de viaje. En vez de preguntarme por ellos cuando puedes conocerlos tú mismo. ¿O son las historias y cuentos suficientes para ti? — No lo creía así, no luego de ver la fascinación en el rostro de Intinay al escuchar de las historias y costumbres de otros clanes que escapaban de los confines del bosque más allá del vínculo de sangre que lo unía con el arrecife. Él era curioso, al menos eso podía asegurar de él.

    ¿Qué lo ataba a aquel lugar entonces? Bien era cierto que era todo lo que había conocido en su vida, pero sin familia o compañera que habitara en este no tenía ninguna cadena física que lo cegara de buscar otros caminos. ¿Sus amigos humanos, quizás? Pero ellos no irían a ningún lado, eso podía asegurarlo, como garrapatas que no soltaban a su presa. ¿Miedo o inseguridad? Tampoco lo pensaba, no del mismo hombre que había enfrentado a un slinger con poco más que un cuchillo. Tampoco había ninguna barrera física que le impidiera la travesía hasta el arrecife. ¿Qué le quedaba entonces dentro del bosque? Su casa, la que en tiempos pasados había sido pensada para albergar a toda una pequeña familia.

    Quizás eran unas cadenas más fuertes de las que T’Zira podía llegar a sentir. Recuerdos, su cabaña y el bosque contenía todos las memorias de Intinay y su familia, dejarlo atrás sería abandonar lo poco que conservaba de sus padres. La Gran Tsahik no había establecido unas raíces semejantes en ningún lugar como para que las vivencias creadas pudieran actuar como una cárcel, pero comprendía esa imposibilidad de dejar atrás aquello que pertenecía al pasado.

    Habían pasado 10 años desde que el trotamundo se había unido a Eywa y T’Zira todavía se encontraba en ocasiones en las noches esperando escuchar una de las historias de sus infinitos viajes. Las personas podían dejar su huella en otras, y la marca que había dejado Ru’ke en ella era indeleble. Para Intinay abandonar el hogar que lo había visto nacer y crecer junto a unos padres que tanto lo habían amado sería como pedirle a T’Zira que se deshiciera del cordón de canciones de Ru’ke, una idea que generaba una reacción visceral de rechazo solo de pensarla, no por su valor material asociado a ellos sino por el sinfín de recuerdos que albergaban.

    Con los metcayina podía estar la otra mitad de su sangre pero el bosque, aun en su soledad, albergaba todas sus memorias.

    La tsahik se recordó internamente de que no se encontraba en medio del bosque, en la compañía de Intinay, para indagar en cómo de trágica había sido su vida. T’zira no era la clase de persona que supiera conceder consuelo alguno aun en su posición de apoyo espiritual e Intinay tampoco era un macho que buscara que otros lamieran sus heridas. Solo era curiosidad, pensó. Solo un interés superficial por la primera persona con la que compartía una similitud tan extraña como era su mestizaje y que se presentaba como todo un enigma en el que podía descansar de toda la problemática de su día a día. Esa era la razón por la que el tiempo a su lado parecía pasar tan rápido como la brisa y por la que trataba de alargar los minutos a su lado antes de su inminente despedida.

    T’zira apartó por fin su vista de él, levantándose para recoger de las enormes raíces del árbol sus telas y tridente, colocándose de vuelta las primeras y alzando la vista al cielo para soltar un bramido.

    Su ulular obtuvo respuesta instantes después al escuchar el batir de las alas de su banshee, atravesando las ramas del sauce en su descenso en la orilla del estanque. Ya fuera por el vínculo establecido por la sacerdotisa o su mismo carácter indómito que la hacía desobedecer toda orden de permanecer quieta en un lugar, Seykxel nunca se alejaba demasiado de la figura de T’zira, sobrevolando a su alrededor a la espera de ser llamada por esta.

    La hembra de ikran le dedicó un graznido al extraño presente pero lejos de volverse contra este se dedicó a enterrar su hocico en entre los cabellos húmedos de su jinete.

    — Todavía tengo varios ingredientes que recolectar antes de regresar al Árbol Madre, tendré que marchar a las Ayram alusìng primero. — su mirada no se encontró con la contraria mientras volvía a ajustar la silla sobre su montura. La idea de una nueva despedida siendo un pensamiento que empujó al fondo de su mente tan pronto como apareció. — Ven conmigo o al menos deja que te lleve de vuelta hasta tu casa-árbol, no querría seguir interrumpiendo tu entusiasmante rutina. — dijo, montada sobre el lomo de su ikran. No mentía cuando decía que Intinay estaba lejos de tratarse de la peor compañía que podía tener, pero en primer lugar T’zira siempre había acostumbrado a moverse sola. Otra de las pequeñas similitudes que compartía con el otro mestizo.
  8. .
    Los nativos de Pandora se habían adaptado a la perfección a los hostiles ecosistemas del planeta, siendo la única alternativa a ello la muerte. En el caso de los nativos del bosque aquello se traducía en una aumentada fuerza de agarre, una rápida capacidad de respuesta a su entorno y por supuesto un nulo miedo a las alturas. Su caída de alrededor de unos 20 metros desde la copa del árbol se vió hábilmente detenida en su impacto por el agarre ejercido sobre la liana (cuya fuerza de fricción provocada se vio absorbida sin problema por las trabajadas palmas de sus manos) y la vuelta alrededor de su eje de equilibrio a solo escasos metros del suelo de la selva, posándose sobre este con la misma gracia de cualquier felino nacido en el interior de esta. Solo unos segundos después Intinay aterrizó a su lado.

    La tsahik enarcó una ceja ante el curioso mecanismo empleado por el contrario, tan obviamente inspirado en la tecnología humana, aun cuando no le recriminó por ello. No cuando le habría exigido minutos antes que cuidara de su brazo dañado. Los na’vi vivían según las tradiciones impuestas durante generaciones mientras que los humanos habían desarrollado toda clases de comodidades que aligeraran la carga de incluso las tareas más cotidianas.

    — Hay aspectos de la tecnología humana que en realidad son bastante útiles. Las matemáticas básicas y aprender sobre mecanismos ha sido bastante divertido.

    — Tengo un amigo metcayina que te daría la razón en ello, pero yo no cuento con la habilidad o interés por dominar las ciencias de los alienígenas. — No le quedaba duda alguna que de estar presente Kitay su interés por el mestizo y sus conocimientos habría sido terriblemente transparente. Pero de la misma forma en la que T’zira no entendía gran parte de los sermones del metcayina sobre la tecnología humana y sus posibles adaptaciones dentro de la sociedad na’vi, su interés por estos eran cuanto menos deficiente. — Aunque sí que es un mecanismo un tanto… ingenioso.

    La tsahik comenzó a caminar por el bosque, escaneando la corteza de los árboles cercanos en busca de los indicios de que la planta que buscaba se encontraba cerca. Apenas tomó unos minutos el reconocer el atigrado motivo del musgo, llevando su cuchilla al trozo de corteza en el que crecía para arrancarlo.

    — Si vuelves a estar en una situación donde estés sangrando sin control, la pasta hecha con los musgos de esta familia te ayudará a detenerlo. Además, enmascaran bien el olor de la sangre por lo que no atraerás a más depredadores de la cuenta. Son fáciles de reconocer si prestas atención a su sutil luminiscencia. — le explicó, tendiéndole la pieza de musgo cortada antes de guardar de nuevo su cuchilla en la funda de su pecho. — Crece bastante bien en las alturas sin importar las condiciones, si lo llevas a la copa de tu árbol crecerá sin problemas.

    No se molestó en explicar sus cualidades coagulantes o analgésicas, aquella profundidad de conocimiento era innecesaria para él, mientras llegara a poder identificar alguna de las plantas de utilidad médica y utilizar su ojo crítico para separarlas de otras que aun con aspecto similar resultaban tóxicas, era más que suficiente. Su ágil caminar no se detuvo, aun cuando la pregunta por parte del otro mestizo le hizo voltearse a enfrentarlo, mientras una de sus manos repasaba los pétalos de una flor colgante que formó de inmediato un capullo protector al sentir el tacto.

    — Los odias ¿cierto? Pero yo tengo amigos humanos, dos de hecho. Sé que no todos son malos, también hay buenos entre la gente del cielo. — Había visto esa inocencia una y otra vez, en decenas de pares de ojos. Esa certeza de que podían hacer amigos de los humanos, de que entre sus filas existían excepciones de la crueldad que parecía integral en ello. Y vez tras vez había visto esa inocencia destrozada, rota en pedazos por aquellos alienígenas que no parecían comprender o apreciar en peso de la confianza.

    T'zira no se molestó en rebatir su argumento, no tenía caso. La esperanza era una fuerza poderosa, una que no entendía de argumentos de peso o a la misma razón. E Intinay verdaderamente parecía creer en aquellos humanos. Zira también lo había hecho en su momento, Kitay también. Venka todavía trataba de aferrarse a la idea de alcanzar un posible equilibrio en la existencia entre ambas especies. Pero la realidad terminaría por pesar en sus hombros en un principio tan irrefutable como la misma gravedad.

    — ¿Odiar? Sí, podría decirse así. Los odio. — Odio, aquella palabra no terminaba de contener el cómputo de sentimientos de T’zira por los humanos, un torbellino de emociones que habían ido acumulándose en su pecho con el paso de los años. Resentimiento. Miedo. Furia. — ¿Cómo sabes que son buenos, Intinay? ¿Cómo los diferencias tú de los alienígenas que arrasan con los bosques para construir sus torres de metal? ¿De los que asesinan tulkuns? ¿De los que experimentan en nuestra especie como una rata más de laboratorio? Que sean buenos contigo no significa necesariamente que sean buenas personas. — no necesitaba escuchar una respuesta, porque no existía para empezar. No había marca o rasgo alguno que permitiera diferenciar entre buenos y malos humanos, pues aquello no era inherente de la especie, ni siquiera de la persona.

    Los na’vi no contaban con una palabra que significase “mentira” hasta la llegada de los alienígenas, habían tenido que aprenderlo de ello. Su gente no contaba siempre con la mejor intención en mente, la maldad no excluía a ninguna especie como tampoco lo hacía la crueldad, en eso le daba la razón al otro mestizo. Pero la habilidad de enmascarar su verdadero propósito, esa capacidad para esconder su brutalidad tras sus finas palabras parecía ser tan propia de los humanos como aquella quinta falange en sus manos y pies.

    No creía en esos amigos del mestizo, quizás no contaban con los profundos prejuicios de los humanos hacia los na’vi, puede incluso que fueran agradables viendo el cariño que Intinay tenía por ellos. Pero eso no los hacía menos peligrosos, pues de la misma manera en la que cada miembro de un clan jugaba su parte dentro de este, cada humano en Pandora servía al propósito de la RDA. E incluso si fuera cierto que eran buenos, en toda la complejidad que aquella palabra implicaba, eran solo dos humanos entre toda la manada de alienígenas en Pandora que blandía sus armas como máxima autoridad, una presencia completamente insignificante dentro de la organización cuyo mayor propósito era exprimir Pandora de todo recurso que resultase lucrativo para ellos.

    Pero qué iba a saber un na’vi recluido del bosque sobre la complejidad de la amenaza humana cuando nunca la había experimentado en primer lugar. Intinay no había sufrido lo que era perder un hogar ante las llamas, perder a un ser querido en un solo segundo bajo sus superiores armas. Y esperaba que siguiera de aquella manera, aun cuando apenas había conocido de su mera existencia hace unas horas, prefería que siguiera conservando ese pensamiento libre de prejuicio y que las historias de los crueles avances de los humanos siguieran siendo historias demasiado lejanas como para dedicarles más allá de un fugaz pensamiento.

    — Hay mucho que yo no conozco sobre los humanos, es cierto. No conozco esa amistad de la que hablas. Pero tú también desconoces mucho de ellos. — con aquello la tsahik dió por cerrado el tema. Tenían visiones irreconciliables en aquel aspecto, eso era obvio aun sin entrar en profundidad en el debate. Intinay hablaba desde su fragmentado optimismo, mientras a T’zira la guiaba un resentimiento indiscriminado. No podía importarle menos que existieran buenos humanos, como los había definido el macho, mientras se beneficiaran de las acciones de la RDA eran la misma lacra a sus ojos.

    Eso no importaba ahora, aquellas eran cuestiones que debatir junto al consejo de olo'eyktans no con un macho que había declarado encontrarse satisfecho en su aislamiento autoimpuesto. Y ella estaba ahora solo para asegurarse de que supiera qué hacer en el caso de que volviera a enfrentarse a un duelo cuanto menos suicida.

    — Ven aquí. — la hembra jaló de su brazo bueno para que abandonara la distancia que los separaba antes de tenderle una de las características hojas del árbol unidelta. Triangular y de un azul intenso en su centro. — Tócala y siente su tacto aceitoso, es importante que sepas distinguir entre las hojas de un árbol unidelta y un delta, suelen crecer juntos, las hojas de este último son venenosas y lucen similares, pero las hojas del delta son más rugosas y tienen un brillo blanquecino. El aceite que segregan sus hojas hacen un buen ungüento para reducir las cicatrices y si lo mezclan con un poco de néctar de panopyra hace un buen antipirético.

    — ¿Por qué motivo volviste con los Omaticaya? ¿Por qué habían tantos machos de otros clanes visitando el pueblo del bosque, tan lejos de los suyos propios?

    No tenía motivo alguno para compartir tal información con él aun cuando se hubiera ofrecido a ayudarle, ambos eran extraños para el otro y eso era algo que Intinay había dejado claro. Sin embargo, aquel parecía ser el motivo por el que T’zira no encontraba en ella recelo alguno a la hora de compartirle las respuestas a sus interrogantes. Intinay parecía pertenecer en un plano diferente, apartado de todo conflicto existente entre los clanes en su solitaria realidad. T’zira no contaba con responsabilidades o lazos alguno que la obligaran a actuar o hablar de una determinada manera con él. El macho no conocía nada de ella, y viceversa, y aquello era liberador de cierta manera.

    — La Gran Madre me guía haya donde me necesitan, ya sea eso los arrecifes o los polos nevados, pero no es por su llamado que estoy ahora en el bosque. Intenté convencer a Vokan para que se uniera a la rebelión contra la gente del cielo, más parece ser que el que los alienígenas amenacen tu hogar y vayan tras tu gente como mercancía de lujo no es suficiente motivo para tomar las armas. — Resultaba algo irónico que una sacerdotisa de la Gran Madre, cuya única función recaía en mantener el equilibrio en Pandora, estuviese dispuesta a iniciar una guerra de proporciones nunca antes vistas. Pero T’zira había abandonado la opción del diálogo con los humanos, aquello requeriría que estos los vieran como un igual como primera condición, y aquello nunca se daría. Además qué opción real de paz se podría dar con la misma gente que había llegado a su planeta armada hasta los dientes con armas, todos los términos a los que pudieran llegar se verían prontamente ignorado en la necesidad del “proceso”. Las palabras de los humanos eran bonitas, pero en extrañas ocasiones eran verdaderas. — Te advertiría sobre ellos, pero si puedes juzgar tan bien el carácter de los humanos como dices entonces no creo que te cueste distinguir entre tus amigos y una panda de traficantes que irían tras tus ojos. Todavía creen que se puede llegar a una solución que no requiera un derramamiento de sangre, pero he visto de lo que son capaces y sé que no se detendrán ante nada hasta saquear este planeta hasta los cimientos, como hicieron con su planeta. Otros clanes me secundan, así que no es como si anduviera a solas en esta contienda pero el unir a todos los nativos bajo una misma causa no es un propósito sencillo incluso para la Gran Tsahik. — Quizás la T’zira más joven, más ingenua en el caos que podían llegar a desatar esos seres con tan corta esperanza de vida y tan frágiles en comparación, si hubiera dejado transparentar su rabia y desesperación pero ahora sabía que aquello no la llevaría a nada. No le quedaba otra que seguir intentándolo, una y otra vez, hasta que el daño causado por los alienígenas fuera tan agresivo que nadie pudiera quedarse de brazos cruzados, o hasta que estos convirtieran a Pandora en el reflejo de su planeta, lo que se diera antes.

    — Y esos machos a los que te refieres, eran mi guardia autoimpuesta. Puede que no todas las tribus acepten mi autoridad, pero a ninguna le parece gustar la idea de que la elegida por Eywa viaje entre los clanes sin respaldo alguno. Una consideración vacía cuando esos guerreros son verdaderos peces fuera del agua cuando los sacas de sus tierras, terminan siendo una carga más que una ayuda aunque eso no ha hecho desistir a los líderes de su necesidad. Te sorprenderían las formas en las que han intentado emparejarme con sus hijos, por mi seguridad dicen. Ja, lo creía si alguno de ellos pudiera ser desafío alguno en una contienda.

    Se sentía bien desahogarse de esa manera con otra persona que no fuera Kitay, con una persona que no la juzgaría pues no tenía implicación alguna en sus problemas para empezar. Aunque tampoco era su intención el descargar todos sus problemas sobre el mestizo, al final del día era ella y solo ella quien tenía que cargar con todas sus preocupaciones y deberes dentro de su pecho.

    — Ahora vamos, si quieres aprender de toda la problemática política de Pandora, lo cual te puedo asegurar no quieres conocer, tendrás que esperar a otro día. — Y dando la conversación por terminada, la tsahik reanudó su misión de arrastrar al otro mestizo por el bosque.

    T’zira no soltó su mano mientras continuaba explicándole las propiedades de las hierbas que iba recolectando en su camino por el bosque. Le contó sobre las propiedades antibióticas del cardo duende y de como este era más sencillo de encontrar en la cercanía de riachuelos u otras fuentes de agua. Le enseñó como la resina que recubría la corteza del árbol diente de tigre servía como una buena cubierta contra las siempre presente picaduras de los insectos y como su viscosidad natural lo hacía un buen adhesivo también. Le tendió algunas octosetas y le explicó cómo preparar un té con estas si alguna vez volvía a sufrir bajo el veneno de un slinger. Le mostró también la diferencia entre las flores de las praderas, siendo tan difíciles de distinguir en forma aun cuando su coloración daba más de una pista sobre cuáles recolectar y cuales era mejor ignorar. Normalmente si un ser vivo contaba con una coloración viva y llamativa era todo un sinónimo de “déjame en paz si no quieres morir”.

    Intinay la escuchaba con una curiosidad y sed de conocimiento tan transparente en su mirada y actuar que fue imposible para la sacerdotisa el no sonreír ante tal concentración que lo hacía ver como todo un cachorro en su primera visita al bosque. El macho andaba tan abstraído mientras la escuchaba como ella misma lo estaba en sus explicaciones, tanto que no reparó en la repentina seriedad que se había apoderado del macho hasta que su voz la interrumpió, tomando las últimas flores que había recolectado de sus manos.

    — Me aseguraré de darles el uso que me acabas de enseñar, y seguiré tratando mis heridas por mi cuenta. Gran Tsahik, le agradezco su ayuda. Por favor vuelva.

    No tuvo oportunidad alguna de responderle antes de que el solitario na’vi desapareciera entre los árboles en sus rápidas zancadas y el motivo de su repentina marcha se hiciera evidente para T’zira. Una patrulla de omaticayas se abrió paso entre la maleza del bosque, solo frenando sus monturas al reparar en su identidad.

    — Gran Tsahik, es un alivio encontrarla. Llevamos buscándola toda la mañana. — Tarsem la saludo, amansando con su mano el cuello de su pali, tras de él otro dos guerreros del clan seguían su mando. — El olo’eyktan estaba preocupado de que algo pudiera haberle pasado.

    — Una preocupación vacía, sigo de una pieza como puedes ver. — dijo, su mirada todavía puesta en la dirección en la que el mestizo se había perdido a una velocidad felina.

    El jinete le tendió su mano desde lo alto de su montura, dejando en claro que no estaba ahí solo para asegurar su seguridad sino para llevarla de vuelta hacia el Árbol Madre.

    — Solo cumplimos órdenes, T’zira. — trató de convencer a la hembra de conocido carácter, el mandato del líder era absoluto pero doblegar la voluntad de su nieta podía llegar a ser una tarea de proporciones titánicas. Aunque por aquella ocasión la sacerdotisa accedió a ir con ellos, sin tomar la mano extendida por el cazador pero subiendo trás él en su direhorse. Reanudando de inmediato su galope.

    El estruendoso trotar de los cascos de los animales en su carrera mitigaba enormemente la algarabía siempre presente en el bosque, el chillido de las manadas de prolemures, el aullar casi melancólico de las plantas huecas al soplar el viento, el mecer constante de las palmeras. Sin embargo el agudo oído de la tsahik captó la conversación mantenida por los dos machos jóvenes tras Tarsem a la cual no habría prestado la menor atención de no ser por asunto principal de su conversación.

    — ¿Lo viste? El poderoso guerrero pero corre con la cola entre las piernas nada más nos ve llegar.

    — Ya lo viste el otro día, los omaticaya no somos merecedores de su presencia. Casi diría que le duele respirar nuestro mismo aire. — el tono burlón de sus voces le asqueaba, como una prueba del por qué Intinay se había marchado nada más pisar el territorio del clan de la flauta. No había sido por miedo desde luego, sino por querer priorizar su propia calma ante el grupo de nativo que habían visto en él un rival.

    Su viaje apenas se alargó durante un par de minutos más, hasta que la cercanía del árbol que coronaba el bosque de Pandora fuera tal que no podía apreciar su cima desde su posición. El galope de los pa’li fue frenando progresivamente hasta detenerse por completo en las enormes raíces externas del Árbol Madre, sólo entonces Tarsem se unió a la conversación de sus compañeros.

    — Un rarito es lo que es. Si tanto rechazo le causa el estar rodeado de su gente debería marcharse donde está la otra mitad de su sangre, estoy seguro de que los metcayina recibirían a ese maldito ermitaño con los brazos abiertos. — T’zira no le ofreció advertencia alguna antes de patear su costado, arrojándolo fuera del lomo del herbívoro, rompiendo su tsaheylu con este. Tarsem la miró atónito mientras ella desmontaba el pa’li con su trasero en la tierra, las palabras enterradas en lo profundo de su garganta ante aquella agresión sin motivo aparente.

    — Yo también soy de sangre mestiza, ¿acaso lo has olvidado?

    — Y-yo, nosotros… nuestras palabras no iban dirigidas a usted. — trató de mediar uno de sus compañeros, como si una excusa tan pobre como aquella fuera a disuadirla. Aun así no se dignaron a entrometerse entre ellos o a tocar a la sacerdotisa. El otro macho trató de ayudar a Tarsem a levantarse del lugar que todavía ocupaba en el suelo, frente a las miradas indiscretas y los nacientes susurros del resto de miembros del clan presente. Su amistosa asistencia fue rechazada con un siseo por el macho antes de erguirse por voluntad propia, su encendida mirada ahora puesta en T’zira.

    — No me importa, la próxima vez que os escuche decir una sola palabra más sobre Intinay responderéis ante mi. — aseguró la hembra, cortando la poca distancia que la separaba del guerrero en lo que era un claro desafío de voluntades. El furor en su mirada pronto se extinguió, bajando las orejas ante la que debía reconocer como una autoridad superior. Nada bueno saldría de enfrentarse a la sacerdotisa, quien independientemente de su rango ya era reconocida como una combatiente fiera. T’zira entonces se volteó hacia sus compañeros, mostrando sus colmillos en lo que era una clara amenaza. Poderosos guerreros pero no habéis aprendido a no meter a personas ajenas al clan en vuestras estúpidas batallas de ego.

    Nadie se atrevió a cuestionar por qué la hembra había salido en defensa del exiliado de las profundidades del bosque. T’zira no tenía por qué defenderlo, el mestizo no se lo había pedido ni lo necesitaba en primer lugar. Pero tampoco pensaba quedarse de brazos cruzados ante una actitud tan patética como la exhibida por los machos del clan, mofándose de alguien que ni siquiera estaba presente y que de estarlo estaba segura de que no tendrían las pelotas para batir sus lenguas con tanta libertad. ¿Qué efecto tenía la testosterona que convertía a los machos apenas entrados en su madurez en auténticos cretinos?

    La tsahik no perdió más tiempo en la compañía de los tsamsiyus. Ascendiendo a través de la estructura helicoidal en el interior del tronco para ser guiada de inmediato por los avistadores en guardia hacia el marui del líder de los Omaticaya.

    — Olo’eyktan, traemos a la Gran Tsahik de vuelta. — Vokan se encontraba junto a la compañía del consejo de los ancianos en esos momentos, más nada evitó que su atención recayera de inmediato en la imagen de su nieta, con una preocupación en sus facciones que sobrepasaba la que debía sentir en sus deberes como olo’eyktan. T’zira podía pertenecer a la Gran Madre desde su nacimiento, pero eso no la hacía dejar de ser su nieta a sus ojos. — La encontramos junto al exiliado del bosque, el mestizo. — el anuncio de su paradero no hizo más que alborotar a los ancianos presentes, estallando en murmullos acusadores contra el cazador quien de nuevo no se encontraba presente para defenderse de estos. ¿Pero de qué lo acusaban en esta ocasión? Intinay no había hecho nada para despertar tal indignación. Tal parecía que la ignorancia era un mal que no solo afectaba a los jóvenes.

    — ¿Intinay? T’Zira se puede saber qué… — La mano alzada del líder bastó para acallar por completo las voces de los ancianos. Dándole una oportunidad a la sacerdotisa para que se explicara.

    — Él no hizo nada. Me salvó del ataque de un slinger, trate sus heridas y en la mañana me devolvió a los límites del clan. Eso es todo. — no había sentido alguno en confesarles la verdad, por lo menos no toda la verdad de esta. ¿Cambiaría su forma de ver a Intinay el decirles que Eywa lo había guiado hasta él? No, no por ello dejarían de verlo como un extraño y el mestizo había sido más que claro respecto a la distancia que quería seguir manteniendo con los omaticaya. — No es nada que debería poner el grito en el cielo.

    — Ese mismo hombre apuntó un arma de la gente del cielo contra Tarsem, no es sabio confiar en alguien como él. Nada bueno le traerá juntarse con semejante… paria. — la palabra abandonó los labios del anciano cargada de puro veneno.

    Así que aquello era por lo que Intinay prefería mantener su distancia de los omaticaya, el porque su familia se había visto empujada fuera del refugio que ofrecía el Árbol Madre. Las diferencias siempre terminaban por convertirse en motivos de prejuicios y burlas, aquello era una enseñanza ya más que asimilada por T’zira pero era la primera vez que ella no era la víctima de un juicio tan errado de valor. Ella tenía la sangre de los demonios en sus venas pero ¿cuál era el pecado de Intinay? ¿Alejarse de las personas que siempre lo habían hecho de menos? ¿Responder con la misma moneda al acoso sufrido?

    — Cuando necesite opinión alguna sobre mi juicio la pediré, Melokuhle. Hasta entonces cierra la boca, no finjas que tu nieto es todo un mártir. — los ancianos volvieron a alzar la voz en protesta, pero el hombre en cuestión permaneció callado sin objetar de que el comportamiento de su nieto estaba lejos de ser ejemplar.

    — ¡Suficiente, T’zira! Tu juicio es deficiente si no tratas a los ancianos con el respeto que se merecen. — Vokan redirigió de inmediato la dirección del conflicto lejos del mestizo, su preocupación no recaía desde luego en la ilusoria amenaza que este pudiera llegar a suponer a su nieta o a su clan. La Gran Madre sabía que T’zira no necesitaba de influencia ninguna para siempre encontrarse en el centro de los problemas, de una forma u otra. — Actuaste como una insensata, te pusiste en riesgo de forma innecesaria como si tu vínculo con Eywa fuera a protegerte de todos los peligros que alberga el bosque. Ahora ha sido esto, pero qué harás cuando sean los saqueadores de ojos los que te pongan en su punto de mira.

    Entonces los mataré, a todos ellos. Les arrancaré los ojos en vida como ellos hicieron con mis hermanos. Quiso decir, más las palabras no llegaron a abandonar sus labios antes de que una nueva presencia irrumpiera en la carpa. Solo la tsahik de los omaticaya podía permitirse irrumpir en una reunión del consejo sin pedir permiso alguno.

    — Necesito que la Gran Tsahik venga conmigo. Ahora. — su abuela ignoró por completo el caldeado ambiente en el interior del marui, sin recibir desde luego queja alguna por su presencia en su posición.

    — Tendrás que esperar Makena, no he terminado con ella. — dijo Vokan más su mujer no aceptó su objeción, enfrentándose a su pareja.

    — Sus deberes como tsahik no pueden esperar, a diferencia de cualquier desacuerdos que estés teniendo con ella. El bienestar de nuestra gente viene primero. — Ambos compartieron una larga mirada que pareció contarle al otro todo lo que necesitaba saber en ese longevo vínculo que compartían como pareja. Vokan la excusó de inmediato y T’zira no dudó en seguir a la tsahik fuera del marui y fuera de la asfixiante protectividad de su abuelo.

    — ¿Qué sucede? — la mujer la guió en un silencio inusual en ella a través de los entresijos del Árbol Madre, hacia el emplazamiento que utilizaba como sanatorio.

    — Ahora lo verás por ti misma. — en el momento en el que Makena corrió las telas que la separaba de los enfermos y heridos entendió la urgencia de su llamado. Dentro yacía una niña que no aparentaba más de 6 años con la sola compañía de su madre, cuya mirada preocupada no se separaba de su hija. T’zira puso su palma de inmediato sobre la frente de la abatida cría que en su fiebre apenas contaba con la energía para mantener sus párpados alzados. Las enfermedades no distinguían de niños o ancianos y no era precisamente inusual el sentir esa pequeña llama de fiebre en los cachorros, pero los niños omaticaya estaban tan llenos de energía que difícilmente guardaban el reposo requerido para seguir con sus jugueteos. Pero la niña frente a ella se encontraba robada de toda vitalidad.

    Las atokirinas volvieron a arremolinarse alrededor de ella mientras tomaba el rostro de la joven cría sobre su regazo, apreciando sus mejillas hundidas y las marcadas bolsas negras bajo su mirada. Había pocas afecciones que pudieran impactar de forma tan súbita en la energía siempre presente en los cachorros omaticaya.

    — ¿Cuánto tiempo llevas así? — preguntó a la madre.

    — Apenas un día. Al principio no tenía apetito ninguno, pero de repente colapsó y ahora… su fiebre no baja. Tsahik por favor se lo pido, ayude a mi niña. — explicó la mujer en un desasosiego que sólo podía ser experimentado al ver al fruto de su vientre sufriendo. Makena tomó sus manos entre las suyas, más arrugadas y experimentadas que las de cualquier otra na’vi, para tratar de transmitirle un poco de calma.

    — Parece que la niña ha inhalado el polen de la flor syekalyn. Estará bien, solo necesita el antídoto y suficiente descanso.

    Su explicación tenía el suficiente sentido, la syekalyn producía fiebre y fuertes efectos debilitantes de ser respirado grandes cantidades de su polen por lo eran los niños mayoritariamente quienes se veían afectado por este en su curiosidad por su entorno y su constitución más pequeña. No era una enfermedad extraña de ver y estaba lejos de ser difícil de tratar, más había algo que todavía confundía a T’zira.

    — Pero todavía no es temporada de polinización, y la colonia más cercana se encuentra demasiado lejos del bosque como para que los niños se hayan acercado a ella. — le cuestionó a su abuela una vez estuvieron a solas, preparando juntas el remedio para la cachorra. Makena sin embargo no se mostraba tan indecisa en el diagnóstico ofrecido.

    — Son niños, T’zira. — respondió la tsahik continuando moliendo la mezcla de ingredientes en su mortero. — No importa cuán lejos pongas algo de su alcance, se las apañarán para llegar a ello.



    Los días siguientes dentro del clan de la flauta se mantuvieron tranquilos dentro de la bulliciosa rutina de su gente en continuo trasiego. Los traficantes de especies exóticas tampoco habían dado signo alguno de presencia, manteniéndose ocultos luego de las lluvias torrenciales. Las señales mandadas por Eywa continuaban siendo tan ambiguas como siempre, algo un tanto preferible en la ausencia de problemática alguna en los clanes colindantes. Aun así, T’zira había acudido a las comunidades vecinas a las que la noticia del regreso de la Gran Tsahik ya había llegado, acompañada de los guerreros impuestos por Vokan como imposición en la que no habría dado su brazo a torcer. Estaba bien, T’zira podía jugar su parte como una nieta filial durante un tiempo en lo que se calmaban los humos

    El problema de la cachorra intoxicada sin embargo no había encontrado un final tan cercano como había esperado.

    — Su apetito ha regresado y la fiebre ha desaparecido… — le explicó la tsahik dos días después, con sus facciones pensativas.

    — Pero no ha recuperado su energía. — su suposición le ganó un asentir por parte de la mayor. Eso complicaba las cosas pues bien podría ser un efecto secundario de la medicación, en cuyo caso terminaría por desaparecer con el paso de los días pero, ¿y si se habían equivocado en su juicio? Aquella posibilidad abría todo un abanico de posibilidades, cada una con peor pronóstico que la anterior.

    — ¿Qué otra razón podría haber tras tal afección? Tiene que deberse al polen de syekalyn, tiene todas sus manifestaciones.

    — Ambas sabemos quiénes pueden ser los responsables. — su abuela rodó los ojos ante su clara insinuación, aunque no se esforzó en refutarla. Era una hipótesis improbable, pero no descabellada. Al fin y al cabo los humanos iban labrando cada vez unas raíces más profundas entre la población nativa de Pandora. Destruían sus bosques, erguían sus colonias de metal para minar sus tierras, ¿cuánto tiempo más podía tomar el que voltearan sus esfuerzos contra la población nativa, contra los más débiles para más inri? T’zira desde luego no los creía moralmente superiores como para no haber considerado la idea. Habían envenenado su propio planeta, ¿qué podía ser una panda de salvajes en comparación?

    — Eso no importa ahora, lo primero es tratar a la niña. — desestimó Makena con un batir de sus manos. — Podemos probar con un antídoto más potente, tomará algo de tiempo pero es nuestra mejor opción. Iré a recolectar los ingredientes.

    T’zira no dudó ni un instante antes de levantarse, abandonando el sitio tomado junto a su abuela.

    — Déjame hacerlo a mi, seré más rápida y tú ya tienes demasiado entre manos. — aquello no era una exageración, incluso sin la problemática de la cachorra Makena seguía teniendo que atender a otros heridos, entre ellos otros ancianos y embarazadas. Las habilidades de una tsahik nunca dejaban de ser de utilidad dentro del clan.

    — A tu abuelo le sigue sin gustar que vagues sola por el bosque sola. Tu misma lo dijiste, es peligroso.

    — Él no tiene por qué enterarse y no estaré sola, necesariamente. — Makena la miró en busca de puntualización alguna, desde luego lejos de creer que su nieta había tenido un cambio de pensamiento y aceptaría la compañía de la guardia impuesta. — Estaré con Intinay, él conoce el interior del bosque mejor que nadie. — De nuevo con las medias verdades, puede que llegara a necesitar de los conocimientos de Intinay para localizar alguno de los ingredientes necesarios, pero no necesitaba de su protección. Además, no es como si alguien fuera a acercarse a su remoto asentamiento para cuestionar si había protegido a la Gran Tsahik, poniendo su vida en juego por la oh gran sacerdotisa.

    — A ese chico no le gusta precisamente la compañía de los omaticaya.

    — Suerte entonces que no soy una omaticaya, abuela.




    Seykxel respondió de inmediato a su llamado, descendiendo en picado desde las ramas superiores del Árbol Madre, donde las monturas de los cazadores formaban sus nidos. La hembra de banshee soltó un graznido antes de agachar la cabeza para su jinete, golpeando con su cabeza su pecho para pedir por sus caricias. De no ser por su trato con la sacerdotisa, no habría nada más que la separara de sus congéneres salvajes, siendo tan indómita y brusca frente a cualquier otro na'vi o ikran.

    Seykxel no se conformó sólo con las caricias regaladas a su lomo sino que, reparando en el olor de la carne seca que T'zira guardaba en su bandolera, trató de arrebatarselo antes de que tuviera oportunidad alguna de ofrecerlo.

    — Siempre tan ansiosa. — rio, lanzando los trozos de cecina al aire que pronto se vieron capturados por el ave. — Será mejor que te comportes. — le advirtió la sacerdotisa montando su silla, a lo que su ikran solo respondió con un corto graznido antes de que T’zira estableciera el tsaheylu entre ellas.

    La hembra de banshee parecía ansiosa por volar en libertad tras unos sosegados par de días, alzado el vuelo violentamente nada más establecer el vínculo con su jinete. T’zira no trató de frenarla o tranquilizarla esta vez, disfrutando a su vez de sentir el aire revolviendo sus cabellos y la adrenalina llenar sus venas mientras surcaban los cielos.

    Cómo de dichoso se sentiría el ermitaño de ver su casa invadida, de nuevo. De seguro eufórico, pensó con sorna. Había preguntado por él dentro del pueblo, aunque no había mucho en lo que indagar que sobrepasara la superficie. Sus padres habían sido un omaticaya y una metcayina que se habían confinado en el bosque, su hijo había asumido ese mismo aislamiento por motivos que nadie parecía saber y sólo acudía al Árbol Madre con motivos de intercambio, marchándose con la misma rapidez con la que venía. Cosas que ya sabía por su misma boca. Desde luego ni aún en sus cortas visitas había terminado por pasar desapercibido para el resto (algo difícil de conseguir en su lugar reparando en sus tres metros y sus ojos de dos colores distintos). La’ki al menos había parecido más interesada en hablar de su cintura y su profunda mirada de lo que era normal, incluso para la más dedicada de las artesanas o más romántica de las compositoras.

    Quizás se debía a la vida que había construido alejado de los omaticaya, pero cualquier otro macho entrado ya en su madurez habría hecho ojos ciegos a su exilio auto impuesto ante la primera mirada indiscreta por parte de una hembra como la bailarina, la sola posibilidad de poder ser elegidos por ella como su compañero pesaba enormemente en la balanza de un adolescente con las hormonas revolucionadas. Qué se podía hacer, los na’vi eran seres sociales por naturaleza, la tarea de sobrevivir en Pandora daba más que razones suficientes del por qué.

    Las atokirinas no le mostraron el camino hacia el cazador de nuevo, aunque T’zira no necesitó su ayuda para localizar la casa-árbol, escondida a la perfección de los ojos que no la estuvieran buscando en primer lugar. Seykxel descendió para posarse sobre una de las robustas ramas vecinas a la copa del árbol ante el mandato mental de su jinete, soltando un graznido de alerta al reparar en el nido de banshee armado a pocos metros del recibidor del marui más no se acercó a investigar una vez T’zira se bajó de su lomo.

    El ruido causado en su aterrizaje debía de haber alertado el entrenado oído del cazador a estas alturas pero esperaba que aun sin el apoyo visual el mestizo distinguiera la presencia extraña en su recibidor de la de alguno de los muchos depredadores de la zona. Ninguna amenaza potencialmente mortal se tomaría la libertad de golpear la madera que sostenía la estructura de la casa para advertir de su presencia antes de correr las telas de la entrada, asomando su cabeza entre estas. Aunque por otra parte no era como si Intinay pareciera habituado a las visitas.

    No le quedaría otra más que adaptarse a su presencia entonces.

    — Es bueno ver que no has perdido el brazo. — Cómo no lo primero a lo que fue a parar su atención fue al vendaje sobre su hombro más que en cualquier cortesía o permiso, reparando en que no se veía infectado. Quizás luego podía suturarlo y dar por cerrada la herida, pero por ahora veía sabio no amenazar al mestizo con una aguja cuando acababa de allanar su hogar, de nuevo. — Me gusta lo que has hecho con las cortinas. ¿Por qué pareces sorprendido de volver a verme? Nunca prometí que no volvería, lo creas o no estás lejos de ser la peor compañía que podría buscar. Y antes de que me digas que tengo que regresar con los míos, lo que sea que eso signifique, necesito que me devuelvas el favor. — Era un golpe bajo, el querer cobrarle la ayuda cuando el mestizo nunca la habría pedido, por muy estúpido que hubiera sido esa decisión para empezar. Pero le había salvado, y eso tenía que valer por algo sin importar que fueran un par de completos extraños pues no había ninguna otra razón por la que el mestizo tuviera que ayudarla. Él no guardaba obligación alguna con los omaticaya o siquiera con ella en su posición al nunca haberse conectado al Árbol de las Almas.

    — Conoces esta parte del bosque mejor que ningún nativo de seguro, no habrías sobrevivido aquí de no ser así. Necesito que me digas donde encontrar flores de dakteron, lucen como nenúfares comunes pero sus pétalos son casi translúcidos. Crecen en los ríos y lagos de aguas muy pura, cosa que no es tan fácil de encontrar gracias a tus amigos. — dijo acercándose a él. La lista de ingredientes que necesitaba para la medicina de la niña no era tan larga, más sus ingredientes resultaban inusuales. Pero los brotes de dakteron eran no solo difíciles de encontrar en la naturaleza. Crecían sólo en condiciones óptimas y eran sumamente delicadas de manejar, haciéndolos para toda curandera un verdadero dolor en el trasero. Sin embargo su efecto revitalizante valía la pena, tenía que hacerlo. — Juro por Eywa que no te haré hacer nada que te comprometa o perturbe todavía más tu calma de ermitaño, pero necesito encontrarlas.

    Los lagos y ríos que bordeaban el árbol madre o que colindaban con los asentamientos humanos eran disyuntivas completamente fútiles en el continuo trasiego de la primera y el constante polvo y vertidos en el agua de estas últimas. Aun con esas opciones desechadas, los bosques de Pandora estaban abastecidos por toda una red de lagos y pantanos que a su vez se diversificaban en ríos y cascadas de menor caudal. El núcleo del bosque había permanecido como una zona donde ni na’vis ni humanos había establecido colonias, demasiado impredecible y peligroso como para correr el riesgo de vivir dentro de él. Nadie más que Intinay, él era su mejor alternativa para no vagar sin rumbo siguiendo las corrientes de agua hasta dar con la maldita planta.

    La otra opción que tenía a no lograr convencerlo era cobrarse de vuelta su ayuda y dejarlo en el mismo estado en el que lo había encontrado, pero eso no sería muy mensajera espiritual de la Gran Madre de su parte.
  9. .
    Era irónico que fuera ella precisamente quién cuestionase que había de especial en el nuevo elegido por Eywa, cuando se había encontrado en su misma posición años atrás siendo T’zira poco más que un bebé recién nacido. La Gran Madre contaba con un humor cuestionable, nombrando como su elegida a una niña nacida de la relación ilícita entre la hija del líder omaticaya y un caminante de sueños. La voluntad de Eywa era incuestionable y la presencia de las atokirinas envueltas a su alrededor, como si cuidaran del sueño de la pequeña bebé era evidencia clara de su elección. Pero ni la más experimentada del séquito de tsahik reunidas por la insólita situación pudo darle respuesta al por qué la Gran Madre la habría escogido a ella, poniendo tanta responsabilidad en los endebles hombros de un bebé.

    Ni siquiera ella, décadas después, podría dar una contestación certera al mismo interrogante. De todos modos esa no era la cuestión por la que estaba invadiendo el hogar de un completo desconocido. Su legitimidad no era la que estaba a prueba, sino la del enorme macho frente a ella.

    Su urgencia por su marcha era más que justificada, todo el mundo que había conocido a la morena podían dar fé de que ella no habría respondido de una forma tan controlada a una invasión de su privacidad como aquella, sin importar el rango del intruso. Golpear primero y preguntar después, era un método que le habría servido toda su vida. Claro que sus propias preferencias no se traducían en tener intención alguna por respetar los límites impuestos por el más alto.

    — La Gran Tsahik tiene jurisdicción donde sea que la Gran Tsahik se encuentre en ese momento. — dijo. No iba a marcharse sin obtener pista alguna del rompecabeza ofrecido por la Gran Madre, aunque su atención se vio desviada al reparar en el fuerte olor a sangre que comenzaba a inundar el lugar. Lo admitía, la morena había estado tan abstraida en analizar las singularidades del contrario que ni siquiera le había dedicado pensamiento alguno a sus heridas.

    Y vaya heridas, a primera vista no parecía tratarse de ningún peligro inminente contra su vida pero resultaba admirable que aun con la carne desgarrada de su bicep derecho todavía sangrante siguiera pudiendo mantener una conversación con un temple tan cambiado, sin verse terriblemente afectado por el dolor que lo debía de invadir. No, no era admirable sino que increiblemente estúpido. Tanto ella como su abuela habían atendido a miembros del clan con afecciones mucho menores aunque sin duda más quejosos en su pesar que Intinay, y ahora este tenía a una tsahik delante y lo primero que se le ocurría pedirle era que se marchara.

    ¿Planeaba curar sus heridas él mismo? Eso no iba a terminar bien. También debía de reconocerle su cabezonería, y viniendo de T’zira aquello era decir bastante.

    — … La acompañaré en su camino de regreso, es peligroso que vague sola a esta hora de la noche incluso si es usted. — la tsahik no dio un solo paso en dirección a la salida del marui, sin acatar la insistente petición del macho por su marcha. No importaba, solo unos instantes después la entereza de Intinay comenzó a desvanecerse, apenas logrando aguantar su peso contra la pared antes de que sus piernas terminasen por traicionarle. La morena trató de hacerlo reaccionar arrodillándose a su lado y tomando su rostro entre sus manos, pero el macho había sobrepasado su límite perdiendo la conciencia entre sus brazos.

    El peso muerto del robusto cuerpo del mestizo la hizo trastabillar unos instantes antes de estabilizarse en su posición, poniendo toda su atención en el estado del contrario. Su respiración y latido se sentían irregulares y acelerados, pero estaban presentes. Todo un alivio en la seriedad de la situación. Su piel estaba perlada en sudor y caliente, no era solo el dolor de sus heridas o la pérdida de sangre lo que le había hecho caer inconsciente.

    Con cuidado lo dejó acostado en el suelo de la cabaña para inspeccionar la herida de su hombro, no era tan profunda como esperaba aunque sí extensa. Además de que en el lecho de la herida estaban comenzando a formarse unas pápulas cuyo aspecto no era nada favorecedor a criterio de la morena. Esas lesiones sólo podían haber sido provocadas por el veneno de los slinger, este podía ser letal en cuestión de minutos de penetrar en el torrente sanguíneo, motivo también por el que los na’vi impregnaban las puntas de sus flechas con este para darle una muerte rápida a sus presas. Justificaba el porqué el macho se había desvanecido de manera tan súbita, no sería suficiente para matarlo pero si para dejarlo en un estado casi comatoso durante un par de horas, lo que en el bosque de Pandora también era sinónimo de muerte.

    El deber de una tsahik no se limitaba a guiar espiritualmente a los miembros del clan, sino que también actuaba como una curandera, tratando a los heridos y enfermos. De su figura dependía el bienestar de su clan, sin embargo Intinay no pertenecía a los omaticaya como tampoco era parte de los metcayina. Y viendo que había regresado a su casa antes que marchar a buscar la ayuda de su abuela, no parecía sentirse cómodo con el clan del bosque. Ni siquiera había pedido su ayuda al saber de su posición ¿Cuánto tiempo había estado sobreviviendo dependiendo solo de sus propias habilidades? ¿Cuánto tiempo más creía que aquella forma de vivir le resultaría factible?

    No contaba con obligación alguna por tratar a un paria, podía dejarlo ahí y marcharse tan y como él le habría pedido. Pagarle su falta de respeto con la misma moneda, pero Eywa no la había llevado hasta ahí para dejar al mestizo sangrando en el suelo.

    — Skxawng. — murmuró con su mirada clavada en el rostro dormido de macho antes de regalar un manotazo a su mejilla intacta. El golpe no le proporcionó reacción alguna en su inconsciencia. Mejor así. T’zira necesitaba desfogarse de alguna manera y aquella agresión serviría como retribución por sus servicios, por lo menos por ahora. Con un suspiro se preparó para levantar el cuerpo de Intinay, ya había comprobado de primera mano la falta de respuesta por parte del mestizo, lo cual agradecía en aquellos momentos pues la nula ternura con la que lo cargó en sus hombros el pesado cuerpo del macho le habría ganado más que un quejido de su parte. La diferencia de tamaño entre ellos era considerable pero las hembras de su especie difícilmente consideraban aquello un obstáculo, mucho menos T’zira que se enorgullecía de su fortaleza sin tener que envidiar a ningún hombre.

    Dejó el cuerpo del cazador tumbado en la hamaca antes de devolver toda su atención a sus lesiones. Recolocar el hombro del fue cuestión de un certero movimiento, resultando en crujido seco del hueso al volver a encajar en la articulación. El tajo en su brazo había dejado de sangrar con la misma intensidad de antes pero era la herida en el cuerpo del na’vi que requerría de una atención más inmediata. No llevaba con ella todo su arsenal de hierbas medicinales, pero su bandolera contaba con más que suficiente material para salvaguardar la situación y evitar cualquier infección que terminaría por alargar considerablemente todo el proceso de curación. Suturar el trozo de piel alzada estaba completamente descartado hasta que el lecho de la herida estuviera seco, así su primer plan de acción era deshacerse del veneno que cubría la superficie de la herida. El veneno de slinger era singular en su mecanismo de acción, mientras las partículas más pequeñas eran absorbidas a través de los capilares para adentrarse en el torrente sanguíneo de su presa, las moléculas de mayor tamaño iban devorando y deshaciendo la piel a su paso. De ahí las papulas resultantes.

    ¿El método más sencillo para extraer el veneno? Succionarlo. Aun siendo una alternativa cuanto menos desagradable resultaba inofensiva, la tsahik llevó su boca hacia el brazo derecho del macho inconsciente. El amargo sabor del veneno camuflado en el regusto metálico de su sangre. T’zira se lavó sus labios antes de escupir la mezcla de fluidos, fue en el corto trayecto hacia la entrada del marui para rellenar su cuenco con agua de uno de los barriles que descubrió la presa atrapada por Intinay.

    Aquello confirmaba sus suposiciones anteriores, un lanay’ka de aquellas dimensiones no se dejaría matar sin dar una buena guerra antes y en comparación con la gravedad de sus heridas el recluido na’vi podía haber encontrado un destino mucho peor a manos de las afiladas garras del depredador. Debía prestar sus respetos a la vida perdida bajo el equilibrio mantenido por Eywa. Se encargaría de ello más tarde, ahora Intinay era su prioridad.

    Con el veneno fuera de la ecuación pasó a preparar el unguento que aplicar sobre la herida, utilizando un conjunto de hierbas medicinales, harina de semillas de tsyorina’wll y papilla de insectos con la que espesar la mezcla. Todo triturado para obtener una consistencia pastosa que extender sobre una hoja de paywll (su abuela prefería utilizar hojas de espartana al ser más impermeables y duraderas, pero la savia del árbol ayudaría a una mejor cicatrización a su parecer). Envolvió el preparado alrededor de la extensa herida y lo sujetó con la corteza trenzada del episoth. El resto del ungüento lo aplicó en los cortes en el rostro del mestizo abstraído por completo de todo lo que sucedía a su alrededor con sus facciones en calma.

    El necesitado descanso haría el resto, pero para aligerar el efecto de las toxinas que ya habían penetrado en el cuerpo de Intinay terminó preparando un ligero jarabe a base de savia de panopyra. Trató de hacerlo beber sosteniendo su cabeza y vertiendo con suavidad el contenido del cuenco en su boca, pero en su estado desvalido el líquido se escurría a través de la comisura de sus labios.

    — Colabora un poco, ¿quieres? — suspiró, tentada de nuevo a golpearlo aunque se abstuvo de ello en esa ocasión. Hora de probar otro método. Zira bebió del cuenco, alzando con sus manos la barbilla del mestizo uniendo sus labios para pasarle el jarabe en su estado inconsciente, repitiendo el roce dos veces más hasta terminar con la medicación. Tanto su respiración como su temperatura parecían haberse estabilizado por fin, una preocupación menos que atender.

    Aprovechó su estado para apreciarlo con un poco más de detenimiento. Los mestizos eran inusuales de ver pero su existencia no era inaudita, los na’vi miembros de un clan difícilmente penetrarían en el territorio de otra colonia sin una buena razón de por medio. Y la necesidad de un lugar al que pertenecer les disuadía de echar raíces junto a otros miembros de su especie. Todo el mundo tenía un papel que jugar en el clan, desde los cazadores hasta los artesanos y artistas formaban la columna de la comunidad, así que era natural que encontraran su compañero dentro de la misma, que formaran una familia que a su vez nutriera al clan. Una unión entre un omaticaya y una metcayina resultaba difícil de creer en la distancia que separaba a ambas comunidades, así como sus entornos tan opuestos, pero Intinay era la prueba de que una relación como aquella podía dar sus frutos.

    Ojos bicolores. Un físico más desarrollado que el de un omaticaya macho, de hombros anchos y brazos trabajados pero sin las aletas o el tercer párpado de los metcayina. Unas manos y piernas más habituadas a trepar y volar que a nadar, como los omaticaya. Intinay estaba en el limbo entre ambos clanes pero sin pertenecer por alguna razón a ninguno de estos. Una anomalía.

    T’zira suspiró abandonando su lado junto su hamaca, romperse la cabeza tratando de interpretar la voluntad de Eywa no tendría resultado cuando la persona a la que la había guiado esta yacía dormida y exhausta. La Gran Tsahik volteó su atención hacia el cuerpo inerte del slinger en la entrada de la cabaña. En el bosque dejar las cosas a la suerte era una sentencia de muerte segura, e incluso en las alturas de la copa del árbol nada aseguraba de que toda una manada de prolemures o otros depredadores carroñeros se vieran atraídos por la presencia del jugoso cadáver.

    Nadie en su sano juicio se enfrentaría a un slinger macho de ese tamaño con solo un cuchillo como defensa, huir era la opción sensata a fin de evitar daños innecesarios o el terminar siendo presa de las devastadoras garras del animal. Al menos que hubiera algo más que el mestizo estuviera buscando, ¿pero que podía ser tan importante como para arriesgar su vida en un enfrentamiento tan dispar para él? También estaba la hipótesis de que el mestizo era un descerebrado sin instinto alguno de autopreservación, la cual solo cobraba más fuerza en su cabeza. Siendo solo desmentida por el hecho de que un idiota no habría sido capaz de sobrevivir dentro de los bosques de Pandora en completa soledad.

    Su intento por arrastrar al slinger adulto al interior del marui se vio prontamente interrumpido por el ikran parado en las ramas adyacentes del árbol que al reconocer el aroma desconocido en la morada de su compañero se acercó a la plataforma con sus fauces abiertas, amenazante. La morena no contaba con su tridente a mano, y aun así la idea de dañar a la montura elegida de Intinay estaba fieramente rechazada.

    — Mawey, mawey. Tu compañero está a salvo. ¿Ves? — Sin quitar su mirada del animal,T’zira retrocedió para levantar la cortina de cuero de la casa. El banshee se acercó a inspeccionar introduciendo su cabeza, su preocupación por su jinete superando la desconfianza por la presencia de la desconocida. El enorme ave soltó un graznido en la visión de su compañero inconsciente más con sus heridas cubiertas y desprovisto de hedor de su sangre, retrocediendo solo entonces. — Descansa tu también, a ese idiota no le servirás de nada estando tan decaído. — De poco podían servir sus palabras cuando ella no era la na’vi que convertía un vínculo, pero la fiereza en el animal parecía haberse amainado en la confirmación del estado de Intinay, alzando el vuelo fuera de la plataforma.

    El compañero del mestizo no se marchó muy lejos, tomando descanso en su nido formado sobre la casa-árbol, todavía con su mirada puesta en la entrada de la misma alerta de cualquier posible amenaza aun en su mismo cansancio.

    T’zira cargó por fin el cadáver del slinger dentro de la seguridad de la casa, arrodillándose luego junto a este con sus manos viéndose atraídas de inmediato a la herida en su cuello. No había sido un corte certero (dificilmente podría haberlo sido con un cuchillo como arma). No había sido una muerte rápida tampoco, de seguro habría tardado minutos en desangrarse hasta perder la vida, minutos en los que estaba segura de que el animal había seguido batallando con fiereza por el deseo de sobrevivir.

    Los na’vi no cazaban por mero gusto o entretención, no como había escuchado hacían los humanos. La vida de todos los seres era respetada por igual y solo arrebatada como parte de la autosuficiente cadena alimenticia, tal y como hoy se nutrían de la carne de un hexápede, el día del mañana su cuerpo alimentaría la tierra de la que crecía la hierba de la que estos se alimentaban. La vida era incertidumbre pura pero la única certeza es que todos ellos encontrarían su final junto a Eywa en aquel equilibrio mantenido por la deidad y todos los seres vivos bajo su creación.

    Todos los clanes contaban con sus propias costumbres en la que prestaban sus respetos a las presas que con sus vidas alimentaban al clan. En el caso de los omaticaya se encontraba el festival de la caza, en el cual no solo servía como uno de los ritos principales de iniciación dentro de la comunidad, sino que en las celebraciones posteriores se les prestaba devoción a las presas de los cazadores. Los niños portaban tótems y accesorios con motivos de direhorses o prolemures correteando por las celebraciones con el nervioso ritmo de estos, los jóvenes danzaban alrededor de la hoguera con vestimentas que representaban a sus monturas, utilizando plumas y otros materiales reflectantes para ellos. Los artistas tocaban sus instrumentos y alzaban estandartes con las formas características de la cabeza de los hexapedes o la cornamenta de los angtsik. También contaban con canciones en la que se exaltaba la fuerza del cazador y la de su presa por igual.

    Limpiando la sangre y tierra que cubría su anatomía, la tsahik comenzó a entonar una de aquellas canciones de caza. Con su voz apenas alzada sobre un susurro, en una íntima nana dedicada al animal frente a ella, prestando sus respetos a la vida que ya habría encontrado el abrazo de la Gran Madre.


    “Lu nga win sì txur
    Lu nga txantslusam
    Livu win sì txur oe zene
    Ha n(ì)'aw
    Pxan livu txo ni'aw oe ngari
    Tsakrr nga Na'viru yomtìyìng”



    La morena no se encargó de la tarea de despellejar y aprovechar cada pedazo de la presa. No le correspondía, aquello recaía en su cazador y en nadie más, como el último respeto que este podía prestar a la vida arrebatada.

    Con la labor acabada y envuelta en el silencio de la casa-árbol, T’zira se sentó junto a la hamaca de su dueño con su espalda puesta contra la pared y su mirada recayendo en Intinay, sin poder evitar pensar en su “invitación” a que se marchase. Debería regresar junto a los omaticaya, le había prometido a Vokan que estaría de vuelta al Árbol Madre al amanecer y su trabajo ahí estaba terminando viendo que no podía conocer nada más el extraño desconocido al que la habían guiado las atokirinas mientras este estuviera inconsciente. Sí, pero contrario a todo raciocinio la morena llevó sus rodillas contra su pecho, apoyando su rostro en estas para cerrar por fin sus ojos y buscar su propio descanso.



    La morena despertó con los primeros rayos de sol de la mañana, con el cansancio todavía pesado en su cuerpo y sus músculos algo resentidos debido a la posición en la que durmió. T’zira se levantó del suelo tronándose el cuello haciendo caso omiso a los tenues pinchazos de dolor en su muslos, había dormido en condiciones mucho peores en el pasado. Con los recuerdos de la noche pasada todavía frescos en su mente, el primer reflejo de la tsahik fue revisar el estado del cazador.

    Su piel había recuperado su coloración azulada normal, los bordes de las heridas en su rostro ya no lucían tan inflamados y tras revisar el empasto en su brazo no parecía haber ningún signo de infección, aunque una herida como tal tardaría días si no semanas en terminar de cicatrizar. Los signos de fatiga seguían pesando en él, pero era cuestión de tiempo antes que despertara.

    T’zira se concedió a sí misma el permiso de indagar en las reservas de alimentos de la casa, el hambre comenzaba a asentarse en su estómago y no es como si Intinay al despertar estuviera en condiciones de preparar comida precisamente para quien seguía siendo una intrusa en su casa. Así que con todas las libertades concedidas por su propia autoridad, la morena se encargó de encender el fuego para comenzar a calentar en el interior de una olla de barro una poca de leche. Para el caldo en preparación la morena añadió tallos de panopyra, frutos de la planta larva y las grandes semillas de los cardos del bosque.

    No todo fue tomado de la reserva del solitario na’vi, T’zira también añadió a la mezcla alguno de los hongos recolectados en su última salida cuya utilidad se extendía más allá del campo médico para darle una consistencia más cremosa al caldo en cocción.

    Estaba terminando de trocear las últimas especias cuando el rechinamiento de la hamaca tras ella hizo que sus orejas se levantasen, percatándose de que el macho había recuperado por fin la consciencia. Zira no volteó a verlo, continuando con su labor de picar los estambres de lirio trenzado aun con su atención puesta en cualquier gruñido o susurro de incomodidad del maś alto.

    — ¿Se quedó toda la noche? Yo… Lo lamento. Normalmente no me comporto como un idiota con quienes acabo de conocer.

    — Por algún motivo dudo de que eso sea verdad. — respondió con una sonrisa que escapaba de la vista del mestizo na’vi, guardando su cuchilla en la funda atada a sus caderas. — No te levantes de una. — su orden sin embargo se vió ignorada por completo, pues el haberse desmayado hace apenas un par de horas debido al cansancio y la cantidad de sangre perdida no parecía ser suficiente motivo para limitar su actividad a ojos de Intinay, quien sin un solo segundo de dilación comenzó a despellejar a su caza de la noche pasada.

    — Debería volver con los suyos, la estarán buscando.

    — Por qué debería de escuchar tu consejo cuando tú ignoras el mío. — Con todos los ingredientes ya en la olla cociéndose la tsahik se dedicó a observar la espalda del cazador, en la forma en la que sus músculos se contraían en cada experto corte sobre la piel del animal. Aun en su concentración el continuo mecer de su cola evidenciaba que no era completamente indiferente a la presencia de la morena en su espacio. — Comparto las mismas obligaciones con los omaticaya que tú Intinay, ninguna. Si andan buscándome entonces eso es una pérdida de tiempo y esfuerzo de su parte. — aquello era solo una mentira a medias, si bien Zira no formaba parte de ningún clan al contar con el favor de la Gran Madre, como su máximo emisario en el mundo terrenal, su seguridad seguía siendo una competencia que traía a los clanes de cabeza. Sus raíces estaban con el clan de la flauta, más la tsahik habría rechazado todo séquito emitido por este o integrado por guerreros de otras tribus, y aun en la creciente amenaza que asediaba al bosque T’zira no pensaba ver su libertad limitada en la presencia de terceros siguiendo cada uno de sus pasos.

    — Mis heridas fueron productos de un enfrentamiento con él. Solo tenía mi puñal a la mano, así que hice lo mejor que pude. Me disculpo si te dí problemas.

    — Solo tu puñal, ¿quieres decir que sueles utilizar las armas de la gente del cielo para ello? — preguntó, quitando la mirada de él durante unos momentos para centrarla en aquel espacio en la casa-árbol dedicado a su armamento. Era extraño que un na’vi fuera contra los principios de Eywa al utilizar las armas de metal de los humanos, pero todavía más extraño resultaba que el mestizo tuviera el acceso a estas armas como para tener una buena cantidad de estas en su pared, en tan buenas condiciones que asumía que sus conocimientos sobre estas sobrepasaba el cómo utilizarla. — Usé una en una ocasión, se sintió bien el poder liberar tanta violencia con solo un movimiento de mis dedos, aunque no esperaba que tuviera tanta fuerza de tracción. Puedo entender porque los alienígenas les guardan tanto… cariño. — dijo con cierto recelo. Amor, no creía que los humanos pudieran sentir un sentimiento tan puro como aquel. Quizás obsesión o encaprichamiento intenso, como el que experimenta un niño por los juguetes de sus amigos, de ser así no habrían tomado tanto de su Gran Madre que esta los había abandonado por completo.

    Quizás su corazón estaba hecho del mismo metal con el que tanto adoraban construir sus armas y viviendas, el mismo metal por el cual habían surcado a lo largo del firmamento hasta llegar a Pandora.

    — Pudiste haberme dejado. — la voz del macho apenas se alzó por encima de un susurro, tomando por fin asiento a su lado. Intinay era bastante alto, aquel hecho era lo primero que había pensando de él, incluso en los estándares de los machos na’vi pero la curiosidad infantil que llenaban sus ojos puestos en ella lo hacía ver más joven y menos intimidante de lo que era en apariencia. Siendo tan transparente en sus emociones que resultaba entrañable en cierta medida.

    — Podría haberlo hecho, sí. — Pero no quise hacerlo. Eran palabras implícitas que quedaban sin decir pues eran obvias en su naturaleza, podría y debería haberse marchado de regreso al Árbol Madre pero había permanecido a su lado. — Por ese mismo principio tampoco tenía porqué haberte ayudado, pero lo hice porque quise. No trates de buscarle un mayor significado donde no lo hay, necesitabas ayuda y te la preste.

    — Tienes... cinco dedos. — sus palabras se vieron interrumpidas al notar como la mirada bicolor de Intinay descendía de su rostro hacia sus manos, el siseo que nació en su garganta siendo un acto reflejo a esas alturas, una amenaza a cualquiera de que cualquier comentario sobre sus orígenes se ganaría un puñetazo por parte de la Gran Tsahik. Pero Intinay no dijo nada, sino que sonrió.

    Su sonrisa no guardaba rastro alguno de burla o desprecio en ella, sino que parecía genuina de una manera que la tsahik nunca habría sido capaz de predecir. Aquella reacción era… inusual, Kitay habría respondido de una manera similar al reparar en su meñique, pero él solo había sido un niño desprovisto de todo prejuicio injustificado, y durante toda su vida aquellos rasgos singulares en ella solo le habían ganado el recelo y las mofas de terceros, incluso con la bendición de Eywa impuesta en ella. Así que una respuesta positiva a su sangre impura la dejó en blanco durante unos instantes.

    Fue una acción impulsiva por parte del macho, pero la visión de sus manos juntas, tan diferentes entre ellas y del resto, resultaba fascinante. Pero tan pronto como llegó ese contacto este se dió por terminado en la rapidez con la que Intinay se separó de ella, como si el roce les hubiera quemado a ambos.

    — Deberíamos comer. — el cazador le tendió una de las brochetas de carne en un inutil intento por ocultar su nerviosismo, aunque por primera vez Zira tenía que darle la razón. Mismo motivo con el que tras apagar el fuego, la morena le sirvió un cuenco del caldo preparado al más alto.

    — Tómatelo, ayudará a que te recuperes más rápido. — Había preparado más cantidad de la necesaria para dos personas, anticipándose al apetito con el que debía de contar Intinay luego de haber dormido durante tantas horas, llenando el recipiente tendido al contrario por completo.

    Ambos devorando su comida con gusto, aunque entre los hambrientos bocados a su trozo de carne pudo atrapar algunas de las quedas miradas de su paciente sobre ella. ¿Seguía acaso curioso por aquel nuevo descubrimiento sobre la sangre que corría por las venas de su acompañante? Era difícilmente una noticia que no estuviera tan extendida como su misma posición como Gran Tsahik, pero para un na’vi que parecía haber vivido gran parte de su vida en reclusión entendía que se tratase de una novedad jugosa. Los mestizos ya eran escasos de por si, pero aquellos con sangre de demonio eran ínfimos, y por buenas razones.

    — Mi padre era un caminante de sueños, el meñique fue todo lo que me dejó por herencia, algo bastante inutil si me preguntas. No tiene ninguna utilidad en particular. — Zira alzó su mano libre frente a Intinay, batiendo aquel apéndice extra para su entretención. — Mi madre sí que era na’vi, una omaticaya con poco más que destacar que un gusto cuestionable para los hombres. — No dijo mucho más porque no había más que decir sobre sus padres, no los había conocido y tampoco había tenido el interés suficiente para cuestionar constantemente por ellos, aunque sus abuelos añoraban la hermosa voz de su hija y hacían hincapie en su parecido con ella. La Gran Madre se la había mostrado durante su tsaheylu, y aunque la fluidez de su voz al cantar era cierta la belleza de T’kshvi era mucho más dulce y cercana de lo que su hija podía llegar a ser. Si le había compartido tal información tan nímia se debía solo a que no le ataba nada a él así como su aparente falta de malicia.

    — Vives aquí desde que eras un niño, ¿verdad? Esta casa se siente demasiado grande como para haber sido construida para una sola persona. — No preguntó por sus padres, la respuesta era demasiado obvia en un pequeño vistazo al lugar. Una sola hamaca. Juguetes ya dañados por el paso del tiempo. Una casa vacía. Ningún na’vi en su pleno juicio elegía vivir en la soledad del bosque entre todos sus peligros, pero eso no significaba que no existiesen circunstancias que pudieran empujarlos a tomar tal decisión.

    Con su comida terminada la t’sahik volvió a recordar la distancia que la separaba del macho, con la atención puesta en el empaste alrededor de su brazo deshaciendo este para inspeccionar cómo seguía la herida bajo este. Su ceño se frunció de inmediato, tal y como había esperado la lesión había vuelto a abrirse luego del movimiento constante de su portador, sangrando aunque esta vez de forma controlada.

    — Es un milagro que hayas logrado sobrevivir solo, y no lo tomes como un cumplido porque no lo es. — dijo con dureza, trabajando en reparar el vendaje por segunda vez. El peligro de una herida como tal ya había pasado mayormente, pero si Intinay no guardaba el reposo requerido y esta seguía abriéndose entonces esta tardaría horrores en sanar. Ni hablar del riesgo de que esta se contaminase. — Podrías haber perdido el brazo, las hierbas medicinales que tienes no te habrían servido de nada para deshacerte de los efectos del veneno y habrían hecho poco contra la infección que de seguro te habrías ganado. Podrías haber muerto lenta y dolorosamente, eso si algún depredador no te hubiera encontrado antes y te hubieras convertido en su indefenso desayuno. — Podía resultar extraño hablar pronóstico tan desmoralizante como aquel en medio de una comida pero la tsahik y su estómago ya estaba más que curados de espanto a aquellas alturas, y su papel como curandera prevalecía por sobre el apetito de su paciente.

    No lo estaba subestimando tampoco, no cuando su mera supervivencia en solitario en el bosque era prueba suficiente de sus habilidades, pero Pandora era impredecible y un solo momento de debilidad podía ser fatal.

    T’zira lo tomó del rostro obligándole a enfrentarla y aprovechando la cercanía para echarle un último vistazo a los cortes de su rostro, los cuales se conservaban a la perfección teniendo en cuenta las circunstancias. Los ojos de la morena se suavizaron por fin, soltando su mentón solo unos segundos después para cerrar de nuevo su apósito natural.

    — ¿Por qué no irías junto a la tsahik de los omaticaya de inmediato? Incluso cuando estabas perdiendo sangre. Ella no te habría negado su ayuda, aunque sí que te habría sermoneado durante todo el proceso. Lo sé, ella es mi abuela. Vokan tampoco te había dado la espalda.

    Lo estaba intentando pero no lo comprendía, ¿por qué alguien asumiría voluntariamente la vida en aislamiento siendo tan joven? ¿Por qué confiar en los humanos y sus invenciones? ¿Por qué Eywa le había elegido a él cuando nunca habría hecho su primera comunión con la Gran Madre siquiera? El fascinante mestizo era todo un enredo de hilos que no sabía si terminarían de llevarla a algún lado.

    Se calló por completo el consejo de que no se excediera en su actividad física a sabiendas de que sería ignorada, tampoco es que el na’vi contase con una comunidad en la que apoyarse en momentos como aquellos. Su supervivencia dependía únicamente de si mismo. La otra opción que quedaba para que su herida no siguiera abriéndose ante cualquier esfuerzo desmedido era suturarla, pero tampoco es como si Intinay contase con los materiales necesarios para ello en su cabaña. T’zira chasqueó su lengua, cuestionandose de nuevo cómo el hombre frente a ella había conseguido sobrevivir hasta la edad adulta.

    Harta de no hacer nada, la tsahik se irguió ágilmente del suelo en un solo movimiento abandonando el lado de Intinay para recoger las pocas pertenencias que había traído con ella en aquel viaje, terminando por volver a tomar en sus manos su tridente ya marchándose hacia la entrada de la casa.

    — Antes me preguntaste porque me quedé cuando podía haberse marchado, pues fue porque me dio la gana hacerlo. Si de verdad quieres compensarme por mis servicios, asegúrate de cuidar bien de tu brazo. — volteó a decir, sosteniendo la cortina que separaba el interior de marui del recibidor. — Volveré junto a los omaticaya, pero no antes de recoger las hierbas medicinales que necesitarás para cuidar tu herida. Así que tienes dos opciones, o te quedas aquí como toda persona racional haría en tu estado o vienes conmigo y aprendes que plantas tomar para la próxima vez que estés a punto de perder una extremidad.

    T’zira no esperó a ver si la seguía o no antes de descender de la copa del árbol usando una liana, ni siquiera se preocupó de ver si con su herida era capaz de seguirle el ritmo. Si en algo había tenido razón el otro mestizo era en que la tsahik no contaba con un minuto que perder y no pensaba quedarse sentada un segundo más.

    QUOTE
    Traducción canción de caza:
    "Eres rápido y fuerte
    Eres sabio
    Yo debo ser rápido y fuerte
    Así que solo
    Solo si soy merecedor de ti
    Alimentarás a mi gente."
  10. .
    Durante décadas los biólogos marinos enviados desde la Tierra habían tratado de investigar el sinfín de criaturas y misterios que albergaban los océanos de Pandora, todo conocimiento adquirido abriendo decenas más de interrogantes sobre el salvaje y desconocido ecosistema. Entre aquellos interrogantes los tulkuns parecían ser uno de sus predilectos, similares a las ballenas ya extintas pero mucho más inteligentes, muchos más emocionales que ninguna otra forma de vida de su planeta.

    La naturaleza pacífica de aquellos gigantes marinos ayudaba a facilitar sus investigaciones, y tristemente su caza, su migración anual sin embargo continuaba siendo una cuestión que los traía de cabeza. En la Tierra los diversos grupos de ovíparos, cetáceos o mamíferos contaban con un movimiento migratorio equiparable. Normalmente a consecuencia de su temporada reproductiva o en busca de alimento en climas más cálidos.

    El ciclo migratorio de los tulkuns sin embargo no se regía por tales leyes, a través de los años habían investigado si el regreso de estos al lado de sus hermanos espirituales era causado debido a cambios en el la composición del sedimento en el fondo marino, al cambio de la temperatura o de las corrientes oceánicas o incluso a la presencia de otros especies depredadoras. Nada, incluso con el equipo tecnológico más avanzado no habían conseguido predecir o encontrar patrón alguno en sus movimientos, clasificándolo como otro de los muchos interrogantes de Pandora.

    El principal error cometido por los científicos tanto en aquella como en tantas otras investigaciones era tener la pretensión de que los principios que regían en la Tierra sirvieran también para encapsular el salvaje mundo de Pandora, reduciéndola a un conjunto de principios y teoremas. Aquella alejada luna no entendía de sus reglas, y mucho menos lo hacian las criaturas que vivían en ella.

    El fuerte vínculo existente entre las Tsahik y Eywa hacia que una de las tareas de sus líderes espirituales dentro de los metcayina fuera el vaticinio del regreso de sus hermanos tulkuns, así como la posterior comunión con la Gran Madre de los bebés na’vi y las pequeñas crías de tulkun nacidas durante aquel periodo de separación. T’zira no sabía cómo ponerlo en palabras, la voluntad de Eywa difícilmente podía expresarse más allá de un sentir, único y diferente para cada Tsahik. La epifanía por el regreso de los tulkun se había sentido para ella un tamborilear rítmico en la boca de su estómago, una delicada calidez que había ascendido por su anatomía envolviendola y un sentimiento de añoranza efímero que se había marchado tan pronto como había venido.

    Incluso la Tsahik del clan no podía proporcionar una estimación exacta de cuando llegarían sus hermanos espirituales, Eywa era caprichosa en aquel sentido, aquella labor quedaría en mano de los avistadores. Pero la anticipación ferviente podía sentirse entre su gente, comenzando con los preparativos para recibir a los tulkuns. Las pieles que formaban sus maruis luciendo las pinturas de aquellos gigantes marinos, algunas más detalladas por los ancianos o adultos del clan mientras que otras mucho más rudimentarias siendo obra de los pequeños metcayina.

    Cuando había llegado al archipiélago de islas que conformaba que comprendía al clan metcayina guiada por aquel llamado la anticipación de los nativos era casi palpable en su bullicio. La tsahik, Hokulani, era una una mujer con un temple tan sosegado como la brisa que batía las olas en la orilla del mar, el respeto hacia ella venía impuesto más allá de su posición ostentada ya desde un par de décadas aunque la sabiduría tras sus ojos hacía pensar que la mujer había estado en la isla desde los tiempos de las primeras canciones. Cuando solo era una niña T’zira había aprendido bajo su mando como el de cualquier otra Tsahik o Olo’eyktan, había aprendido a leer la voluntad de Eywa en el rugir de las olas rompiendo sobre la costa, había aprendido que corales contenían en su núcleo un veneno paralizante que en la proporción correcta podía ayudar a poner alto al dolor. Hokulani era una curandera extraordinaria.

    Pero no estaba ahí para ayudar a tratar con ninguna nueva tromba de heridos, no. Hokulani había relegado en ella la tarea de tatuar a los nuevos guerreros del clan, mientras ella finalizaba los preparativos para la comunión con el Árbol de los Espíritus subacuático.

    Los tatuajes de los metcayinas eran realizados por la líderes espirituales y con motivo de conmemorar los grandes logros entre los guerreros y guerreras del clan. El primero de ellos siendo al haber pasado su iniciación como adultos miembros del clan, y por costumbre era ofrecido a su hermano o hermana espiritual. Tanto el diseño como la localización del tatuaje quedaba al criterio de la Tsahik, realizado con tinta de animales autóctonos. Los tatuajes narraban la vida del guerrero y por lo tanto era de esperar que el pequeño tumulto de jóvenes iniciados estuvieran ansiosos por recibir tal orgullo.

    Claro que parte de ese entusiasmo se desvanecía al comenzar con el doloroso y largo procedimiento, donde el golpear de dos huesos finamente tallados de ilu depositaba la tinta sobre la piel. Era más sencillo dominar la milenaria técnica pasada de generación en generación que aguantar los gimoteos contenidos entre dientes por parte de los nuevos y orgullosos “guerreros” del clan.

    — Quédate quieto. — le ordenó al jovén metcayina que tenía por lienzo, trabajando su pectoral. Como sus compañeros había acudido con una sonrisa llena de confianza, pero tras tres horas cada golpear de la improvisada aguja le ganaba un nuevo temblor, enlenteciendo todavía más aquel complejo proceso. A pesar de la advertencia de la Tsahik el nuevo golpe contra su anatomía le gano un nuevo quejido. — Hablo en serio, no creas que no puedo hacer que esto duela más.

    Cinco día había tomado dejar la primera imprenta de madurez en los adultos recién iniciados del clan, solo ayudada por la presencia de la tsakarem de los metcayina, Hahona la cual no parecía haber pasado por su mismo rito de madurez hace más de un par de años. Su carácter tierno y aprensivo había sido sorprendentemente divertido de molestar al bromear con que el siguiente tatuaje a realizar estaría por completo a su cargo como aprendiz. Casi temiendo que llegaría a desmayarse en la presión impuesta. Con la tarea terminada, la Gran Tsahik habría sido más que bienvenida a pasar esos días siguientes entre el clan del arrecife. Pero T’zira no se había permitido ningún descanso posterior, debía retornar al bosque junto a los omaticaya. No tenía muchas pertenencias que alistar así que su despedida hacia los líderes del clan marino no se atrasó más allá del amanecer.

    — Es una pena no poder tenerte con nosotros más tiempo, pero no podemos acaparar toda la atención de la Gran Tsahik. Eywa ngahu1. — aun en sus casi tres metros y medio y la enorme complexión que caracterizaba al Olo’eyktan de la tribu marítima, Kaihautu contaba con un humor bonachón y una estridente risa que hacia imposible no contagiarse de parte de aquella alegría, sirviendo como una cualidad más del virtuoso jefe.

    — La voluntad de la Gran Madre me guiará a vosotros cuando llegue el momento. Eywa ngahu ma Kaihuatu. — se despidió del mayor en un fuerte apretón a su antebrazo tatuado, su atención recayó de inmediato en la Tsahik parada a su lado. Era habitual que la guía espiritual de la tribu y el líder de la misma estuvieran emparejados, era una forma más de unificar el liderazgo del clan, no era un requisito desde luego. Hokulani era nada más y nada menos que la madre de Kaihautu, asentando todavía más el respeto del guerrero por ella en los lazos sanguíneos que compartía y la antigua posición que ostentaba.

    — Algo te mantiene sin descanso, hermana. — lo había notado durante su estancia, la sombra que parecía haberse asentado sobre la figura de Hokulani, aquella pesadez invisible sobre sus hombros, el ensombrecimiento en la mirada de la Tsahik. Y por el repentino alzar de sus orejas podía intuir que no se trataba de una simple ilusión de su parte.

    — El cansancio no es algo a lo que sea inmune a mi edad, me temo. Nada que deba retener tu partida, T’zira. — explicó la anciana, fuera lo que fuera que acongojaba a la mujer esta no estaba dispuesta a compartirlo y la omaticaya no iba a presionarla por una respuesta. Quizás solo se trataba de un mal presagio, solo el futuro desvelaría la realidad tras tal sentimiento.

    Tras haberse despedido de ambos T’zira finalmente marchó a la costa, llamando con un silbido a su ikran. Seykxel siempre andaba cerca, volando en las proximidades a la espera de su llamado y como su compañera parecía haberse adaptado al cambio de ecosistema del bosque al mar, disfrutando de robar algún que otro pescado de las redes tendidas por los metcayina con ingenio. Aun asi los nativos habían aprendido a no molestar a la banshee en su curiosidad en el nulo reparo de la hembra a morder cada mano que se le fuera ofrecida. Antes la caricia de T’zira, sin embargo; el animal se mostraba completamente dócil dejándose montar por esta.

    Tomó unos minutos cargar todas sus provisiones en los bolsos pendientes en los laterales de su silla. El trayecto hacia el Árbol Madre tomaría alrededor de 8 horas así que no necesitó de abastecer demasiada comida o agua para el mismo, al menos aprovechó el viaje para reponer materiales que solo podía encontrar en el archipielago como lo eran los colmillos del pez alicate, los tentáculos del coral cola de abanico (a su juicio servían mejor para conseguir la reabsorsión de los hematomas que el jugo de yovo) y la carne del pez raya, toda una delicia dentro de los estándares metcayina y que sin duda sería recibida con gusto entre los nativos del bosque.

    — ¿Ya te marchas? Creía que te quedarías para el regreso de los tulkuns. — Kitay la sorprendió en aquellos últimos preparativos a su marcha, con esa sonrisa relajada que parecía tan adherida a su rostro como el tatuaje que cubría su barbilla.

    — No esta vez. Tengo que hablar con Vokan.

    Tenemos, hazme sitio. — anunció de inmediato el explorador antes de tratar de montar sobre Seykxel viendo su intento frustrado por la dentada que el ikran dio en su dirección. El metcayina alzó ambos brazos en señal de rendición dedicando una mirada implorante a T’zira para que controlase el indómito genio de su hermana espiritual, la mujer se limitó a regalar una caricia en el lomo de su montura, casi como si la andara premiando antes que reprenderla.

    Kitay era toda una anomalía dentro de su propio clan, y sin embargo era respetado como algo más que uno de los hijos del Olo’eyktan, más que un guerrero entre las filas de su gente. No, lo cierto es que las habilidades de caza del metcayina no eran particularmente destacables como tampoco lo era su fuerza. En tiempos de paz, quizás el macho habría sido objeto de las burlas y críticas por parte de otros jóvenes cazadores en constante flujo de testosterona que lo hacía competir en los aspectos más nimios. Pero para la suerte del Kitay contaba con una inteligencia sin rival alguno entre las tribus marítimas (incluso entre los na’vi del bosque se atrevería a decir), capaz de anticiparse a los movimientos del enemigo aun en su tecnología sin igual y operar con el menor número de bajas en sus activos. Siempre con un plan de repuesto, siempre atento a las sorpresas que albergaba el campo de batalla. El metcayina valía más tras las filas que el encabezando estas.

    Sus cualidades y la cercanía que compartía con T’zira no quitaba que Kitay fuera todo un bicho raro a sus ojos. Una primera impresión que no había cambiado desde que lo conoció en su llegada al clan marítimo cuando solo tenía 6 años. El por entonces aniñado metcayina no se había limitado a observarla con el miedo o la extrañeza colmando su mirada, o se habría burlado de sus orígenes o de la sangre de “demonio” en sus venas, no. Kitay se había acercado a ella y había tomado su mano, fascinado en la visión de sus 5 dedos. Su curiosidad no fue bien recibida por la mestiza, la cual le pegó un puñetazo que lo dejó tumbado sobre la arena a una velocidad que no le permitió procesar lo que había sucedido.

    Pero como hijo del Olo’eyktan que era T’zira difícilmente podía librarse del niño que había adquirido el interés por molestarla. Kitay siempre tenía algo que contar sobre los humanos, algún cachivache extraño de estos que hubiera sido tirado por los exploradores. Nunca lo había entendido pero el metcayina parecía fascinado por los alienígenas y su cultura. Habían crecido en relativa cercanía y era solo al tatuado a quien le permitía tales concesiones. La Tsahik nunca había conocido familia alguna, y por lo mismo no había echado en falta una pero lo que sentía por el metcayina sería asemejable al cariño (y ocasional molestia) que cualquier otro sentiría por un hermano.

    — Cuidado con donde pisas, skxáwng. — T’zira le tendió la mano, ayudándolo a subir sobre Seykxel tras de ella, la hembra trató de morder la robusta cola del explorador durante su subida pero de otra forma no parecía irritada en el peso extra sobre ella. — No me hago responsable si terminas cayendo en picado. — su advertencia lejos de asustar a Kitay le hizo soltar una risa.

    — ¿Te refieres a un accidente o me botarás tú? — quizás si era cierto que cuando eran solo unos niños la guerrera lo había arrojado de su montura, harta de escuchar sus gimoteos temblorosos de como la omaticaya volaba demasiado rápido. Zira no vio problema en ello, a fin y al cabo lo dejó caer al océano y no hubo daño alguno que lamentar. La pequeña conversación entre el par de amigos fue interrumpida por otros dos jóvenes metcayina, creía que solo habrían acudido para despedir al hijo del jefe pero su insistente presencia sugería lo contrario.

    — Te veo, Gran Tsahik. El Olo’eytan nos ha encomendado protegerla durante su viaje. — la gruesa voz de Kokum se alzó, comandante y segura. Hijo de un guerrero prominente de su clan el joven había sido criado en la idea de que formara parte de la guarda exclusiva de la omaticaya de origen. Incluso habría conseguido domar a un ave marina (parientes próximos de las banshees) para la tarea, pero en sus 24 años la hembra había negado una y otra vez la necesidad de guardia alguno, mucho menos un jinete de tan mediocre como él. Tal opinión no habría cambiado.

    — Tonterías solo me retrasaríais, no he accedido a cuidar de más de un bebé metcayina. — se limitó a responder, el “bebé metcayina” en cuestión quejándose por tal apelativo tras de ella. Su mirada ni siquiera estaba puesta en sus acompañantes, realizando una última revisión de llevar todo lo necesario en las bolsas de sus monturas.

    — Insistimos en que… — intervino el otro guerrero presente, dando un paso más hacia la Tsahik que se vio respondido de inmediato con el reverso de su tridente contra su pecho, imponiendo una distancia entre ellos. No era un gesto amenazante como tal, sino una advertencia de no cruzar la línea impuesta y sin duda ambos machos preferían estar frente al revés de su tridente que frente a las tres puntas afiladas de este. T’zira podía ser conocida por contar con la bendición de la Gran Madre, evidenciada en la forma en la que los espíritus del bosque seguían su figura pero secundario a su profunda conexión con Eywa, su bravura y habilidad con la lanza ya había sido probada en incontables ocasiones.

    Los metcayina valoraban la fuerza por sobre todo, tanto su respeto como admiración se ganaba a través de esta y los méritos propios. No eran un clan particularmente conflictivo como la gran mayoría de los na’vi pero su jerarquía se regía fuertemente por la autoridad que solo la fuerza podía comandar. Y si ella como foránea y portando la sangre de los demonios en sus venas había sido capaz de contar con la consideración y posterior respeto por parte de su gente se debía más a la fortaleza que había desarrollado bajo las enseñanza de su líder que a su posición como Gran Tsahik. La desconfianza en una desconocida estaba justificada pero T’zira había aprendido sus costumbres, sus ritos y dominado las técnicas de sus guerreros, si alguien buscaba desacreditarla sabían que el enfrentar su tridente era un destino factible.

    Había una fina línea entre el respeto y el miedo y Zira no contaba con cuidado alguno a la hora de extrapolar en ambos hemisferios. Ambos machos mantuvieron la mirada puesta en ella, sin retroceder en la orden dada por sus líderes pero con sus orejas batallando por mantenerse alzadas y el fugaz desliz de su mirada hacia la punta de su tridente evidenciandno lo nervioso que se encontraban ante ella.

    — No haremos ninguna parada en el camino. — anunció, bajando su tridente para acomodarlo en su silla y luego de enderezar su visor conectó el tsaheylu para alzar el vuelo de inmediato, sin esperar a que sus escoltas tomaran sus monturas.

    No cumplió con su palabra, terminaron haciendo dos descansos antes de poder divisar el Árbol Madre en la fatiga que se apoderó de sus acompañantes metcayina, no los culpaba aunque se lo había advertido desde un principio. No estaban acostumbrados a sobrevolar el cielo, no contaban con la técnica adecuada para que sus músculos no se agarrotaran tras las horas de vuelo y su físico, más desarrollado que el de un omaticaya también era menos aerodinámico. Poderosos guerreros en el agua, pero no rápidos jinetes en el aire. Mientras sus monturas descansaban, la Tsahik aprovechó para rebuscar en su bandolera hecha de piel de hexápodo un pequeño recipiente con savia de espartana, botándolo en dirección de los guerreros instruyendoles colocar un par de gotas bajo su lengua. La amargura del líquido deformó de inmediato sus facciones en unas de puro asco, pero era la mejor forma de librarse de su fatiga para hacerle frente al último tramo de su viaje.

    El sol estaba poniéndose por el horizonte cuando por fin entraron en las profundidades, divisando su destino como el más majestuoso y masivo árbol que se alzaba por sobre todoS en medio de aquella selva. Seykxel, impulsó sus alas con más fuerza en el aire ante la familiar visión, ansiosa por el descanso y comida que le esperaba en la cima del mismo, su jinete acarició su cuello instandola a calmarse debido a las náuseas que se estaban apoderando del metcayina agarrado a ella durante el “animado vuelo”.

    Sus banshees fueron descendiendo en su vuelo, aminorando la velocidad hasta aterrizar en la entrada del clan. Los avistadores debían haber dado la voz de su regreso pues al bajar de su montura ya había una pequeña multitud concentrada, mirando entre sorprendido y fascinados al séquito forastero que había traído T’zira de su último viaje. Las mujeres jóvenes parecían ser las más felices de tener aquellos inesperados invitados, comentando casi con descaro sobre sus fuertes brazos y anchos hombros. Y como si la noticia de su regreso al bosque hubiesen llegado a la misma Eywa, las atokirinas también acudieron a darle la bienvenida. Un par de aquellos puros espíritus se posaron en sus hombros, casi como si del cálido abrazo de un amigo que llevaba sin ver un par de lunas se tratase, casi dos decenas de estas invadieron el interior del Árbol Madre iluminándolo en su tierna fosforescencia.

    Las exclamaciones no se hicieron esperar entre los nativos en aquella manifestación de la existencia de su venerada deidad, espíritus que solo se mostraban en contadas ocasiones y que sin embargo seguían a T’zira desde su mismo nacimiento, envolviéndola en su luz. La Gran Tsahik, elegida por la Gran Madre que a todos recibía en su seno. Toda la atención estaba puesta en los recién llegados, intercambiado los debidos respetos. Los más pequeños apenas conteniendo el impulso de toquetear las fuertes colas de los foráneos del clan o de corretear tras las atokirinas que la rodeaban, mientras que los ancianos permanecían alejado del inusual bullicio observando este en un júbilo más controlado.

    — Gran Tsahik, el olo’eyktan ya está avisado de su regreso. —Jumaane fue el primero en abrirse paso en la multitud hasta ella, con una sonrisa nerviosa en sus labios y sus hombros orgullosamente alzados. Su mirada solo se desvió un instante de su persona para lanzar una mirada de menosprecio hacia Kitay, quien apenas comenzaba a recuperar el color en su rostro luego de posar sus pies de nuevo sobre la tierra. Oh. — Permíteme que te ayude — apenas un par de metros tras el guerrero un grupo de machos tan jóvenes como él se andaban con la mirada puesta en ellos, divertidos y expectantes por ver si su amigo era aceptado por T’zira en su acercamiento o era rechazado por ella, de nuevo.

    — Claro. — las orejas de Jumaane se alzaron repentinamente al ver la dulce sonrisa que le dirigió la hembra. Su alegría duró poco al tenderle la morena las bolsas de su montura. El peso que tan ligero se veía al cargarlo T’zira le hizo bajar sus hombros al botarlo en sus brazos, el resto de machos todavía atentos estallaron en risas. — Carga con esto. Ten cuidado, son presentes para la Tsahik. — la diversión en su rostro era tan evidente como el orgullo malherido del cazador, pero la omaticaya no prestó más atención a este cuando el respetado líder de los nativos del bosque hizo acto de presencia.

    — Te veo, Vokan. Te veo, Makena.— se llevó las yemas de sus dedos a su frente descendiendo estas con suavidad, el trío de metcayina tras ella ofrecieron sus respetos a la pareja de líderes de la misma manera.

    — Te veo, T’zira. Os veo, hijos del mar. — saludó a su vez el viejo omaticaya, abandonando las cortesías para envolver al explorador de los metcayina en sus brazos. — Kitay, no has crecido apenas desde la última vez que te ví espero por tu bien que lo mismo no se pueda decir de tu habilidad con la lanza. ¿Cómo está tu gente? — Vokan siempre había sido un líder sensato y cercano tanto con su gente como con los clanes vecinos, habiendo cultivado una profunda relación de cordialidad y aprecio con la gente del arrecife. Las relaciones entre los metcayina y los omaticaya habían permanecido amistosas durante siglos, aunque siempre independientes de los asuntos del otro. Era mejor así, aunque hermanos bajo el ojo de Eywa, la problemática que los acongojaba no era la misma.

    — Nada de lo que preocuparse, Olo’eyktan la Gran Madre ha sido considerada con nosotros. Dentro de poco recibiremos la visita de nuestros hermanos espirituales. Espero que Eywa haya tenido la misma consideración con su gente. — Kitay desde luego no señaló la poca verdad en su comentario, lejos de encontrarse ofendido por este. El metcayina no se encontraba en la cima de su gente en términos de altura y aun así podía sacarle perfectamente media cabeza a la mayoría de los presentes.

    — Los Omaticaya somos uno con el bosque, nada que nos arroje la Gran Madre puede con nosotros. — Makena, la Tsahik del clan y pareja de Vokan, contaba con una presencia mucho más imponente que este como si cada arruga de su rostro ocultase una antigua historia. Era también mucho más severa en su trato. — Siento entonces que hayas tenido que malgastar el tiempo en acompañar a la Gran Tsahik. — Sus palabras no camuflaron la burla destinada a T’zira, ya consciente de que si esta vez había contado con una guardia que velara por ella no se trataba por iniciativa propia o deseo alguno de autopreservación. No, su nieta siempre sería una inmadura a sus ojos, bendecida por Eywa o no.

    — Tan cordiales como siempre, me siento como en casa. — Bufó la morena, rindiéndose ante las acusaciones silenciosas de la anciana. Impulsiva o no, T’zira sabía qué batallas dar por perdidas.

    Con el alce de la luna en el cielo las hogueras comenzaron a prenderse a lo largo de todo el círculo principal del Árbol Madre, congregando en su centro a sus nativos. Las comidas dentro de los omaticaya eran un momento de comunión y reunión entre sus miembros, todos colaboraban ya fuera en la recolecta de ingredientes o en la preparación de los alimentos a ser compartidos con el resto. Pero se trataba de algo más que el simple hecho de compartir un espacio en común con el clan o matar el hambre hasta el comienzo de un nuevo día, era un tiempo en los que contar historias, vivencias del día, solucionar las discusiones que podrían haber surgido entre sus miembros. Esa noche sin embargo toda la atención estuvo puesta en los metcayina y en las historias tras sus llamativos tatuajes, cada proeza que contaban, los peligros y maravillas que escondían el lejano arrecife. Incluso en la discusión que casi da lugar al comparar la fuerza de los guerreros omaticaya con los metcayina (la cual fue prontamente disipada en la silenciosa pero dura mirada de la Tsahik), la risa y el buen ambiente reinó con los na’vis marinos antes de que el hábito madrugador llevase a la mayoría del clan a buscar un merecido descanso.

    T’zira acompañó a los guerreros metcayina al marui que compartirían aquella noche, agradeciéndoles su protección, por muy innecesaria que esta hubiera podido resultar. No acaparó más de su tiempo al ver el justificado cansancio que reflejaban sus rostros. Pero en su marcha la omaticaya no regresó a su propio marui, su paso la llevó a la campaña compartida por los líderes del clan donde Kitay ya se encontraba sentado frente a ellos. Una pequeña hoguera los iluminaba al igual que en la comunión anterior, pero el aire alrededor era mucho más solemne, tenso incluso.

    Alrededor de aquella fogata no se contarían ninguna idílica historia de los antiguas eras.

    — ¿Han vuelto a atacar, los saqueadores de ojos? — preguntó sin rodeos, su mirada perdida en las llamas, más el solemne asentimiento de Vokan no se le pasó por alto. Su agarre alrededor de su tridente se hizo más fuerte, sin romper su silencio hasta que el sentir de las duras hebras trenzadas hundiéndose contra su palma le devolvieron algo de su calma. — ¿Cuántos esta vez?

    — Solo uno. Tavahni, era una artesana del clan Kekunan sus restos ya descansan junto a Eywa. — la aflicción era casi palpable en sus palabras. No la conocía, ni siquiera compartía lazo alguno con el clan Kekunan. Ellos habían sido obligados a abandonar sus hogares en las montañas flotantes cuando los alienígenas decidieron que excavar la tierra en la que habitaban era su derecho. Grandes jinetes de banshee, grandes artesanos pero poco podían hacer contra los gigantes de metal. Habían perdido a sus guerreros, a sus hermanos espirituales e incluso luego de pedir uturu, los humanos habían vuelto a por otra de sus hermanas.

    — ¿Hay rastro alguno de ellos? — la pregunta de Kitay contaba ya con una respuesta más que evidente.

    — No habrán encontrado nada, la lluvia debería haber borrado todo. — susurró como explicación al metcayina, quien solo pudo poner una muesca de disgusto. Ellos habían arribado al Árbol Madre cuando la tormenta ya había amainado sus fuerzas.

    Eran más inteligentes que otros trotamundos, les concedería tal elogio. Eran minuciosos, conocían su cultura si es que eran capaces de distinguir entre los clanes del bosque y no reducirlos a un puñado de salvajes azules. Sabían cómo esconder su rastro y a quienes atacar, nunca habían ido tras un miembro reconocido de los omaticaya aquello terminaría por ganarse todo un séquito de enfurecidos cazadores tras de ellos. No, los saqueadores ponían en su punto de mira al reducido número de miembros acogidos en su seno luego de la devastación de sus hogares. Algunos habían huido del fuego que arrasó con sus tribus en el avance de la humanidad, otros acudieron a ellos luego de que su clan se viera diezmado en batalla, otros habían visto sus casas convertido en un páramo para maquinaria de metal. Demasiadas tragedias que compartían un mismo final y causante, les habían arrebatado sus casas y sus familias, ¿y ahora iban tras sus ojos?

    El preludio de la lluvia torrencial que llevaba cayendo había sido la ocasión perfecta para atacar de nuevo. T’zira andaba tras sus pasos una semana antes de ser convocada hacia el sur por el llamado de la Gran Madre pero ahora la lluvia habría borrado toda huella, todo indicio de un posible campamento o hedor a sangre. Nada, no quedaba más que una nueva muerte. Tendría que volver a empezar desde cero y rezar que no capturaran a otro hermano antes de haberles dado caza.

    Los guerreros del clan omaticaya eran habilidosos cazadores, conociendo el bosque como la palma de su mano pero no darían con los trotamundos, no con estos al menos. Eran más astutos y metodológicos que ninguna otra presa. La Tsahik se preguntaba cómo lo harían, cómo arrancarían los ojos su gente. ¿Lo harían dentro de alguno de aquellos angostos y estériles laboratorios? ¿Tendría alguna maquinaria encargada de vaciar sus cuencas u otros alienígenas se encargarían de realizar los honores? ¿Los sedarían, les quitarían la vida antes de tal procedimiento, o los mantendrían conscientes durante todo el proceso de “recolección” como la mercancía más fresca? Los alienígenas no eran como ellos, no tenían ningún respeto por la vida ajena. Eran tan sádicos como para solo hacerlo por el sentimiento de superioridad que les proporcionaba ver a otro sufrir bajo ellos. Alguien más grande, más fuerte ahora indefenso en sus manos.

    — ¿No piensas hacer nada? — su paciencia comenzaba a agotarse ante la impunidad dada a aquellos sacrilegios. Quizaś acabarían dando caza al equipo de alienígenas, pero de nada servía un plan de acción tan nimio. Pronto otros los sustituirán, no bastaba con eliminar su amenaza cuando tras de ellos se alzaba toda una cadena que se nutría de su dolor, los que traficaban sus ojos, aquellos que los ponían en venta, aquellos que los adquirían. Todos ellos eran humanos, y todos ellos estaban podridos. — ¿Además de tus manos también se llevaron tus colmillos, viejo guerrero? — atacó impulsivamente en aquel acontecimiento que había dejado más allá que una marca física en el anciano.

    La noche en la que los humanos arrancaron las manos del líder de los omaticaya como advertencia de lo que una revuelta a gran escala conllevaria se llevaron con ellas, la capacidad del anciano de volar sobre su ikran y su orgullo como guerrero. Vokan se había sacrificado en su deseo por mantener a su clan en aquella ilusión de paz que los rodeaba. Creía que lo sucedido abriría sus ojos sobre la crueldad de la que eran capaces los alienígenas pero Vokan había optado por salvaguardar a su gente por sobre todo resentimiento, y desde entonces solo se limitó a actuar en consecuencia a los ataques de estos. Siempre en defensa, nunca dando el primer golpe.

    — T’zira… — trató de advertirle Kitay, posando una mano en su hombro que pronto fue arrancada de tal lugar por la omaticaya con un siseo. Más mantuvo su silencio en lo que su acompañante terminaba de hablar, mucho más cuidadoso en el tono de voz y las palabras que utilizaba a la hora de referirse a ambos ancianos. Tratando de apaciguar una situación que estaba a punto de descarriarse por completo. — Con todos mis respetos hacia su tribu, el tráfico de órganos no es el único crimen preocupante, día a día su máquinas destrozan todo a su paso así como lo hacen sus campamentos. Incluso han tenido que dar acogida a otros pueblos afectados por los alienígenas. Sois uno de los clanes con mayor cercanía con los trotamundo, tomar una posición tan pasiva no frenará sus avances por mucho más. — era toda una muestra de respeto hacia Kitay y la gente del arrecife que le permitieran hablar sobre los asuntos de un clan ajeno, aunque sus palabras más consideradas y sopesadas no sirvieran para cambiar los principios de Vokan. Aquel viejo era como su mismo Árbol Madre, jodidamente inamovible.

    No eran solo Kitay y ella, los guerreros y cazadores más jóvenes habían estado protestando por sus órdenes de evitar todo enfrentamiento abierto con los humanos tras años con la cabeza agachada. Los clanes golpeados clamaban por un movimiento organizado, y T’zira estaba dispuesta a dárselo pero aquello no sería posible sin un punto de unión o compromiso. Aun así la autoridad de un Olo’eyktan y los ancianos en su sabiduría seguía sobreponiéndose, eran reacios al cambio.

    — La solución a la destrucción no es más destrucción. No llevaré a mi clan a una guerra iniciada por la sed de venganza.

    T’zira se rio de su respuesta, soltó una jodida carcajada desprovista de alegría.

    — ¿Crees que estoy haciendo todo esto por odio? ¿Por venganza? — quería salvar a su gente, a toda forma de vida recogida bajo el ojo de Eywa. Quería arrasar con los humanos, era lo mismo. Cumplir con uno de ellos implicaba cumplir con el otro, pero la paz no tenía cabida en medio de aquel equivalente. — Si eso es lo que deseara me bastaría con reducirlo todo a cenizas. — Makena había tenido suficiente de las acusaciones de su nieta, golpeando con su puño cerrado el suelo del mauri y sus ojos apenas conteniendo su enfado.

    — ¡Cómo te atreves! Si desatas el caos sobre el bosque, harás que la guerra continue por generaciones. Será más que quemar poblados enteros hasta las cenizas. Destruirás el mismo equilibrio del planeta.

    Equilibrio. ¿Cuánto hacía que había empezado a odiar esa palabra? Quizás cuando había comenzado a escucharla más que su mismo nombre. Esa era a fin de cuentas la razón por la que la Gran Madre la había elegido. Para mantener el equilibrio entre las formas de vida, pero bajo aquellas crueldades qué equilibrio quedaba por mantener. Si su rol como elegida por Eywa se limitaba a seguir el orden predeterminado de la historia, a actuar como una mera espectadora de la colonización de su tierra entonces que le jodieran a aquel orden. T’zira estaba determinada a reescribirlo.

    — T’zira lo que nos estás pidiendo es irracional. Los omaticaya no están en guerra, no sacrificaremos nuestro hogar para comenzar con un baño de sangre indiscriminado. Las enseñanzas dejadas por los primeros na’vi antes de la unión de los clanes son prueba suficiente de que solo nos traería más odio y resentimiento. Mi deber como Olo’eyktan es velar por la paz entre mi gente.

    — Mi generación no ha conocido la paz, la tuya tampoco antes de la llegada de los primeros alienígenas. — T’zira se alzó de inmediato del asiento que había tomado sobre la tela, barriendo con la fuerza de sus movimientos las brasas de la hoguera. — Serán nuestros hijos quienes tendrán que cargar con la consecuencia de vuestras decisiones. No os estoy pidiendo nada, solo os digo que es hora de tomar una decisión. Antes de que sea demasiado tarde. — la ira en su voz se vio sobrecogida solo unos instantes por su desesperación por ser escuchada, por encontrar un modo de hacerles entender.

    — T’zira es faćil ser valiente. Pero más difícil aún, es saber cuando no luchar. — Aquella calma era más insultante para ella que cualquier siseo o amenaza que pudiera lanzar sobre ella. Era una prueba de que no la consideraba un peligro, podía ser una de las guerreras más feroces que los omaticaya habían producido en su historia, podría poner las puntas de su tridente contra su yugular pero a ojos de aquel anciano nunca sería más que una críaja inmadura. Peor, podía ver en esa melancolía bien escondida en su mirada como veía a su hija a través de ella, no quería perderla de la misma forma que sucedió con esta. — No sabes de lo que estás hablando.

    — Entonces supongo que esa es tu elección final, rendirte. No acapararé más al Olo’eyktan con mis locuras. Kitay, vamos. — llamó al metcayina quien no dudó en seguirla con sus hombros caídos y mirada derrotada, en unos ánimos decaídos que no eran compartido por su amiga. — Espero que la próxima vez que esos alienígenas vengan a por ti hagan el favor de llevarse tu lengua.

    T’zira abandonó el marui sin mirar atrás, con su respiración alterada y paso acelerado. Notaba su propio latido en su sien, necesitaba salir de ahí. Ignoró las llamadas de atención metcayina hasta que este tiró de su brazo, obligándola a enfrentarlo. Mientras su mirada reflejaba la ira y el calor que la consumía, los ojos azules del explorador permanecían calmados, fríos como si la conversación anterior no hubiera afectado en lo más mínimo a su resolución.

    — Esta no es la manera de convencerlos. — Su voz se alzó en poco más que un susurro tratando de retenerla. El resto de hogueras y fuegos alrededor del círculo principal ya habían sido apagados, lo único que iluminaba los alrededores era la luz de la luna y las atokarinas que, indiferentes en su enfado, seguían concentrándose alrededor de ella.

    — ¿Y cuál lo es entonces? Dimela Kitay, ilumíname. — pidió golpeando el pecho del metcayina para hacerlo retroceder. — ¿Debo esperar de brazos cruzados, callada hasta que el estruendo de su maquinaria amenace con llevarnos por delante? ¿Debo esperar a que más y más clanes diezmados vengan a nosotros a pedir uturu y rezar que otros clanes tengan nuestra misma piedad cuando sea nuestro turno de pedir refugio? Porque llegarán a nosotros, lo sabes. ¿Quizás traer las cabezas de los demonios que han estado saqueando sus tierras sagradas y asesinando a sus hijos bastará para hacerlos ver? — el cinismo brotaba de sus labios pero sus ojos buscaban una respuesta, necesitaba que le dijeran qué hacer más no la encontraría. No en esos momentos, no por parte de Kitay que no sabía qué decir.

    — Quédate aquí y descansa. Regresa mañana con el resto de los tuyos. — No te necesito aquí. Sin nada más que discutir, T’zira emprendió de nuevo su camino hacia la entrada del árbol madre. El metcayina no volvió a tratar de pararla al verla llamar a su ikran y despegar sobre esta, ambos habían tenido más que suficiente durante aquel día. Y él por su parte aprovecharía el poco tiempo de descanso que le quedaba antes del alba.


    Su destino estaba grabado a fuego en su mente, y sintiendo la urgencia de su jinete a través de su vínculo, Seykxel batió con ímpetu sus alas acelerando su vuelo. Guiada en su camino por la bioluminiscencia del mismo bosque, aunque T’zira tenía la certeza de ser capaz de llegar hasta el Árbol de las Almas con sus ojos cerrados. Como si de una banda de tambores de guerra o una estampida de ‘angtsik se tratase, el latido de Eywa era ensordecedor. Tan poderoso que hacía retumbar cada fibra de su cuerpo, liberando su mente de todo pensamiento y preocupación terrenal. Sentía la energía que corría por todo el planeta, inmensa y pura en su esencia, finos hilos que conectaba a todas las formas de vida de su ecosistema.

    El Árbol de las Almas la recibió con toda su majestuosidad, el lugar más sagrado para los omaticaya que había visto nacer y morir a generaciones enteras. Con pasos ligeros T’zira fue apartando las ramas colgantes de su camino, dejando que sus dedos se deslizacen por unos momentos entre sus brillantes y violáceas hebras. Como si el sauce hubiera sentido su regreso en su roce, este le dio la más cálida bienvenida, las atokirinas envolviéndola en su luz posándose en sus brazos, hombros incluso en su cabello. Se sentía como el abrazo de una madre a su hija pródiga. La grandeza de la Gran Madre era tal que no necesitaba de palabras para expresar su voluntad.

    — Aquí estoy. — dijo en un suspiro, rindiéndose por completo ante aquel torrente de emociones. La Tsahik se dejó caer contra el tronco del árbol, tomando entre sus manos las ramas más cercanas a ellas, conectando su kuru a estas.

    — Gran Madre, hazme ver el camino. — su frente se apoyó contra las hebras violáceas en su rezo, las voces de generaciones completas junto a Eywa inundaron sus sentidos, como un tumulto de conversaciones teniendo lugar al unísono. Las risas de los niños, cánticos transmitidos durante siglos, conversaciones entre aquellos que ya había abandonado el plano terrenal resonaban con una claridad extraordinaria. — La función de una Tsahik es cumplir con tu voluntad, mantener el equilibrio. Pero no habrá equilibrio que proteger si no hago nada. Arrasarán con todo, como hicieron con su planeta. Tú me lo mostrarte. Tiene que haber una forma de hacerles ver antes de que sea demasiado tarde.

    Solo ante Eywa se permitía mostrar aquella debilidad, sin ocultar su miedo bajo un manto de ira y seguridad. Porque T’zira tenía miedo de lo que se avecinaba, de no poder hacer frente a las expectativas impuestas sobre ella. Temía hundirse bajo el peso del mando, llevar a sus hermanos a una muerte insignificante frente a la gente del cielo. Temía verse consumida por su odio hacia los alienígenas.

    — ¿Y si Makena tiene razón? ¿Y si lo único que consigo es crear un río interminable con la sangre de mi gente? — porqué Eywa la había elegido a ella, a una na’vi que llevaba la sangre de los demonios en sus venas. Porque darle su bendición si no iba ser capaz de cargar con ella.

    Sus plegarias no tendrían respuesta, la voluntad de la Gran Madre era así de caprichosa. E incluso T’zira como Tsahik tenía problemas al interpretar los deseos de la deidad. No importaba, en la mañana volvería a armarse de paciencia, trataría de hablar con Vokan una vez más, las veces que hiciera falta hasta hacerlo ver. Pero eso sería en la mañana, por ahora cerraría sus ojos buscando el descanso con la dulce melodía del latido de Eywa por arrullo. Entre los brazos de la única madre que alguna vez había conocido.



    — Podrías dejar de disfrutar mi sufrimiento y ayudarme. Oh, Gran Tsahik. — Preguntó Kitay apenas sin aliento, habiéndose quedado rezagado tras la morena.

    Sus palabras en la noche anterior no parecían haberle importado al mayor, quien sin miramiento alguno había decidido extender su visita más allá de un simple acompañamiento para su protección. Una elección que tendría sus pequeñas consecuencias. Invitados diplomáticos o no, nadie podía quedarse como un peso muerto para el clan. Al alba de la mañana siguiente, T’zira había irrumpido en el marui dispuestos para los metcayina. Había despertado primero a Kitay, quien aun levantado continuaba caminando entre el limbo del sueño y la conciencia, dejándose arrastrar por la Tsahik como una rechoncha muñequita de trapo en su somnolencia. El cansancio pesaba de igual manera en los otros dos guerreros luego del largo viaje, pero la morena no les concedió un segundo más de reposo. La actividad en el clan comenzaba temprano, para todos. T’zira no haría excepción con la gente del arrecife.

    Kokum y Tanemahuta, eran renombrados pescadores dentro de su clan pero su sugerencia de unirse a los cazadores a fin de ir en busca de alimentos fue rechazada rotundamente por la morena. Habilidosos o no con la lanza, el bosque era todavía un entorno desconocido para ellos, tantos en sus maravillas como peligros por no decir de que los otros machos podían servir más como un problema que como ayuda, en aquella absurda competitividad nacida por el exceso de testosterona en los más jóvenes. Y no iba a recibir la ira del Olo’yektan de los metcayina por haber convertido a dos de sus hombres en el desayuno de un Thanator.

    Los llevó sin embargo junto al gremio de los artesanos. Las creaciones de la gente del bosque solían ser funcionales y simples en los patrones que utilizaban, sencillas en su aspecto y en los materiales que empleaban. Los metcayina por su parte creaban piezas más ornamentadas, con patrones y pinturas complejas incluso si se trataba de mera decoración. Sus formas eran fluidas, como el mismo mar en su siempre presente influencia, y sus colores más llamativos. Los guerreros podrían no ser expertos en la materia, pero en su fuerza y conocimientos como extranjeros serían una buena ayuda e incluso inspiración. Sobre todo las artesanas parecían satisfecha por la presencia de los ayudantes temporales.

    El hijo menor del Olo’eyktan no tendría una tarea tan cómoda, acompañando a T’zira es su viaje para recolectar algunos materiales en lo profundo del bosque. El paseo a lomos de su pa’li y el desayuno a base de frutas completamente exóticas para el paladar del forastero habían terminado de despertarlo. Claro que tras la hora posterior trepando por las enredaderas y trastabillar por los endebles puentes de lianas tal entusiasmo se estaba extinguiendo.

    Kitay parecía un pez fuera del agua, literalmente, casi agazapado por completo en su intento por mantener el equilibrio sobre el puente de lianas. Sus brazos como los de todos los metcayina, equipados con un aleta estabilizadora que los hacía imparable dentro del mar pero en un ecosistema como el del bosque resultaba una habilidad redundante. En el bosque no se trataba solo de saber trepar por los robustos árboles o saber dónde pisar para no terminar cayendo a una muerte segura. Pandora estaba comprendida por cientos sino miles de peligro, desde la llanura hasta las tierras nevadas, algunos obvios en su tamaño y complexión, otros como ciertas plantas lucían inofensivas pero llegaban a resultar igual de letales. Un conjunto de conocimientos que los nativos iban obteniendo a lo largo de su infancia para su supervivencia, algo que el metcayina no tenía.

    — Solo te muestro la misma amabilidad que tu me diste cuando recién comenzaba a bucear. — T’zira detuvo su paso, esperando el lento avance de su amigo en un gesto de buena fé que quedaba borrado por completo por la sonrisa de burla que portaba en sus labios.

    — ¡Oh vamos, ambos éramos unos críos por ese entonces!

    — Deja de quejarte, ya estamos aquí. — con su rostro señaló al páramo bajo sus pies. T’zira tomó una de las lianas que pendía del árbol, jaloneándola un poco para probar si aguantaría su peso en lo que sería unos 20 metros de caída. Intuyendo lo que estaba por hacer la mujer, Kitay se encogió de hombros mucho menos contento con la idea de terminar aplastado contra el pasto. — No seas cobarde, vamos. — y tendiéndole la liana vecina a su amigo, Zira saltó agarrada en la enredadera en su caída, posándose sobre el terreno suavemente para no llamar la atención de cualquier posible depredador. El metcayina cayó a su lado, mucho más bruscamente y causando un estruendo, pero llegó de una pieza.

    Frente a ellos se alzaba otra formación rocosa, coronada en su mitad por una cascada que formaba en su descenso un pequeño lago de moderada profundidad. Hermoso en la vegetación y flora que brotaba en su orilla, pero eso no era lo que le interesaba a la Tsahik, desde luego había cascadas más grandes y de mayor caudal dentro del bosque. Las enormes setas que colonizaban las paredes de piedra creaban todo un sistema de plataformas por el que ascender, hongos tan grandes que llegaban a oscurecían el suelo bajo su sombra.

    Las hongos eran mucho más caprichosos respecto a las condiciones que crecían y a menudo eran más difíciles de diferenciar que cualquier otra flor o planta. Deliciosas, claro pero también se podían hacer buenos ungüentos e incluso algunas servían como fuertes agentes paralizadores con los que impregnar las puntas de flechas u otras armas. T’zira desenfundó de inmediato su puñal, ascendiendo por las plataformas de setas para inspeccionar las pequeñas colonias que crecían sobre estas, tomando los que le eran de utilidad gracias a su ojo entrenado. El explorador se quedó en las proximidades del lago haciendo guarda, más interesado en las flores y otras pequeñas setas que crecían en su orilla.

    — No lo toques. Es un hongo parásito. — dijo reparando en el especimen que Kitay estaba observando con curiosidad, sin detenerse en su labor de recolección. — Sus esporas colonizan a los peces que nadan en el lago. Si tienen suerte terminan germinando en su estómago y roban los nutrientes de su huésped hasta que este muere. En el peor de los casos, las esporas germinan en el cerebro destrozando las conexiones neuronales hasta que el pez muere. Entonces se alimentan de su cadáver. Cualquier animal que coma un pez infectado también lo estará. — El último trozo de información le hizo soltar las setas como si estas ardieran, haciendola reír en su exagerada reacción. — Relájate, estos hongos no resisten en nuestros estómagos pero te provocarán un sarpullido si los tocan sin cuidado.

    — Podrías haber empezado por ahí.

    Aprovechó aquel viaje para más que reponer parte de su inventario, el las siguientes dos horas recolectó las suficientes hierbas medicinales como para llenar su bolsa de medicinas así como fruta de los árbol de su alrededor. Su conexión con Eywa tenía algunos privilegios molestos, como era que algunos artesanos se negasen en rotundo a intercambiar sus mercancías con ella, permitiendo que tomara lo que quisiera como si tras cada pieza no hubiera días de trabajo. T’zira siempre les terminaba dejando objetos que hubiera podido obtener de otros clanes, la azulita y las conchas del arrecife parecían gustar bastante entre los artesanos de los omaticaya en su novedad y lustre. Con ello tendría el cuero suficiente para fabricar un pocho que la resguardara de la fuerza de los elementos en sus viajes e incluso un nuevo vestido si jugaba bien con los materiales.

    Tener a Kitay como su glorificada mula de carga también ayudaba, y al menos premió la colaboración del metcayina con un improvisado almuerzo en las orillas del lago con su botín. El encender un fuego con la madera de los árboles cercanos era un comedero de cabeza que no valía la pena, pues las lluvias torrenciales habían rehumedecido la corteza como para despertar chipa alguna. Aun así compartió con el explorador los frutos que solo se encontraban en el bosque como el chipirón vegetal, la fruta de yovo y el fruto de la palmera de leopardo (siendo esta demasiado ácida para el gusto del macho). Kitay apenas habría visitado el bosque un par de ocasiones en su vida junto a su compañía, siendo todavía un desconocido dentro del ecosistema, pero ver la efusividad en cada reacción a aquel nuevo ambiente era reconfortante de cierta manera. La devolvía a su infancia, también a su lado.

    Pero ya no eran unos niños, y aquello quedaba evidenciado en la seriedad de su conversación.

    — Los clanes de las cenizas comienzan a impacientarse, les prometiste una rebelión contra la gente del cielo y bajaron sus armas esperando una ofensiva conjunta. Solo los Hulanta y Teyreyma han aceptado participar, pero no es suficiente. Si los guerreros del fuego atacan serán masacrados por sus dragones de metal y sus balas. — la idea de una revolución contra la gente del cielo estaba lejos de tratarse de una ocurrencia moderna, si bien había ido cobrando más fuerza en los últimos años y entre las nuevas generaciones. Habían existido otros intentos antes, por parte de clanes individualizados que habían visto su forma de vida desbaratada por los nuevos inquilinos de Pandora. Pero todas habían tenido el mismo fatídico resultado, y los siguientes intentos correrían el mismo destino de no producirse un cambio significativo. — Los omaticaya tienen que unirse a la rebelión, es la única manera. Convence a Vokan y a Makena. Yo hablaré con mi padre, Venka nos conseguirá más tiempo.

    En la situación actual la mayor ventaja de la gente del cielo no recaía en su tecnología o en su maquinaria de combate, sino en su unidad. La RDA tenía sus subdivisiones pero en lo que importaba actuaban como un solo organismo, con un fin común. Aunque consiguieran acaban con un escuadrón o con una colonia entera, sus refuerzos les darían caza y reemplazarían lo destruido en cuestión de semanas. La única opción que podía resultar en victoria era unir a todos los clanes bajo un mismo estandarte, algo mucho más sencillo de decir que hacer.

    Los clanes de la ceniza iban a revelarse, con o sin el apoyo de sus hermanos. los clanes de los pantanos y las montañas la apoyaba en su moción por una revolución unificada, pero no se movilizarían sino hasta contar con aquel apoyo grupal. Y las juventudes omaticaya y metcayina cada vez se oponían con más fuerza a su posición pasiva en todo conflicto, pero el Olo’yektan y la Tsahik eran quienes tenían la última palabra. Sin contar con los clanes del norte con los que todavía no había podido negociar.

    Necesitaba algo más que tiempo, algo más que paciencia. Necesitaba la fuerza y convicción para unirlos todos contra un mismo enemigo. Para mantener el equilibrio creado por Eywa.

    — Ya lo sé. No necesito que me digas lo que debo hacer. — gruñó entre dientes, presa de nuevo de la ira ante su propia incompetencia. Ella era la elegida por Eywa, contaba con su marca en sus ojos y su bendición, era una de las guerreras más completas que había producido el bosque en su historia, ¿y ni siquiera era capaz de convencer a su propia gente— a la sangre de su sangre, con más inri— de seguir su liderazgo? Patético, absolutamente deplorable.

    La Tsahik cerró los ojos, respirando profundo en busca de su propia paz mental que en tales épocas de conflicto no hacía más que desvanecerse con una facilidad atenuante. Cuando no podía encontrar la calma en sí misma, recurría a buscarla en la vida que la rodeaba como un don tan instintivo que ni siquiera necesitaba esforzarse para ello. Podía casi palparlos, como pequeñas hilos que conectaban a todas las formas de vida a ella, y viceversa. Podía sentirlo como parte del poderoso latido de la Gran Madre.

    Desde el rítmico pulso del na’vi sentado junto a ella, el aleteo continuo de los peces en lago hasta el intercambio de nutrientes en las raíces de los árboles. Todos formaban parte del inescrutable balance creado por Eywa, todos formaban parte de ella.

    — Y sin embargo, como tu aliado ese es mi trabajo. Tu deber es convencer a los líderes de los clanes, a todos ellos. Mi deber es que dejes de dar por culo. Así que sugeriría que te aclares, aprendas a discutir sin lanzarte al cuello del primero que te lleve la contraria y le des a Vokan un problema menos del que preocuparse.

    La crudeza reflejada en las palabras del tatuado no iban acompañadas de veneno, era sorprendentemente otra de sus habilidades, el soltar sus opiniones como si de verdades factuales se trataran, irrefutables en su convicción. Normalmente tendría algún comentario mordaz que soltarle, pero Kitay no había dicho nada fuera de línea, necesitaba centrarse en el presente si quería cambiar en algo el futuro, que en esos momentos no distaba mucho del sufridos por las víctimas del hongo parásito del que le había hablado. Devorados por dentro por el enemigo.

    Todo lo que decía era verdad, por ello necesitaba al metcayina de su lado. Kitay sabía cuándo darle su espacio y cuando presionarla al verse cegada por sus emociones.

    T’zira era como el mismo fuego, impredecible en su rumbo y con un carácter que amenazaba por derribarlo todo a su paso cuando la ira la dominaba, pasional e imparable en sus ideales. Mientras que Kitay era como el mar, sereno y apacible cuando se encontraba en calma, y tan contundente y devastador como las furiosas olas en medio de una tempestad. Kitay esperaba al momento idóneo para llevar a cabo sus planes, Zira creaba sus oportunidades.

    No deberían funcionar juntos, agua y fuego. Y sin embargo lo hacían.

    — El único motivo por el que sigues con vida es porque encuentro tu estupidez medianamente tolerable. — le advirtió sin seriedad alguna tras sus palabras, levantándose de su lugar en la orilla y tendiéndole la mano a su compañero para terminar su pequeño descanso, listos para emprender el camino de regreso hacia el Árbol Madre.

    — Y mi encanto natural, no puedes olvidarte de el. — pensándolo bien, todavía contaba con el tiempo suficiente para arrojar al metcayina de la cima de algún árbol y atribuir a su muerte a algún depredador del bosque.

    Aún les quedaba una conversación pendiente antes de la inminente marcha del forastero.

    — No deberías alargar más tu visita. El mar está agitado, la marea ha bajado más de lo usual. Tu abuela también lo ha notado, algo la perturba. — no podía leer el pensamiento pero la sombra en el rostro de Hokulani no se trataba de un simple presentimiento o una ilusión de su parte. La tsahik también lo había sentido y lo que fuera que le hubiera mostrado el Árbol de los Espíritus no había calmado tal inquietud.

    — ¿Se avecina una tormenta?

    — No, no una tormenta en el sentido literal de la palabra. — negó con la cabeza frunciendo su ceño. No sabía cómo definir aquel sentimiento de inquietud, su conexión con Eywa difícilmente podía ser puesta en palabra en la mayoría de ocasiones. Pero fuera lo que fuera, era una sensación certera que la llamaba a estar en una alerta constante. — Algo grande, un cambio en el balance.

    — ¿Es algo malo entonces? — preguntó siguiéndole inquieto el paso. No podía darle una respuesta, no al menos alguna que le proporcionara calma. Solo podía pedir que aquel presentimiento no involucrara a los pacíficos hermanos espirituales en su cercano regreso al arrecife.

    — No lo sé, solo la voluntad de Eywa lo dirá. Regresa al arrecife y está alerta, Hokulani te necesitará a su lado. — Kitay solo asintió a sus palabra, permaneciendo en un profundo silencio en el resto del camino.

    La marcha de los metcayina no se demoró más allá de aquella misma tarde, siendo despedidos con entusiasmo por los omaticaya presentes en el Árbol Madre, su presencia aunque corta había hecho amena la convivencia entre ambos clanes. Los niños se habían mostrado especialmente resentido por la pronta marcha de los forasteros, deseando escuchar más de sus historias sobre gigantes marinos y selvas subacuáticas. T’zira se encontraba en primera fila durante su marcha, recibiendo un suave apretón en su hombro antes que el explorador se subiera a lomos de su montura.

    — Volveremos a vernos pronto, amiga. Y cuando lo hagamos será con buenas noticias que compartir. — Le aseguró el metcayina, partiendo del bosque en regreso a su hogar.

    El eclipse marcó el fin de la actividad entre los omaticaya, pero una vez más la tsahik no los acompañó en su comida o en su descanso. Tenía otra búsqueda que comenzar, una que no podía comenzar sino cuando la oscuridad se hubiera apoderado del bosque.

    Estaba sentada en el borde del Árbol Madre, terminando por alistar sus flechas cuando el sonido de unos pasos tranquilos hizo que se tensara. No necesitaba voltearse para saber de quien se trataba, pero no estaba segura de querer escuchar lo que el olo’eyktan tenía que decirle.

    — Deberías de acompañar al resto de rastreadores, no ir tú sola cuando cae la noche. — la voz del anciano se escuchaba cansada. ¿En cuantas situaciones diferentes habían mantenido esa misma conversación? Su nieta siempre rechazaba la asistencia de otros na’vi. Solo la retrasarían, solo se convertirían en una carga más, bastaba con ella. Su lista de excusas era amplia y variada, demasiado cabezota como para considerar que su misma independencia la podía convertir en un objetivo perfecto. T’zira se mantenía ciega ante el peligro, o peor no le importaba este.

    — Tus rastreadores no han encontrado nada, ni lo harán. — su mirada siguió evitando la figura del mayor, alzándose de su posición luego de tensar la cuerda de su arpón cargándolo en el arnés de su espalda. — Esos alienígenas están organizados, saben que les seguís la pista así que no se atreverán a atacar a la luz del día ni a ir por ningún grupo.

    — Sigue sin ser motivo suficiente para usarte a ti misma como cebo.

    — No te preocupes abuelo, no soy fácil de matar. — le recordó como si la visión de su tridente o el simple hecho de quien era su nieta no bastara para hacer ver su fuerza. T’zira había sobrevivido a los climas más áridos, al entrenamiento de los guerreros más hostiles, líder espiritual o no, la omaticaya era una guerrera que temer a lo largo de toda Pandora, con un temperamento que la respaldaba.

    — Por fin algo que tenemos en común. — Vokan le sonrió, sin rencor aparente por la discusión pasada, rindiéndose en la idea de poder retenerla. Demasiado benevolente para su propio bien.

    — Estaré de vuelta al alba, no se te ocurra dar la voz de alarma de que la Gran Tsahik ha desaparecido. — Y dedicándole una sonrisa la morena se marchó como el viento, imposible de detener o contener dentro de sus confines. Una cualidad que había heredado de su madre, pensó de manera agridulce Vokan.



    El bosque de Pandora en la noche resultaba todo un nuevo ecosistema en contraparte de su aspecto durante el día. Toda una trampa de muerte para todo aquel que no andara con el sigilo en sus pasos, los humanos se convertían en una amenaza secundaria cuando estabas rodeada de otros depredadores que no dudarían en defender su territorio ante el más mínimo gesto de agresión. Algo que T’zira tuvo más que en cuenta al caminar sobre un árbol en el que apenas unos metros abajo se encontraba descansando una hembra de Thanator junto a sus crías. Sus orejas se mantuvieron erguidas en su camino, atenta a cualquier ruido a su alrededor.

    El suave sacudir de las hojas, bastó para hacer sonar su alerta, alzando su tridente de inmediato. Más lo que se encontró a sus espaldas no eran más que las semillas del Árbol de las Voces. La tsahik bajó su arma ante la inofensiva compañía.

    — ¿Qué quieres mostrarme? — preguntó a los espíritus, aun a sabiendas de que no obtendría una respuesta verbal. Su mirada siguió el vuelo de las atokirinas.

    Los espíritus del bosque esta vez no se quedaron flotando a su alrededor, como habituaban a hacer sino que continuaron avanzando por el bosque, formando un camino en su formación. ¿Las atokirinas querían mostrarles algo? O… Su plegaria a Eywa, ¿estaba siendo respondida? T’zira les siguió en su sereno vuelo de inmediato, sin bajar la guardia y con su tridente listo para usar en caso de la amenaza de cualquier depredador o equipo de furtivos. Saltando de rama en rama, corriendo entre las grandes raíces que se alzaban del suelo solo iluminada por la bioluminiscencia. Creía conocer el mapa del bosque como la palma de su mano pero cuanto más seguía a las semillas santas más se mentalizaba de lo equivocada que estaba.

    Normalmente las atokirinas no se separarían tanto de su lugar sagrado, ni siquiera para recibirla a ella. Pero llevaba ya una hora siguiendo su ruta impuesta entre los árboles, con la velocidad y gracia a esperar de una criatura que se había criado en las profundidades del bosque. T’zira continuó su viaje sin un rumbo aparente durante media hora más, hasta que el flotar de las semillas se detuvo en un destino desconocido para ella, y que no le proporcionaba desde luego ninguna respuesta a sus interrogantes.

    Una casa. No ningún puesto de vigilancia establecido por el clan, una casa-árbol en medio del bosque con un diseño que escapaba de los autóctonos maruis omaticaya, más similar a las viviendas familiares del arrecife. Descartó de inmediato que pudieran tratarse de los humanos, a ellos les gustaban las construcciones hechas de metal, grises y desprovista de toda vegetación pero tampoco conocía de ningún na’vi lo suficientemente loco como para vivir apartado de su clan, en medio de los incontables peligros del bosque. Si alguien vivía ahí no podía tratarse de otra cosa que un exiliado, lo cual solo la instaba a estar más alerta.

    ¿Qué tendría que ver un paria con ella, o con su labor como líder espiritual? Y en qué parte de los deberes de una Tsahik venía el allanar moradas ajenas, no lo sabía pero no iba a regresar sin una respuesta. Las atokirinas posadas en la vivienda parecieron instarla a moverse, adentrándose en la cabaña primero.

    Se acercó a la entrada de la casa con cuidado, saltando hacia el árbol vecino, tratando de discernir la respiración o el latido del inquilino del lugar. Nada. T’zira se posó en las fuertes ramas que servían como recibidor, barriendo con sus manos las telas que formaban la entrada, ya antiguas y deshilachadas. No se podía tratar de ningún asentamiento temporal ni tampoco abandonado cuando, aunque afectado por el tiempo y el clima, seguía manteniéndose en pie. Continuó investigando el interior del marui, ahora confirmando que no había na’vi alguno en su interior, sus pasos sobre la tensa tela se mantuvieron sigilosos y suaves, tratando de dejar la menor huella de su paso posible.

    Las atokirinas se habían regado por toda la pequeña cabaña, posándose en las pieles que la sostenían, sobre los paneles decorativos, elevando el vuelo en el interior resguardado e iluminando la oscuridad con su brillo. T’zira se acercó de inmediato a la hoguera armada en su centro, palpando las cenizas en su fondo. Frías, nadie había estado ahí en horas. Los barriles todavía conservaban comida en buenas condiciones, e incluso entre las pertenencias del lugar pudo encontrar pequeños juguetes que se asemejaban a la forma de un tulkun, tan habituales de ver entre la gente del arrecife. ¿Ahí vivía un metcayina, una familia de ellos para más inri? Imposible que la gente del arrecife pudiera sobrevivir por si sola en un ambiente como el bosque, mucho menos un niño. Aunque el estado abandonado de los juguetes de madera sugería que nadie había jugado con ellos en mucho tiempo.

    Pero lo más desconcertante eran las armas montadas en la pared, armas de trotamundo. La Tsahik no contuvo su siseo al verlas, todavía más confusa por el propósito de la Gran Madre al traerla hasta aquí.

    ¿Eywa quería que lo matase? No, si la Gran Madre quisiera que apuntase su lanza contra un peligro para el equilibrio de Pandora haría mucho que hubiera dirigido ese foco hacia los humanos. Para bien o para mal, Eywa no intervenía en los conflictos terrenales. Los espíritus del bosque no la habrían guiado hasta ahí si lo que fuera que estuviera buscando fuera peligroso.

    Su mano se afianzó alrededor del asta de su tridente, notando una nueva presencia acechando el árbol. Fuera la persona que andaba buscando o un depredador buscando alimento, no pensaba bajar la guardia. Las telas de la entrada se sacudieron, abriéndose sólo momentos después, la tsahik estaba ya lista para alzar la punta de su tridente contra el extraño cuando un solo espíritu se posó contra su pecho deteniéndola en sus movimientos. Su sorpresa solo quedando opacada por la visión del resto de semillas, migrando en dirección del otro na’vi.

    Solo una atokirina permaneció a su lado en pos del desconocido. Las semillas envolvieron en su abrazo al macho, posándose sobre sus brazos y pecho, revoloteando a su alrededor en un número que nunca antes visto más allá de en su misma persona. Las atokirinas eran selectivas a la hora de mostrarse fuera de los alrededores del Árbol de las Almas, pero ella era la elegida de Eywa, ¿entonces quién era él?

    — Tú… te buscaban a ti. — Susurró en su incredulidad. El desconcierto de la Tsahik solo duró un instante antes de que su ceño volviera a fruncirse, acercándose al desconocido sin miramiento alguno, acorralándolo contra la entrada. Todo recelo abandonado en pos su repentino interés por él, aquel al que Eywa la había guiado. — Quieto, no haré nada. Dime tu nombre. — No se molestó en explicar quién era o qué hacía en su casa en primer lugar, como la introducción más lógica. Había cosas más importantes que aquellos interrogantes. En un fluido movimiento, la tsahik sacó la aguja que llevaba guardada en su pelo, pinchando con esta el pectoral del macho para llegar la gota de sangre resultante a los labios. Nada, no podía notar ninguna impureza o turbulencia en él.

    T’zira por fin lo miró con detenimiento, tratando de encontrar algún sentido tras la voluntad de la Gran Madre. Su rostro tuvo que alzarse para poder encontrarse con los ojos del contrario en la marcada diferencia de altura que los separaba, más era obvio en su postura corporal que no se sentía amenazada por la presencia del solitario na’vi. Incluso dejó abandonado su tridente con el fin de inspeccionarlo a profundidad, tomando su rostro entre sus manos como si de una madre revisando la integridad de su pequeño se tratase.

    Era curioso desde luego. Sus ojos bicolores, su complexión que no se adhería por completo a la de un macho adulto de los omaticaya, siendo más ancha y desarrollada, más fuerte en la fortaleza de sus músculos podía asumir. Un mestizo, fue lo que le dijo su intuición. Recordaba haber escuchado a los ancianos hablando del fruto entre una metcayina y un omaticaya años atráscon un tono peyorativo. Nunca le había prestado gran atención a aquellos cuchicheos, solo había asumido que como gran parte de los exiliados, la pareja y su hijo terminarían cayendo presa de alguno de los depredadores del bosque. Era lo más probable, sobre todo para el niño que habían tenido.

    Pero ese niño se encontraba frente a ella, vivo y ahora como un adulto. Aquello ya resultaba un logro considerable que reconocerle pero las atokirinas no podían haberle traído hasta él por algo tan mundano como la mera supervivencia.

    No pertenecía a los omaticaya, aquello lo podía asumir con certeza en la falta de ningún arco. Y un solo vistazo a su cuerpo expuesto le confirmaba que tampoco pertenecía a los metcayina, pues no contaba con ningún tatuaje que lo identificara como un miembro reconocido de estos.

    — ¿Qué es lo que Eywa ha visto en ti? Las atokirinas me han traído hasta aquí, hasta ti. — Preguntó, en un interrogante más dirigido hacia sí misma que a él, dudaba de que en lo extraordinario de la situación el más alto siquiera comprendiese lo que estaba pasando. — ¿Qué tienes de especial? Eres un mestizo, como yo. Posees armas como las de los demonios, y vives alejado del clan, pero no eres un asesino, me habrían advertido de ti de ser así.

    Quizás estaba haciendo la pregunta equivocada. ¿Qué hay de corriente en ti? Su misma supervivencia parecía ser una extraña anomalía, justo como ella. Los espíritus del bosque continuaban revoloteando alrededor de ambos, como la señal más evidente que alguna vez le habría dado la Gran Madre, pero no sabía qué quería esta vez de ella. ¿Era esa la respuesta que le había ofrecido a su plegaria?

    — Mi nombre es T’zira, y soy la Gran Tsahik. — Se presentó la morena de la forma más escueta posible. Sus manos abandonaron su rostro, ya concienciada de que no había nada extraño en sus facciones. — Creo que Eywa me ha traido a ti porque eres importante de alguna manera. — No ofreció ninguna explicación más, porque no necesitaba darla y porque no la tenía en primer lugar, sonando como las palabras de una simple loca. Puede que lo estuviera, si era sincera y sino los rompecabezas auspiciados por la Gran Madre auguraban acabar con la poca cordura que le quedaba.

    QUOTE
    Kitay: Explorador e hijo menor del Olo'yektan de los mercayina.
    Hokulani y Kaihuatu: Tsahik y Olo'eyktan de los metcayina.
    Makena: Tsahik de los omaticaya y abuela materna de T'zira.
    Vokan: Olo'eyktan de los omaticaya y abuelo materno de T'zira.
    Eywa ngahu:Que Eywa este contigo.
    Clan Hulanta: Tribu residente en los pantanos de Pandora.
    Clan Teyreyma: Tribu residente en las cordilleras montañosas de Pandora, debido a la poca flora de la zona su dieta es casi en su totalidad carnívora.


    Edited by Novocaine. - 22/1/2023, 23:06
  11. .
    Blaise era un hombre que se regía por la rutina, por aquella serie de hábitos que con el paso de los años había tallado en piedra dentro de su día a día. Y ni el descanso por motivo del final de temporada habría acometido grandes cambios en esta, el francés no habría dejado de levantarse a primera hora de la mañana con un régimen de entrenamiento ya ideado y una visita al gimnasio del club asegurada, incluso su alimentación no se habría descuidado en aquel periodo de descanso. Aun en aquella libertad temporal antes del inicio de la pre temporada la agenda del capitán del Manchester United no se había relajado. Su atención había estado puesta en el mercado de fichajes y su continua compraventa de jugadores que sin duda sería decisiva en el desarrollo de los futuros torneos.

    Teniendo a dos estrellas como lo eran los capitanes de la selección brasileña y francesa en calidad de delanteros, era de esperar que el juego del equipo inglés estuviera más inclinado a la ofensiva que a mantener una defensa impenetrable. Quizás ahí se había encontrado su mayor fallo dentro de su juego en la temporada anterior, en una observación que le había hecho llegar a los directivos el club con el respaldo de los dos entrenadores del equipo, en un consejo que al parecer había sido tomado en consideración viendo los dos fichajes que se unirían a la agrupación titular.

    Luego habían estado las entrevistas, los eventos a los que acudía en calidad de embajador, los anuncios y otras publicidades. Por si no bastase con su fama e imagen como capitán del Manchester y la selección francesa, el tener por hermano a la enorme figura del panorama musical que era Alois y ser el conocido ex novio de la supermodelo Moniqué Muller, provocaba que las revistas de la prensa rosa así como las de modelaje quisieran clavarles también las garras. Ni falta hacía mentar quienes eran sus padres dentro de las altas élites europeas. De una forma u otra el nombre de Blaise-Bautiste du Pond parecía estar en boca de todos.

    Quizás a ojos de cualquier otro el tener una agenda tan abarrotada casi en toda la duración del año, entre partidos que ponían al límite su cuerpo, la presión como capitán y el estar constantemente en el ojo público resultaría demencial pero para el delantero francés no era así. Necesitaba aquel control en su vida para funcionar, la estructura que le proporcionaba una rutina sin vacíos en ella.

    El encontrarse dormido junto a su compañero y mayor rival (porque aun compartiendo equipación aquel era un título que los acompañaría a ambos durante toda su carrera), ciertamente no era parte de aquella trabajada rutina pero tampoco se trataba de una visión insólita. No, tener al gran Gian Vieira desnudo junto a él era una situación común para él en aquellos últimos dos años.

    Desde que la “relación” que mantenían había iniciado en un error que no tenía que haberse repetido más allá de un acostón de una noche, el brasileño había atentado una y otra vez contra su sensación de control sobre su propia vida, como también atentaba contra su paciencia cada vez que abría su boca con aquella sonrisa. Pero todo intento por resistirse a él había terminado con el francés de nuevo en la cama de su rival. Dos años después, ese ímpetu por negar la fatal atracción que existía entre ellos se había extinguido, haciendo el trato entre ellos una relación de conveniencia cómoda y cuanto menos placentera para ambos jugadores.

    Blaise había sabido que el brasileño era similar en más de un aspecto a un animal antes de compartir vestuario con éĺ o enredarse entre sus sábanas. Claro, era un consenso general que Gian Vieira era toda una bestia dentro del campo, imparable e impredecible con un balón en los pies. Y luego estaba esa sonrisa que a tantas mujeres había puesto a sus pies, así como a la opinión deportiva pero que para el francés se veía como un modo más de un depredador de esconderse bajo el disfraz de oveja, como si Gian no fuera capaz de moler a golpes al primero que le tocara las pelotas aunque no es que en su reputación necesitara de recurrir a los puños para hundir a una persona. Un disfraz que caía tras puertas cerradas junto al capitán.

    No había otra forma en la que referirse al moreno en la cama que no fuera la de animal, una bestia que más veces que no lo dejaba temblando y cubierto en la marca de sus dientes sin importar las burlas que eso le ganase al día siguiente en el vestuario. Un amante exigente y dominante que hacía que aunque fuera unas horas el rubio pudiera olvidarse de todo lo que llenaba su mente y agenda para perderse en el placer más primitivo del hombre. Entregándole todo el control sobre su cuerpo, no sin antes batallar por aquella dominancia.

    Blaise había echado en falta aquel torrente de emociones que lo consumía al estar junto a Gian, algo que desde luego no le había confesado al reencontrarse en aquella invitación del contrario por visitar Brasil. Aunque el morreo que le plantó nada más se encontraron a solas transmitió mejor desde su punto de vista lo mucho que lo había necesitado en su ausencia. Un tiempo separados que habrían recuperado entre rondas y rondas de sexo en la privacidad de la villa del moreno.

    Dormir junto a Gian era todo un deporte de riesgo, casi como bajar la guardia en la presencia de un jaguar adulto. Nada te aseguraba que este no fuera a abalanzarse sobre ti en cuanto encontrara la oportunidad. Pero Blaise parecía haber olvidado aquella lección en la comodidad sentida alrededor del moreno así como el cansancio producto de las tres rondas de sexo en la noche anterior.

    Brasil era un lugar lleno de contrastes donde convivían las personas más humildes con la élite más extravagante en un ambiente colmado de ruido,ritmo y bullicio. Una semana era tiempo insuficiente para adaptarse a las enormes diferencias existentes entre aquel paraíso tropical y su conocida Europa, pero si había algo a lo que el francés no había conseguido adaptarse era al calor de Brasil. Con una humedad que calaba hasta lo profundo del cuerpo, el más acostumbrado al clima mediterráneo encontraba difícil dormir sin acabar despertando cubierto de sudor.

    Aquella mañana no sería muy distinta. El calor que lo invadía comenzaba a ser insoportable, aun cuando en el cansancio acumulado el francés se negaba a abrir sus ojos para imponer solución alguna. Blaise se removió entre los brazos que lo envolvían, suspirando en sueños al notar como dicho calor comenzaba a concentrarse en su bajo vientre y con ello su miembro en lo que su subconsciente creía un sueño húmedo al que el rubio no se resistió, rendido ante aquel asalto a su pecho y su polla ahora alzada contra su vientre.

    Incluso en aquel limbo entre el sueño y su conciencia sabía que solo había un hombre capaz de tocarlo de aquella manera.

    — Gian. — Suspiró el rubio comenzando a ser consciente de las manos que lo recorrían con unas intenciones que se prometían de todo menos inocentes. Por unos momentos aquellos toques pararon, yendo a parar en su regreso a su trasero, separando sus nalgas para introducir dos dedos en su agujero. Un gemido ahogado abandonó sus labios al notar como aquellos dedos exploraban y preparaban su ya abusada entrada. La necesidad por masturbar su desatendido miembro le llevó a abrir los ojos, todavía tomando conciencia de los alrededores cuando la presión en su trasero solo aumentó al tomar en él algo mayor que los dos dedos anteriores.

    Blaise despertó con la verga del brasileño hundida dentro de él, todavía con el sueño pesando sobre sus párpados pero ya consciente de que aquello no se trataba de ningún sueño húmedo. No, Gian se lo estaba follando de buena mañana.

    Putain de brute. Lo insultó en su lengua materna, en un insulto que alcanzaba a ser en parte un quejido como lo era un gemido. Incluso habiéndolo tomado dentro de él apenas unas horas atrás y todavía preparado, el tener la gruesa erección del número 10 en su culo nunca estaba libre de molestias, pero la descarga de placer al ser su próstata golpeada borraba cualquier preocupación existente por aquel nimio dolor.

    — Blaise. Maldición, si pudiera embarazarte para atarte a mí el resto de tu vida, ni siquiera me lo pensaría dos veces. — Las palabras no se registraron de inmediato en su cerebro, todavía adormecido y aun así sobrecogido por aquel tumulto de sensaciones recién de buena mañana. Sentía a Gian en todas partes, sus manos jugando con sus pezones, el fuerte vaivén de sus caderas enterrándolo contra el colchón, encimandose sobre él como un macho en celo tratando de montar a su hembra. Sus muslos temblaron por un instante, sintiéndolo como se hundía en él más profundo que antes.

    — Sigue soñando Vieira. — Rio contra las sábanas confiando en que su voz no se hubiera quebrado por el placer. Lo más increíble para él no era que Gian fantasease con poder atarlo a él cuando todo su flujo sanguíneo estaba al sur de su cuerpo, no. Quería tener la suficiente esperanza en sí mismo como para pensar que de ser mujer tendría el suficiente sentido común como para no enredarse con el mayor mujeriego que habría producido Brasil, sin importar que la verga de este lo estuviera haciendo ver las estrellas en esos momentos. Pero la posesividad que derramaban sus labios era adictiva y con su propio miembro goteando entre sus piernas, la idea de tener al moreno llenándolo de su semen cada mañana se le hacía imposiblemente atractiva.

    —...Marcarte de forma permanente para que todos sepan que ya tienes un dueño. — Las caderas del rubio buscaron impulsarse para acabar con el lento ritmo de sus estocadas más el sólido peso de su cuerpo sobre él sólo le permitían la opción de dejar su culo a disposición del delantero en aquel vaivén lento, tan lento. Un nuevo quejido abandonó sus labios, sintiendo como centímetro a centímetro la polla del brasileño salía de él solo para volver a perforarlo hasta sentir las caderas del otro pegadas a sus nalgas.

    Aun con el sueño fuera de su sistema, la posición en la que se encontraba no le dejaba más opción que dejarse hacer por el moreno, sometido por completo bajo él. Las fuertes manos que se apoderaron de sus muslos impidiéndole empujar contra su erección enterrada en él, su cuerpo manteniéndolo presionado contra el colchón borrando toda oportunidad de alejarse de él. El ritmo tortuoso de las embestidas, el roce de su erección contra las sábanas con cada movimiento de sus cuerpos y su pecho enterrado en el colchón lo estaba haciendo perder la cabeza. Sus manos estrujaron las sábanas mientras trataba de silenciar sus gemidos contra su almohada, el sonrojo producto de la excitación extendiéndose hasta su pecho.

    Lo odiaba, y no necesitaba voltear a ver el rostro del brasileño para saber que este portaba una sonrisa orgullosa y hambrienta en sus labios al ver como su culo engullía su polla, deseoso por más. Pero su cuerpo parecía traicionarlo, derritiéndose y rogando por más de las atenciones que solo Gian podía darle. Era una tortura, el tenerlo moviendose dentro de él con tanta lentitud, pero era una tortura adictiva que tenía su miembro duro entre sus piernas comenzando a notar aquel nudo en lo bajo de su estómago que le indicaba la cercanía de su orgasmo.

    Dios, como deseaba poder invertir sus posiciones y tener a Gian tumbado sobre el colchón, poder cabalgar su polla sobre él como si de su juguete sexual favorito se tratase, sin darle más opción que ver cómo con cada levantar de sus caderas lo llevaba un paso más cerca de la perdición. Se encargaría de cobrárselo más pronto que tarde.

    — ¡Dios mío, Gian! — El abuso continuado sobre su punto más dulce sacó al rubio de aquella nube de placer, completamente deshecho en un desastre de jadeos descompasados y gemidos. Malditas caderas de bailarín que tenían sus piernas temblando con cada movimiento en su interior. Y aun así no resultaba suficiente en una decisión deliberada del moreno por llevarlo al límite pero sin llegar a darle la liberación que necesitaba, disfrutando de ver cómo se rompía en mil pedazos bajo su cuerpo.

    Blaise tuvo que morder su labio inferior ante el más reciente golpear de la verga del brasileño contra su próstata, conteniendo un gemido vergonzosamente agudo por su parte. Y también para contener la súplica que casi abandonaba sus labios, todavía aferrándose a aquel último resquicio de orgullo que le impedía verse reducido a un jodido desastre frente a los ojos del brasileño. Un intento fútil cuando cada estremecimiento de su cuerpo le rogaba a Gian que lo utilizara a su conveniencia en aquellas demenciales embestidas que lo dejaban sumido en el placer más primitivo del hombre.

    Quería, no. Necesitaba que se lo follara como un animal en celo, que enterrase su verga en él hasta que perdiera la conciencia de nuevo solo para despertar lleno de su semen. Necesitaba que lo dominara, que lo reclamase como suyo, que lo sometiera por completo.

    Pero no había forma alguna en el infierno en la que el orgulloso rubio fuera a darle aquel gusto a Gian, ni aun cuando él era todo lo que lo separaba de llegar al ansiado clímax. Cuando su voz se alzó en algo más que un gemido no fue para suplicarle.

    — Cállate de una puta vez y fóllame duro. — Gruñó, con su paciencia al límite. Por alguna gracia divina el brasileño pareció escucharlo aquella vez, apenas dejando la punta de su erección dentro de él para cambiar de posición. Aquel descanso apenas duró unos segundos antes de que Gian le diera justo lo que le había exigido, follándoselo sin nada del lento vaivén anterior. Abierto de piernas para el brasileño y todavía retenido por los brazos de este podía ver como su verga se hundía viciosamente en su interior, en la visión más indecente. Duro y rápido, en un vaivén obsesivo que no le permitía al francés recuperar el aliento entre estocada y estocada.

    Justo como quería que Gian se lo cogiera.

    Apenas necesitó de unas pocas de aquellas barbáricas embestidas para terminar por correrse en un orgasmo arrollador. Algo que no detuvo al moreno de seguir follándoselo en aquel demencial vaivén establecido, incluso con el cuerpo de su amante sobrecogido en los temblores propios de la sobreestimulación. Estaban todavía lejos de terminar

    Aquella semana le había descubierto al francés que Gian compartía bastante con la tierra que lo vio nacer, más allá del exótico verde de su bandera en los ojos del delantero o aquel talento en la pista de baile cuando sonaban los sugerentes ritmos latinos. También llevaba en él el calor propio del clima tropical de Brasil, más en concreto concentrado en su entrepierna. Inextinguible sin importar la temporada o el momento del día.



    Tras dos años compartiendo cama con su mayor rival, el trato entre ambos se había vuelto cómodo y en cierto modo, cálido. Blaise confiaba en el moreno, incluso cuando uno de sus mayores pasatiempos parecía ser molestarlo, dejando que Gian lo cargara en sus brazos hacia la bañera. Lo cual era un alivio pues luego de las rondas de sexo encadenadas tanto su cintura como sus muslos se encontraban resentidos, y Blaise no extrañaba los tiempos en los que tenía que arrastrarse hasta el baño luego de follar con el brasileño.

    Se sentía bien dejarse cuidar por Gian, descansando su rostro contra su pecho mientras dejaba que el moreno se encargase de solucionar el desastre que él mismo había causado entre sus piernas. El rubio no contuvo el impulso de morder el hombro de Gian antes de que este abandonara la bañera, era lo mínimo que merecía luego del reguero de marcas que había regalado a su espalda y sus comentarios molestos que ni entonces se habían detenido. El francés aprovechó entonces esos momentos de privacidad para disfrutar unos minutos más de la sensación del agua tibia en sus agarrotados músculos, antes de secarse y vestirse a riesgo de terminar por volver a caer rendido.

    Incluso en el abrumador calor de Brasil, Blaise se negaba a dejar descubierto su pecho en la privacidad de la mansión a riesgo de exponer las marcas, chupones o la imprenta de los dedos del brasileño que decoraban su pálida piel. Apenas habría alcanzado a colocarse unos pantalones deportivos junto a una playera, secando su melena de bucles dorados cuando pudo ver a Gian en el reflejo del espejo.

    El ver desde el cuarto de baño como el brasileño retornaba a la habitación con la prisa en sus pasos y el enfado comenzando a asentarse en sus facciones le hizo suspirar. No necesitaba preguntarle para saber cuál era la razón por la que andaba tan ofuscado luego de tan buen despertar. Solo había una causa que podía tener al brasileño de aquella manera, y esa eran sus hijos.

    Thiago y Kayden, un par de mellizos sumamente adorables, inteligentes y para desgracia de su padre, revoltosos. Blaise adoraba a los pequeños Vieira y en su debilidad natural por los niños encontraba imposible enfadarse con ellos tras sus mil y una trastadas, al fin y al cabo no era como si hubiera maldad alguna en estas. Solo eran un par de niños de 7 años, con la curiosidad y la falta de juicio propia de su edad, pero más veces que no el cansancio tras la mirada del brasileño era a causa de sus hijos, y no por sus rigurosas prácticas.

    Un motivo más que asentaba en Blaise el deseo de nunca ser padre. Adoraba a los niños pero no la enorme responsabilidad que criarlos conllevaba, no. Él prefería la imagen del tío consentidor que cumplía todos sus caprichos y jugueteaba con ellos. Y con los mellizos aquel deseo por mimarlos sólo se veía intensificado por la estricta educación con la que Gian los había criado, desde el amor y preocupación que sentía por ellos claro. Pero en aquella dureza parecía olvidar darles el cariño y aprobación que todo niño buscaba de sus padres, algo que ambos mellizos estaban ansiosos de ganarse.

    Arrojó la toalla sobre la encimera, dejando sus cabellos a medio secar para ir en busca también de la pareja de hermanos, el silencio presente en la mansión sirviendo como presagio de que estos no tenían nada bueno entre manos. Supo a donde ir cuando escuchó el ruido de un motor, aligerando su caminar en el mal presantimiento que se apoderó de su pecho.

    El pronto grito de Gian le heló la sangre llegando hasta el estacionamiento para presenciar como uno de los auto del brasileño se le venía encima a Thiago, solo para detenerse a pocos centímetros del pequeño. Y su mente se quedó completamente en blanco, con su corazón latiendo alocado en su pecho como solo lo haría tras un extenuante partido. Los ojos temblorosos del delantero no se separaron de las figuras escuálidas de ambos pequeños, tratando de grabar a fuego en su cabeza que ambos estaban bien, completamente a salvo. En problemas con su padre, desde luego pero sin ningún daño que lamentar.

    Solo cuando ambos corrieron a su lado para encerrarse en su habitación como su padre les había ordenado, Blaise dejó salir un suspiro de puro alivio.

    — Retiro lo dicho en la cama, dos son suficientes. — El rubio solo le regaló una caricia en la cubierta cintura de Gian antes de dejarlo pasar por su lado hacia el interior de la casa. Conocía lo suficiente al brasileño como para saber que debía dejarle aunque fuese unos minutos en lo que calmar su enfado, a solas. Ir tras de él solo empeoraría las cosas.

    Ahí se iba la tranquilidad en su último día de vacaciones.

    Con los ánimos revueltos en toda la casa, Blaise decidió ir a la habitación que los mellizos compartían, cargando con él la maleta que había quedado abandonada en medio del desastre. Sería más sencillo apaciguar a las pequeñas fieras antes de tratar con la bestia mayor.

    El rubio golpeó con sus nudillos la puerta de la habitación compartida antes de entrar. Tanto Thiago como Kaiden parecían sorprendidos de verle ahí, más ambos de inmediato agacharon sus miradas en un incómodo silencio. Encogidos de hombros, a la espera de un nuevo regaño , esta vez por parte de su ídolo.

    — Venid aquí los dos. — Pidió, arrodillándose con sus brazos abiertos. El niño rubio no dudó en lanzarse entre estos de inmediato, enterrando su rostro contra el hombro del francés como si aquel fuera su mayor refugio en el mundo. Kai, sentado en su colchón parecía inseguro de qué hacer pero al ver que el mayor no retiraba su invitación por abrazarlo abandonó su cama con un bote para abalanzarse también sobre él con tal entusiasmo que Blaise tuvo que reacomodar su posición para no caer hacia atrás. Permanecieron así durante unos momentos, con el francés acariciando sus menudas espaldas en medio de aquel abrazo. — ¿Por qué habéis tomado las llaves del auto de vuestro papá? — Preguntó con voz suave, sin querer incriminarlos más con la preocupación clara en sus palabras.

    Ninguno de los dos niños respondió de inmediato, todavía dentro de sus brazos. Y Blaise no los forzó a ello, disfrutando de sus acompasadas respiraciones hasta que el mayor de los mellizos rompió aquel silencio.

    — Fue mi culpa, tío Blaise. — Habló Thiago con un tono lastimero más el francés no lo dejó continuar. No quería que el niño de larga melena se atribuyera toda la autoría o que comenzase a discutir con su hermano por la cantidad de culpa que tenía de su más reciente desastre.

    — No he preguntado de quién es la culpa, pajarito. Quiero saber por qué lo habéis hecho, ¿me lo vais a decir? — Volvió a interrogar, replanteando de nuevo su pregunta. Sus brazos dejaron de envolver a los mellizos, pero no sin antes dejar un beso en las mejillas de ambos. Ty y Kai compartieron una mirada arrepentida, aunque en esta ocasión fue el menor de ellos quien le respondió.

    — Solo queríamos ayudar a papá a cargar las maletas.

    — Y… no queríamos que tuvieras que levantar peso. —
    Le secundó Thiago.

    — ¿Peso? ¿Qué problema hay en que levante un par de maletas? — Blaise no escondió la incredulidad que lo invadió ante sus razones. Sí, no era tan corpulento como su padre pero en su 1.78 metros y en sus 75 kilos de peso estaba lejos de ser un blandengue que no pudiera levantar unos pocos kilos de peso. Tampoco habría sufrido lesión alguna durante la temporada pasada que pudiera llevar a los mellizos a preocuparse por él de tal manera.

    — ¡Sí! Thiago notó como en las mañanas frotabas tu espalda como si doliera y a veces ponías una mueca de dolor al agacharte. — Balbuceó el moreno un tanto nervioso frente al capitán. — Los entrenamientos van a empezar dentro de poco, y no queríamos que te lastimaras.

    — Solo queríamos ayudar, porque es mi papá el que no para de molestarte en la noche. — La confesión del pequeño rubio apenas se alzó en algo más de un susurro, quizás pensando que esta le ganaría un nuevo regaño. Si Blaise pudo escucharle fue por la cercanía con este, y ciertamente no estaba seguro de haber querido comprender aquel murmullo.

    — ¿Gian? ¿Moles… — Le tomó unos momentos registrar a qué se referían los mellizos, pero cuando lo hizo su mente se quedó en blanco. Había una buena razón detrás de sus músculos agarrotados o la tensión en su baja espalda, y sí era cierto que Gian estaba detrás de estos pero no por ninguno de los motivos que pudieran pensar los mellizos.

    Como la gran mayoría de reglas dentro de su “relación” con el brasileño el mantener todo lejos de los ojos de Thiago y Kai, era un consenso obvio y casi implicito. Aquello incluía desde luego el estado en el que quedaba su cuerpo luego del sexo con el moreno. Pero creía que como las marcas que Gian había dejado en él, y viceversa, lo había podido esconder del conocimiento de los niños.

    Claramente había subestimando la capacidad de observación de los mellizos.

    El francés maldijo a Gian y a sí mismo para sus adentros. Qué se suponía que debía de decirles a los niños, ¿la verdad? “Si me duele la espalda es porque vuestro papá me da como cajón que no cierra, pero no os preocupeis que me gusta, por eso llevamos cogiendo dos años”.

    Sí, no había forma en el infierno en la que Blaise fuera a decir esas palabras.

    — Escuchadme bien los dos. No tenéis que preocuparos por mi, solo ando cansado ¿sí? — Intentó razonar con los pequeños sin que el sonrojo se apoderase de su rostro, y rogando para que los gemelos no tuvieran ninguna pregunta más sobre su estado. — Dadme un poco de crédito, no por nada soy capitán por encima de vuestro papá. Llegaré a la temporada listo para patear traseros como cada año. Es una promesa. — Y el delantero volvió a tomar a ambos niños en sus brazos, en la excusa de un nuevo abrazo que pronto se tornó en un ataque de cosquillas que ninguno de los dos pudo anticipar. Sin importar cuánto se revolvieron en su agarre entre risas el mayor no los dejó ir hasta que sus rostros se volvieron rojo del esfuerzo.

    Por un momento Blaise olvidó que no solo estaba ahí para animar a los mellizos, desde luego también tenía que regañarlos. Pero él, por el contrario que Gian, no era bueno a la hora de imponer disciplina. ¿Cómo podría regañar a aquel par con sus mejillas regordetas y esos pares de ojos enormes que lo miraban con tanta admiración? Blaise era terriblemente débil ante ellos.

    — Dicho esto, casi matáis a vuestro padre de un infarto. ¿Acaso queréis meter al Manchester en un aprieto perdiendo a un delantero estrella antes de comenzar la temporada? No volváis a coger las llaves del coche, no importa cual sea el motivo, no son cosas que unos niños como vosotros debáis de andar tocando. ¿Me prometéis que esto no se volverá a repetir? — Tanto Thiago como Kai bajaron sus miradas hacia el suelo ante el regaño de su ídolo, profundamente avergonzados de lucir como un par de niños malcriados ante él, pero asintiendo fervientemente a la promesa de no causar más problemas.

    Blaise no resistió más aquel intento por imponer autoridad ante ellos, besando el lunar que decoraba la mejilla de los dos niños antes de erguirse.

    — Vestios y disculpaos con vuestro padre, anda. — Dijo antes de salir de la habitación, cerrando la puerta tras de él.

    Sus pasos lo llevaron de inmediato a la cocina, considerando que ya le había dado el tiempo suficiente a Gian como para calmar su enfado luego del más reciente desastre de los mellizos. A pesar de la naturaleza sexual de su relación Blaise creía haber desarrollado un mayor entendimiento del temperamento del brasileño, y como un león acorralado el presionarlo para hablar cuando andaba irritado solo terminaría por hacerlo explotar, desencadenando en otra discusión todavía mayor. No, el francés había aprendido de la peor de las maneras que no podía andar de metiche con su mayor rival.

    Aun al encontrarlo sentado en la cocina, la prioridad inmediata del rubio fue poner en marcha la cafetera a falta de los cocineros privados con los que solían contar los deportistas de su calibre. Se lo había pedido explícitamente al aceptar su invitación, el que vaciara la mansión de su staff habitual a excepción del servicio ocasional de limpieza. Podía verse como algo extremo pero Blaise no quería tener más ojos puestos en ellos de los necesarios, y si había conseguido mantener su carrera alejada de cualquier rumor sobre su sexualidad se debía a lo meticuloso que era a la hora de mantener su privacidad. Un aspecto de su vida que no pensaba poner en riesgo.

    Su atención recayó por fin en el moreno, acercándose a él mientras esperaba por el café. Un vistazo a su rostro bastaba para confirmarle que sus malos humos estaban todavía lejos de haberse disipado.

    — He hablado con los niños. — Le dijo, apoyando sus caderas contra la encimera de mármol mientras una de sus manos se entretuvo acariciando los cortos cabellos en su nuca. Hablar del incidente con el carro difícilmente mejoraría el humor del delantero. Pero si tenía algo que contarle que quizás pudiera desviar su atención de su mismo enfado. — Resulta que esta nueva travesura se debe a que querían ayudarte con los preparativos para la vuelta y porque no querían que yo cargara con el peso de las maletas. Vieron que me sobaba la espalda y… — El francés se quedó en silencio durante unos segundos, planteándose internamente cuán buena era la idea de darle al brasileño otra excusa para burlarse de él. Aunque en primer lugar el moreno nunca había necesitado de ninguna ayuda para andar molestandolo cada vez que se le venía en gana.

    — Gian, creían que me dolía la espalda porque te la pasabas “molestándome” en la noche. — Sus ojos rehuyeron la mirada del moreno, demasiado avergonzado de no haber podido ocultar de los mellizos el estado resentido de su cuerpo tras una noche de sexo con su padre. Y por misma razón de aquella vergüenza fue que el delantero no pudo contener el ataque de risa que se apoderó de él, apenas pudiendo calmarse unos minutos después con un sonrojo apoderándose de sus pálidas mejillas.

    — ¿Qué cojones se supone que debía decirles? Lo siento, lenguaje. — Se excusó con una sonrisa. Poniendo de nuevo su atención en su rostro y como la molestia parecía haberse disipado de sus facciones aunque no lo suficiente para devolverlas a su usual calma. — Venga, no tiene sentido castigarlos durante su último día en Brasil. — Estaba a punto de dejar un beso en los labios del brasileño cuando el sonido de la puerta del cuarto de los gemelos lo interrumpió, haciendo que Blaise se alejara de inmediato de Gian con la excusa de que el café ya estaba listo.

    Thiago y Kayden entraron a la cocina uno tras del otro a paso tímido y todavía sin poder levantar la mirada para mirar a su papá, apenas pudiendo contener el juguetear con sus manos en su arrepentimiento por lo ocurrido. De dónde sacaba Gian la fuerza para disciplinarlos, el francés nunca lo sabría pues para él ya era todo un desafío el simple hecho de regañarlos.

    Blaise mientras tanto fingió estar demasiado ocupado rebuscando en la nevera, aun cuando su atención estaba puesta en las disculpas de los más pequeños no era a él a quien estas debían de ir dirigidas.

    — Papá… — Comenzó el rubio de larga melena, mordiendo sus labios en su nerviosismo ante la imponente figura del brasileño, y aún así parándose delante de su hermano menor. El niño tuvo que tomar una bocanada de aire para armarse de valor — Kai y yo queríamos disculparnos por lo de hace un rato, no teníamos que haberlo hecho. Lo sentimos.

    — Fue estúpido y peligroso. Nunca más volveremos a coger las llaves de ninguno de tus coches.

    Blaise no intervino en ningún momento en aquella merecida conversación entre padre e hijos, centrándose mejor en preparar el desayuno para estos. Nada demasiado elaborado desde luego, unas tostadas con aguacate y huevo para él y Gian. Blaise no contaba con un enorme apetito mañanero. Y aquello ya era demasiado teniendo en cuenta que el desayuno promedio de un parisino no era más que un café acompañado de un cigarrillo, y un croissant quizás si empezaban a lo grande el día. Aunque viendo que el humor de los mellizos seguía un tanto decaído le preparó un plato de tortitas a cada uno aprovechando que el mix ya estaba listo.

    Dejando la taza de café delante del moreno, Blaise tomó asiento al lado de este observando a los pequeños comer sus desayunos ordenadamente en aquellos modales con la comida que Gian había sido tan estricto a la hora de inculcarle. También observó las bermudas de playa que estaban utilizando ambos hermanos. Quizás en un intento por convencer a su padre de que los dejara jugar en la piscina, o quizás porque en su prisa por armar sus maletas habían olvidado dejar fuera cualquier otro conjunto de muda limpia. No importaba, igual le había dado una idea.

    — No tenemos que marcharnos para el aeropuerto hasta eso de las seis, qué os parece si luego de que termineis de desayunar jugamos un rato en la piscina. — Sugirió Blaise, añadiendo prontamente. — Solo si vuestro padre os deja, claro. Ya habéis provocado los suficientes líos como para tenerlo contento una semana.

    Ambos hermanos se miraron con la anticipación llenando sus miradas, aunque ninguno de los dos se atrevió a darle una respuesta, volteando hacia su padre con sus hombros encogidos ya preparados para recibir una negativa de su parte como castigo.

    — ¿Podemos papá, podemos? — Le preguntó Kayden, pataleando con sus delgaduchas piernas bajo de la mesa.

    — Ya no causaremos más problemas, lo prometemos. — Lo respaldó el rubio con el mismo entusiasmo infantil.

    — Lo prometemos. No más problemas, ¿sí? — Le aseguró el francés con su sonrisa oculta tras su taza de café. Por favor, senhor.
  12. .

    bMuBzYs
    You are the sun and I am just the planets
    Spinning around you
    You were too good to be true, gold plated
    But what's inside you
    I know this whole damn city thinks it needs you
    But not as much as I do




    Invocación de familiares se había convertido rápidamente en una de las clases favoritas de Yixing en lo poco que llevaba de curso. Por desgracia esto no se debía a las amenas explicaciones de la experimentada bruja que era Elizabeth Inchbald, o por su aplicación más práctica en comparativa con otras asignaturas de su mismo año.

    No, su motivo era mucho más simple, y es que podía tomarse una siesta matutina durante esta.

    Todo brujo o bruja que se preciara tenía un familiar bajo sus órdenes. Y la fortaleza de este era motivo de renombre y regocijo para ellos. Los mayores magos de la historia habían contado con familiares a su altura a su vera. Merlín había tenido al Gran Dragón de Camelot. Sibila, la primera pitonisa del oráculo de Delfos, había tenido a su gigantesca pitón en cambio.

    Zhang Yixing, el último nigromante sobre la tierra, había obtenido el suyo a la tierna edad de 10 años. Un familiar con una fama tan sanguinaria en vida como la que había arrastrado su familia, lo cual no era cosa fácil de encontrar.

    Claro, los Zhang bien podrían haber sido un aquelarre tiránico que había tratado en tres ocasiones diferentes de apoderarse de la corona de los hechiceros. Dos, si cuentas que la tercera fue un golpe de estado por parte de Zhang Tao Xi por el liderazgo ostentado por su hermano. Pero incluso tal maldad solo era posible por la fuerza que respaldaba a su magia. Admirados y temidos a partes iguales a lo largo de la historia, una de las únicas certezas que se había llegado sobre el único clan nigromante había sido el talento natural que corría por sus venas. Sin necesidad de utilizar varitas que concentrarse su magia o tener que reparar en su cantidad de energía para levantar y controlar a los muertos a su voluntad.

    Siglos y siglos tras la hegemonía mantenida por el legendario aquelarre, los consecuentes enfrentamientos que está desencadenó y una lista de crímenes de la cual ya nadie llevaba la cuenta, el destino del aquelarre Zhang se había reducido a un último nigromante. El símbolo que portaba en su frente era sin embargo la única marca que lo identificaba como uno. Sus cabellos desordenados de un particular tono azulado, su holgado suéter durazno que no parecía haberse molestado combinar con sus vaqueros y el cuervo posado sobre su cabeza como si hubiera tomado esta por su nido, Percy era la misma antítesis de cómo un comandante de los muertos debía lucir.

    Eso no había sido un impedimento importante para ser calificado toda su vida como una calamidad andante.

    ¿Para qué demonios requieres mi presencia si lo único que vas a hacer es dormir a la bartola como todo un vago? La voz del cuervo asentado sobre su cabello resonó en su cabeza, en un tono mucho más grave y molesto de lo que cualquier humano común podría esperar de un pajarraco como aquel. Verdaderamente el mayor rasgo que compartían Kaiser (la furia germana, la sombra alada, el ejecutor de licántropos y la ridícula larga lista de sobrenombres de la que el cambiaforma tanto se enorgullecía) era que ante la menor molestia recurría a la violencia, como ahora que se dedicaba a picotear sus cabellos.

    La apariencia de un cuervo no era desde luego la forma más intimidante que podía haberle hecho adoptar al metamorfo que en su forma humana se imponía sobre cualquiera en sus más de dos metros de alturas y como dragón inspiraba el temor suficiente entre sus semejantes como para que estos encogieran sus alas y escondiesen su cola. Pero era la forma mas sencilla que podía tomar el familiar sin llamar demasiado la atención. Y en palabras del mismo dragón, hasta la apariencia de un ridículo gorrión sería mejor que tomar la forma de un can.

    Para eso estás aquí. Respondió mediante su vínculo con su cabeza reposada sobre su pupitre. Eres la evidencia en vivo de lo innecesaria que es esta clase para mi. Invocación de familiares era una de sus asignaturas troncales en aquel cuatrimestre así que no era como si pudiera dejarla completamente olvidada pero al contrario del resto de los alumnos alistados, tal clase no podía aportarle conocimiento o aplicación práctica alguna.

    Al menos que decidiera adoptar un segundo familiar, pero el último vicioso tirón proporcionado a su pelo por parte de Kai borró por completo tal idea. No necesitaba más voces dentro de su cabeza de las que ya escuchaba.

    Era su último año dentro de la renombrada institución que era la academia St. Marie, tal fama le aseguraba un alumnado perteneciente en su mayoría a las mayores esferas del mundo sobrenatural a pesar de encontrarse en la árida y fría, jodidamente fría, Alaska. Aquel ámbito estaba creado alrededor de la idea de moldear a los adolescentes que en el mañana llevarían las riendas del mundo mágico. Y semejante currículum académico le estaba pateando el trasero a Percy de una manera en la que se aferraría con uñas y dientes a cualquier descanso que pudiera encontrar dentro de aquel saturado horario.

    Podrías estar haciendo cosas mejores, como por ejemplo…

    El exterminio de la asquerosa población de Hombres Lobos o levantar el Reino de Prusia de sus cenizas del pasado. Completó en un instante las siguientes palabras del cambiaforma, tan desencaminado no podía andar cuando el cuervo sobre su cabeza quedó en silencio limitándose a proseguir con sus abusos a su dueño. La dominación mundial queda fuera de mi lista de propósitos para este año. Quizás una vez me gradue, el título de loco genocida sería una mala mancha en mi expediente académico.

    Desviando entonces su mirada hacia los estudiantes a solo un par de metros a su derecha podía apreciar de que el desinterés en las palabras de la profesora no era exclusivo de su persona. El par de brujas adolescentes parecían más interesadas en su propia conversación entre susurros que en la explicación del teorema de la estrella de seis puntas, garabateando en conjunto sobre su cuaderno vacío lo que parecía ser un círculo mágico.

    Lo único que podrían llegar a invocar con un circo de invocación tan asimétrico y lleno de runas innecesarias en su interior (¿de verdad había necesidad alguna de repetir hasta en cuatro ocasiones la runa de “poder''? Lo dudaba) era algún sapo o ratón con capacidad mágica de un mocoso. Y aun en el caso de conseguir conjurar un espíritu de alto poder (quizás estaban tratando de invocar a una gárgola ahora que reparaba en las runas de “durabilidad” y “sanación”) al no haber cerrado por completo el círculo de invocación la criatura invocada bien podría volverse en contra ellos.

    Las dos chicas detuvieron de inmediato su conversación al reparar en la mirada del nigromante puestas en ellas, poniendo su atención de vuelta a sus libros de textos como si se tratase de temerosos conejitos tratando de evitar captar la atención de su depredador. Yixing devolvió entonces la mirada a la madera de su pupitre decidido a tomar un pequeño descanso en lo que quedaba de clase.

    Antes siquiera de que el sueño acudiera a él, el llamado de una voz femenina le hizo levantar la mirada.

    — Zhang Percy, lamento interrumpir tu siesta pero te he hecho una pregunta y me gustaría tener una respuesta. Ahora. — Elizabeth Inchbald no necesitaba contar con una altura sobresaliente para imponer respeto entre sus alumnos, apenas parándose sobre su metro cincuenta pero portando unos ojos azules capaces de enderezar a todo aquel que se parase frente a la frialdad de estos. Eso y que nunca antes le había temblado el pulso a la hora de lanzar un encantamiento sobre sus alumnos. La dureza tras su mirada se deshizo por un solo instante al percatarse de que el joven brujo no había reparado siquiera en sus palabras de antes. — En ocasiones los demonios toman la apariencia de un familiar para formar un falso contrato con un mago y drenarlos así de su energía y magia. — La varita de la profesora entonces apuntó hacia él, tan afilada que no dudaba en que podría hacer sangrar la tierna carne solo de contar con la intención. —¿Y cuál es la forma más sencilla de identificarlos?

    El de orígenes mestizos se reincorporó por fin de su posición sobre la mesa, tamborileando sus dedos sobre esta antes de ofrecer una respuesta.

    — Los familiares no cuentan con sombra, ya que no son más que espíritus que a través de los pactos pueden tomar una forma corpórea. Los demonios son seres vivos así que tienen sombra. — Habló sin un atisbo de duda en su voz.

    Había, desde luego, muchas otras maneras de identificarlos como lo era el sutil hedor a azufre que despedían los demonios. Los familiares no podían abandonar el círculo por el que habían sido invocados, siempre que este hubiera sido correctamente pintado. Y una larga lista más de indicadores que el peliazul no se había molestado en memorizar cuando era tan sencillo como mirar hacia el suelo y apreciar la presencia de una sombra o falta de esta.

    — ¿Y qué causaría que un familiar pierda su forma? — Continuó instigando la rubia. En esta ocasión el peliazul sí que tardó unos momentos para sopesar su respuesta.

    — La muerte de su pactante o el agotamiento de la energía de este. Ah, y la ruptura del contrato con su brujo claro. — Una mueca molesta se apoderó de los labios de la profesora, pero antes de que esta pudiera pensar en otra pregunta la melodía gótica de la campana escolar dio por terminada la clase, siendo tan peculiar esta como lo era el mismo instituto. Yixing llevaba años defendiendo que la anticuada melodía debía de ser reemplazada por “Toccata and Fugue” en D menor, compuesta por Bach y más conocida como el tema de Conde Drácula. Aunque también entendía que en los grandes roces ya existente entre el resto de especies y la realeza vampírica tan cambio podría crear descontentos innecesarios.

    — ¿Alguna pregunta más, profesora? — Interrogó esta vez el peliazul mientras el resto de alumnos comenzaban a abandonar la sala.

    — Me gustaría verte despierto en alguna de las clases que nos quedan en este cuatrimestre, Zhang. — Y tras acomodar sus gafas la bruja le dio la espalda, regresando a su escritorio.

    — Lo intentaré, pero no quiero hacerle ninguna promesa vacía a una mujer. No soy esa clase de hombre para empezar. — Bromeó Yixing recogiendo de la mesa su libro de texto (completamente sin abrir) y su cuaderno (también completamente vacío) para marcharse del aula junto a sus hermanos.

    — Bien podrías no venir a clases y aun así la profesora Inchbald te aprobaría solo para no tener que aguantarte un año más. — Comentó Shimei mientras recorrían los pasillos, Percy ya había sopesado tal posibilidad, pero al final del día le había cogido cierto cariño a la rubia. Su voz se había convertido bien pronto en la más dulce melodía para conciliar el sueño. — Puedo apostar a que está a solo tres clases de lanzarte un hechizo paralizante para obligarte a prestar atención.

    — ¿Bromeas? La profesora Inchbald me adora. — Parte del privilegio de ser un nigromante e ir acompañado por los herederos del mayor aquelarre de brujos era que la multitud estudiantil amontonada durante el intercambio de clases tendía a apartarse de su camino como si de Moises y el Mar Rojo se tratase. Una importante ventaja cuando su próxima clase se encontraba en la otra punta del gigantesco complejo escolar.

    — Te adoraría más si no terminaras por quedarte mirando por la ventana todas sus clases. — Bromeó la bruja, alzando la mano en su caminar para enmendar un poco el desastre causado en el cabello de Yixing tras el vicioso ataque de su familiar.

    — Ya, pero no quiero pecar de codicioso y acabar siendo el pelota de la clase. — Su ruta hacia el ala oeste se desvió un poco en lo que llegaron a la entrada a los calabozos subterráneos. Un buen atajo sin duda para llegar a los jardines exteriores de la institución sin perder el aliento en el proceso, claro que no se trataba del paseo más agradable que pudieras tomar teniendo en cuenta que parecían sacados de una exposición sobre los horrores de la Inquisición Española. — Ahora tienes Dioses Antiguos,¿verdad? Suerte con el viejo decrépito de Caxton. — Sus palabras fueron dirigidas a la única chica entre ellos. William Caxton a duras penas contaba con la apariencia de un hombre que superara la mitad de sus treintas pero esa ilusión de juventud se desvanecía en cuanto abría la boca. Era como escuchar una representación de cualquier obra de Shakespeare, y se refería a ello de la peor de las maneras.

    Nadie conocía con exactitud la edad del brujo, lo cual había sido motivo de especulación entre los alumnos. Yixing pensaba que el profesor era, como mínimo, perteneciente a la primera mitad del medievo europeo.

    — Más suerte vais a necesitar con el profesor Partridge y su puntería. — Ambos chicos gruñeron en alto ante la idea de pasar una hora alerta tratando de esquivar las bolas de fuego lanzadas por el brujo ante la más pequeña equivocación de sus alumnos. Al parecer del elfo nada pulía de mejor manera las habilidades de defensa personal de los alumnos del St. Marie como pasar un par de horas a la semana evitando sus encantamientos paralizantes. En lo que iba de curso ya había mandado a una media docena de adolescentes directos a la enfermería, lo cual comparados con el año anterior no era mucho pero el elfo parecía dispuesto a marcar un nuevo récord personal en aquella promoción. — Nos vemos luego. — Se despidió la pelinegra descendiendo las oscuras escaleras por las que ninguna dama ordinaria debería bajar sola. Una suerte que en al menos un par de kilómetros a la redonda en aquel desierto páramo de Alaska no se pudiera encontrar ninguna mujer ordinaria.


    Yiling terminó teniendo razón, el profesor Partridge y su jodida puntería a la hora de sus hechizos de ataque. Incluso en medio de una clase teórica como habría sido la de hoy uno no podía bajar la guardia ante el temperamento altamente cambiante del elfo.

    El nigromante había contado con la fortuna de andar lo suficientemente despierto tras su anterior siesta en la clase de la profesora Inchbald como para lograr deflectar la incesante lluvia de ataques del profesor. Pero el pelo de Shimei estuvo a un cabello de hada de terminar convertido en hierba de matorral, una tortura que habría sido peor que la misma muerte para el chino capaz de cometer verdaderos crímenes de guerra por su cabello. Yixing lo sabía a ciencia cierta pues este casi le había arrancado la mano izquierda cuando se acercó a este con unas tijeras.

    Tras aquella última clase que no dudaba rompía con todo reglamento docente en vigor, ambos hermanos se dirigieron a las catacumbas. Yiling les había dicho una y otra vez durante sus cuatro años en el instituto que no necesitaba que fueran a recogerla tras cada clase que no compartían, hasta que a ambos hermanos no les quedó otra que aceptar de regañadientes. No tardaron demasiado sin embargo en encontrar un vacío legal en las palabras de la pelinegra.

    Respetarían su decisión como mujer independiente no yendo a recogerla a la puerta de su aula, pero impondrían su autoridad como sus hermanos al encontrarla casualmente de vuelta por los jardínes exteriores. Esto último les había ganado a él y Shimei incontable malas miradas por parte de la fémina así como golpes por la misma, nada que les hubiera hecho cambiar de parecer.

    Las catacumbas eran un enredo de pasadizos que servían como atajo hacia los jardínes de la academia así como las afueras de la misma, con una acústica que permitía al sonido viajar por varios metros en su racional. Incluso en lo jodidamente siniestro que resultaba todo paseo bajo el subsuelo no eran pocos los alumnos que lo preferían a la alternativa de cruzar el todavía más enrevesado complejo de pasillos del instituto.

    — Todavía estamos a tiempo de volver y echarle un ojo a todo el espectáculo. — La voz proveniente de otro estudiante llenó el silencio de los mazmorras, lo suficientemente cerca de su posición como para ser inteligible pero sin vislumbrar más allá del retumbar de otros pasos en la lejanía del pobremente iluminado camino.

    — Nah, te aseguro que no quieres verte envuelto en la tormenta de mierda que iba a desatarse. Esa panda no ve más allá de lo que tienen delante cuando buscan pelea, te habrías ganado una bonita cicatriz de regalo.

    Si se fijaba un tanto en sus voces podía reconocerlas, los había visto en un par de ocasiones alrededor de Yiling, luciendo unas sonrisas de falsa simpatía que no encubría el interés tras sus miradas. También habían intentado utilizar la misma estrategia con Shimei, pero este en su temperamento y nula paciencia a toda adulación barata no había tardado más de unos minutos en deshacerse de esas moscas. Como herederos del aquelarre más célebre, tanto Shimei como Yiling estaban tan acostumbrados a las personas que se acercaban a ellos por beneficio propio como Percy lo estaba de presenciarlo.

    Era uno de los principales motivos por el que resultaba tan poco común ver al trío de hermanos separado fuera de clases, fuera de la filial cercanía que compartían. No porque alguno de los gemelos fuera incapaz de lidiar con aquellos aduladores por mano propia, sino porque la presencia del nigromante en la cercanía parecía cancelar toda intención del resto de brujos por acercarse a ellos.

    — Siempre se ha creído una intocable por pertenecer a los Luo y tener a ese perro rabioso suyo siempre al pendiente de donde pisa, con esos aires de princesa que nunca ha roto un plato. — Ambos hermanos compartieron una mirada ante aquellas palabras colmadas de veneno, conocedores al instante hacia quien iban dirigidas y sintiendo como su sangre comenzaba a hervir en consecuencia. El secretismo de la distancia completamente eliminado cuando lo único que lo separaba de ellos era unos escasos metros. — Ya iba siendo hora de que alguien se encargara de darle una lección.

    Todo intento por contención se desvaneció entonces, con el único objetivo en mente de sacarle hasta el último dato sobre aquella lección a esas ratas. Sin embargo Shimei le superó en ello.

    Una poderosa ráfaga de aire cortó la distancia entre ambos, empujando a los estudiantes como si de simples aviones de papeles se trataran. La vieja roca retumbó ante el impacto del par de cuerpos contra ella, manteniéndolos aplastados contra esta en la enorme presión que ejercía continuamente la magia del chino.

    — Qué cojones le habéis hecho a Yiling. — El par de brujos por fin tomaron conciencia de ante quienes se encontraban, siendo precisamente el peor par por el que ser descubierto criticando a Luo Yiling. Su silencio fue mantenido durante unos segundos, ya fuera por el shock inicial tras el impacto, el bochorno por haber sido atrapados o la demoledora presión ejercida contra sus tráqueas.

    La amenaza implícita en el tono de voz no logró despertar el mismo temor que la sola cercanía de nigromante causó en los brujos.

    — ¿Quién está tras Yiling? — Preguntó Yixing sin paciencia ante aquella quietud por parte de esas ratas aprovechadas. El pavimento bajo sus pies tembló durante unos instantes antes de abrirse revelando una multitud de manos esqueléticas, estas no dudaron en envolverse alrededor de las pantorrillas de los alumnos, desgarrando la tela y hundiendo sus afilados metatarsianos en la tierna carne. Quizás los cadáveres trataban de liberarse de su prisión de tierra o por el contrario, trataban de arrastrarlos a ellos bajo esta. Ninguna de las opciones proporcionaba tranquilidad alguna. — Quién. — Repitió.

    El entramado de pasadizos bajo la academia había servido durante siglos como un extenso calabozo, aquello garantizaba que los gritos y súplicas de sus presos difícilmente pudieran traspasar las paredes de piedras. De suceder algo dentro de sus confines las autoridades del instituto tardarían días en reportar la desaparición de un par de estudiantes, y en primer lugar Yixing se aseguraría de no dejar atrás rastro alguno de aquellas moscas.

    El suelo siempre tenía espacio suficiente para un par más de cadáveres.

    — Sam y su manada, dijeron que querían darle una lección p-por haberlo rechazado. — Confesó la chica tratando de alejar sus piernas del agarre de las fúnebres manos en un intento fútil. Shimei no se había deshecho del hechizo que los mantenía contra la fría piedra, y sus invocaciones no soltarían su agarre sobre sus cuerpos hasta que él diera la orden, como bien entrenados y letales perros de caza. — H-hacerle ver de lo que es capaz un alfa.

    — P-prometemos que no tenemos nada que ver. — Secundó el chico, con la desesperación pintada en su mirada.

    — ¿Nada que ver? Se os veía bien entretenido burlándose de mi hermana. —
    La presión en el ambiente no hizo más que crecer ante el enfado de Shimei, tanto que no contaba con ninguna duda de que estaba a solo minutos de destrozar sus cajas torácicas bajo su magia.

    No lo creía por un solo momento, aquella pandilla de hombres lobo podía tratarse de un grupo que en su conjunto apenas reuniese un cómputo de 5 neuronas, pero ni ellos en su estupidez innata eran tan suicidas como para ir tras la chica cuando siempre estaba junto la compañía de su gemelo y el nigromante. Alguien debía de haberles compartido el horario de la chica para tratar de asaltarla en esa pequeña ventana de tiempo en la que estaba sola.

    — Quién os ha dado permiso para hablar ahora. —
    Las esqueléticas manos comenzaron a escalar por las piernas de los estudiantes, arañando la carne con urgencia por hacer brotar de nuevo aquel líquido carmesí solo poseído por los vivos. Ahora estaba claro lo que estaba tratando de hacer, los cadáveres estaban arrastrándolos poco a poco bajo tierra. — De qué asquerosa madriguera habéis salido que no entendéis un concepto tan simple como la jerarquía. Los Luo están en la cima de los aquelarres mágicos y vosotros no sois más que patéticas hormigas a sus pies. No volváis a dirigirle la palabra, no os atrevéis siquiera a mirarlos o pararos a su lado.

    — Es cuando las ratas olvidan su lugar que estas deben de ser castigadas.

    Era todo un milagro que el chico no hubiera dejado ir el cigarrillo que sostenía cuando todo su cuerpo parecía sobrecogido por el miedo. Aun con la llama prendida Yixing se lo arrebató de sus débiles manos para terminar por apagarlo contra la frente del chico, presionando con fuerza hasta que los hilos de humo terminaron por desaparecer.

    Era un castigo cuanto menos misericordioso desde su punto de vista, Madame Ziyuan lo habría mandado azotar o habría restringido su capacidad para hablar durante una semana por una ofensa mucho más nimia que aquella, pero no tenía más tiempo que perder con escoria como aquella cuando la pelinegra podía estar en peligro.

    Yiling no era una bruja débil, era estúpido considerarla de esa manera por la forma en la que se veía y de quien era hermana, pero en primer lugar no es como si las brujas que guardaban cualquier rencor hacia él o su familia buscaran un enfrentamiento justo. De ser así irían tras éĺ y no golpearían donde más le dolía para esconder luego la mano que había arrojado la piedra. Era de hipócritas que lo consideraran a él un peligro por la sangre en sus venas y la marca en su frente, y luego buscaran provocarlos hasta hacerlo estallar.

    — Largo. — Con solo un movimiento de su muñeca las enajenadas manos abandonaron su asalto al par de brujos para retornar a su descanso eterno. Una acción que si bien era tan natural para él como el respirar fue observada con un profundo temor por el par de brujos como su primera muestra de lo que un nigromante era capaz de hacer. — Como vuelva a veros rondando a mi hermana la próxima vez que desperteis será a tres metros bajo tierra. — Con sus tambaleantes y ensangrentadas piernas el par de alumnos no tardó un solo segundo en perderse de vista entre los pasadizos.

    Se merecían mucho más que la nimia advertencia que les había ofrecido, pero también sabía que de actuar acorde a sus emociones sería él quien acabaría con el castigo mayor. Madame Ziyuan al fin y al cabo no perdonaría desacato alguno por mucho que este fuera en respuesta a la seguridad de sus propios hijos.

    — Kai, busca a Yiling ahora mismo. — Ordenó al cuervo el cual desapareció de su hombro en una nube de niebla negra. — Si encuentras a algún hombre lobo con ella tienes mi permiso de despedazarlo.

    No pasó un minuto completo siquiera antes de escuchar la voz de su familiar tras el vínculo.

    — Estoy junto a Yiling en las afueras del parque norte. — La confirmación por parte del cambiaforma le permitió soltar una bocanada de aire que ni siquiera recordaba haber estado conteniendo. Aquel sentimiento era compartido por su hermano quien realizó un gesto similar al confirmarle el paradero de la bruja.

    Era en momentos como aquel que el tener un familiar del calibre de Kaiser resultaba jodidamente beneficioso más allá de tener un prospecto de sirviente que te despertara por las mañanas y arreglara tu cuarto. Nada podía superar la velocidad y agudeza visual de un dragón.

    — ¿Y los hombres lobo?

    — Por desgracia no hay ninguno que desmembrar. La niña está bien.

    — Que no se muevan de donde están. —
    Bravo Shimei a su lado encargándose de abrir el portal que los sacara de las mazmorras. En solo un paso que tomó atravesarlo se encontraban en las afueras de la academia, y a solo unos metros de ellos sentada sobre el siempre nevado césped estaba Yiling junto al cuervo. Ambos corriendo para llegar hasta ella, reparando de inmediato en las manchas de sangre sobre la nieve.

    Un solo vistazo a la chica les dió la tranquilidad de que tal sangre no provenía de ella. A primera vista no podían apreciar daño mayor en el cuerpo de Yiling que un par de rasguños y un corte en su antebrazo, unas heridas que apenas requerirían de un poco de magia curativa para desaparecer. Aun así confirmar aquel ataque sobre su hermana mantenía viva aquella furia dentro de su pecho.

    — Se puede saber que cojones ha pasado aquí. Apenas nos enteramos de que ese intento barato de alfa y sus chuchos iban detrás tuya. — Habló Shimei, arrodillándose para examinar más de cerca el estado de su hermana y omitiendo desde luego cómo habían descubierto de su paradero. — ¿Dónde se han escondido? Pienso castrarlos y hacerlos comerse sus putos genitales. — Sabía que el heredero se estaba conteniendo por dentro para no regañar a su hermana por andar sola en su sobreprotectividad, aunque en primer lugar no es como si Yiling hubiera contado con posibilidad alguna de prevenir lo sucedido cuando ni enterada estaba.

    — Solo iba a visitar a la hija del director cuando uno de ellos me atacó por la espalda. — Atacar a una chica en grupo y ni siquiera en un enfrentamiento de frente. No podía esperar más de la panda de hijos de putas cobardes que era Sam y su manada, solo capaces de ladrar cuando se encontraban en grupo. Y no solo eso, alguno de los compañeros de Yiling habrían de estar enterados de lo que iba a suceder y no hicieron nada por advertirla. Eso no quedaría así, de eso iba a asegurarse. — Apenas pude quitarme a uno de esos perros de encima cuando apareció el resto. Creía que iba a terminar en problemas cuando apareció el heredero de los Hellshire. Fue como woah. Sí como… puaf, digo increíble, no sabía a dónde mirar ni qué hacer. Antes de darme cuenta de lo que estaba pasando ya había terminado. — Ambos hermanos compartieron una mirada de extrañeza, no por la forma cuanto menos peculiar de la pelinegra de explicar lo sucedido (aquello era normal en ella) sino por la repentina mención del miembro de la realeza vampira. — Y… Dios, se me olvidó siquiera agradecerle por la ayuda.

    Liath Hellshire, el heredero de la corona se había transferido a la academia St. Marie el año pasado, siendo una noticia que había sembrado el caos dentro del alumnado en su momento. Tanto Yixing como Yiling y Shimei habían mantenido su distancia de este, más que conscientes del frágil equilibrio en el trato entre los Luo y los Hellshire tras siglos de oposición a los intereses de la corona vampírica. Y aun de existir algún interés en enmendar tales relaciones, el círculo social del vampiro parecía estar constituido exclusivamente por aquellos de su misma especie y estatus, resultando una compañía imponente para el resto del alumnado. Ambos habían permanecido separados el uno del otro hasta aquel momento aparentemente.

    — ¿Ahora tú también andas enamorada del príncipe vampiro? —
    Bufó Shimei en reacción al atontamiento de su hermana.

    No era ningún secreto que el heredero a la corona vampírica tenía a la mitad de la población femenina del internado detrás de él, mientras que la otra restante bien podía sentirse atraída por su persona pero se encontraban demasiado intimidadas por su mera presencia como para pensar siquiera en la posibilidad de pararse a su lado.

    Aunque por la pronta expresión de asco que adoptó Yiling asumía que no se había convertido en una nueva fangirl del vampiro. El porqué alguien emparentado con la misma mujer conocida por su crueldad e ideología supremacista terminaría por defender a una bruja escapaba de su entender, aunque por la sorpresa todavía presente en Yiling dudaba de que ella comprendiera la situación mejor que ninguno de ellos.

    ¿Qué se le ha perdido aquí en primer lugar? No es como si un vampiro necesitara tomar la optativa de astrología o fuera a clases de danza en primer lugar. — Era cierto, la parte norte del campus sólo daba cabida al auditorio, el observatorio así como un par de aulas. Y fuera de tales confines se encontraba la cabaña del director de la academia y su esposa. Ninguno eran lugares frecuentados por vampiros. Pero tampoco iba a malgastar esfuerzo alguno en investigar el horario de británico para descubrir qué hacía allí aquel día.

    — No importa, ya habrá tiempo de hablar del Edward Cullen particular del campus. Por ahora vamos a encargarnos de tus heridas. — Y con aparentemente todo dicho, Percy alzó a su hermana en su espalda, afianzando el agarre en sus muslos no para no dejarla caer sino para que esta no se bajara por iniciativa propia entre quejas de no necesitar de tal ayuda en lo que volvía de vuelta a los dormitorios.



    Quizás Percy había mentido un poco y había terminado investigando un poco sobre el horario del príncipe. Pero había sido por una buena razón, y gracias a ello había descubierto dos datos relevantes. Uno, aparentemente compartía con él la optativa de Anatomía Humana. Y dos, la última clase del vampiro aquel día era Instrucción de Combate Cuerpo a Cuerpo III (aparentemente una sola no era suficiente).

    — ¿A dónde vas ahora? — Le cuestionó Shimei al verle tomar un rumbo opuesto al de ellos tras su lección de alquimia.

    — A los campos de entrenamiento. —
    Gritó sin detener su correteo por los pasillos. — Si el príncipe vampiro ha sido capaz de dejar a Yiling sin palabras entonces debe tratarse de verdad de alguien extraordinario, quiero verlo con mis propios ojos. Además alguien tiene que agradecerle por salvar a nuestra delicada hermanita, y sé a la perfección que ese no vas a ser tú Shimei. — Y terminando por despedirse de sus hermanos, Percy se perdió por los pasillos.

    Debía de darse prisa si quería llegar al patio central antes de que la clase de combate cuerpo a cuerpo terminase y con ello perdiera de vista al vampiro británico. No le había mentido a Shimei al decir que sentía curiosidad por el inesperado salvador de Yiling, es decir, descendiendo de la misma Cirse esperaría más que se uniera al linchamiento que el que le pusiera fin. Además, quería aprovechar aquella oportunidad para verlo pelear a ser posible, si es que había sido capaz de dejar boquiabierta a su hermana en su fuerza.

    Nunca antes había sentido ningún interés por presenciar aquellos combates entre los alumnos de St. Marie. Cuando eras capaz de alzar todo un ejército de cadáveres bajo tus órdenes los enfrentamientos físicos perdían gran parte de su encanto. Eso no significaba que en ese preciso momento no se encontrase de buen humor para ver a una pandilla de adolescentes golpearse como si de un campeonato sobrenatural de la WWE se tratase.

    En retrospectiva, quizás no era lo más adecuado en su posición el buscar interacción alguna con el único heredero a la corona vampírica.

    Yixing ya contaba con suficiente problemática dentro de su vida como para buscarse un problema más al verse involucrado con el único heredero de Circe. Los Luo y los Hellshire no habían llegado a ningún consenso amistoso en siglos, no existía una enemistad abierta entre ambas familias pero los Luo permanecían apartados de los intereses de los vampiros y viceversa, y aun con el debido respeto entre ellos el infierno se congelaría antes de que se diera la más efímera alianza. Dejando aquel entramado político de lado, si el príncipe compartía el profundo pensamiento supremacista que había caracterizado el reinado de su madre entonces no había forma en la tierra en la que intercambiase voluntariamente más de un par de palabras con él.

    Pero el peliazul nunca había sido alguien muy apegado a la idea de juzgar a alguien por su linaje, de ser así dudaba de salir mucho mejor parado en contraste con el príncipe. Y había salvado a Yiling, lo cual ya era de por sí suficiente motivo para estar agradecido y en deuda con él.

    Percy llegó a su destino frenando su carrera contra el alféizar de la ventana en el primer piso casi terminando por cruzar su umbral. Su mirada descendió de inmediato al campo de entrenamiento, viendo con una sonrisa como la clase parecía no haber terminado todavía. Fue ridículamente fácil encontrar a quien había venido a ver entre el par de peleas que todavía seguían activas.

    Una altura que lo hacía destacar de sobremanera entre la multitud. De cabello rizado y negro. Ojos del más irreal color grisáceo. Y sangre, quizás lo que más había de destacar de la apariencia del vampiro en esos momentos era que se encontraba salpicado de sangre de hombre lobo. Lo cual debería de haber matado todo su atractivo, pero muy al contrario terminaba por hacerlo más atrayente.

    A primera y detallada vista era fácil descubrir el por qué medio cuerpo estudiantil femenino andaba tras de él. El príncipe vampiro se veía sacado del sueño húmedo de toda adolescente hormonal. Jodidamente caliente. O al menos eso pensaba desde su siempre objetivo y nada heterosexual punto de vista.

    Liath se encontraba peleando contra todo un grupo de hombres lobo. No se molestó en cuestionarse si aquello estaba permitido, las disciplinas físicas dentro de St. Marie siempre habían sido reconocidas como las materias más cruentas y exigentes. No aptas para los débiles de corazón o de huesos.

    Aunque “pelear” no cubría la extensión de la situación que estaba presenciando, eso implicaría un intercambio mutuo de golpes, y aquello no era lo que estaba sucediendo. Cada movimiento de su cuerpo era preciso a la hora de golpear contra los puntos vitales de sus contrincantes, sin florituras o adorno innecesario en sus pasos al esquivar cada ataque del grupo de cambiaformas. Los viciosos ataques de estos solo conseguían verse respondidos por los devastadores golpes del vampiro, barriendo el césped con ellos de una forma que le resultaría divertida de no saber con certeza de que él también correría el mismo destino de verse en su misma posición.

    Quizás Yiling no había estado tan desencaminada a la hora de describir la forma de pelear del vampiro. De tratarse de un cómic estaba seguro de que cada golpe del pelinegro irían acompañados de bocadillos de texto con onomatopeyas como “¡pow!” o “!boom!”.

    Desde su posición en el primer piso no pudo apreciar si el enfrentamiento dio por terminado al tener el grupo suficiente de aquella humillación o por el aviso del profesor de dar por terminada la clase, pero pronto la pequeña multitud de alumnos restante se fue dispersando dando por terminado el espectáculo. No queriendo perder la oportunidad de hablar con el príncipe en las pocas instancias en las que no se encontraba rodeado por el resto de vampiros nacidos, Yixing se asomó de nuevo por el alféizar de la ventana.

    — ¡Hey! — Lo llamó aprovechando que el pelinegro pasó debajo de él en dirección a las apartadas gradas. Ahora que reparaba en ello, no sabía cómo referirse a él. ¿Debía hablar de usted? ¿Su Majestad? ¿Su Colmilluda Alteza Real? Pero aun cargando un par de siglos a sus espaldas, el pelinegro seguía viéndose como un adolescente más como para hablarle con un respeto desmedido. — Una pregunta, ¿cómo de habitual es verte pateándole el trasero a los Hombres Lobo? — Sus palabras fueron acompañadas por una sonrisa de pura diversión, pero viendo que cualquier intento de conversación sería imposible en sus posiciones, el de rasgos asiáticos no lo dudó un solo momento antes de aventarse del primer piso, disminuyendo el impacto de su caída con un simple encantamiento.

    — Soy Percy, el hermano de la chica que ayudaste ayer de esos perros, Yiling. — Dijo el nigromante tomando asiento en una de las gradas. No se molestó en tratar de tenderle la mano en su presentación cuando el contrario parecía ya bastante ocupado limpiando los restos de sangre en su cuerpo, aunque aquello tampoco le impidió seguir hablando. — ¿Hace saltar eso alguna alarma o te la pasas rescatando a demasiadas chicas como para acordarte? — No, dudaba seriamente de que aquella fuera una ocurrencia común en el príncipe. Y no lo decía por juzgar el compás moral del otro, sino porque de ser así ya podía imaginar el tumulto de chicas que se pondrían conscientemente en peligro solo por la posibilidad de ser rescatadas por el vampiro.

    A pesar de que el británico se encontraba frente a él cubierto de sangre que ni siquiera había terminado de secarse y de que hace solo cuestión de minutos lo había visto pulverizar a un grupo de licántropos sin asistencia alguna, no encontraba incómodo hablar con él. Cuanto menos Liath había satisfecho su incipiente curiosidad por él sin pretenderlo, y solo por ello habría valido la pena la carrera hacia el campo de entrenamiento. Pero había un motivo en concreto que le había hecho querer acaparar un poco del valioso tiempo del príncipe.

    — Quería agradecerte por haberla ayudado. También venía a ver si te había sucedido algo luego de encargarte de ese grupo de capullos. Pero luego de haberte visto pelear ya veo que eso era una preocupación innecesaria. — Nah, cualquier duda inexistente de que el heredero de la Reina Circe no pudiera cuidar de sí mismo había sido completamente eliminada luego de solo unos minutos de verlo pelear. Liath a sus ojos ya contaba con el título de badass certificado.

    — La próxima vez que Sam y su grupo traten de tocarte las pelotas, házmelo saber. Cualquier excusa para hacerlos tragar tierra siempre es buena y no me gustaría quedarme de manos cruzadas cuando vuelva a surgir la oportunidad. — Porque volvería a surgir, de eso estaba seguro. Lo único que superaba al odio de un hombre lobo por la humillación ante un enemigo era su necesidad por enmendar cuentas y curar su lastimado orgullo.

    — Liath, ¿puedo decirte así? Gracias por haber salvado a Yiling, debería de haber estado ahí en primer lugar viendo que es mi culpa que acabe envuelta en semejantes embrollos con más frecuencia de la que le tocaría. — Confesó. No era un hecho aislado en sus cuatro años dentro de la institución y tampoco era tan estúpido como para pensar que la idea de ir tras Yiling en aquella última instancia era solo ocurriencia de Sam y su grupo. Shimei y Yiling siempre terminaban por ser el foco de aquellos ataques destinados a él, aun en su posición como herederos de los Luo. Porque eso era más sencillo que enfrentarse directamente con el origen de tales conflictos. Claro que nadie era tan suicida como para dirigirle algo más que miradas recriminatorias y continuos cuchicheos a su paso. — Te debo una, o bueno técnicamente dos, porque habría terminado condenado por homicidio múltiple si le hubiera llegado a pasar algo. — Sus palabras podían no tener peso o significado alguno a ojos del contrario, aquello le era indiferente. Eh, pero al menos no era cosa de todos los días el que un nigromante (el último en todo el mundo) estuviera en deuda contigo.




    Edited by Novocaine. - 26/11/2022, 14:00
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    Todo lo que conocía sobre el Overlord de la Violencia lo había aprendido de manera involuntaria, ya fuera por las invasivas vallas publicitarias o por sus apariciones en televisión, incluso había oído hablar de él por más de una prostituta que parecía fascinada por su rumoreado atractivo en una obsesión casi infantil, como si no se abrieran de piernas cada noche por trabajo. Aquella opinión favorable no era compartida por la diligente del círculo desde luego, más de una vez la había escuchado despotricar sobre el resto de overlord y la vendetta que parecía tener con el demonio azul rayaba lo personal. Puritano. Un jodido prepotente pomposo. Un bastardo insoportable a fin de cuentas, era la imagen que tenía la súcubo de él muy contraria a la refinada apariencia otorgada por los medios.

    Claro, incluso en un primer vistazo saltaba a la vista que se trataba de un jodido lunático como pocos había en el infierno y los rumores sobre él no hacían más que confirmar su suposición. Asesino de miles de demonios. Seductor de ángeles. Y por lo visto, lo suficientemente suicida como para enfrentarse de nuevo a los siniestros soldados de Dios por al parecer puro aburrimiento.

    A su juicio propio, y con solo pasar unos minutos a su lado Worick llegaba a la conclusión de que el peliazul era un demonio al que era mejor no hacer enfadar y por consecuencia cuanto más alejado estuviera de él mejor. Cualquier ser que pudiera aguantar consciente la herida que perforaba su abdomen fruto de un arma celestial debía de ser dejada en paz por el bien propio.

    — Estás tan loco como yo. No creo haber visto jamás en mi tiempo aquí a un demonio arriesgando su cuello por otro, menos por alguien a quien no conoces. — El que estuviera conversando como si nada bajo su máscara con aquella herida que se habría llevado por delante a cualquier otro demonio realmente cimentaba su identidad como uno de los mayores monstruos dentro de aquel mundo de puros pecadores.

    — Y ya me estás haciendo arrepentirme de poner mi culo en bandeja de plata por ti. — ¿Por qué lo había hecho en primer lugar? ¿Por qué había electrocutado a todo un escuadrón de ángeles solo para salvarle el cuello? No tenía ni idea y lo cierto es que la respuesta no tenía importancia alguna en esos momentos, cuando tenía cuestiones más importantes de las que preocuparse. Como las explosiones que cada vez se escuchaban más cerca a su posición o la repentina apuesta ofrecida por el demonio de rango mayor que se robó toda su atención.

    Abandonar el purgatorio en medio de la purga resultaba toda una obra igual de imposible que conseguir que una de esas gallinas aladas considerara tener piedad con algún demonio que tuviera en su punto de mira. Sin contar con las cláusulas añadidas las posibilidades de lograrlo resultaban irrisorias, aunque la recompensa ofrecida de conseguirlo resultaba tan grandiosa como el reto parecía.

    ¿Qué querría un overlord de un demonio como él, que no era más que un desconocido a sus ojos? No lo sabía y en retrospectiva debería haberlo sopesado con mayor detenimiento, pero por otro lado la idea de tener a un overlord en deuda con él era demasiado atractiva para dejarla pasar, y más importante que nada, era divertido. Sus planes por alejarse del overlord tendrían que esperar un poco más. Sesenta minutos más para ser exactos. Quizás el contrario si contaba con cierta razón al llamarlo loco.

    — Entonces, tengo que conseguir sacarnos de este vertedero en una hora, mientras te cargo como toda una princesa sin que muevas un solo dedo para ayudarme y sin ser visto por ningún ángel. Ah, y claro sin perder la cabeza en el intento. Es un contrato abusivo lo mires por donde lo mires. — Enumeró el pelirrojo con su mirada clavada en la mano tendida del contrario, tan tentadora como peligrosa de aceptar. Supuso que por ellos los humanos habían creado la expresión de “hacer un pacto con el diablo” aunque en su caso se aplicaba de la forma más literal posible. — De acuerdo tenemos un trato. Y será mejor que no te retractes cuando pierdas. — Worick estrechó la mano del overlord, dando el reto por iniciado con el detonar de una nueva explosión.

    Así que con el excéntrico demonio peliazul en brazos el incubo abandonó aquel cine de malamuerte con aquella película porno de tercera todavía reproduciéndose. Apenas habían pasado unos minutos refugiados en su interior pero aquel tiempo parecía haber bastado para que los ángeles transformarán el panorama completo del Purgatorio. Apenas una fracción de los edificios seguían en pie llenando las calles de multitud de escombros, las continuas explosiones por igual habían levantado continuas nubes de humo y el aire apestaba a pólvora y carne quemada por igual.

    Worick desde luego no se paró ni un segundo en contemplar la destrucción que se había apoderado del primer nivel del inframundo, comenzando a correr con el pecador azul en sus brazos, sus botas despedían destellos azulados de electricidad a cada zancada acelerada que daba. No era estúpido, sabía que las opciones con las que contaban eran sumamente escasas, y cada una más suicida que la otra, la falta de tiempo desde luego tampoco ayudaba a su mente a idear plan alguno que sobrepasara la idea final de salir del Purgatorio con la cabeza todavía sobre sus hombros. Primero sin embargo debía de abandonar la periferia del primer círculo, en su extensión y a pie cruzarlo en su totalidad podía llevar casi medio día pero en su velocidad era una hazaña que podía cumplir sin preocuparse por el límite de tiempo ya iniciado.

    — Lo llevo pensando desde un buen rato. ¿Tus tetas son reales? Cuando me sostuviste y me sacaste de esa cafetería en ruinas, pensé que una chica me había llevado con ella. — Su concentración no parecía ser compartida en lo más mínimo por el demonio que cargaba estando más preocupado por la naturalidad de sus pectorales que por estar confiando su bienestar a un demonio del cual no conocía su nombre. Maldito lunático. Solo él contaba con la mala suerte de acabar metido en los peores embrollos junto a la calaña más cuestionable, aunque esa vez él mismo se lo había buscado.

    Solo 50 minutos, menos de una hora para poder dejar de escuchar esos desvaríos que dudaban fueran producto de la pérdida de sangre.

    — Estás en medio de toda una caza de demonios y tu mayor preocupación es si mi pecho es real. — Incluso en medio de su carrera el íncubo no pudo evitar el atisbo de sonrisa que se apoderó de sus labios ante la más que extraña curiosidad del overlord. Desde luego no había esperado recibir tal pregunta del mismo demonio que tenía encandilado a medio infierno por los rumores de su atractivo. — No soy ninguna zorra polioperada si eso es lo que te preocupa. Ahora cállate. — Respondió entre dientes el pelirrojo. No le interesaba el tener al peliazul insistiendo por una respuesta cuando toda su atención estaba puesta en el derruido panorama como tampoco le interesaba la razón del repentino interés puesto en su físico.

    El destrozo en la periferia parecía ser tan unánime como para que los ángeles hubieran abandonado la zona en pos de causar la mayor destrucción posible en otro tramo de la ciudad, lo cual era un tanto ventajoso a la hora de movilizarse sin el claro impedimento de tener que evitar ser detectado por ellos.

    El silencio del overlord no duró mucho, aunque esta vez por una buena razón.

    — Tienes al menos cinco demonios fugitivos a las 5 y a las 8 andando tras nosotros. No se ven muy amigables.— Worick chasqueó la lengua ante el aviso del peliazul, desde luego que se había percatado de los intentos de los patéticos diablillos de ocultar su presencia pero había pensado que no se trataban de más que una manada de ratas supervivientes a la catástrofe. Se suponía que la tarea de deshacerse de semejante calaña era parte de la labor de los ángeles, por lo mismo se les permitía bajar una noche al inframundo, pero los emplumados demostraron de nuevo su ineficiencia a la hora de cumplir las órdenes de su querido padre.

    Tendría que encargarse él mismo de sacar la basura. 2 minutos, con dos minutos bastaría para deshacerse de las molestas moscas que comenzaban a rondarlos.

    Sin esperar a ser emboscado por ninguno de los demonios de rango menor el incubo se lanzó directo al impío oculto bajo lo que horas antes había sido el letrero de un fumadero de crack y recargando todo el peso del peliazul en uno de sus brazos utilizó su mano libre para tomar por la cornamenta al diablillo escondido reventando su cabeza contra el asfalto. Ante la imagen de su espalda descubierta otro de los demonios fugitivos trató de aventarse sobre él dispuesto a desgarrarle la garganta en un movimiento tan predecible y lento que el pelirrojo no contó con apuro alguno a la hora de desenfundar la pistola que cargaba en su muslo para mandar una bala directa a su rostro.

    Los disparos por parte de un tercero lo hicieron refugiarse tras el mismo cartel bajo el que se había escondido el primer IMP. Con un vistazo pudo descubrir la posición del tirador así como ver como su compañero corría hacia su posición con la intención de emboscarle. Si no era a través del combate a larga distancia entonces lo derribarían con el combate cuerpo a cuerpo. Una idea ingeniosa de no ser por la larga experiencia del incubo lidiando con basura como aquella.

    El cuarto asaltante portaba una navaja que trató en vano en hundir en el abdomen descubierto de Worick solo para después asestar contra su rostro en otro ataque que lo dejó desprovisto de toda defensa.Una patada en el estómago del demonio con rasgo de sabueso bastó para que dejara ir el cuchillo, el cual sin dejarle enderezarle del golpe recibido clavó en su tráquea. Worick no dejó caer el cuerpo ahora inmovil del demonio, usándolo como escudo para acercarse al primer tirador, como era de esperar este no tuvo reparo alguno a la hora de disparar al cadáver de su compañero, el cual al encontrarse en la suficiente cercanía aventó sobre él. Dos tiros y ambos demonios compartieron el mismo destino.

    El pelirrojo dedicó una mirada a su alrededor, tratando de encontrar el paradero del último demonio de menor rango, sintiendo su débil presencia más no logrando identificarla. El diablillo no se hizo demasiado de esperar, habiéndose escondido bajo tierra para agarrar las piernas del incubo, planeando arrastrarle con él. Los voltios que invocó su cuerpo hacia sus piernas bastaron para calcinar las manos del demonio hasta que su agarre desapareció por completo.

    1 minuto y medio, era un buen tiempo considerando que apenas había dispuesto de un brazo siendo que el otro estaba ocupado cargando y resguardando al demonio de mayor rango.

    El íncubo solo malgastó unos segundos en recuperar el aliento antes de emprender de nuevo la marcha. No dudaba desde luego que otras pandillas de demonios fugitivos habían presenciado desde sus escondites cercanos el espectáculo ofrecido, esperando por la oportunidad perfecta para sacar tajada del mismo así que esperaba de que en el resto del tiempo restante aquellos demonios le dieran la espalda si no querían pasar por su segunda muerte.

    — ¿A qué te dedicas, niño? Pareces un luchador, pero sé que no eres un perro de pelea o ya te tendría en mi círculo y conocería tu cara bajo tu máscara desde antes. No, diría que por el adorable aroma que desprenden tus tetas y tu piel, te dedicas más a algo carnal o derivado. Pero eres demasiado fuerte y hábil como para ser solo una fantasía o un fetiche simular pelear bien. ¿No te interesan los trabajos de guardaespaldas? — El overlord hacía honor a su palabra de no hacer absolutamente nada, asemejandose demasiado en esos momentos a esos terribles chihuahuas que las ancianas humanas cargaban a todos lados en brazos.

    — No soy ninguna puta barata del círculo de la lujuria si eso es lo que te preguntas, ni tampoco uno de tus sabuesos sediento de sangre. Soy un perro guardián. — Odiaba cuando Baal se refería a él de aquella manera pero ciertamente era la descripción más cercana a su papel, el perro rabioso y leal de la sucubo dispuesto a asumir toda orden de su dueño por su debida recompensa. Claro que eso no era una explicación que estuviera obligado a darle al overlord de la violencia. — Y no me voy a convertir en el niñero de nadie, gracias por la oferta pero estoy satisfecho con mi trabajo actual.

    A medida que se acercaba hacia las compuertas hacia el siguiente círculo la presencia de los ángeles era mayor, debiendo de sacrificar parte de su velocidad en la cautela de no ser descubierto por los siniestros soldados de Dios. Podían ser una panda de gallinas con un increíble complejo de superioridad pero como sabuesos bien entrenados una vez oliesen rastro alguno de sangre no desistirían hasta hundir sus fauces en su presa.

    Los minutos fueron pasando con rapidez en los que evadía la incansable vigilancia de los ángeles en una velocidad mucho menos de los habitual en el incubo que estaba comenzando a molestarle. Tenía que haber una forma más rápida de llegar hasta aquellas malditas compuertas.

    — La entrada del acueducto que usa Snakel está cerca. Hay unas escaleras bajo el puente de la calle 4 que te lleva a las catacumbas por las viejas ruinas. ¡Dobla! Buen chico. — Las repentinas órdenes del overlord solo lo sobresaltaron un poco menos que la acción con las que las acompañó.

    Apenas pudo contener el grito producto del jalón proporcionado a la cadena que unía sus pezones, adoloridos y terriblemente sensibles luego del encuentro con Baal de aquella mañana, todo para llamar su atención. Dolió como el demonio aunque tampoco podía negar la corriente de placer que recorrió todo su cuerpo ante el abuso recibido, de no ser por las circunstancias cuanto menos nefasta sin duda se habría excitado. Debía de agradecer a la adrenalina que recorría su cuerpo debido a la apuesta, de lo contrario sus piernas habrían sucumbido ante su peso por el repentino asalto a su pecho todavía sensible. Y preferiría morir empalado por la lanza de una de las gallinas santas antes que lucir de esa manera frente a los ojos del lunático overlord.

    — Deja de darme órdenes. — Musitó el pelirrojo, negándose siquiera a encontrar su mirada con el rostro del contrario bajo sus máscaras. Bien pudo evitar que todo su cuerpo sucumbiera al estímulo, más no pudo impedir que el sonrojo se estableciera en sus mejillas y se extendiera por su cuello en una reacción cuanto menos difícil de obtener por parte del incubo.

    A falta de solo tres minutos se encontraban en los subterráneos del purgatorio, ocultos del asedio de los ángeles pero lejos de cumplir el compromiso de abandonar el primer plano. Llegados a esas alturas al pelirrojo no le quedaba otra opción que apostarlo todo a una carta, con prisa corrió por las oscuras catacumbas guiado únicamente por el aura cada vez más concentrada de energía celestial sobre sus cabezas. La salida hacia el segundo círculo se encontraba cerca.

    — Agarrate fuerte, no pienso poner mi culo en juego de nuevo si acabas estrellado contra el piso. — Le advirtió al peliazul solo segundos antes de abandonar el subterráneo.

    La compuerta se encontraba protegida por todo un escuadrón de la molesta plaga alada,armada desde luego hasta los dientes y más que lista para arremeter contra cualquier suicida que planeara escapar de la cárcel en la que se había convertido el purgatorio. El enfrentarlos ya era un plan cercano a lo imposible, pero el pasar por delante de ellos sin siquiera ser visto en los apenas dos minutos que restaban del pacto era una locura impensable incluso para el demonio más insensato.

    Sería mucho más fácil y seguro el esperar al cercano final de aquella hora y aprovechar los poderes propios de un overlord para abandonar la anual purga con su dudosa integridad todavía mantenida. Era lo más sensato. Pero por lo que parecía ser la tercera vez solo en aquella noche, Worick mandó a tomar por culo toda racionalidad en pos de su propio instinto. Y lo que le llamaba a hacer este era lanzarse hacia la compuerta con lo que a duras penas podía ser denominado como un plan en mente.

    Si no podía ser visto por los ángeles en su escape, entonces no le quedaba otra opción más que cegarlos por completo en su último intento por hacerse con la victoria.

    — Cierra los ojos si no quieres quedarte ciego. — No le dio tiempo al overlord de asimilar la advertencia antes de salir despedido en su máxima velocidad contra el portar al segundo círculo, en un intento de escape cuanto menos kamikaze. Tratar de contener en lo más mínimo sus poderes era sinónimo de una sentencia a muerte segura, y con tal pensamiento en mente el pelirrojo invocó de nuevo la electricidad en su forma más pura, envuelto por completo en esta.

    La más cegadora de las luces emanó de su figura, prendiendo en su electricidad los tendidos y edificios sobrevivientes con su energía. En un instante la profunda oscuridad que dominaba el purgatorio se había extinguido sin explicación alguna aparente. Las bombillas y cercados eléctricos estallaron bajo la repentina sobrecarga de electricidad y con ello la disciplina y orden entre el escuadrón de ángeles también fue arrasada. Estaban bajo una inesperada emboscada, una cuyo causante no eran capaces de identificar en el ardor y ceguera que sobrecogía a sus sentidos.

    La respuesta de los soldados al servicio de Dios no se hizo esperar en medio del intento suicida por atravesar las compuertas del Purgatorio. El bravido y las maldiciones iracundas del escuadrón de ángeles se hizo escuchar en todo el primer círculo, en un aullido de venganza como las mismas trompetas del apocalipsis. El escudo magnético de Worick consiguió repeler con éxito la primera lluvia de balas que se cernió sobre ellos.

    Incluso en medio de aquella cegadora luz que se había apoderado de la zona, los ángeles no detuvieron sus ataques completamente a ciegas y a riesgo de impactar contra otros soldados. Sus gritos y clamores solo eran acallados por el rugir de sus armas en aquel improvisado baño de sangre indiscriminado.

    En aquel tiroteo indiscriminado una bala perdida consiguió penetrar a la cubierta magnética creada a su alrededor, hundiéndose en su hombre. Su agarre sobre la figura del peliazul peligró durante unos instantes antes de apretarlo con más fuerza contra su pecho. Dolía como el infierno pero solo quedaban unos segundos hasta atravesar por fin la única salida del purgatorio durante la peor noche del año. Solo unos pocos segundos para el fin del pacto.

    La adrenalina en su sistema y el aturdimiento causado por el caos que reinaba a su alrededor en su carrera hicieron que el pelirrojo no fuera consciente de que había conseguido llegar al portar hasta que su brazo fue tragado por el mismo. El griterío de los ángeles desapareció, así como el hodor de la pólvora y el resonar de las balas. Habían dejado atrás el purgatorio.

    La fatiga por el estrés y el esfuerzo acometido no llegó a asentarse hasta cruzar el portal hacia el segundo círculo, sintiendo sus músculos cargados como pocas veces en el pasado y todo su cuerpo perlado por el sudor. La herida en su hombro latía del dolor, siendo un precio ínfimo a pagar en comparación con mantener su cabeza sobre sus hombros. Pero no era el cansancio lo que más pesaba sobre él en aquellos momentos, con el pacto entre ambos demonios ya culminado en un veredicto claro.

    Había perdido por un minuto. Por sesenta jodidos segundos.

    Viendo que ya se había cumplido el tiempo estipulado y sin la presencia de los siniestros ángeles tras sus cabezas, Worick aventó al overlord de sus brazos ya habiendo cumplido aquella extraña labor como guardaespaldas, o mejor dicho niñero, del overlord a sabiendas de que un demonio de rango semejante no necesitaba de la protección de ningún otro. Y era aquel conocimiento lo que sembraba cierta incertidumbre en él por el desenlace de su trato, como overlord el contrario tenía todo lo que un demonio pudiera ansiar al alcance de sus manos.

    — Tienes suerte de que no sea un jodido mal perdedor. Suéltalo de una vez, ¿qué es lo que puede querer un Overlord de mí? — Worick quería terminar con su acuerdo y con aquella maldita noche cuanto antes. El solo se había metido en la boca del lobo y ahora le tocaba pagar el precio, sin importar cuán alto que este fuera.
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    Toda la habitación daba vueltas a su alrededor, todos sus sentidos se encontraban sobrecogidos por los estímulos experimentados, su cuerpo temblaba sobre las sábanas sin fuerzas o intención alguna de abandonar su posición. Podía escuchar a Baal gritar sobre él, pero a Worick no podía importarle menos el motivo por el que la súcubo estaba discutiendo cuando las constantes vibraciones de las balas vibradoras contra su próstata estremecían cada rincón de su cuerpo. La mujer no había tenido piedad con él, utilizando el setting más alto de inmediato, riendo divertida ante la pronta debilidad que se apoderó de sus piernas y del placer que desfiguró su rostro.

    — Escúchame bien jodida escoria, no trates de tomarme el pelo. Mis putas son baratas pero no tanto, esto no es una organización benéfica para perdedores que no son capaces de meterla sin poner un fajo de billetes por delante. — La atención de la demonio en ningún momento se centró en el hombre bajo de ella, el único reconocimiento que le estaba prestando en esos momentos era la mano que mantenía enterrada en su cabello. — Quiero el resto de mi dinero. ¡Ahora! ¡O me encargaré de abrirte un nuevo agujero entre las piernas! Qué tal suena eso.

    Ya se había corrido dos veces solo por la constante vibración de las balas contra su próstata y el abuso de sus pezones, pero su erección seguía firma entre sus piernas rogando por una atención que sabía la Overlord no le ofrecería.

    En cualquier otro escenario el pelirrojo ya estaría rogando por algún contacto mayor que le permitiera alcanzar el clímax, con su mente ya perdida por completo en el placer y el dolor como para reparar en lo patético que se veía, pero la forma en la que el strap-on de la mujer golpeaba de forma incesante el fondo de su garganta le hacía imposible cualquier otra acción que no fuera gemir alrededor de su envergadura, empujándolo todavía más profundo dentro de él. Su mandíbula dolía luego de los largos minutos de mamada, su garganta se sentía arder bajo el abuso sometido y sus ojos lloraban por la fuerza empleada por la mujer en cada embestida contra su rostro.

    Dolía. Dolía como el carajo y era humillante encontrarse sometido de aquella manera bajo aquella mujer físicamente inferior a él, siendo utilizando por esta como poco más que un juguete sexual. Era una tortura, y joder que Worick lo amaba con cada pedazo de su podrido corazón.

    Era un placer que incluso en el círculo de la lujuria había sido imposible de saciar, ningún otro demonio de su rango o inferior había conseguido derretir por completo su cerebro como ahora lo hacía Baal. No era como si los entusiastas del sadomasoquismo escasearan en el tercer círculo, todo lo contrario pero en sus siglos en el infierno Worick no había encontrado a ningún dom como esa mujer. Al pelirrojo no le bastaba con unas nalgadas o la típica asfixia erótica puntual. Violencia, aquello era lo que necesitaba Worick a la hora del sexo que lo trataran como un agujero sin valor o función alguna más que la de satisfacer.

    La atención de la diabla se desvió de la acalorada discusión que mantenía al hombre que mantenía doblegado sobre ella. Sus ojos llorosos, sus abultados labios envueltos alrededor de su polla de plástico, la saliva que descendía sin control por su barbilla. Era la vivida imagen de la lujuria, pecado que los marcaba a ambos. Quería arruinarlo más.

    — Tanto tiempo y todavía parece que no sabes cómo comerme bien la polla. — Con una sonrisa llena de satisfacción la pelimorada jaló con su mano libre de su melena, haciéndole jadear de dolor antes de apoyar el peso de sus caderas sobre su rostro, atrapándolo por completo entre el colchón y su polla. Sin escapatoria alguna de su deseo, el juguete se enterró todavía más en su garganta hasta que su nariz acabó presionada contra el abdomen de la contraria. Sus ojos soltaron más lágrimas debido a la presión y la saliva descendió por su barbilla hasta perderse entre sus pechos. Con su visión nublada por el placer enfrentó la mirada de Baal sobre él, ver aquel brillo de satisfacción en sus ojos hizo que su miembro comenzase a gotear. Joder, estaba tan cerca de correrse de nuevo. — Trágatela hasta el fondo, Whoreick.

    El abuso a su boca continuó, resonando en la habitación las embestidas de la mujer contra la humedad de sus labios así como su atragantamiento con la polla que se hundía cada vez más profundo en su garganta. Los juguetes en su interior no detuvieron su fuerte retumbar contra su punto más dulce, mandando latigazos de placer por todo su cuerpo.

    — ¡No me interesas sus patéticas excusas! Si quisiera escuchar a perras como tú llorando me bastaría por pasearme por uno de mis prostíbulos. ¡No te atrevas a colgarme! — Con la conversación aparentemente finalizada la overlord arrojó el móvil al otro lado de la habitación, dispuesta a descargar su ira con el demonio bajo ella, envolviendo sus manos alrededor de su cuello presionando sobre su yugular. Worick gritó ante el inesperado ahogo, más todo objeto quedó silenciado por el objeto que se hundía sin piedad en su garganta.

    Su visión comenzó a nublarse en sus bordes, no sabía si por las lágrimas que estaba derramando o por la falta de aire que le estaba haciendo perder la conciencia. No importaba verdaderamente. La adrenalina liberada en sus venas y la privación de aire lo estaban aturdiendo por completo, haciéndolo todavía más sensible a los estímulos que lo asaltaban de forma simultánea. Las vibraciones sobre su próstata, las pinzas que torturaban sus pezones y las pequeñas manos que amenazaban que lo ahorcaban sin un mínimo de cuidado. Era demasiado. Una sobrecarga completa a todos sus sentidos que provocó que todo su cuerpo se retorciera bajo Baal.

    El orgasmo llegó de forma arrolladora tiñendo toda su visión de blanco y provocando que el temblor se apoderase de su cuerpo mientras se corría sobre su mismo abdomen. De nuevo se había corrido sin que su polla hubiera sido tocada. Ser utilizado de aquella manera como poco más que un objeto, cada rincón de su cuerpo siendo abusado bajo un demonio más poderoso era el mayor placer que Worick había conocido tanto en vida como en sus siglos como demonio. Un placer que se negaba a abandonar sin importar que aquello lo convirtiera en un esclavo bajo las órdenes de la Overlord.

    La súcubo notando su clímax abandonó su posición sobre él, retirando el arnés de su boca y el agarre de su cuello. La claridad de su vista regresó solo momentos después, el temblor en sus piernas persistiría durante unos minutos luego de retirar las balas vibradoras de su interior. Por experiencia propia sabía que la rojez y sensibilidad en sus pezones así como la molestia en su garganta luego de aquella mamada permanecerían durante un par de días además de que la imprenta de los dedos de la contraria se haría visible en su piel a la mañana siguiente.

    Baal rebuscó en su sujetador, sacando de este dos cigarros un tanto maltratados. La mujer le puso un cigarrillo en los labios que posteriormente encendió con el fuego de su cola, retirando su peso de él para dirigirse de vuelta a su escritorio. Worick disfrutó de la primera calada de nicotina que inundó sus pulmones. Esperar aftercare alguno por parte de la súcubo era una causa perdida por muy derruido que el pelirrojo pudiera acabar tras alguna de sus sesiones. Aunque tampoco lo imaginaba de otra forma, encontraba placentero ser dominado por Baal pero al final del día era solo sexo, sucio y violento sexo que escapaba a toda concepción normal. No ansiaba compartir intimidad más allá del propio con esta, el simple pensamiento de llegar a besarla o envolverla en sus brazos resultaba simplemente vomitivo y dudaba que la opinión de la mujer distase mucho de la propia.

    — Necesito un favor, quiero que te encargues de saldar una pequeña deuda. — La súcubo se sentó sobre el escritorio con sus piernas abiertas en lo que disfrutaba de su cigarrillo, sin hacer amago alguno de retirarse el arnés de silicona que reposaba contra su abdomen en todo un gesto esperable por parte de la overlord. El círculo de la lujuria podía albergar los mejores clubes y prostíbulos del inframundo, siendo todo un centro del entretenimiento más depravado pero el decoro era algo que escaseaba entre sus calles a falta de demanda alguna. — Por si no te has enterado mientras te metía la polla hasta el esófago, un jodido IMP se piensa que puede jugármela. Tienes que sonarte su cara, prácticamente vive en la primera fila del Agujero Chorreante, ese patético IMP le pidió un reservado a 5 de mis zorras y se largó sin pagar. Quizás en el mundo humano el largarse con la polla en la mano a por tabaco le funciona pero aquí no se va a marchar de rositas. Se cree que por la purga va a poder retrasar el pago.

    — ¿Tiene que ser justo hoy? ¿Ahora? — Recobrando el control en sus piernas Worick se recostó en la cama, apartando sus largos mechones de cabellos de su frente sudorosa y apoyando su cabeza contra el cabecero. Como no, en la extravagancia e indecencia de Baal todas las posturas del camasutra aparecían talladas en él.

    Como siempre la Overlord parecía dejar las tareas más molestas para su más fiel sirviente, a sabiendas desde luego de que no iría a rechazarla. 31 de octubre, una fecha molesta donde las hubiera. Peor que soportar la real amenaza que representaban los armados ángeles para todo demonio que pusieran en su mira era aguantar el flujo interminable de impíos que recurrían al resto de círculos como refugio de la destrucción que se sembraría en el purgatorio. Un caos anual que al parecer no iba a poder ignorar tampoco aquel año.

    — ¡Pues claro! ¿Crees que quiero que esos hijos de putas emplumados lo muelan a palos antes de que me devuelva mi pasta? Serán unas putas baratas pero son mis putas baratas y quiero mi dinero de vuelta. — Las prioridades de Baal eran claras, y si bien el sexo siempre estaría en primer lugar el dinero le seguía a la cabeza. Y Baal era una puta, de eso no había duda, pero nunca una puta ingenua. Por suerte la violencia era un idioma entendido por todo demonio del inframundo. — Y quién mejor para ello que mi rabioso perro guardián. — Comentó mientras garabateaba una pequeña nota.

    Worick gruñó ante aquel estúpido apodo, molesto desde luego por algo más que el que le hiciera trabajar durante la purga anual.

    — Ni siquiera me has follado todavía. — Espetó el pelirrojo. Estaba lejos de su límite, demasiado lejos de terminar por descargar toda aquella frustración sexual que lo llenaba y era incapaz de descargar con ningún otro. ¿Era eso considerado una quiebra de contrato? La súcubo sin embargo parecía entretenida por su respuesta, abandonando su asiento para acercarse a su sumiso y elevar su rostro con la punta de su índice.

    — Oh, ¿es eso? Parece que te he consentido demasiado, te estás convirtiendo cada vez en una perra más viciosa. — La mano de la pelimorada se envolvió con fuerza alrededor de su barbilla obligándolo a mirarla desde aquella posición inferior a ella. — ¿No te recompenso lo suficientemente bien por tus servicios? Lo lamento pero ese lindo trasero tuyo tendrá que esperar un poco más. La próxima vez que nos veamos traeré los dos nuevos vibradores de los que te hable. Te prometo que no podrás sentarte en semanas, cariño. — La desenfrenada promesa por parte de la overlord acabó con cualquier deseo de resistencia y sembró un pequeño rastro de calor en su rostro debido a la impaciencia por más.

    — ¿Cuál de los dos?

    — Qué estupidez de pregunta es esa. Los dos al mismo tiempo, claro. — Baal dejó ir su rostro, no sin antes soltarle una última bocanada de humo y aventarle la nota con una dirección apuntada. Y dando por terminados sus negocios con el pelirrojo abandonó la habitación, aun cuando su voz volvió a alzarse en un grito desde el pasillo del burdel. — Ahora ve y tráeme mi dinero o su patética cabeza, si algo no se permite en este agujero maloliente son los morosos.

    Worick rodó los ojos, aventando el resto de su cigarro sobre las sábanas de incorporarse, no tenía ni un minuto más que perder en la cama del súcubo. Pero antes necesitaba una ducha con urgencia.

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    — ¡Worick, no esperaba tenerte de vuelta tan pronto! — Le Pray a su salida del baño desde la encimera de la cocina. Los restos de rímel y delineador negro en sus ojos le hacían dudar de si el demonio acababa de regresar tras una noche de trabajo en el cabaret que regentaba o por el contrario acababa de despertar de aquella forma, aunque con el pelinegro era difícil de saber en primer lugar. No vivían juntos, y sin embargo el stripper rondaba por su casa más que él mismo. — ¿Te quedas a merendar? — Preguntó el demonio de rasgos felinos señalando con la palma de su mano los exquisitos manjares frente a él. Tequila y una amplia variedad de antiansiolíticos y otras drogas de diseño. Una dieta balanceada para el gusto de Pray.

    Su relación con el cambia forma se remontaba varios siglos atrás, en los tiempos en los que ambos bailaban en el Pink Palace y aunque hacia mucho que el pelirrojo había abandonado aquella vida, Pray se había convertido en una peculiar constante que había permanecido como un chicle pegado a la suela de su zapato.

    — Nada de eso Pray, tengo que visitar el purgatorio por un encargo. — Sus palabras sin embargo captaron la atención del demonio de rasgos y comportamientos felinos, quien con sus orejas erguidas le siguió hasta su habitación sentándose en su cama con toda la naturalidad del mundo mientras el incubo se cambiaba. Observando su cuerpo sin ningún rastro de verguenza.

    ¿Un nuevo encargo de la zorra de Baal? Déjame que te acompañe. Necesito nuevas plataformas, unas antideslizantes. — Con sus muslos cruzadas el pelinegro extendió una de sus piernas en su dirección, exhibiendo el elevado calzado que en posesión de cualquier otro demonio sin experiencia podía terminar siendo una sentencia de muerte segura y con ello las manchas de dudosa procedencia que cubría el cuero negro. — Ya sabes lo pegajoso que se queda el escenario luego de cualquier actuación, y la boutique de Madame Babadook tienen unas a las que les tengo el ojo echado desde hace semanas. Por suerte hoy tienen unas fantásticas rebajas.

    — ¿Rebajas? — Preguntó el incubo, más centrado en abrochar las hebillas de su crop top que en su compañero, la prenda de cuero apenas alcanzaba a cubrir sus pectorales dejando su piel expuesta en sus aberturas. De nuevo, el decoro no era particularmente popular entre aquellos lares o sus pecadores.

    — Sí, el 31 de octubre se celebran las mayores rebajas del inframundo. Todo está al 100% off, cariño. — Explicó emocionado Pray con una floritura, desde luego más feliz por la purga anual que gran parte de los demonios del purgatorio. — Y si tengo que arrancárselos de las garras a una de esas gallinas siniestras lo haré, viví en Nueva York cuando era humano, ese basurero es más peligroso que cualquier purga que envíen los cielos. — Añadió por último mirándose en el reflejo del espejo para aplicarse una nueva capa de pintalabios carmín.

    — Entonces apresúrate, no te doy más de 5 minutos.


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    El tráfico en dirección al purgatorio era inexistente, aunque lo mismo no podía decirse de la inversa. A esas alturas cada círculo habría cortado el ingreso a sus fronteras sino querían lidiar con la avalancha de demonios provenientes del nivel más superficial, claro que no por ello no impedía que los más rezagados buscaran ingresar en los confines de los círculos más inferiores sin importar el método.

    — ¡Míralos, huyendo como ratas! Por eso nunca serán más que unos inútiles IMP.

    Aun con la purga a solo un par de horas, el bullicio dentro del Purgatorio no se había detenido por completo, incluso con la estampida hacia otras regiones la zona más poblada del inframundo se encontraba lejos de encontrarse vacía, incluso los principales comercios permanecían abiertos al público. La vida en el infierno no se detenía ni con el recordatoria de la amenaza anual que se cernía sobre ellos, las consecuencias de la destrucción causada por los ángeles apenas duraría un par de días y llenaría la portada de un par de periódicos antes de que el purgatorio retornará a su bullicio habitual por otro año más. Así era como funcionaba el purgatorio y el sinfín de pecadores que habitaban en él.

    Su destino sin embargo no se encontraba sino en la periferia, donde las comunas de demonios verdaderamente no necesitaban de ninguna ayuda divina para garantizar ninguna masacre, la constante existencia de altercados entre demonios de bajo rango ya mantenía a raya el problema de la sobrepoblación en las continuas luchas por el dominio de tal inútil territorio. Esa tarde sin embargo las calles se encontraban con una calma inusual en ellas.

    Varias de las ventanas de las casas permanecían valladas, como si hubieran sido abandonadas hace mucho, al igual que las pintadas obscenas que llenaban las fachadas. Bien podía quedar un par de horas antes de que comenzara el caos sembrado por las siniestras criaturas que se hacían llamar ángeles pero aquel sector ya parecía haber sufrido los primeros ecos de su destrucción. No se trataba de más que una estúpida fachada sin embargo, un barato intento por tratar de vender el engaño de que todo demonio había abandonado aquel sector.

    Quizás valdría para engañar a los ángeles novatos con apenas un par de purgas en sus bolsillos, pero aquellos más experimentado y desde luego más centrados en causar la mayor destrucción posible en el infierno sin pensar en el número de cabeza que se llevaban por delante, no lo pensarían más de dos veces a la hora de volar en pedazos un edificio abandonado. Tampoco bastaría desde luego para que Worick arrastrara su culo de vuelta al círculo de la lujuria sin lo que venía buscando.

    — Oh, parece que no hay nadie en casa. — Comentó Pray con un mohín, bajando de su motocicleta para observar la vallada fachada del edificio tan lleno de grietas que resultaba un milagro que todavía se mantuviera en pie.

    — Eso tendremos que verlo. — Como incubo que se nutría de la energía de otros demonios a través del sexo para Worick era sumamente sencillo el percibir el aura de otras criaturas, y aunque débil podía sentir la presencia de una figura en el segundo piso de la vivienda. Ninguna advertencia salió de sus labios antes de apretar el gatillo de su pistola contra el segundo piso, causando toda una explosión que derribó la débil fachada. La única protesta que se escuchó sobre su actuar fue por parte de Pray, molesto por la gravilla que ensuciaba ahora su cabello. Todos los residentes de aquel barrio sabían que lo mejor era apartar la vista y cerrar la boca si querían conservar la cabeza sobre sus hombros un día más.

    Con poco esfuerzo ambos amigos escalaron la ahora derruida fachada hasta el segundo piso, tras los escombros de lo que antes había sido una pared se encontraba el demonio de piel rojiza y cornamenta monocromática que habían estado buscando escondido y tiritando bajo una vieja mesa de té.

    — ¡Seb, cuanto tiempo sin verlos! Linda casa, una decoración muy acogedora. — Pray fue el primero que ingresó por la ahora destruida pared, teniendo que encorvar su figura para no golpear con su cabeza el techo debido a la altura proporcionada por sus imponentes plataformas. Su atención recayó de inmediato en la maltratada fotografía que había golpeado el suelo en la explosión. — Qué hermosa familia. ¿Está tu mujer enterada de lo mucho que te gusta meter la polla en colostomías o es tu pequeño sucio secreto? — El felino demonio ojeó el resto del lugar, para suerte del pequeño IMP se encontraba solo.

    — M-mi nombre es Tony. — Murmuró en su nerviosismo, desde luego sin ganarse el interés de ninguno de ellos en su aclaración. Worick se acuclilló frente al aterrado demonio de cornamenta monocromática, acorralándolo entre su cuerpo y la pared, cualquier posibilidad de huida era fútil aunque por el miedo en la mirada del IMP dudaba que contara con el valor para intentarlo en primer lugar. Apoyó la punta de su pistola contra la mejilla del contrario, observándolo en silencio durante un par de segundos.

    Baal tenía razón, sí que conocía a aquel hijo de puta. Worick lo había pateado un par de veces del Agujero Chorreante por ser tener la mano larga con los camareros y los strippers del lugar, y bien el círculo de la lujuria podía ser la meca de la decadencia pero ni a la puta más depravada le gustaba ser manoseada si no había consentimiento o dinero de por medio. Creía haberse librado de él pero en la insignificante presencia que caracteriza a un demonio de tan bajo rango seguramente habría logrado escapar de su vigilancia durante las noches de mayor bullicio.

    — ¿Qué es lo que te dije que te pasaría si volvías a tocarme las pelotas? — Preguntó, presionando con fuerza la mejilla del diablo con el filo de la pistola. Los ojos de este se desviaron temblorosos hacia el dedo de Worick, posado en el gatillo del arma, a solo un movimiento de volarle la cabeza como lo había hecho con su pared.

    — ¿Qué cómo volviera a arrimarme a alguno de los strippers me abrirías un agujero en el estómago del tamaño de la vagina de mi madre? — Contestó, sin embargo su respuesta errónea solo le ganó un puñetazo del pelirrojo. La fuerza del golpe lo habría dejado tirado contra el suelo de no ser por el agarre que Worick ejercía sobre su cuello, irguiéndolo desde su camisa y presionando esta vez el arma contra su sien.

    — No, eso no. Lo otro.

    — ¿Q-qué convertirías m-mi culo en el baño público más utilizado de todo el infierno?

    — Eso mismo. Ahora, no queremos que ese se convierta en nuestro nuevo oficio ¿verdad? — La voz del incubo se volvió suave, casi dulce antes de adquirir de nuevo su severidad habitual. — Dame el dinero.

    — D-detrás de ese cuadro hay una caja fuerte, la combinación es...

    El demonio de rasgos gatunos se dirigió hacia la caja fuerte, jugando durante unos segundos con la torna de su cerradura solo para acabar por reventar de un puñetazo al ver agotada su paciencia. Pray contó todo el dinero en su interior contándolo entre sus esbeltas garras antes de entregarle a Worick la cantidad pactada, y tomar un tanto del monto restante por las molestias. El pelirrojo volvió a contar el dinero antes de retirar la pistola de la sien del impío para dejarlo ir.

    — Ese era el dinero de la universidad de mi hijo. — Murmuró en tono lastimero el pequeño impío, acurrucándose de nuevo bajo la mesa de su derruido salón.

    — No te he preguntado. Haberlo pensado mejor antes de gastártelo todo en strippers, si quieres recuperarlo siempre hay una esquina libre en el círculo de la lujuria. — El dinero fue a parar dentro de su mismo escote, como lugar más seguro en el que guardarlo antes de poder volver a ver a Baal.

    — Vámonos Pray. Feliz día de la Purga. — Se despidió el incubo del patético demonio antes de voltear hacia su amigo. El pelinegro se quedó unos segundos parado en silencio, con su atención clavada en lo que fuera que estuviera sucediendo fuera de la casa. Su mirada entonces siguió el rumbo de la contraria topándose con el rápido oscurecimiento que se estaba apoderando del cielo, formando una espiral de pura negrura que pronto consumió toda luz.

    La purga anual contra los demonios del purgatorio estaba por dar comienzo.

    — Oh oh, mira tú por dónde. Parece que las rebajas ya han dado comienzo, me adelantaré entonces Worick. — La emoción rebosaba en la voz del pelinegro, quien sin nerviosismo alguno aplaudió a la primera explosión de la noche. Y con la gracia felina que le caracterizaba Pray saltó desde el segundo piso, cayendo sobre sus pies como todo gato para perderse con rapidez entre los callejones inhóspitos del purgatorio.

    Un escuadrón de ángeles descendió sobre el inframundo, dispuestos a deshacerse de toda impura criatura que habitara en sus confines, en la misión encomendada por dios. Al verlos por primera vez durante su primera purga no pudo evitar quedar maravillado en las grandes diferencias que guardaban con sus contrapartes bíblicas, no alcanzaban a ser las grotescas criaturas de innumerables ojos y alas descritas en las escrituras pero distaban de ser la belleza hegemónica y bondadosa con la que habían sido ilustrados en el arte religioso. Escapaban de todo lo que había conocido sobre sus figuras en vida. Eran sin embargo unos seres caracterizados por su crudeza y sed de sangre. Unas zorras aladas con un asqueroso complejo de superioridad moral. Su fascinación por los ángeles en vida desde luego no se traducía en deseo alguno por ser asesinado por estos como su segunda muerte. Debía de marcharse de ahí antes que la sed de sangre de los hijos de dios les llevase hasta él.

    — Hecho está. Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin. Al que tuviere sed, yo le daré gratuitamente de la fuente del agua de la vida. El que venciere heredará todas las cosas, y yo seré su Dios, y él será mi hijo. Pero los cobardes e incrédulos, los abominables y homicidas, los fornicarios y hechiceros, los idólatras y todos los mentirosos tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda. — Recitó ante los primeros indicios de destrucción sembrados a su alrededor. Apocalipsis 22:13-15. No, Worick no estaba teniendo un segundo despertar de su fe o un bien tardío arrepentimiento de sus pecados contra el Altísimo.

    En vida no había contado con motivo alguno para temer al castigo o a la voluntad de Dios, incluso en su servidumbre a este. Su primera vida era un fiel reflejo de ello, plagada del pecado de la lujuria y blasfemia, había usado el nombre de dios en vano y en conveniencia propia como tantos otros que se respaldaban en la Santa Sede para acometer todos los pecados contra los que pregonaban. La perversión y corrupción en la que se había cimentado la Iglesia rompía con toda la rectitud que pregonaban que en la tierra no había sido más que recompensada con una riqueza y fama imperdonables en sus posiciones como humildes siervos del señor. Ese era el castigo que le esperaba a todo el que se opusieran en vida a la doctrina de Dios, un infierno donde perro devoraba a perro y sus ángeles cazaban durante toda la eternidad a los pecadores.

    Esa era su sentencia, una mucho menor de la que había merecido en vida.

    Worick siguió el accionar de Pray, saltando del destartalado apartamento para volver a montarse en su moto. Las explosiones comenzaban a escucharse cada vez más cercanas a su posición y el pelirrojo no planeaba estar ahí cuando eso ocurriese, el motor de su motocicleta rugió arrancando en su máxima velocidad para dejar atrás aquel basurero. No tenía plan alguno de enfrentarse a los bien armados ángeles o interponerse en el camino de estos, así que como el resto de pobres diablos ahora presente en el inframundo le tocaría esconderse de ellos como una rata en las alcantarillas.

    Su carrera por las calles le mostró la destrucción que solo los ángeles podían causar. Las ruinas llenaban las calles en los destruidos edificios causado por las explosiones, el olor pólvora y humo solo era superado por el mismo hedor de la sangre salpicada en cada rincón donde posara su mirada al igual que los cadáveres de demonios descabezados, despedazados o llenos de agujeros de balas en las más creativas maneras de matar. Las tropas mandadas por Dios distaban mucho de ser tiernos querubines sino los más sanguinarios guerreros creados a su semejanza. El infierno se asemejaba más en esos momentos al caldero de fuego y sangre que era descrito en las sagradas escrituras.

    Era demasiado pedir no encontrarse con ninguna de esas siniestras criaturas durante su paseo. Una lluvia de balas se cernió sobre él, buscando convertir su cuerpo en todo un colador. El campo magnético a su alrededor evitó que dieran en la diana a solo centímetros de su cuerpo, los proyectiles desviados salieron disparados en todas direcciones destrozando cristales, ladrillos y cadáveres a su paso.

    Su motocicleta derrapó levantando el asfalto al dar un giro de 180 grados. La mirada bicolor de demonio no tardó en identificar la localización del tirador, era difícil ocultarse cargando semejantes alas, aunque dudaba en primer lugar que el ángel necesitara de ello cuando un solo tiro bastaba para acabar con la vida de la escoria del inframundo.

    — Cuidado a donde apuntas con ese juguetito, casi te llevas por delante mi moto. — Le advirtió a la plaga agazapada en el segundo piso de lo que había sido un restaurante. El ángel no bajó en ningún momento la boca de su rifle apuntando contra la frente de quien había identificado como su próxima presa.

    — No te atrevas a dirigirte a mí, sucio pecador. — Con el asco plagando su voz el guerrero de Dios apretó de nuevo el gatillo destinado al rostro del demonio. A Worick le bastó con desviar el rostro en sus entrenados reflejos de su trayectoria para que esta golpease el piso. — Arrepiéntete de tus pecados y acepta tu santa condena mientras todavía tengo piedad. — Con la mira todavía puesta en su cabeza el ángel desplegó sus alas, ofreciéndole una última oportunidad de tener una muerte rápida.

    — Desperdicia todas las balas que quieras en mí, cariño. — Era una pena que se tratara de uno de los amados hijos del Altísimo porque la mirada de puro odio y desdén que mandaba en su dirección estaba empezando a calentarle. Bueno, si quería jugar entonces le daría unos minutos de diversión.

    Pisando con fuerza el pedal de su moto Worick comenzó una persecución que el alado francotirador no dudó en aceptar, batiendo sus alas en vuelo para perseguirlo. El ángel no dudó en apretar el gatillo de su arma una y otra vez en su contra, las balas volaron a una velocidad mayor que él contra el demonio certeras en su objetivo, pero tal y como sucedió con los primeros disparos quedaron atrapados en la barrera electromagnética que rodeaba al incubo. Esta vez sin embargo el pelirrojo envió las balas de vuelta a su dueño, el ángel reaccionó con rapidez evitando la trayectoria de las mismas pero no lo suficiente para evitar que un proyectil se enterrara en su pantorrilla.

    El guerrero de Dios gritó ante el golpe más no detuvo su persecución sobre el pelirrojo. Frustrado al ver que sus balas eludían al demonio, sus siguientes tiros fueron contra las ruedas de su motocicleta. Worick sin embargo no se lo iba a dejar tan sencillo serpenteando entre las destrozadas callejuelas a toda velocidad para perderlo de vista, el ángel le estaba pisando los talones más sus tiros no dejaban de fallar contra el asfalto.

    Aquel acelerado juego del gato y el ratón sin conseguir atrapar entre sus garras al escurridizo demonio acabó en minutos con el regio comportamiento del ángel que en un despliegue de velocidad lo adelantó. Estaba listo para dispararle a bocajarro cuando el demonio dejó ir el volante del vehículo con una sonrisa confiada, saltando de la motocicleta en movimiento bajo la mirada incrédula del alado. Esta vez el ángel no reaccionó con suficiente velocidad siendo embestido a toda velocidad y saliendo despedido bajo el arrastre de la motocicleta hasta perderse de su vista.

    — Ahora que lo pienso, iba siendo hora de que me compre un nuevo modelo. Te la puedes quedar si quieres. — Rio Worick habiendo caído con tranquilidad sobre sus dos piernas. Bien podían los elegidos por Dios contar con el armamento más avanzado para teñir de rojo todo el purgatorio año tras año, pero la mayoría de ellos carecía de la picardía y el ingenio para sobrevivir dentro de este el resto de los 364 días del calendario.

    Ahora que se había quitado al pegajoso ángel del culo Worick no iba a quedarse esperando a su regreso. Todo su cuerpo se convirtió en electricidad, recorriendo el entramado eléctrico hasta acabar en el piso superior de uno de los últimos edificios que se mantenían en pie de la zona, un fumadero de crack por lo que indicaba su roto letrero neón. El pelirrojo batió su mano derecha un par de veces para librarse de las chispas residuales emitidas por su cuerpo. Desde la azotea del edificio observó la destrucción que se cernía sobre todo el purgatorio, al parecer su persecución había terminado por llevarle hasta el centro desde la periferia. Con la privilegiada vista de la purga el pelirrojo comenzó a buscar un posible escondite de los ojos y armadas garras de los ángeles. La presencia de un escuadrón entero de estos a solo una decena de metros en el suelo le llevó a esconderse de nuevo. ¿Por qué estaba esa panda de gallinas siniestras reunida como si estuvieran en medio de una fiesta de té?

    Era irregular ver a tal séquito de ángeles reunidos en plena purga cuando en su sed de sangre demoníaca preferían cazar por separado para no entorpecerse en su matanza. Algo debería de haber sucedido para haber cabreado de aquella manera a los hijos emplumados de Dios, solo una cosa era segura, no iba a quedarse para convertirse en su nueva diana.

    Su mirada se topó de lleno con lo que supuso era el motivo de tal enfado en los siempre bien comportados hijos del Señor. Una lanza de tecnología claramente angelical permanecía abandonada en medio de lo que ahora se había convertido en un cementerio de demonios, y como niñitos de perfecto actuar no dejarían atrás un regalito de su papá. Era de todos modos demasiado extraño que en el afán de los ángeles de seguir las reglas alguno de ellos hubiera dejado atrás el arma entregada, ni siquiera el más novato cometería un error de aquel calibre, a menos que hubiera sido formado a ello.

    Worick enarcó una de sus cejas reparando en una figura que contrario al primer vistazo recibido seguía con vida. Tirado sobre el suelo a apenas unos metros del arma perdida y destilando demasiada tranquilidad en medio de la que era una masacre anual contra los demonios. Apenas alcanzaba a vislumbrar su rostro desde la distancia pero indiferentemente de su rango podía asegurar que se trataba de un loco suicida, un puto masoquista si es que buscaba ser el foco de la ira del grupo de ángeles que cada vez se acercaban más a su posición.

    Era cuestión de segundos antes de que los hijos de Dios dieran con el paradero del arma celestial, y con ello con el único superviviente que parecía haber en la destruida plaza. Aquello era bueno para él, cuanto más tiempo se ensañara el grupo de alados con el impasible demonio más fácil le sería abandonar el área sin ser detectado, y sin embargo no podía desviar la mirada del macabro espectáculo que estaba por tener lugar.

    Tenía que marcharse de ahí, pero sus piernas se negaban. El desorden en su cabeza no terminaba por resolverse, ni aun cuando los cazadores dieron por fin con su presa, como una asquerosa manada de hienas acechando a una cebra moribunda. Tenía que irse de ahí, ahora. Los ángeles alzaron el vuelo alrededor del demonio, sin duda más que dispuestos a hacerle pedazos, debido a los enormes destrozos causados las líneas de electricidad habían quedado al descubierto, apenas sostenida unos metros sobre los halos de los soldados. El pelirrojo chasqueó su lengua. Sí moría por lo que estaba por hacer lo tenía más que merecido.

    Su mano golpeó la caja de conexión del edificio donde las líneas de electricidad estaban conectadas, lejos de electrocutarse por la corriente existente el brazo del pelirrojo se vio rodeado de serpenteantes rayos nacidos de su misma energía que envió a la línea llenándola de más voltios de los que podía soportar. La energía infundida en la red eléctrica saturó los cables, haciéndolos caer sobre el grupo de ángeles bajo ellos. La corriente de miles de voltios fue traspasada al cuerpo de los soldados de Dios al golpearlos, encendiéndose como si de un iluminado de navidad se tratase y paralizando sus cuerpos ante la repentina saturación de energía recibida. El verlos achicharrarse y retorcerse sería un espectáculo divertido de presenciar de no ser porque en la resistencia propia de los ángeles aquello no bastaría para freírles la cabeza.

    Worick saltó desde el techo del edificio cayendo con facilidad sobre el piso destrozado, su interés fue puesto de inmediato en la abandonada lanza. Con su velocidad difícil de apreciar para el ojo no entrenado, el incubo alcanzó el arma alzándola de donde había estado enterrada para aventarla.

    La lanza cortó el aire en dirección a los hijos de Dios todavía petrificados en la electricidad del repentino ataque, hundiéndose con fuerza en el ala de uno de estos, la fuerza del impacto causando que se estrellara contra el suelo destrozando el asfalto a su paso. Worick no se detuvo a pensar, no tenía tiempo para ello cuando la distracción provocada solo duraría unos segundos antes de tener a esa oleada de iracundos ángeles tras él. No supo por qué lo hizo, quizás la adrenalina en su sistema había superado toda racionalidad, pero malgastó unas décimas de preciados segundos en agarrar la camisa del desconocido demonio para empujarlo contra su pecho, cargándolo entre sus brazos para emprender una segunda huida.

    Su piernas se movieron por instintos propios, imposiblemente rápido gracias al impulso proporcionado por la electricidad aun así podía escuchar en los aleteos a su espaldas y las amenazas por la peor de las muertes que la ventaja ganada contra los ángeles era escasa. Una explosión fruto de un disparo de sus persecutores estuvo a punto de alcanzarse de no haber desviado su rumbo entre las enrevesadas callejuelas que todavía se mantenían en pie. Podía sentir su sed de sangre respirando contra su nuca, clamando venganza con la humillación sufrida, bien podrían ser los hijos de Dios pero la misericordia no era una cualidad que ofrecieran hacia los caídos de gracia. Con los ojos de aquel escuadrón puesto sobre él no dudaba en que debía esconderse como un gusano sino quería sufrir la ira de aquellos polluelos alados.

    No fue sino a los minutos que consiguió perder de vista a la jauría de enfurecidos ángeles, dejando de lado su velocidad, su huida habría sido más sencilla de haber podido moverse por la red eléctrica más la presencia del demonio en sus brazos le impidió utilizar aquella ruta de escape. Sin la inminente amenaza de toda una panda de maniáticos psicópatas tras su culo Worick pateó la puerta de uno de los edificios permanecientes para refugiarse en su interior.

    Su espalda se recargó de inmediato contra la puerta de emergencia del lugar, un cine a juzgar por la gigantesca pantalla. Su corazón latía desbocado dentro de su paso quizás por el esfuerzo o por la adrenalina que todavía corría por su vena y la frecuencia de su corazón no se calmó hasta notar como la presencia del aura de los ángeles en la zona se dispersaba, sin duda partiendo sus caminos a fin de dar caza al mayor número de demonios posibles. La idea de no estar en el inminente punto de mira le hizo exhalar el aliento que ni siquiera sabía había contenido durante ese tiempo.

    Incluso con el caos que reinaba fuera y los escombros que se amontonaban dentro de la sala, la película continuaba reproduciéndose para los ojos de ningún espectador en particular. Pechos fantásticos y dónde encontrarlos. Poco interés podía tener en una película pornográfica en sus circunstancias, además de que por lo que reflejaba la pantalla tampoco tenía nada que envidiar a la forma en la que la actriz estaba dando una mamada. Demasiada saliva y una técnica nefasta. Aunque aquello no era lo que importaba en esos momentos.

    Cuando retornó su mirada al otro demonio reparó en que todavía mantenía un brazo protector rodeándolo, obligándolo a enterrar su rostro entre sus pechos. Sin necesidad de mantener ya aquella cercanía la cola de incubo se envolvió alrededor de la cintura del desconocido jalando de este para separarlo de él. Por fin pudo posar su mirada sobre el demonio que había salvado por puro impulso y locura de su sistema, él y la sonriente máscara que portaba.

    — Tú… — Era imposible que aquel rostro no le resultara familiar de algún lado, y solo hizo falta unos segundos para que el pelirrojo terminase por hacer la conexión. Ese mismo rostro enmascarado protagonizaba bastante de las publicidades y portadas de revistas del inframundo con demasiada frecuencia. El overlord de la violencia. Su identidad no hacía más que despertar todavía más interrogantes, no era ningún impío lo suficientemente estúpido como para ignorar la amenaza que representaba la purga. Joder, en su posición ni siquiera debía de estar fuera de su círculo. — No luces tan bien como en pantalla. — Confesó con una honestidad arrolladora, quizás se debía a la sangre que lo cubría luciendo aun así más distinguido que ninguno de los sucios demonios que luchaban por su vida en medio de aquella purga, o quizás los focos y la edición eran capaz de generar aquella apariencia casi angelical del que alardeaban los rumores. Más importante que su atractivo o la certeza tras los rumores que lo ponían al nivel de una belleza celestial, era la herida en su torso en la que apenas reparaba ahora que notaba su propio abdomen descubierto manchado de la sangre del contrario.

    Pronto tendría que abandonar aquel escondite provisional a sabiendas de la caza que les estarían dando los ángeles, pero antes que nada tenía que hacer algo con esa herida en el abdomen del overlord. Quitándose la chaqueta que vestía, Worick arrastró al demonio a sentarse en una de las butacas del lugar, envolviendo la tela de la prenda alrededor de la herida abierta. Era todo un logro que el overlord siguiera vivo tras recibir un golpe por parte de un arma celestial, pero todavía más lo era el hecho de que estuviera consciente.

    — Esta mierda no detendrá el sangrado pero al menos no irás dejando un rastro de sangre que esas perras aladas puedan seguir.

    No se molestó en presentarse a la más que conocida figura del inframundo, por qué iba a darle su nombre a un hombre que por la herida en su costado podía morir antes del siguiente amanecer, eso sí escuadrón de molestos ángeles no daban con él primero. Una pena para el séquito de histéricas fanáticas que dejaría atrás y un malgasto de energía de su parte al haberlo salvado en un jodido impulso. En primer lugar qué había llevado al pecador azul a exponerse de aquella forma, cualquier pensaría que en su rango, fama y riqueza se aferraría a la vida más que ningún otro demonio.

    — ¿Acaso tratabas de llevarte otro ángel por delante o es alguna nueva campaña publicitaria tuya? Sí querías suicidarte estoy seguro de que habría otros tantos que pagarían un buen pastizal por la oportunidad. — Preguntó fruto únicamente de su curiosidad, a falta del miedo que sabía que muchos otros sentían con su simple mención. Bien podría ser el overlord del círculo de la violencia, estando solo por detrás en fuerza del mismo Lucifer y Lilith pero en esos momentos y circunstancia no era más que otro demonio más atrapado en aquella noche donde la propia supervivencia era el objetivo común de todos los encerrados en el purgatorio.

    Primero Baal, y ahora el Overlord de la Violencia, ¿estaban el resto de dirigentes del infierno igual de dementes o era solo que Worick atraía a semejantes locos como las moscas a la mierda? Quizás el poder les había terminado por freír la cabeza, o la misma monotonía los había desquiciado por fin. A saber.

    Ya había hecho su buena acción del siglo, toda una locura que no debía repetirse si quería conservar la cabeza sobre sus hombros. Una cosa era segura, tenía que desaparecer de la vista de semejante loco cuanto antes.

    Edited by Novocaine. - 5/9/2022, 22:38
  15. .
    Myungsoo nunca había concebido vivir alejado de los frondosos bosques y las empinadas montañas que rodeaban la reserva del Clan Eunsekk, incluso cuando el interés de los cambiaformas más jóvenes les llamaba a relacionarse con el siempre novedoso mundo de los humanos. No había deseado nada más que permanecer en el interior de su manada velando por los intereses de la misma. Por lo que ver atravesar a su marcha aquel bello paisaje natural causaba que un vacío peculiar se asentase en su estómago. La furia sentida en los últimos días parecía haber desaparecido por completo para dejar paso a la decepción.

    Respiró por última vez el fresco aire del bosque antes de subir las ventanas del auto.

    Su madre había partido de esta vida demasiado pronto como para haber podido preguntarle por qué le había llamado de aquella manera. Myungsoo. “Myung” significaba brillante o hacía referencia a algo que brillaba con intensidad en la lengua coreana, mientras que “Soo” significaba longevo o sobresaliente. Una luz brillante que no se extinguiría antes las dificultades, así es como siempre había interpretado su nombre. Quizás eso era lo que su madre había querido que se convirtiera cuando creciera, y aun sin certeza alguna Myungsoo se había prometido vivir siguiendo aquella doctrina. Una llama, una luz que permaneciera inmutable sin importar la tempestad o la oscuridad.

    Los últimos sucesos de su vida sin embargo ponían a prueba tal convicción.

    El derecho a la sucesión del clan Eunsekk había sido una cuestión a debate desde el mismo momento en que nacieron los herederos del antiguo líder, siendo mellizos la línea de sucesión no era clara y los interrogantes por el futuro liderazgo del clan no hicieron más que avivarse cuando ambos chicos manifestaron sus sub-géneros. El consejo observó con fascinación y asombro no solo como Myunghee se presentó como un alfa gamma, sino como Myungsoo se presentó como el primer omega gamma de entre los 5 clanes en siglos. La opinión pública estaba dividida a favor de los gemelos, sin embargo su padre no habría de decantarse por ninguno de ellos basado únicamente en sus rangos aun con la insistencia del consejo durante años. El líder había ordenado que ambos niños fueran educados de la misma manera, como futuros candidatos a su posición indiferentemente de sus sub-géneros. Serían sus habilidades las que hablaran por ellos y nada más.

    Aun con una apariencia similar y unas habilidades a la par, la personalidad de los mellizos así como sus ideologías eran profundamente dispares. Myunghee era de personalidad calmada y serena, con una estoicidad marcada incluso en los momentos de mayor tensión, mientras que Myungsoo se caracterizaba por su vivido y fuerte carácter así como por su cercanía con los residentes del territorio y sus problemas. El mayor de los gemelos mantenía un punto de vista reclusivo, creía que la “domesticación” de los cambiaformas a fin de encajar en los estándares mantenidos por la civilización humana terminaría por borrar su identidad, y Myungsoo sontenía que el intercambio cultural y económico con lo humanos en su justa medida ayudaría a mejorar la calidad de vida de los cambiaformas.

    La elección del nuevo líder por parte del consejo se retrasó un año tras la muerte del anterior patriarca. Cada líder del Clan Nosekk era anunciado en las orillas del río Neugdae, siendo mojada su cabeza con el agua que había bendecido a su tierra durante milenios, era tarea del líder cuidar de dicha fuente de vida y fortuna así como de las personas que habitaban en su territorio.

    Su hermano sería un buen líder, y los residentes de la reserva lo respetaban al igual de él. Incluso en su decepción, había sido una decisión justa. O eso había pensado hasta que en medio de las celebraciones una conversación destruyó en mil pedazos aquel pensamiento.

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    Las festividades entre los residentes no habían tardado en comenzar una vez el nuevo líder del clan había sido anunciado. Myungsoo no había tardado en abandonar el centro de la pequeña multitud para perderse en las afueras del bosque, aun en su felicidad por el triunfo de su hermano su orgullo así como la decepción haría imposible el portar una falsa sonrisa frente al resto de los presentes. Cuatro de los ancianos del consejo se encontraban reunidos alejado de las festividades del resto de los residentes, hablando entre risas mientras bebían de sus copas rellenas de alcohol. Myungsoo reprimió por completo sus feromonas ante la visión de aquel cotarro, lo último que necesitaba en aquellos momentos era cualquier sermón por parte de aquellos hombres o todavía peor, cualquier comentario lastimoso a fin de animarlo. Lo único que quería era estar solo. Estaba listo para marcharse cuando las palabras de uno de los ancianos le hicieron detenerse en seco.

    — Heesoo era un alfa respetable pero el perder a su mujer sin duda debió de afectar a su cordura. La línea de sucesión estaba clara en el momento en el que Myunghee se presentó como un alfa gamma. — Su atención se centró por completo en aquella conversación, todavía oculto entre los arboles sin signo alguno de que ninguno hubiera reparado en su presencia. — ¿Un omega en el poder? No quiero imaginar el desastre que sería eso. Ha sido toda una sorpresa que Myungsoo no le saltara al cuello a su hermano cuando se anunció su liderazgo.

    ¿Qué demonios estaba pasando ahí? Nunca antes había escuchado hablar de esa manera a los alfas de la manera. Los Lobos Albinos contaban con una proporción mayor de omegas que ningún otro clan, ¿qué derecho tenían ellos a hacerle de menos a él y con ello al resto de cambiaforma de la reserva? No había nada que le impidiera liderar como omega, creía haberlo demostrado durante toda su vida pero aquella panda de vejestorios no le había importado ver más allá de su condición.

    — Independientemente de la decisión de Heesoo, siempre fue Myunghee el que tomaría la posición de líder. Solo había que mantener a su hermano entretenido para que no armara ningún escándalo. — Las uñas del moreno se hundieron con fuerza en el tronco del árbol tras en el que se encontraba, destrozado la madera bajo su agarre. Un gruñido nació de lo más bajo de su garganta, conteniendo apenas el impulso de hacer pedazos a todos los presentes. La muerte era el único castigo apropiado para semejante ofensa.

    — Es un alivio que el compromiso vaya a llevarse a cabo en una semana. A partir de ahora es problema del líder de los Lobos Negros. — Aquella confesión hizo que el moreno se congelada en el lugar, todo color drenado de su rostro. Los matrimonios políticos no eran ocurrencia extraña y desde luego no era una práctica que hubiera sido erradicada entre las familias de cambiaformas, era la forma más sencilla de establecer una alianza duradera. Y no era como si el omega no se hubiera planteado la posibilidad de uno, haría lo necesario por el bien de su gente incluso si significaba unirse a un completo desconocido. Pero no de esa forma, sin su conocimiento ni consentimiento sobre el mismo como si fuera de un objeto del que librarse.

    — ¡Esperemos que él sea capaz de domarlo! — Myungsoo no aguantó escuchar más de aquella repulsiva conversación. Tenía que hablar con su hermano ahora mismo, no había forma de que él estuviera enterado del séquito de alfas que le seguían. Si aquellos repulsivos hombres hablaban con tanta certeza de su próximo compromiso entonces el líder del clan tenía que estar enterado.

    Sin poder contener más si ansiedad por respuestas corrió hacia donde sabía que se encontraría su hermano, en la cabaña principal. Su suposición fue cierta. Myunghee estaba sentado en su escritorio ajeno a toda celebración a su alrededor, en cualquier otro momento el omega se habría burlado de él por tener las narices siempre metidas en algún informe, pero ahora no le podía importar menos eso. El mayor por apenas unos minutos no alcanzó a hablar ante su repentina llegada antes de que ser interrumpido.

    — Tú… ¿lo sabías? ¿Sabías los que pensaban hacer conmigo los ancianos todo este tiempo? — Preguntó el omega sin apenas recuperar el aire tras la carrera hasta el lugar. Su hermano sin embargo no parecía compartir su urgencia, recorriendo su escritorio con su parsimonia habitual antes de acercarse a él.

    — No era lo que quería Soo. — Apenas bastaron esas palabras para confirmarle la peor de sus sospechas. Myunghee lo había sabido todo y lo había mantenido ignorante de todo aquel desastre. — Si hubiera sido por mí no te habría comprometido con el clan Noksekk, pero el consejo ya había oficializado el casamiento. — Myungsoo quiso reírse en su cara, ¿de verdad creía que estaba así de alterado porque su proyecto de matrimonio no era lo suficientemente favorecedor? El maldito alfa con el que lo emparejasen era lo último que le importaba.

    — ¡A la mierda con el compromiso Myunghee! ¡Te hablo de que nunca tuve oportunidad alguna de tomar el liderazgo de la tribu! ¿Acaso todos me vieron la cara de idiota? — Gritó. Solo por unos segundos pudo observar deje alguno de sorpresa en el mayor antes de retomar su serena expresión. Tarde o temprano Myungsoo tendría que enterarse de su compromiso, pero la realidad tras la línea de sucesión era una verdad que no haría más que herir su orgullo.

    — Hermano, eres tan veloz e inteligente como yo, eres decidido y no dudas a la hora de tomar decisiones por el bien del resto, los cambiaformas de nuestro clan te adoran. — Su hermano le hablaba con lentitud y calma, como el que le habla a un niño en medio de una de sus pataletas. ¿Así era como lo veía, como un puto crío que estaba malinterpretándolo todo? Cuanto más lo pensaba más lo inundaba la furia. Myunghee no lo veía como un igual, ni siquiera como un rival por la posición de líder, daba igual como de superior fuera a él, siempre lo vería por encima del hombro. Y se escudaba en su amor hacia él para justificarse.

    Porque Myungsoo era un omega y él un alfa, y el deber de estos era proteger al escalón más débil aun cuando aquello supusiera quitarles de la cabeza estúpidas ideas de poder. El instinto de un omega era someterse a un alfa, ¿cómo podía entonces cargar un omega con la enorme responsabilidad que representaba una tribu?

    — Pero la posición de líder… Soo, esa posición está reservada para un alfa. Un omega nunca será más fuerte que un alfa, ni comandará tanta autoridad como uno, es una noción simple de biología. Tu papel siempre fue un compromiso para fortalecer las relaciones de los Lobos Albinos, nada más. — Sus palabras eran repulsivas, llena de la más pura de las hipocresías. Todo su clan se sustentaba en la labor de los omegas al tratarse de la mayoría de su población, desde el campo médico, la agricultura e incluso el cuerpo de protección estaba formado por ellos. Los omegas del clan eran los que cargaban en sus espaldas el futuro de los lobos albinos, ¿y ahora por su mera condición como tal no podían optar a una posición de liderazgo o a un mero asiento en el consejo de ancianos? Qué clase de falacia arcaica era aquella.

    Era una cosa hacerle de menos a él, podía aguantar vivir con su orgullo herido pero insultar de aquella forma a su gente, a las mismas personas que Myunghee ahora tendría que liderar era impermisible. Debería haberlo sabido era inútil utilizar la palabra con un hombre que ya había perdido la cabeza.

    — ¿Qué no soy más fuerte que ningún alfa? Vuelve a decirme eso luego de que te parta la cara, hermanito. — El omega no perdió más tiempo en el diálogo, cortando toda distancia que lo separaba del mayor para abalanzarse sobre él. A pesar de que su rabia le instaba a transformarse en su lobo y desgarra todo pedazo de carne que encontrase a su paso su parte más racional deseaba desfigurar cada rasgo hasta que toda similitud entre ellos hubiera desaparecido, no quería que nada más lo uniera a él ni la misma sangre que corría por sus venas.

    Su incansable furia no hizo más que aumentar con creces al notar como su hermano no se defendía de sus golpes ni trataba de quitárselo de encima, simplemente se estaba limitando a recibirlos con indiferencia. Sabía que tal actuar no se debía a un tardío arrepentimiento por cómo había tratado a su mellizo o a su cariño por este, ni siquiera era por su condición como omega. No podía lastimar a quien en menos de una semana sería la pareja del líder del clan Noksekk, Myungsoo era una moneda de cambio demasiado valiosa como para dañar y Myunghee era a su vez demasiado meticuloso como para cometer un error como tal.

    — ¡Myungsoo, qué crees que estás haciendo! — El estruendo armado en la cabaña principal había terminado alertando a los ancianos del clan quienes sorprendidos observaban el brutal espectáculo frente a ellos. Sus amenazas no bastaron para que el omega detuviera sus continuos golpes.

    — ¡Acaso has perdido la cabeza, deja ir a tu hermano! — Cuatro de los presente fueron necesarios para separarlo del cuerpo del contrario, y aun así Myungsoo no tardó en zafarse de su agarre con su furia esta vez dirigida al grupo de recién llegados. No, no había sido él que había perdido la cabeza.

    — Silencio, panda de vejestorios. — Gruñó el más joven liberando en su plenitud sus feromonas. Las rodillas de los miembros del consejo no aguantaron durante más tiempo su peso, sucumbiendo ante el feroz aroma del único omega dominante de los 5 clanes. Su orgullo y discriminatorias creencias quedaban en nada contra la presencia de una autoridad superior a ellos.

    — Decís con la boca bien abierta que un omega no puede llegar a liderar el clan y sin embargo todos estáis postrados ante mí. — Resultaba enormemente satisfactorio verlos intentar sobreponerse a sus feromonas sin éxito alguno. Esos mismos hombres que apenas unas horas antes se habían burlado de su ambición y no lo veían como poco más que un mocoso ahora se arrastraban ante él. — Menuda panda de alfas incompetentes, pienso mostraros lo equivocados que estáis. — Sin nada más que hacer en el lugar pues toda posibilidad de diálogo había sido tachada como inútil, el omega se dispuso a abandonar la cabaña y con ello dejar todo aquel desastre tras de él.

    — Solo quería protegerte, Soo. — Las últimas palabras adoloridas de su hermano antes de que abandonase la cabaña le hicieron voltearse desde el marco de la puerta, sin creer un solo segundo en la verdad tras ellas.

    — ¿Protegerme…? No necesito que nadie me proteja, mucho menos si su forma de hacerlo es decidiendo mi futuro por mí. — No tenía más que decirle, ni a él ni a ninguno de aquellos asquerosos alfas. No cuando eran tan reacios a aceptar escucharlo.

    Y se marchó, perdiéndose entre la espesura del bosque esta vez convertido en un lobo de impresionante pelaje blanquecino.

    Cuando recuperó su forma humana la luna hacia bastante que había tomado su lugar en el firmamento. Sin ánimo alguno por volver a su cabaña a riesgo de toparse con las mismas personas que buscaba evitar el moreno había ido a descansar a las orillas del río Neugdae, observando como la luna llena era reflejada en la superficie de su calmado cauce. Cuando no era más que un niño solía juguetear con el resto de cachorro en sus aguas, e incluso habiendo alcanzando su madurez hace bastante, seguía siendo un lugar que lo llenaba de tranquilidad. Justo lo que más necesitaba en esos momentos.

    Su mirada se desvió del rió al distinguir un olor tan familiar como reconfortante. El otro cambiaforma no había hecho intento alguno de camuflar su aroma pues sabía que era inútil frente a la agudeza del olfato del omega gamma además de que tratar de sorprenderlo en su temperamento podía ser un error de graves consecuencias. Tenía suerte de tratarse de una de las únicas personas que Myungsoo quería ver en esos momentos.

    — Las celebraciones se han detenido, el consejo está como loco buscándote. — Le informó Kai1 cubriendo sin dudarlo sus hombros con su chaqueta antes de tomar asiento junto a él a orillas del río. El pelinegro era 5 años mayor que él pero la cercanía de sus familias habían hecho que cuidara de él como si de un hermano más se tratase. Cuando no era más que un mocoso había odiado a aquel niño que lo seguía como si de su sombra se tratase, el paso de los años sin embargo hicieron que se volvieran mucho más cercanos. Eso sí, La capacidad del alfa de saber dónde se encontraba en todo momento no había cambiado. — Creen que has huido fuera de las fronteras del clan.

    — Já, buen chiste ese. ¿A dónde iría en primer lugar? No estoy de humor para jugar al gato y al ratón con mi hermano. — La forma recluida en la que eran criados los cambiaformas del Clan Eunsekk, en esa enseñanza tradicionalista que les hacía alejarse de todo contacto con el mundo humano era una buena forma de garantizar que ninguno de sus residentes trataría de desertar en favor de otra tribu o los mismos humanos. Dejar el clan era sinónimo de perderlo todo, incluso su misma identidad aunque a Myungsoo ya parecían haberle arrebatado todo lo que le importaba.

    Sus manos continuaban cubiertas de la sangre ahora seca del líder, le reconfortaba en cierta manera mirarla y recordar el desastre en el que había convertido su rostro. Mínimo debía de haberle desviado el tabique nasal y haberle partido una mejilla. Era una prueba más de que no era débil, no importaba lo que pensara el condenado consejo, incluso en su forma humana no tenía nada que envidiarle a ningún alfa de pacotilla.

    — Soo…— Musitó Kai, a esas altura la noticia de su compromiso ya debía de haberse extendido por el resto del clan en medio de las celebraciones interrumpidas.

    — Me casaré con el líder de los Lobos Negros. — Anunció Myungsoo con decisión. El alfa trató de entrever signo alguno de broma o enfado en el contrario más no encontró nada más que un extraña serenidad.

    — ¡No tienes por qué hacerlo! ¡El consejo no puede…! — Se opuso el pelirrojo. Tenía razón, el consejo no podía obligarlo a nada y no dudaba de que el previo asalto de sus feromonas les había recordado aquel dato, pero no era la opinión de aquellos viejos lo que le importaba.

    — No lo voy a hacer por Myunghee o por ningún mandato de ese consejo de viejos. Es lo mejor para el clan. — El omega suspiró para recargar su codo sobre una de sus rodillas flexionadas. Con o sin la posición de líder, el omega haría lo que fuera necesario por el bien de su pueblo y los Lobos Negros en sus avances serían unos aliados valiosos para el más recluido clan. Nunca había esperado una relación por amor así que esa clase de acuerdo no era el fin de su mundo. La idea de estar atado de nuevo a otro alfa gamma, sin embargo, le disgustaba de solo pensarla. — Ya han dado su palabra de que el compromiso tendrá lugar, y no podemos crear más tensiones innecesarias porque a la novia se le ha ocurrido fugarse a días de la boda. Así que me casaré con él.

    Era lo correcto, aquello era lo que le gritaba su conciencia por mucho que la presión en su pecho tratara de llevarle la contraria inútilmente.


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    Y ahora, apenas una semana después el moreno abandonaba el territorio de los Lobos Albinos en pos de asistir a su propio compromiso. Su melancolía por dejar atrás la reserva solo era superada por el alivio de poner tierra de por medio entre su hermano y el consejo de ancianos.

    — Es la primera vez que monto en un coche humano, no es tan incómodo como esperaba pero no termina de convencerme. — La voz de Ari2 le sacó de sus pensamientos. Myungsoo había rechazado todo acompañante impuesto por el consejo en su marcha hacia el clan de su prometido, a su vez solo había permitido que Kai y su hermana viajaran en su mismo auto. No le interesaba ninguna compañía más en aquel día “especial” y mucho menos si esta se trataba de los ojos y oídos de su hermano.

    — Solo serán un par de horas a lo sumo, así que no montes ninguna pataleta. No es lo habitual desde luego, he escuchado también que durante la ceremonia uno de los hermanos del líder del clan tocará el piano. — Dijo el único alfa presente. No dudaba de que el único motivo por el que los arcaicos alfas de su clan habían permitido la entrada de automóviles humanos a su territorio era porque dificultaría toda idea de huida por parte del omega. Y aunque a Myungsoo le divertía la idea de irritarlos un poco más no le lanzaría de un auto en movimiento para conseguirlo. — Me pregunto si meterán alguna otra tradición humana más en la ceremonia.

    — No te preocupes, si me entregan algún ramo para que lo arroje a los invitados lo tiraré en tu dirección, sin embargo tendrás que atraparlo en tu forma de lobo. — Bromeó Myungsoo. Verdaderamente tenía el mismo conocimiento que sus amigos sobre los detalles de su misma boda. Al final del día estaría casado con el líder de los Lobos Negros y CEO de GENOD, lo demás era irrelevante.

    Ninguno de los hermanos había mentado el tema de su boda en la semana anterior, y el moreno a su vez no había querido hablar de ello. Era un tema un tanto peliagudo de tratar a la vista de las circunstancias pero ya no quedaba pizca alguna de enfado en Myungsoo. ¿Decepción? Sí, quizás pero aquella era su vida a partir de ahora y no pensaba estar lamiéndose las heridas de forma lastimera o permitiría que nadie sintiera compasión por su situación.

    Su matrimonio al final del día no era más que una transacción más. Esa misma tarde se uniría al líder de los Lobos Negros. Se uniría a su manada. Y más tarde quedaría embarazado de sus cachorros. A grandes rasgos generales no era muy distinto de lo que planeaba para su futuro. Las cualidades de su prospecto a marido no le importaban demasiado, lo único que necesitaba de él era su respeto así como que permitiera su implicarse en los asuntos del clan. No era una petición sino más bien una demanda, no volvería a permitir que ningún alfa lo mirara por encima del hombro. Él era el primer omega gamma que había visto la península en siglos, un cambiaforma que escapaba de toda jerarquía impuesta y como tal sería respetado, ya fuera a través de la palabra o de la misma fuerza.

    — Me he enterado que los ancianos también sopesaban entre una unión con el clan Jwessek y el Galssek. — El nuevo silencio en el auto se vio roto por la menor de los hermanos. Ari era la representación perfecta de lo que se esperaba de un omega, tierna y de personalidad vivaz, su sola presencia era tranquilizadora y despertaba a su vez el deseo por protegerla. Era sin embargo demasiado torpe con sus palabras, no dudaba de que trataba de animarlo al garantizarle que el líder de los Lobos Negros había sido elegido como el mejor candidato para aquel compromiso. Aun así el mensaje no terminaba por ser particularmente esperanzador.

    — Ari, sé que tratas de animarme pero el decirme que me estaban subastando al mejor postor sin mi conocimiento no ayuda. — La muchacha se congeló en el asiento al caer en su error más Myungsoo no se lo tendría en cuenta. No había dicho nada que no supiera en primer lugar.

    — También… también dicen que es un buen líder, un buen alfa a diferencia de su padre. — La morena no se dio por vencida en su intento por venderle aquella unión como algo positivo. Conocía la forma en la que su prometido se había hecho con el control de su clan así como su papel en la mejora en la relación entre humanos y cambiaformas. Y aunque no juzgaría de forma prematura su desempeño como alfa de su manada, sería mentira decir que tenía grandes esperanzas puestas en su personalidad si esta compartía similitud con la arrogancia y altanería que otros alfas gamma presumían.

    — Lo mismo dicen de mi hermano, eso no quita la posibilidad de que sea un alfa con más flujo de sangre en la polla que en la cabeza. Sin ánimo de ofender. — Su pronta disculpa fue destinada a Kai, lo último que buscaba era meterle en el saco de negativos estereotipos.

    — No te preocupes. — Kai batió su mano en su dirección, quitándole toda esperanza a su comentario. — Aun así… Soo no tienes por qué hacer esto. Todavía tenemos tiempo para pensar en alguna alternativa.

    — ¿Estás sugiriendo que me vas a marcar y huiremos como una pareja de amantes cuyo amor está prohibido? Muy atrevido de tu parte, pero soy un hombre comprometido, y para el final de la tarde tendré mi oreja perforada. — Respondió el omega ignorando por completo la preocupación plasmada en las palabras del contrario. No quería seguir con aquella conversación sin sentido. Su respuesta no cambiaría sin importar el que, se uniría con el líder de los Lobos Negros. — Es lo mejor para todos y no quiero escuchar un solo pero más.

    El silencio volvió a dominar el auto durante el resto del viaje hacia la reserva de la tribu Noksekk. A su llegada Myungsoo no pudo evitar suspirar y dedicarle una última mirada a sus dos acompañantes, si el clima tenso se mantenía entre ellos entonces podía dar por arruinado todo aquel día.

    — Animen esas caras, no quiero ver ninguna muesca triste el día de mi boda. — Pidió antes de abandonar el vehículo.

    — Es solo que te extrañaremos. — Confirmó la chica tomando la mano que le ofreció para salir del auto.

    — Es mi boda, no mi funeral. No es como si me fuera al otro mundo, Ari.

    Los encargados de recibirlos en el territorio de los Lobos Negros les dieron la bienvenida antes de guiarlos a una cabaña donde prepararse, también le informaron de que la ceremonia tendría lugar a la caída del sol, dentro de apenas un par de horas, un auto acudiría a recogerlo para llevarlo al altar. Y junto a quien se convertiría en su alfa.

    Myungsoo agradecía desde luego que las tradiciones de su cultura compartieran poco con las laboriosas preparaciones previas a una boda a la que acostumbraban las novias humanas. El cambiaforma no necesitaba un séquito que lo ayudara o estuviera pendiente de cada pequeño movimiento. Solo Kai permanecía en la habitación mientras trenzaba su cabello e incluso su presencia era innecesaria para el omega.

    — Sé que esos vejestorios han dejado que me acompañes para asegurarse de que no cometa ninguna estupidez como la de huir. No lo haré, así que puedes adelantarte con tu hermana a la ceremonia, estoy seguro de que tú también estás curioso por ver lo que han preparado los Lobos Negros. —Pidió con su mirada centrada en el tocador frente a él, aunque en el reflejo del contrario en la superficie pudo apreciar la duda en su rostro ante la idea de dejar a su amigo solo en aquel nuevo territorio. Aquella seriedad solo hacía que quisiera molestarlo más y más. — Hazme un último favor, si ves a mi prometido vuelve para decirme si es feo. Puedo aceptar un matrimonio por conveniencia, pero mi límite está en que me obliguen a pasar mi vida al lado de un adefesio. Dime también si es demasiado atractivo, no quiero ser el feo en la relación.

    — Me aseguraré de ello. — Rio el alfa rascándose la punta de su nariz con su índice. Sin embargo antes de abandonar la habitación Kai se giró para dedicarle una mirada llena de cariño.— Soo… te ves hermoso.

    — Márchate de una vez, todavía tengo que vestirme. — El moreno le arrojó una de sus ligas de cabello a su amigo, fallando en su tiro al haberse perdido su figura tras el marco de la puerta.

    Lo encargados fueron fieles a su palabra de venir a recogerlo nada más el sol comenzara a ocultarse en el horizonte. Contrario a toda expectativa el omega no experimentó nerviosismo alguno durante aquel trayecto final hacia la ceremonia, no tenía realmente nada de lo que dudar tampoco. Dentro de poco menos de una hora estaría casado, y formaría con ello parte del clan como su omega principal.

    — Hemos llegado. — Anunció su acompañante abriendo la puerta del auto para él.

    — Gracias. — Se limitó a agradecer, arreglando por última sus pieles3 antes de salir del vehículo. Nada más dio sus primeros pasos en dirección al improvisado altar la suave melodía del piano comenzó a resonar en el lugar. Las circunstancias de su matrimonio resultaban indiferentes, la belleza plasmada en toda aquella ceremonia sería una buena imagen para el recuerdo.

    Myungsoo no podía albergar queja alguna respecto a la organización del clan Noksekk, el lugar de la ceremonia era hermoso en toda su belleza natural. Cada detalle parecía haber sido cuidado con sumo cariño, resaltando el respeto que los residentes debían de guardarle a su líder si se habían implicado de aquella manera en su casamiento. Por no mencionar el número de invitados por parte del clan autóctono que superaba con creces a los suyos propios.

    Aun cuando aquella unión no fue impuesta con ningún prospecto de amor en mente, el omega portó una suave sonrisa frente a los invitados mientras buscaba con la mirada a sus amigos. No fue difícil localizarlos cuando los invitados por parte del clan Eunsekk no superaban la media docena, descartando la pareja de hermano el resto eran abanderados por parte del consejo de ancianos. Sabía que aquellos sinvergüenzas no contarían con la valentía para presentarse en la boda. Ari le saludó efusivamente desde su asiento con las lágrimas ya amenazando por brotar de sus ojos aun cuando la ceremonia no había dado inicio, mientras que su hermano levantó su pulgar en su dirección respondiendo a su anterior pregunta.

    La sonrisa en el rostro de Myungsoo se amplió, era un alivio saber que se estaba casando con un hombre atractivo.

    La curiosidad le llevó a juzgar por sí mismo el veredicto emitido por su amigo, posando su atención por fin en el alfa que le esperaba a apenas un metro de distancia. Sus miradas se encontraron apenas un momento, y solo bastó un vistazo de aquellos fascinantes ojos carmesí para que Myungsoo sintiera que su lobo quisiera deshacerse de toda atadura impuesta. Sentía como si un trueno hubiera golpeado su figura, su electricidad corriendo por cada célula sembrando un incendio generalizado en su cuerpo. Nunca se había sentido más aturdido y a su vez más despierto que en aquel momento.

    El omega se quedó paralizado en su lugar, quizás por la fuerza de las repentinas emociones que le inundaban sin control alguno, o por la revelación de lo que estaba ocurriendo.

    No, aquello no podía estar pasando. Parejas destinadas. No creía que fuera más que una leyenda destinada para los más inocentes cachorros o algún amante empedernido del destino e incluso de albergar realidad alguna en su ínfima probabilidad, no podía estar ocurriéndole a él. En el día de su propia boda. Con quien iba a comprometerse.

    Pero ninguna negativa creencia o ferra convicción podía someter el frenesí desencadenado en su cuerpo al solo posar su mirada sobre su prometido por primera vez. Ese alfa… no, no se trataba solo de un alfa. Era su alfa, su pareja destinada como nunca antes había esperado encontrar. Aquel sentimiento de pertenencia y posesividad amenaza con acabar con su raciocinio.

    Apenas le faltaban unos pasos para llegar al altar, para pararse a lado del alfa con el que debía de compartir su vida. Una acción que con anterioridad habría de ser tan natural como el respirar ahora le estaba suponiendo un esfuerzo titánico que no hizo más que aumentar al llegar a sus fosas nasales los primeros resquicios del aroma de su prometido. ¿Cómo era posible que una persona oliera así? Un nuevo calambre recorrió el abdomen del omega, donde el incesante calor comenzaba a concentrarse. Su lobo interior estaba inquieto como nunca antes, extasiado por obedecer al más bajo de sus instintos junto al alfa que había declarado como suyo.

    El deseo por cortar toda la distancia que los separaba era abrumador, el omega estaba abrumado por el instinto de mostrar su cuello a aquel hombre, en un claro gesto de sumisión. Quería la imprenta de sus dientes en su piel, y a su vez quería cubrirlo de sus feromonas, marcarlo de forma que ningún otro cambiaforma pudiera siquiera pensar en apartarlo de su lado. Aquel alfa le pertenecía, era suyo o eso clamaba desesperado su lobo interior.

    Solo tres pasos, solo tuvo que tomar tres pasos para estar parado a su lado y sin embargo se sintió como toda una prueba a su ya de por si debilitado autocontrol. La ceremonia debía de tener lugar dentro de la normalidad estipulada, no podía sucumbir a los más bajos de sus deseos frente a los que se convertirían en su nuevo clan. Suponía que ambos entendían aquella simple noción aun cuando sus lobos rechazaran aquella formalidad, ninguna ceremonia conseguiría unirlos más que el lazo que ya compartían de forma inconsciente.

    La tensión entre ambos lobos era tal que no tardó en extenderse al resto de los invitados, la armoniosa melodía del piano se detuvo al igual que los cuchicheos curiosos de los presentes. La breve pero poderosa oleada de feromonas por parte del líder de la manada puso a todos los invitados en un claro estado de alerta, incapaces de rebelarse contra la amenaza que representaba un alfa gamma. Sus rodillas batallaron por seguir soportando su peso mientras acallaba la intrusiva voz de su lobo, instándole a postrarse y someterse frente a aquel hombre.

    Myungsoo mordió su labio inferior tratando de contener el imprudente deseo de llamar a su alfa a que redujera toda distancia o soltar suspiro alguno que pudiera interpretarse como una invitación. Lo había podido sentir en el breve pero arrollador despliegue de feromonas, el líder de los Lobos Negros también estaba librando toda una guerra contra sus propios instintos. El equilibrio era tan frágil que podía desmoronarse con el más pequeño gesto de invitación o debilidad.

    Aquella celebración podía convertirse en todo un desastre si no hacía nada. Myungsoo tragó saliva antes de liberar sus feromonas reprimidas en una ráfaga mucho más controlada y ligera que la descargada por su alfa. Fue solo un momento, un instante antes de detener todo flujo que pudiera resultar contraproducente, pero pareció bastar para que la hostilidad presente en el ambiente comenzase a desvanecerse.

    Bien, se suponía que aquello era una boda y no un proyecto a funeral.

    — Por favor… Por favor, comiencen con la ceremonia. — Pidió como poco más de un murmullo a los ancianos responsables del rito. La tensión en los invitados parecía bajo control con aquel pequeño despliegue de sus feromonas pero el desastre de emociones dentro de él se encontraba lejos de remitir. La sola presencia de aquel alfa le tenía aturdido, incapaz de centrarse en nada más que no fuera su sola presencia.

    Nunca antes suprimir sus propias feromonas y acallar los deseos de su lobo había resultado tan laborioso, siempre se había sentido orgulloso de ser capaz de dominar aquella parte más animal de su persona pero ahora sentía como si estuviera jalando de la correa de un perro rabioso, incapaz de mantenerlo bajo control. Su cabeza se sentía a punto de estallar, demasiado sobrecogido por las emociones que lo invadían como para andar al pendiente de las palabras del anciano que presidía la ceremonia.

    Lo único que podía sentir era el ensordecedor latido de su corazón y la intensidad de la mirada carmesí de aquel hombre puesta en él. Quería desviar su mirada de él en un intento por conservar la cordura que amenazaba por abandonarlo, pero por otro lado quitar su vista de su persona para dedicarla a cualquier decoración insignificante del lugar resultaba imposible, era fascinante de mirar en sus facciones masculinas y aquella fuerte aura que lo envolvía.

    Myungsoo no era un hombre de baja estatura o de complexión flaca bajo ningún estándar, mucho menos para lo esperado de un omega. Pero aun así debía de alzar el rostro para encontrarse con la mirada del alfa, en una diferencia de altura que desde luego no ayudaba a mitigar el instinto por exponer su cuello en gesto de sumisión. Su físico trabajado contradecía lo que habría de esperar de un CEO en su posición destinada a un trabajo más administrativo. La autoridad que despertaba su sola presencia sin embargo hacia evidente que se encontraba frente a un alfa, un alfa gamma como pocos había ¿Era eso lo esperado del último portador de la sangre de los lobos antiguos?

    Quería enterrar su rostro en su cuello y embriagarse de su aroma. Quería llevar la marca de sus dientes en cada rincón de su cuerpo. Quería recorrer con su boca y manos cada centímetro de su piel. No sabía apenas nada de aquel hombre, hace apenas unas horas todo el interés que tenía en él se reducía al contrato que los uniría y ahora su lobo interno sentía que lo necesitaba como el mismo aire que llenaba sus pulmones.

    Su atención solo regresó a la ceremonia cuando esta llegó su culmine y con ello el momento de marcar el lóbulo de su pareja con una joya en símbolo de su compromiso a ojos de todo cambiaforma. Su mirada se centró entonces en la aterciopelada caja sacada por su prometido y en los pendientes gemelos que residían en ella. Eran una pieza hermosa, fina y costosa en la hilera de relucientes diamantes que la conformaban y el zafiro que los coronaban, casi tenía miedo de que un simple toque pudiera hacer desaparecer tan hermoso presente. Sostenidas por las manos de Inkay los aretes se veían todavía más delicados de lo que ya eran.

    Joder, esas grandes manos debían de sentirse tan bien sobre sus caderas, sujetándolas con firmeza mientras lo embestía duramente. Tan fuerte que sus dedos dejaran huella en la tierna carne.

    Maldita sea. Aquel no era el lugar ni el momento para tener aquella clase de pensamientos obscenos ajeno a la multitud alrededor de ellos. Ya no era un adolescente que atravesara sus primeros celos con un desespero consecuencia del desastre hormonal de la edad. Tenía 29 años y desde luego no era ningún mojigato sin experiencia alguna con los alfas pero el calor que comenzaba a invadirle era peor que el sentido incluso en el peor de sus celos. El único motivo por el que aún seguía en píe y sus rodillas no habían sucumbido ante la presión ejercida por el aroma del contrario se debía únicamente a su condición como gamma.

    Una pequeña aguja les fue tendida a ambos para perforar el lóbulo del contrario, siendo primero el turno del alfa. Un escalofrío recorrió su cuerpo al sentir su respiración caliente cerca de su piel, una cercanía efímera que no duró apenas unos segundo antes de que el alfa volviese a distanciarse. El dolor quedó mitigado por completo por la agitación de su lobo al sentirlo tan cerca. Apenas un roce de sus dedos contra su lóbulo y ya sentía flaquear toda convicción, la noche que estaba por venir sería dura.

    Luego llegó su turno de perforar la oreja contraria y recitar los votos memorizados, su situación era un tanto diferente a la del más alto. No solo iba a tomarlo a él como su única pareja de vida sino que además estaba aceptando su nuevo lugar dentro de la tribu Noksekk, aquel pendiente significaba el inicio de una nueva vida.

    — Eres sangre de mi sangre y hueso de mi hueso. — Recitó el moreno, reduciendo esta vez la distancia para tomar el lóbulo de su oreja en sus manos, aquel breve toque bastó para hacer que la electricidad corriera por su cuerpo mientras perforaba la tierna carne y decoraba la previamente virgen piel con el ostentoso pendiente. — Te entrego mi cuerpo para que los dos seamos uno solo. Te doy mi alma para que nuestra unión esté completa. No puedes poseerme, pues me pertenezco a mí mismo, pero mientras mi corazón lata dentro de mi pecho, te daré lo que es mío para dar. No puedes gobernarme, pues soy una persona libre, pero mientras haya aire en mis pulmones seré el hogar al que siempre puedes regresar. Yo, Myungsoo, te tomo como mi alfa y me entrego a ti, Inkay, como tu omega.

    No pudo evitar mirar a la nueva perforación con cierta fascinación. Ahora ese alfa era suyo, suyo por completo. Su lobo parecía encantado por aquel sentimiento de pertenencia. Aquella joya que ahora reposaba en la oreja del contrario, hermosa e idéntica a la que él mismo portaba era el símbolo de la unión que compartían. El corazón del moreno dio un vuelco en su pecho, no sabía decir si de ansiedad o de la emoción.

    Ahí y ante los ojos de todos los cambiaformas del clan su unión era oficial.

    Era el omega del líder de los Lobos Negros.
    SPOILER (click to view)
    1 Kai, mejor amigo de Myungsoo y miembro de la unidad de ejecutores del Clan Eunsekk,
    2 Ari, omega parte del Clan Eunsekk.
    3 Traje de bodas de Myungsoo | Abrigo de piel.
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